Reflexiones sobre un golpe de Estado fallido
Hisham Melhem
El fallido intento de golpe de Estado en Turquía pasará a la historia como el primer motín militar en un Estado moderno cuyo fracaso se debe a la globalización y proliferación de redes sociales. Fue un golpe cuyos momentos cruciales se transmitieron en vivo. Y su falla se exhibió desde los primeros momentos, cuando los conspiradores fueron incapaces de capturar o liquidar a los principales líderes contra quienes se rebelaron o cuando no pudieron tomar el control de las redes de comunicación de masas y cerrar internet.
Se trató de un golpe rudimentario al estilo de los años 60 en pleno siglo XXI. La última vez que el ejército turco protagonizó un golpe de Estado clásico (es decir, con tanques en las calles) fue en 1980: un mundo que casi ha desaparecido. La Guerra Fría quedó atrás y Turquía ha cambiado radicalmente, política, cultural y demográficamente.
La marea comenzó a volverse contra de los golpistas en el momento que –desde un lugar no identificado– un triste pero decidido Erdogan se dirigió a la nación usando la aplicación Face Time de su smartphone y, vía CNN Türk, pidió a sus partidarios salir a las calles para desafiar a los golpistas.
Si hubo un momento icónico que condense el poder de los nuevos medios –en este caso el smartphone– de la mano de un líder político inteligente y astuto que moviliza a sus formidables bases populares para mostrar el músculo político, fue este instante. Después de su fundador, Mustafa Kemal Atatürk, se trata del líder más influyente en la historia de la República Turca –y quizá en camino de eclipsar al hombre de Tesalónica (también conocido como el “padre de los turcos”, y no necesariamente de manera positiva).
Viendo a Erdogan vapuleando a Gülen la noche del golpe (tuve la tentación de escribir …la noche de los generales estúpidos) escribí en Twitter: “La próxima pelea de Erdogan será con su viejo amigo Obama sobre Gülen. Ecos de la lucha de Jomeini con Carter sobre el Shah”. La pelea a propósito de Gülen acaba de empezar, aunque nadie espera una repetición de aquel drama entre EE.UU. e Irán.
El golpe generó algunas teorías de la conspiración descabelladas, incluso desde sus primeros momentos. Por ejemplo, la escandalosa suposición pro Erdogan de que, en cierta manera, EE.UU estaba involucrado en el golpe. Por su parte, la indignante afirmación anti Erdogan decía que el presidente turco organizó el golpe para consolidar su poder. Fue extraordinario a este respecto que cuando el secretario de Estado John Kerry habló por teléfono con su homólogo turco, Mevlut Cavusoglu, se viera obligado a precisar “que las insinuaciones o afirmaciones públicas sobre cualquier papel de Estados Unidos en el fallido intento de golpe de Estado son completamente falsas y perjudiciales para nuestras relaciones bilaterales”.
Dando por hecho una posible solicitud de extradición de Gülen, Kerry señaló que EE.UU. estaría dispuesto a considerar tal petición. “Obviamente, nos gustaría invitar al gobierno de Turquía, como siempre lo hacemos, a que nos presente cualquier evidencia legítima que resista un riguroso escrutinio –señaló Kerry– y, si es el caso, Estados Unidos lo considerará de manera apropiada”. Pero a falta de un arma turca aún humeante como prueba de la participación de Gülen en el golpe, será prácticamente imposible deportar a Gülen para enfrentar la ira del líder turco.
En este sentido, un impaciente Erdogan intentó enviar un mensaje rápido y contundente a Obama como señal de que estaba dispuesto a jugar rudo. Cerró las operaciones en la base aérea de Incirlik, en el sudeste de Turquía, centro de actividades vital para los aviones de combate y los llamativos drones estadounidenses dirigidos a ISIS en el norte de Irak y Siria. Más tarde, se conocieron informes de que los suministros de electricidad y agua de dicha base habían sido cerrados.
La cooperación entre EE.UU. y los militares turcos contra ISIS es crucial para ambos y para la OTAN misma y uno esperaría que las operaciones aéreas norteamericanas en Incirlik se reanudarán pronto, aunque los resentimientos se mantendrán tal vez incluso después del mandato presidencial de Obama.
La opción de Turquía
Pocas horas después de iniciado el intento de golpe entré a Twitter en busca de algunas reflexiones preliminares. Y advertí que Turquía enfrenta una opción imposible. Para cualquiera que considere que el presidente Erdogan es popular entre amplios estratos de personas, y no sólo conservadores religiosos en las áreas rurales sino también en ciudades como Estambul –donde fue alcalde–, si el golpe tenía éxito conduciría a la incertidumbre, tal vez al caos y a una probablemente guerra civil.
Es admirado principalmente entre aquellos beneficiarios del notable crecimiento económico de Turquía en la era Erdogan, por los propietarios de pequeños negocios y entre los jóvenes y habitantes de la ciudad de bajos ingresos para quienes la identidad musulmana es central.
