Sergio Pitol, traductor
Elizabeth Corral
Borges inicia “La música de las palabras y la traducción”, una de sus lecciones de Harvard, refi riendo la famosa expresión italiana “Traduttore,traditore”. Para él, esa voz encierra de manera inmejorable una creencia ampliamente arraigada: toda traducción traiciona a sus originales incomparables. “Puesto que este juego de palabras es muy popular, afi rma el argentino, debe ocultar un grano de verdad”. Pero más que esa verdad, lo que le interesa mostrar con ejemplos es el carácter supersticioso del dicho y de otras concepciones asociadas desde siempre con la labor del traductor, cuyo trabajo, dice, sentimos inferior al del creador aunque sea tan bueno como el de éste.
La traducción signifi ca mucho más que el traslado de una lengua a otra: es la actividad en la que la lectura se transforma en escritura. Todo buen traductor sabe que antes de proceder a su labor debe conocer a fondo la obra, desde los cimientos hasta los menores detalles de la arquitectura, y sabe también que en el camino deberá tomar infinidad de decisiones que le permitan concebir un texto que se lea como si hubiera sido escrito originalmente en la lengua de llegada. Deberá saber cuándo una traducción literal lo conducirá a la tosquedad y cuándo será la opción imprescindible para obtener novedad y belleza; tendrá que mantener alerta su sentido de la lengua para aprovechar ciertos giros, ritmos, figuras, relaciones; requerirá el oído del poeta y la soltura del prosista para obtener la musicalidad la plasticidad que emanan del original. Libertad y coacción, esplendor y miseria, júbilo y tormento, la traducción, la verdadera, recorre los caminos sinuosos de la creación. “Nuestra única libertad posible es la invención”, decía Cortázar consciente de que al traducir se inventa para conseguir que nuestra voz restituya la voz ajena.
No puede entenderse la obra creativa de Sergio Pitol sin su labor como traductor. “Traducir me enseñó a construir novelas”, dice el escritor, y agrega que esa actividad fue más aleccionadora que si hubiera seguido cursos especiales o leído obras teóricas sobre estructura novelística: la traducción como escuela y como laboratorio, como guía para la armazón en que descansa la obra y también para los detalles y las pequeñas argucias que logran dar vida a la palabra escrita. En su larguísima trayectoria como traductor, Pitol ha podido recrear en español a sus escritores de cabecera. Dice en El mago de Viena: “Hurgar las entretelas de Los papeles de Aspern, de Henry James, Las puertas del paraíso, de Andrzejewski, El buen soldado, de Ford Madox Ford, El corazón de las tinieblas, de Conrad, Las ciudades del mundo, de Vittorini, Caoba, de Boris Pilniak, entre otras, estimularon la tentación de probar mi suerte en ese género que hasta entonces no había podido escribir”. Son autores con los que comparte concepciones estéticas y existenciales, escritores que, como él, han transformado las formas de narrar sin mostrar sus herramientas, aparentando una sencillez donde en realidad se esconde una enorme complejidad, la soltura de los grandes maestros de la que habla Hockney cuando escribe sobre Picasso. “Llegará un día en el que a los hombres les importen poco los accidentes y las circunstancias de la belleza; les importará la belleza misma”, dice Borges y vaticina tiempos felices en los que la traducción será considerada como algo en sí misma. Para Pitol hace tiempo que llegó ese día. En El viaje, obra del Tríptico de la memoria, incorpora dos fragmentos compuestos en su totalidad por traducciones, una de Pilniak y otra de Nabokov, que entrevera entre las páginas de su diario, como si no se contentara con hablar de los autores sino que asumiera su palabra sin discusión: la tradición cobra cuerpo y la autoría individual se relativiza en el mejor espíritu bajtiniano. Aquí la traducción, la voz ajena, se incorpora orgánica y armónicamente en la escritura de Pitol, se convierte en elemento esencial de la nueva urdimbre textual, con lo que incluso se supera la condición deseada por Borges.
La editorial de la Universidad Veracruzana tuvo la excelente idea de crear una colección que reuniera algunas de las mejores traducciones de Pitol. La vuelta de tuerca de Henry James, Diario de un loco de Lu Sin y El ajuste de cuentas de Tibor Déry son las tres grandes obras editadas con elegancia con que da inicio el diálogo privilegiado del escritor mexicano con artistas de las más distintas épocas y geografías.
Posted: April 11, 2012 at 6:59 pm