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Carnavalización de la escritura

Carnavalización de la escritura

Riccardo Pace

Autor:  Elizabeth Corral,

Título: La escritura insumisa. Correspondencias en la obra de Sergio Pitol,

Editorial: El Colegio de San Luis, México, 2013

La victoria absoluta de la armonía sobre el caos. ¡Nada menos! Así describe Sergio Pitol al Templo del Cielo de Bejing en uno de los fragmentos más bellos de El mago de Viena. Poder de las correspondencias: al decirnos que, para él, el edificio es el ejemplo perfecto de la forma artística, el autor sugiere que la estructura de aquel, un conjunto a la vez ligero y poderoso, también es un reflejo de la perfección formal a la que su escritura aspira, o, si se prefiere, otra manera de representar al ideal estético que anima a su escritura.

Esta sugerencia la capta muy bien Elizabeth Corral que, no en balde, ha elegido una espléndida foto del Templo del Cielo (hecha por Giancarlo Liguori) para la portada de su último libro, La escritura insumisa. Correspondencias en la obra de Sergio Pitol, editado por el Colegio de San Luis. De tal manera, la investigadora nos introduce a su estudio impactándonos desde el principio con una explosión visual cargada de enorme poder simbólico, la cual tiene el mérito de hacer evidente que la inquietud principal que anima a la obra es ahondar en los misterios estéticos y formales de la escritura de Pitol. Sin embargo, como a menudo sucede en la narrativa del autor admirado, la foto actúa como un signo de carácter polivalente, que evoca otras posibilidades de significado: he aquí, por ejemplo, que la portada con el Templo del Cielo (en calidad de correspondencia que alude a la visión estética de Pitol), se convierte también en una alusión al método que Corral emplea para llevar a cabo sus reflexiones: un modo híbrido, entre riguroso y asistemático, donde el estudio sobre la producción de Pitol, conducido según un criterio cronológico, se convierte de pronto en el pretexto para una visión sincrónica de las obras que la integran, lograda a través de la puesta en relieve de correspondencias de naturaleza estilística o estética que las acomunan en una especie de contemporaneidad. Para lograr este salto alquímico, Corral hace tesoro de sus repetidas lecturas de los textos del maestro y muestra haber recibido su enseñanza, porque fundamenta sus pesquisas sobre la Forma tanto sobre sus conocimientos teóricos y de lectora, como dejándose llevar por la intuición (una intuición que, al lado de los aludidos saberes, se potencia), un ingrediente que nunca puede faltar cuando intentamos comprender la esencia de lo artístico. Mas, a la luz de todo esto, también es posible añadir algo acerca de lo que el “signo” Templo del Cielo nos sugiere de la obra: no nos encontramos ante el texto de una académica que analiza y describe a su objeto de estudio imponiéndole las férreas leyes de la lógica, sino frente a la lectura de una especialista apasionada (y de una apasionada especializada), poseedora de un agudo espíritu crítico, y, aún más, de la capacidad de establecer una fuerte empatía con la escritura que se dedica a estudiar, hasta el punto de querer aprender, de ella y sobre ella, imitándola (desde luego, en el sentido literario). Y, si lo pensamos bien, no es tan extraño que sea así, porque hay muy pocas personas que, en los últimos años, han estado tan cerca de Sergio Pitol como Bety Corral, la cual se ha convertido, para el maestro, en una aprendiz curiosa, en una cómplice de las más entrañables pasiones, en una compañera de viaje ejemplar (juntos han visitado el mismísimo Templo del Cielo), y, también, en una lectora constante, embrujada y feliz de su obra.

En el primer capítulo, “Variaciones”, se realiza una aproximación a la vida y la obra de Pitol a partir de uno de los eventos más importantes de la existencia del autor: la sesión hipnótica durante la que, tras haber revivido su existencia en un tourbillon de imágenes sin orden ni conexión, él recordó el día de la muerte de su mamá. Pese a su dramatismo, este breve relato representa el momento de la metamorfosis de Sergio Pitol quien, como él mismo varias veces ha afirmado, desde aquel entonces, ha convertido el juego y la risa en sus banderas, haciendo propia una visión estética donde todo, nos dice Corral, aludiendo a Calvino, es levedad. Levedad en el tono del lenguaje, que se hace fársico y lleno de humor; levedad en las estructuras narrativas que, aún haciéndose de una complejidad asombrosa, parecen desaparecer; levedad de los contenidos que, hasta en los momentos de mayor énfasis o tensión del relato están contaminados por la risa; y, a la vez, como bien nos lo muestra Corral, levedad de la respuesta crítica que suscita, la cual, sin perder en rigor y pasión, se acerca al tema con la gracia de una escritura siempre fresca y puntual, y la libertad de un pensamiento que se mueve a sus anchas en el universo de Pitol.