En esas primeras horas de incertidumbre pensé que si el golpe fracasaba, Erdogan se envalentonaría y optaría por “la venganza y la polarización”. Ahora que el sangriento golpe de Estado ha fracasado, Erdogan ridiculiza a su ex aliado y ahora enemigo, el clérigo Gülen, para que vuelva de su exilio en Pennsylvania a recibir su merecido.
“Tengo un mensaje para Pennsylvania: (Gülen) …mucho de su trabajo lo ha dedicado a traicionar a esta nación”, dijo Erdogan. “Regrese a su país si se atreve”. De hecho, Erdogan vio este intento de golpe como una suerte de mandato divino para gobernar. Al arribar a Estambul expresó ante sus seguidores que el golpe era “un regalo de Dios… porque ayuda a reivindicar a nuestros militares en contraste con los miembros de aquella pandilla”, en referencia a los gulenistas.
De hecho, el nuevo golpe contra los enemigos reales e imaginarios de Erdogan dentro del movimiento gulenistas comenzó en el momento en que fue evidente que el golpe había fracasado. Fueron detenidos casi 3000 miembros del personal militar, aunque lo más desconcertante fue la reanudación de la guerra en el sistema judicial, cuando la agencia de noticias Anadolu anunció que 2.745 jueces habían sido despedidos sumariamente debido a su cercanía o lealtad al movimiento de Gülen, al cual Erdogan antes había acusado de brindar apoyo al terrorismo.
El tono vengativo y las acciones de Erdogan alarmaron a la administración de Obama, quien pidió a todas las partes implicada “actuar dentro del estado de derecho y evitar actos que conduzcan a una mayor violencia o inestabilidad”. Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) han estado desmantelando lenta pero metódicamente cada elemento del Estado kemalista y empujando al Estado y la sociedad hacia un más pronunciado sistema de gobierno islámico.
Un corolario de este enfoque fue la creciente autocracia de Erdogan en los últimos años junto con las tendencias a debilitar el estado de derecho y silenciar tanto la libertad de expresión como la disidencia pacífica, enfangándose junto con su familia y compinches en la corrupción.
Erdogan ha detenido a periodistas y cerrado periódicos críticos de su autocracia, ha escenificado juicios para castigar a altos oficiales militares bajo cargos endebles. Según el Comité de Protección a Periodistas (CPJ), en 2013 Turquía obtuvo la triste distinción de ser el país con el mayor número de periodistas encarcelados en el mundo, por delante de carceleros de periodistas más conocidos, como Irán y China.
La lucha por el alma de Turquía
Los golpistas deben ser condenados no sólo porque su éxito pudo haber socavado lo que queda de los logros democráticos sino también porque su fracaso envalentonará a Erdogan, enraizándolo aún más en la autocracia. Ese desenlace –como un golpe militar exitoso– sólo podía conducir a polarizaciones políticas y culturales más profundas, a la incertidumbre y a muy probables conflictos civiles.
Incluso antes del golpe, algunos analistas turcos advertían ya de la lucha civil dado el desbordamiento de las guerras de Siria y del terror destructivo del llamado Estado Islámico (ISIS) –un fenómeno ayudado o abatido según los guiños y gestos de Erdogan, y el tira y afloja continuos de la guerra entre el AKP, los islamistas y los partidos de oposición “secularistas” a propósito de la orientación política y la identidad de Turquía.
La era Erdogan ha aumentado los debates políticos y culturales dentro de la sociedad política turca y sobre el lugar de Turquía en la región y el mundo. La Turquía moderna miraba hacia Occidente anhelando su aceptación en la familia europea, aunque Europa mantenía sus puentes elevados, no deseando un Estado con mayoría musulmana como parte de su cerrada comunidad.
Con este propósito los gobiernos de Turquía y las élites fueron presionados por Europa –y por sí mismos– a “asimilarse” con la esperanza de ser finalmente confirmados como miembros bona fide de la Unión Europea (UE): la pena de muerte y la tortura en las cárceles fueron prohibidos, se garantizaron derechos básicos como la libertad de expresión y de reunión, a los partidos políticos se les permitió organizarse y –música para los oídos de Erdogan– los militares debían estar bajo el control civil.
En un inicio, Erdogan y el AKP estuvieron tocando a las puertas de la UE en vano. Luego descubrieron a sus vecinos del sur y del este, con quienes comparten mucho de su pasado –una mezcla extraña del bueno, el malo y el feo. Así y desde hace una década, Turquía ha estado cosechando los beneficios económicos y políticos de su nueva política de “cero problemas con los vecinos”.
Pero la temporada de levantamientos árabes, el tumulto en Irak, la creciente tensión entre Turquía e Israel sobre los derechos palestinos, aparte de las torpezas de Erdogan y los líderes israelíes y árabes, condujeron al colapso gradual de esta nueva imagen de Turquía. Y últimamente ha tenido problemas, algunos muy graves, con todos sus vecinos.
