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Gente parida, gente escrita: El libro de Ana, de Carmen Boullosa

Gente parida, gente escrita: El libro de Ana, de Carmen Boullosa

Alba Lara Granero

El libro de Ana, de Carmen Boullosa. Siruela, Madrid 2016. 190 páginas.

A Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954) la atrae el riesgo, le pica la curiosidad, la incomoda el apoltronamiento. Eso es lo que se puede intuir al observar la extensa y variada obra de la autora mexicana. Abarca todos los géneros y en la novela, el terreno en el que es más prolífica, experimenta con cada obra. Desde el uso de su biografía en su ópera prima Mejor desaparece (1987), se ha interesado también por los temas históricos (De un salto descabalga la reina, 2002), la creación literaria como tema literario (La novela perfecta, 2006), por adoptar la voz masculina (El médico de los piratas, 1992), o por combinar lo cómico y lo grave en El complot de los románticos, novela que, por cierto, le valió el premio Café Gijón en 2008.

Con su último título, El libro de Ana, el riesgo que asume Boullosa es el de escribir un producto derivado de un clásico. Lo que vamos a leer, se explica en el primer capítulo, es la historia de cómo se encontró el manuscrito que Ana Karenina escribió y nunca publicó, según cuenta Lev Tolstói en su texto. El narrador nos promete, además, que nos mostrará la novela inédita de la famosa suicida. ¿Cuánto lectores de Tolstói no sentirán precaución a la hora de seguir leyendo? En todo caso, el fenómeno no es nuevo. Vayamos un poco atrás antes de seguir con El libro de Ana.

En 1614, nueve años después de la publicación de la primera parte de El Quijote, apareció en Barcelona una continuación que no había escrito Cervantes, sino un tal Avellaneda. Un año después, el verdadero creador de Alonso Quijano escribió la Segunda parte de su obra para que su pretendido émulo no quedara legitimado. En esa ocasión, Cervantes, que ya dominaba la metaficción antes incluso de que se inventara el término, introdujo sin tapujos el texto de Avellaneda e hizo hablar a sus personajes sobre él. En términos de utilización de personajes por un autor distinto al que los creó, el ejemplo de Cervantes y Avellaneda es de los más famosos de nuestra historia literaria.

Los clásicos de la literatura parecen no tener dueño (y no sólo los clásicos, echen si no un vistazo al fenómeno contemporáneo de la fanfiction). Una vez publicada y leída, la literatura no pertenece ya más en exclusiva al autor, al editor, ni siquiera a la cultura específica en que surgió, sino que se convierte en bien común. Y como son de todos, esos libros, esas historias, esos autores, los escritores que los han leído tienen derecho a usarlos más o menos como les venga en gana. A veces, sin embargo, es complicado fijar los límites de ese intercambio natural, siempre sujeto a intereses subjetivos, como ocurrió en 2011 con la famosa polémica entre Agustín Fernández Mallo y María Kodama, viuda de Borges, al publicar el primero lo que él considero un homenaje al autor argentino, y la segunda, un plagio burdo. Trabajar con los grandes es un derecho, quién lo negaría, pero, precisamente por el carácter comunitario de aquellos, entraña un riesgo altísimo: también tienen los lectores derecho a juzgar lo que otro haga con sus clásicos con el máximo recelo.

En realidad, reducir la novela de Boullosa a la recreación del manuscrito de Ana Karenina es de una injusticia terrible con ella (sobre todo porque el narrador se salva de escribir el verdadero manuscrito al final de la novela, en un inteligente y respetuoso giro). Al lector precavido le diré que se acerque sin recelo y ensaye una visión panorámica que le permita apreciar todo el entramado de la novela. La obra es desde el principio fluida, pero adquiere una mayor soltura después de las treinta primeras páginas.

El libro de Ana comienza mostrándonos la Rusia de 1905 y a la joven anarquista Clementine tratando de poner una bomba que no termina de estallar, demostrando lo amateur de sus intenciones terroristas. Esta línea argumental le sirve a Boullosa, que es una excelente tejedora, para hablarnos de la frustrada revolución obrera rusa de 1905. Frustrada, según Clementine y sus compañeros, precisamente por seguir los consejos del padre Gapón, sacerdote ortodoxo que pensó que era mejor rogar al zar Nicolás II (al padrecito) que mejorara los derechos de los trabajadores que conseguirlos por métodos más contundentes. El resultado: la conocida y, sin embargo aún enigmática, carga de la guardia zarista contra los pacíficos manifestantes en lo que los historiadores han dado en llamar «el domingo sangriento». Un domingo que es crucial en la novela porque permite generar la última escena del libro, en la que todas las tramas y todos los personajes que hemos conocido a lo largo del texto confluirán en un final cerrado diseñado con maestría de escritora realista rusa del XIX.