El segundo capítulo, “Años de aprendizaje”, propone una panorámica sobre cómo, desde el principio, cada uno de los relatos de Pitol lleva en sí la semilla de la evolución estética que, tiempo después, conducirá al autor a instalarse en la escritura carnavalizada: los ecos de Borges y Faulkner, la atención a las voces de los otros (que los personajes de esta fase tratan de negar, ocultar), las narraciones ricas en elipsis y omisiones, la ironía, las perspectivas múltiples, los personajes artistas, el cosmopolitismo y, finalmente, las estructuras “milimétricas”.

El tercer apartado está dedicado a “Las dos primeras novelas y un intermedio fastuoso”, es decir, la antología Nocturno de Bujara/Vals de Mefisto. En sus páginas se marca el paso gradual de Pitol al abandonar la tonalidad “azul obscuro” de los primeros relatos y adoptar el “amarillo claro” de su siguiente escritura. Dicha conversión, muestra Corral, se opera gracias a diferentes factores: un intenso diálogo con las artes y una profunda reflexión sobre la creación de la Forma, que se convierten en los ingredientes principales de El tañido de una flauta, una novela donde también comienza a resonar el esperpento; la precisión casi obsesiva en la estructura y la fascinación por una escritura novelesca que se hace en la novela, como en Juegos florales; y, la libertad desmedida de Nocturno de Bujara, “el Fausto de Pitol”, rico en metaficción, formas asimétricas y paradojas, donde el autor muestra haber alcanzado el  “pleno dominio de la técnica”.

En el cuarto capítulo, “Las novelas del carnaval”, trata del tríptico novelesco que dio a conocer a Pitol entre el gran público y que, nos recuerda Corral, “marcó una pauta de lectura” vigente para toda la obra de Pitol, sugiriendo un acercamiento a la misma desde una perspectiva influida por la comicidad popular y los estudios bajtinianos. La polifonía, lo grotesco y el humor se tornan los temas centrales de la reflexión, figurándose como los ejes de las correspondencias que la autora evoca, las cuales atañen a las otras vertientes de la narrativa de Pitol, pero también a otros discursos (sean géneros discursivos, obras literarias u otro tipo de obras), como, por ejemplo, la ironía, la parodia, la farsa, la comedia de enredos, la novela policial, la narrativa de Gogol y, también, el cine de Lubitsch, el teatro y la pintura.

El siguiente apartado, el quinto, está dedicado a la “Trilogía de la memoria”. En él se analiza la etapa de “la escritura en la que el protagonista es Sergio Pitol, un personaje” y “la memoria pasa… a primer plano y reivindica plenamente su calidad de fuente primordial de la imaginación”. Personalmente, es el capítulo que prefiero, porque en sus páginas la autora da repetidos ejemplos de cómo la carnavalización de la escritura de Pitol también contagia al escritor, favoreciendo su conversión en un personaje (casi) novelesco, en una máscara que, por un lado, le rinde un tributo al arte y a los más luminosos valores humanos, y, por el otro, pone en ridículo al poder, a la violencia y a los valores establecidos.

En el último apartado, finalmente, se toca el tema de la inclusión de Pitol en una tradición artística y cultural, profundizando sobre las figuras tutelares que lo han acompañado en su crecimiento como hombre y como escritor. Entre ellas destaca, según confesión del autor, Cervantes, el padre de la novela moderna hecha a base de humor, polifonía y parodia: es él el maestro entre todos los maestros que Pitol ha elegido como propios. Sí, Cervantes, el ejemplo máximo de que, a través del matrimonio con la idea de la libertad, la escritura se convierte en una clave para llegar a la felicidad verdadera.

Con La escritura insumisa Elizabeth Corral da prueba de cómo es posible acercarse a la producción de Pitol razonando en torno a ella y, a la vez, dejándose contagiar por su fascinación: haciéndola propia mediante una escritura que muestra poseer numerosas correspondencias formales con la del Maestro y que, como aquella, se manifiesta como el “testimonio de una insumisión regida por la felicidad”: la felicidad de dedicarse en libertad a la lectura y al acto de escribir; la felicidad de compartir su punto de vista con otros estudiosos y apasionados del autor que tanto admira; la felicidad de participar en el diálogo en torno al mundo y a su espejo más brillante, el arte. Con este texto clave en el panorama de las publicaciones relativas a Pitol, la autora pone a disposición del mundo especializado y de todos los apasionados del gran escritor veracruzano una voz inspiradora y cordial, naturalmente dispuesta al diálogo, que (me atrevo a decir) se convertirá sin duda en un referente imprescindible para nuevas e iluminadoras lecturas.


Posted: August 25, 2014 at 10:12 pm

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