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Ya no me pertenezco
COLUMN/COLUMNA

Ya no me pertenezco

David Medina Portillo

Antes de la llegada del lopezobradorismo al poder fue frecuente oír aquella pregunta: ¿podemos estar peor? Así se decidió el voto entre gran parte de quienes, desde una superioridad moral más bien atónita, sentenciaban que –en efecto– no podíamos estar peor. Vaya usted a saber bajo qué azote creímos tocar fondo tras apenas tres sexenios de alternancia: 18 años de experiencia democrática harto imperfecta contra 70 años de autoritarismo revolucionario, la dictadura perfecta según anatema celebrado casi unánimemente. Tan campantes, olvidamos que en política el único límite es la estulticia puesto que siempre, siempre se puede estar peor. 

“Ya no me pertenezco…” Con esa máxima el líder electo se auto ungió prócer histórico, a la medida de otros solemnes como Juárez, Cárdenas e incluso –faltaba más— Cristo. En uno de sus frecuentes descuidos, añadió a Francisco I. Madero. Aunque solo era eso, un disparate. Madero fue un demócrata liberal, esto es, un político de aquellos que no le gustan puesto que no actúan a nombre del Pueblo sino a cuenta de su artera némesis, la sociedad civil.  

¿Qué habrá querido decir en aquel rapto destinado a nutrir la imaginación de una izquierda ávida de sentimentalismo menso pero bien intencionado gracias al que, como bien se sabe, siempre cae parada? Misterio. “Ya no me pertenezco…” Un arcano propio de la teología política, del evangelio lopezobradorista que ya no se cuestiona (según el 90% de lealtad y 10% de eficiencia) sino que se acepta como una gracia: bienvenida la Eucaristía del bienestar.  

“Ya no me pertenezco…” AMLO es la historia actuando por sí y para sí misma, la impersonalidad del poder que no da ni acepta explicaciones: actúa. En adelante, él ya no es él… Y háganle como quieran.

AMLO es un sinvergüenza todo terreno, un demagogo consumado que ha sabido fichar a tirios y troyanos. “Ya no me pertenezco…” AMLO es la historia actuando por sí y para sí misma, la impersonalidad del poder que no da ni acepta explicaciones: actúa. En adelante, él ya no es él… Y háganle como quieran. La realidad se vuelve monólogo de televisión abierta y las vidas y muertes, cifras que nadie ve. Y quienes ven, mejor se apartan en silencio. Un silencio a gritos que envilece a tirios y troyanos. 

Qué son las más de diez mujeres muertas cotidianamente frente a la denuncia urgente del último tuit en su contra. Qué las más de cien mil víctimas de la violencia a lo largo y ancho del país en lo que va del sexenio (más del triple de Calderón y del doble de EPN según sus respectivos datos) ante la apremiante cruzada contra las instituciones de investigación y de unos científicos que han venido a desplazar a los capos del crimen organizado como los más peligrosos enemigos del Estado. O qué son el medio millón de decesos por la pandemia en manos de unas autoridades de salud descaradamente irresponsables frente a la amenaza de unos niños con cáncer cuya denuncia por el desabasto de medicamentos ha ocultado, el Fisgón dixit, un taimado intento golpista. Etcétera. Etcétera. Administrando esa enajenación colectiva AMLO puede decir, hacer o dejar de hacer lo que quiera, nada lo afecta mientras siga administrando la percepción pública como un virtuoso, la víctima número uno. 

“Ya no me pertenezco…” ha declarado AMLO en actitud de quien habla en parábolas dejando abiertas múltiples salidas, todas las posibilidades de interpretación. Un vacío para que cualquiera lo llene de acuerdo con sus creencias o necesidad de creer, fantasías o desilusiones en busca de quien nos las pague, cruzadas de buenismo necio o cinismo rapaz, sublimaciones ideológicas o intereses coyunturales de los más crudos, etc. La hora de todos y de nadie. Qué puede salir mal. 

Nadie imaginó a Bartlett, uno de los artífices estelares del viejo régimen, desempeñándose ahora bajo el papel de adalid del populismo soberanista, enemigo acérrimo del neoliberalismo en el que él mismo nos precipitó operando personalmente aquella “caída del sistema” en 1988, un fraude electoral patriótico (nunca probado realmente) con el que daría inicio formal la larga noche del neoliberalismo en México.  

Nadie imaginó a Bartlett, uno de los artífices estelares del viejo régimen, desempeñándose ahora bajo el papel de adalid del populismo soberanista, enemigo acérrimo del neoliberalismo en el que él mismo nos precipitó operando personalmente aquella “caída del sistema” en 1988, un fraude electoral patriótico (nunca probado realmente) con el que daría inicio formal la larga noche del neoliberalismo en México.  

Bartlett no fue el cerebro político sino el brazo ejecutor, el manotazo firme para retener el poder por parte de un PRI en esas que parecían sus últimas horas. Luego vendrían años de apertura económica acompañada, a su vez, por una vertiginosa descomposición política que, al cerrar el sexenio de Zedillo, entregaría el poder al PAN, dando por clausurada (o eso creímos) nuestra tradición de presidencialismo unipartidista y autocrático.  

Qué le sucedió a Bartlett en este periodo. Algo grave puesto que se ha reinventado a tal grado que hoy encarna al patriota reconocido por AMLO y coreado por las dóciles multitudes del lopezobradorismo y de Morena, su nueva casa. Sin embargo, el correoso patriotismo de Bartlett no es reciente. Tras los resultados electorales de 2000 y el inicio de la transición, Bartlett denunció de inmediato la colusión de Zedillo y de Salinas, a quienes imputó un interés personal en la victoria del PAN.  

Lo cierto es que el ex secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid y contendiente –junto con Madrazo y Roque Villanueva– en la elección interna por la candidatura del PRI en 1999, había perdido frente a Francisco Labastida. De acuerdo con la versión oficial, Zedillo se abstuvo de ejercer el tradicional dedazo y el partido se vio obligado –por primera vez en el siglo– a democratizarse internamente.  

Acaso fue entonces cuando el gestor de “la caída del sistema” se descubrió patriota y, desde esas fechas, se transformó en precursor y posterior figurón del lopezobradorismo, el verdadero estratega e ideólogo de un proyecto de transformación a largo plazo. Una transformación que es una regresión, en este caso, al trauma del proceso electoral 1999-2000 cuando Bartlett perdió y, con él, la vieja guardia del PRI, la actual aliada del lopezobradorismo. ¿Podemos estar peor? 

 

David Medina Portillo. Ensayista, editor y traductor. Editor-In-Chief de Literal Magazine. Twitter: @davidmportillo

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Posted: November 2, 2021 at 9:19 pm

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