La otra línea narrativa principal de El libro de Ana es la que muestra la vida de Sergio Karenin, su esposa Claudia, y la cuñada de ésta, Annie. Sergio, como ya han supuesto, es el hijo de Ana y Karenin, mientras que Annie es la hija fruto de la relación de la Karenina con el pintor Vronski. Como ya saben cuál es el final de Ana Karenina, podrán suponer que Annie no conoció nunca a su madre. La relación entre los hermanastros es compleja, aunque queda relegada a un segundo plano en la novela.

El núcleo de la trama de El libro de Ana es la solicitud que el Hermitage hace llegar a Sergio y Claudia para incluir en su colección un retrato de la Karenina que coge polvo en un desván de la casa de sus herederos. Sergio no está seguro de querer ceder el retrato y dejar que el pueblo ruso chismosee aún más sobre la famosa aventura amorosa de su madre, pero Claudia (y un beneficioso trato con el Hermitage) lo convencerán para entregar el cuadro. Será precisamente la jovial y vivaz Claudia la que descubra en el desván una caja, también empolvada, que había pertenecido a Ana Karenina y que contiene dos manuscritos. Uno de ellos es el que se reproduce en la cuarta parte del libro: un texto de literatura juvenil sorprendente creado a partir del pastiche y la subversión de varios cuentos populares. Aquí las heroínas tienen orgasmos sin ni siquiera saber qué son esas cosas, y los príncipes llevan ungüentos consigo para evitar llenarse de hijos de sus amoríos.

El aspecto más interesante del libro es, en mi opinión, la convivencia de personajes ficticios (como los Karenin, cuya existencia se debe a la labor de Tolstói) y personajes reales. O, como se dice en un momento de la novela: de personajes escritos y personajes nacidos. Sergio sufre lo que él considera una no-existencia o una existencia no real. Un sufrimiento que sueña con erradicar en el intercambio del cuadro por una oportunidad para dejar San Petersburgo: “–En el campo dejaré de ser solo el hijo de Ana Karenina. Tendré vida propia. Seré algo más que un títere” (p. 59).

Esta interesante tensión entre realidad y ficción se va complicando hasta llegar al punto en que los dos esposos, Sergio y Claudia, soñarán simultáneamente con Lev Tolstói, que se presenta en sus sueños (al estar muerto no puede aparecer como personaje) para dejarles un mensaje claro: no pueden vender el retrato de Ana Karenina porque no es suyo, fue él quien lo pintó al escribirlo (una nada desdeñable observación sobre la autoría). Después del obligado remordimiento post-bronca, que seguimos detalladamente en el caso de Claudia al modo de la novela psicológica, los esposos olvidarán cualquier traba moral y seguirán con sus negocios.

En El libro de Ana hay numerosas muestras más de psicologismo: parece como si Carmen Boullosa no solo hubiera querido jugar con la novela de Tolstói, sino dialogar con ella también en términos de técnica. Además de los rasgos ya citados, las minuciosas descripciones, el uso del estilo indirecto libre para mostrarnos el pensamiento de los personajes, o la irrupción del autor-narrador para hacer comentarios y valoraciones acerca de sus personajes son otros ejemplos de técnicas utilizadas por la novela realista como género.

El libro de Ana está plagada de referencias a personajes y sucesos de la Rusia inmediatamente posterior al suicidio de Ana Karenina, buena muestra de la curiosidad que caracteriza a Boullosa: los ya citados movimientos anarquistas, la rebelión de 1905 y el padre Gapón, pero también el desastre del acorazado Potemkin, la aparición (aunque sea por referencia) de Gorki y Trotski… Y la inclusión de detalles y anécdotas por aquí y por allá, como aquella que cuenta que Tolstói se imaginó el aspecto de Ana Karenina al ver a la hija de Pushkin, o la aclaración de que la novela juvenil que escribió la Karenina fue escrita bajo los efectos del opio que ésta consumía.

Boullosa asume riesgos como provocación, como homenaje o, simplemente, como modus scribendi. El libro de Ana fructifica gracias a la curiosidad, la astucia y, aunque parezca contradictorio en cuanto al tema tratado, la libertad narradora de la novelista. El libro da más de lo que su título promete, es grata y plantea algunas desafiantes posibilidades narrativas. Léanla y cuénteme qué piensan después de los límites entre realidad y ficción. Será esa una charla larga: preparen sus argumentos.

alba_lara_graneroAlba Lara Granero (El Pedernoso, 1988) es escritora y licenciada en Filología Hispánica y máster en Formación del Profesorado por la Universidad Complutense de Madrid. Es graduada del programa MFA de la Universidad de Iowa y sus ensayos han sido publicados en Iowa Literaria y otras revistas.

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Posted: October 25, 2016 at 10:43 pm

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