Dada la profunda polarización en Turquía, con la mitad de la población presionando por una mayor integración con la UE y la separación del Estado y la mezquita, y la otra mitad con la intención de mantener el status quo y acentuar su identidad musulmana, el país está listo para otra convulsión sobre su orientación política y su identidad, como si una gran nación que emergió del alguna vez poderoso Imperio otomano (durante siglos una potencia balcánica-europea) que se extiende sobre el Oriente Medio y Europa física y culturalmente, pudiera resolver estos complejísimos problemas de manera sencilla y ordenada.
Recuerdo cómo al inicio de la era Erdogan serios analistas turcos, árabes, iraníes e israelíes contemplaban el crecimiento económico de Turquía y su apertura política con la esperanza de ver, al fin, un país de mayoría musulmana desarrollándose como una democracia plena hasta convertirse en un genuino Estado moderno y moderado. Pero nada de ello estaba destinado a ser. Las culturas políticas autocráticas no mueren fácilmente y algunas tienen nueve vidas. Cuando son interrumpidas por cataclismos o acontecimientos imprevistos, se regeneran de manera notable: Stalin dio paso a Putin, Saddam a Maliki y Ataturk a Erdogan.
Erdogan y el AKP estuvieron encantados con las elecciones que les dieron mayorías cómodas pero, como sabemos por numerosos ejemplos en diferentes momentos del illiberal y autocrático siglo XX, caracteres como los de Erdogan fueron elegidos rutinariamente. Amaban las elecciones que les concedían un gobierno de mayorías aunque, ciertamente, no eran demócratas y abjuran de las coacciones de la gobernanza democrática.
¿A dónde va Turquía? ¿Cuál deber ser su orientación política y cómo definir su papel en la región? Se trata de preguntas que sólo los turcos pueden y deben resolver. Debajo de la hipérbole política y los apremiantes pero transitorios problemas que enfrenta Turquía en la actualidad, existe una lucha profunda sobre el alma misma de este país. Uno sólo podría desear que los turcos elijan un patrón distinto al de sus vecinos y aprendan de sus costosas equivocaciones y, así, puedan reconciliar pacíficamente sus visiones en conflicto.
Respeto
Una última observación: fue admirable ver a valerosos civiles desafiando a los militares en las calles, con algunos bloqueando el paso de los tanques con sus cuerpos. Y aun cuando hubo quienes agredían a los soldados, éstos no recibieron órdenes de disparar y matar a civiles en las calles. Viendo tales escenas, sólo se puede admirar la tenacidad de la gente en su rechazo al golpe militar –un rechazo que fue compartido por grupos no islamistas, incluyendo aquellos que son duros oponentes de Erdogan– y cómo los militares se abstuvieron del uso innecesario de la fuerza.
Crecí viendo a ejércitos árabes y fuerzas policiacas disparando contra civiles desarmados que se manifestaban pacíficamente en las calles. Lo he visto demasiadas ocasiones –y en las últimas décadas a los ejércitos árabes–, muchos de ellos concebidos y estructurados como guardias pretorianas, disparando contra sus pueblos en las ensangrentadas calles y avenidas de muchas capitales y ciudades árabes.
Hemos visto carnicerías perpetradas por árabes armados contra civiles árabes durante la temporada de levantamientos árabes, y en lugares como Libia, Yemen y particularmente en Siria, los homicidios sin freno de civiles transformaron a éstos en rebeldes de modo que las guerras civiles empapan de sangre sus tierras.
Independientemente de si los turcos que se manifestaron en las calles son auténticos demócratas o en su mayoría –esta es mi sospecha– fieles al fuerte aunque autócrata electo, fue importante ver cómo, con pocas excepciones, los militares y civiles no se entregaron a una violencia gratuita.
Y para aquellos turcos que salieron a las calles a defender lo que quedaba de los logros democráticos de Turquía, evitando el retorno del régimen militar, y que aún creen que la mejor manera de enviar Erdogan a una jubilación anticipada es mediante las urnas junto con el arduo trabajo de inculcar los valores democráticos, todo el respeto y mi admiración incondicional.
Traducción de D.M.P.
© Texto publicado previamente en Al Arabiya English.
La traducción y reproducción en español se realiza con el permiso del autor.
Hisham Melhem es columnista y analista de Al Arabiya News Channel, Washington, DC. Melhem ha entrevistado a numerosas figuras públicas estadounidenses e internacionales. Es corresponsal de Annahar, el diario libanés más importante. Durante cuatro años fue anfitrión de Across the Ocean, programa de actualidad sobre las relaciones entre Estados Unidos y el mundo árabe para Al Arabiya News Chanel. Twitter: @hisham_melhem
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Posted: July 24, 2016 at 10:27 pm