Topo Pecoso de David Unger y Marcela Calderón
Ana Emilia Felker
El que una niña tenga un muñeco parece común, que Milagros hable con Topo Pecoso inicia una historia. El pequeño topo cubierto de agujeros remendados y pecas es su mejor amigo. Va con ella a todos lados: a los paseos por la Ciudad de México, a la casa de la vecina, incluso duerme abrazándola y la acompaña en sus sueños. Su amistad develará su sentido mágico cuando, durante el terremoto, él le susurre al oído que se refugie bajo la cama.
El 19 de septiembre de 2017 un sismo de 7.1 sacudió la ciudad, tiró edificios y cobró la vida de más de 370 personas. Después del sacudimiento de la tierra, vino el de las emociones: el miedo a las réplicas, las llamadas telefónicas, las pérdidas humanas y materiales, la transformación de la urbe. También se removieron los recuerdos de ese terremoto histórico que ocurrió justo el mismo día, pero de 1985. Los ahora adultos que nacieron por esas fechas, ya en sus treintas, se enfrentaron al reto de abordar el tema con los niños que los rodeaban, ya fueran sus propios hijos, hijos de amigos, sobrinos, vecinos…
Topo Pecoso, el libro de David Unger y Marcela Calderón, escenifica el momento del terremoto sin subestimar a los niños ni evadir la complejidad de la tragedia. El padre de Milagros llega a su casa y la encuentra dormida debajo de la cama abrazando a su muñeco. Después al salir a las calles, Milagros verá que la Brigada de Rescate Topos ayudan a la gente a salir de entre los escombros. Al notar que su muñeco sonríe, Milagros entiende que son sus hermanas y hermanos con trajes rojos y cascos los encargados de buscar la vida, también ellos son topos pecosos. El libro nos deja con un sentido de esperanza no sólo por los topos y por la comunidad que se solidarizó para rescatar personas sino también por las fuerzas invisibles que nos cuidan, llámese instinto de supervivencia o la vida secreta de los muñecos polvosos y remendados.
El tema de los muñecos que cobran vida aparece en múltiples relatos desde los más antiguos de mandrágoras alabadas por su parecido al cuerpo humano, hadas, gnomos y duendes hasta películas contemporáneas como Toy Story. Seguro hay algo más contemporáneo, pero me estoy haciendo vieja. La etnopsicoanalista Clarissa Pinkola Estés explica en su libro Mujeres que corren con los lobos que en múltiples tribus de diferentes culturas se encuentran testimonios de homúnculos, hombrecillos que simulan la imagen de quien los posee, pero en miniatura. Estos talismanes tienen la función pragmática de guiarlos, pero también se llegan a compenetrar afectivamente con sus dueños. Tan se encuentran en el imaginario colectivo que los vemos por todas partes: expuestos en los museos, figurillas de piedra del paleolítico y el neolítico, figuras de madera que les recordaban a ciertas tribus frente a Panamá su propio poder o hasta los muñecos que adornan algunas iglesias católicas y que son paseados, bañados y vestidos según la fiesta que se celebre. Ni hablar de la antigua tradición animista a la que pertenece el vudú o de Chucky el muñeco asesino.
La muñeca, como una especie de mini-me o mini yo de cada niña, les permite alimentar su instinto. Cuando las peinan, las bañan, les dan comer, según esta perspectiva de Pinkola Estés, no sólo están siendo adoctrinadas para tener hijos y ser amas de casa, sino que están alimentándose, bañándose, viéndose desde fuera y aprendiendo a cuidarse. Si les soy sincera, este enfoque me voló la cabeza, después de los cuestionamientos que hemos escuchado contra las muñecas; yo ya estaba lista para mandar a todas las muñecas a la hoguera. Pero claro que hace toda la diferencia, si eres una niña de cabello y ojos negros, tener una muñeca que se parezca a ti y no a una malévola María Joaquina de ojos azules y cabello rubio.
Pinkola Estés elige el relato de Vasilisa para reivindicar el poder ancestral de las muñecas. Se lo contó su tía Kathé pero dice que ha encontrado registros del mismo arquetipo en antiguos cultos de las diosas-caballo anteriores a los griegos. Vasilisa es una niña a quien su madre justo antes de morir le regala una muñeca. Como suele ocurrir en este tipo de historias, cuando su padre se vuelve a casar, la nueva esposa y las dos hermanastras quieren deshacerse de Vasilisa y la mandan al bosque para que ahí se pierda. Sin embargo, estando rodeada de altos árboles, una completa oscuridad y sonidos desconocidos, su muñeca comienza a hablar para indicarle el camino. La autora aclara que todos los aspectos del cuento son partes de la psique de cada mujer: tanto la niña, como la madrastra, las hermanastras, la bruja del bosque y hasta la propia muñeca son ella misma. Todas ellas, la ayudan a volverse más fuerte, más sabia y a sobrevivir.
Al inicio del cuento de Topo Pecoso, Milagros cuenta que cuando recién llegó a su vida, el muñeco era amarillo y no tenía agujeros. Con el tiempo fue ensuciándose y rompiéndose; su madre se ha encargado de remendar los agujeros: “es una doctora maravillosa”, dice la niña. Podríamos interpretar que Topo Pecoso se ha hecho más sabio con las heridas y la mugre, al igual que Milagros con cada una de las nuevas experiencias que se le han presentado, especialmente las más difíciles. Si bien su madre ayuda a cerrar las heridas, también es ella misma la que aprende a sanar. En el mismo sentido, el padre suele tener las manos manchadas de tinta por su trabajo en la imprenta. Hay una constante del agujero, la mancha, la grieta en la pared del edificio que refieren a la imperfección de la vida con la que hay que aprender a lidiar, pero que también conectan con el mundo y sus fuerzas secretas.
Milagros vive en un edificio agrietado donde se escucha todo lo que hacen los vecinos, incluso sus estornudos. Ella veía una telenovela con su vecina oaxaqueña, Doña Gilberta, cuando ocurrió el terremoto y decidió correr a buscar a Topo Pecoso que se había quedado solo sobre su cama en su departamento.
El libro escala como Matryoshka entre la intimidad de Milagros con su muñeco, la relación con la familia, la vecina, hasta la cubierta final que es la ciudad misma. Al principio la recorremos cuando Milagros habla de las taquerías y de ir a las Chinampas de Xochimilco y luego volvemos a ella siendo rescatada por la Brigada de Topos. La ciudad es reconocida en la belleza de sus espacios turísticos, pero también en sus espacios agrietados y sus momentos de ruina. Si nos pusiéramos cursis o esto fuera un especial de Navidad, diríamos que las Milagros están presentes en cada instante.
Los muñecos encapsulan la vida interior de los niños. Tanto a ellos como a los adultos, estos talismanes, nuestros minimis, nos ayudan a enfrentar las situaciones que nos superan, como las fuerzas impredecibles de la naturaleza o la pérdida de seres queridos. Los muñecos continúan su trabajo psíquico mientras dormimos. Son las personitas que llevamos dentro que van cimentando la fuerza vital del instinto.
Posted: December 16, 2021 at 9:50 am