Sobre “Estrella de dos puntas”, de Malva Flores
Tanya Huntington
García Márquez escribía para que sus amigos lo quisieran más.
Por su parte, Paz y Fuentes escribían esperando que sus enemigos
los quisieran cada vez menos.
Malva Flores, Estrella de dos puntas
Escribió Shakespeare que los actores son “las crónicas breves y abstractas de nuestro tiempo”. Lo mismo podría decirse, tal vez, sobre las revistas literarias. Entre sus números vemos plasmado lo que era fresco en el momento de su publicación: obras, debates, sucesos. A veces esas novedades están destinadas a volverse canónicas, a veces pasan al olvido.
La primera de estas publicaciones, editada por Pierre Bayle en el siglo XVII, se llamaba Nouvelles de la République des lettres en referencia al movimiento basado en aquella república extraterritorial, poblada por salones literarios, que surgió de la Iluminación francesa. De hecho, la República de las Letras es una frase a la que Malva Flores recurre a menudo a lo largo de las páginas de este libro para definir los parámetros tanto de la amistad entre Octavio Paz y Carlos Fuentes, como de su distanciamiento.
Cada revista literaria elige sus trincheras. Una de las principales aquí en Literal ha sido nuestra intención de promover una mayor conciencia en la Norteamérica angloparlante acerca de la cultura latinoamericana. Flores y yo participamos en el consejo editorial de este espacio, doblemente extraterritorial desde que pasamos a ser exclusivamente digitales —de allí que, de entrada, voy a dispensarme de cualquier pretensión de crítica imparcial que busque avalar o descalificar su libro ante sus lectores prospectivos. Para aquellos que buscan tal sello de garantía, los remito al Premio Mazatlán que fue otorgado a Estrella de dos puntas este año. Por otro lado, me parece que es precisamente esa definición de la crítica como un acto sentencioso —como si el mítico pulgar del emperador en el coliseo, extendido hacia arriba o hacia abajo, determinara la suerte del autor gladiador— la que Flores cuestiona como causante del declive de lo que había sido una gran amistad, una que se derrumbó de manera irremediable (aunque como ella señala, hubo fisuras anteriores) a partir de la publicación en Vuelta en 1988 de “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, una crítica acérrima de Enrique Krauze de un libro titulado Myself with Others que nunca se publicó en español.
En lo personal, prefiero asociar la crítica con su etimología original de criba, es decir, de una selección y clasificación de semillas cosechadas para determinar su utilidad de siembra. Cada libro, igual que cada cosecha de semillas, trae algo de paja y algo de fecundo. El balance de esta Estrella se inclina enérgicamente hacia lo fecundo. La única paja para mí como lectora fueron las menciones reiteradas al conocimiento de los especialistas en el tema —”como todos sabemos”, “como se ha dicho”, etc.— porque creo que el libro de Flores también es de gran utilidad para quienes llegamos tarde al siglo XX de las letras mexicanas.
De hecho, mientras iba leyendo, se me ocurrió que me pasaba algo parecido que con el tema de la guerra en Vietnam. Algunos de mis recuerdos más tempranos tienen que ver con pietaje transmitido por televisión en los noticieros. Mis tíos fueron reclutados por la leva y pelearon allí. Y como cualquier estadounidense de mi generación, fui acompañada por un canon tupido de películas estadounidenses sobre la invasión que perdimos (decían mis tíos que Apocalypse Now era la que mejor reproducía su experiencia del conflicto). Pero no fue hasta que vi The Vietnam War en Netflix hace varios años que entendí una cadena de causas y efectos demasiado reciente como para abarcarse en las clases de historia que cursé. Sabía, por ejemplo, que había monjes budistas que se habían inmolado, pero antes de ver la serie documental de Burns y Lovick, no entendía por qué, o durante qué etapa de la guerra había ocurrido, o qué buscaban señalar con esa forma de protesta tan extrema.
De manera parecida, cuando llegué a México en vísperas del Coloquio de Invierno, rebautizado socarronamente por varios autores de mi generación como el “Coloquio del Infierno”, sabía cosas aisladas. Que habían quemado a Paz en efigie en cierto momento, y que se le criticaba haber figurado en la programación de Televisa. Que tanto Paz como Fuentes habían renunciado a sus puestos diplomáticos, aunque en distintos momentos. Que había muchos que complementaban mentalmente el dato de que Paz hubiera ganado el Premio Nobel “y por ende, no lo va a ganar Fuentes”. Me tocaron en vivo y en directo la fuerte polarización entre Nexos y Vuelta. Aunque ya se había caído el muro de Berlín, se notaba de inmediato la presencia de la Guerra Fría en el hecho de que ser pro- o anti-Castro, pro- o anti-sandinista, marcaba líneas divisorias álgidas dentro del gremio literario. Me acuerdo de leer en periódicos y revistas las posturas de ambos escritores sobre el Tratado de Libre Comercio o el levantamiento zapatista o el término “posmodernismo”. Me acuerdo del padrinazgo de Fuentes al crack, y de la fastuosa fiesta para celebrar los 50 años de la publicación de La región más transparente. Pero era evidente que detrás de cada discordia entre lo que hoy día sería denominado #TeamPaz y #TeamFuentes había muchos antecedentes que, hasta que leí este libro, formaban epicentros dispersos dentro de mi comprensión de la cronología que había dado lugar a esas desavenencias, las cuales se replicaban en el medio como ondas sísmicas.
La manera meticulosa en que Flores ordena todos estos sucesos permite que un tema que podría resultar demasiado vasto cobre coherencia, porque cada affaire sabroso sirve para relatar cada causa y cada efecto dentro de una relación de largo aliento entre dos escritores mexicanos que buscaron y lograron ser titánicos. Si hubiera escrito Flores dos biografías por separado, una de Paz y otra de Fuentes, el resultado no hubiera sido la mitad de enriquecedor. Su doble aproximación a las dos puntas de esta Estrella aprovecha al máximo las confluencias y contrastes entre ambos intelectuales. El resultado es un retrato bastante fidedigno de los grandes debates literarios de sus tiempos, los cuales fueron empapados de política, en la mejor tradición latinoamericana del “escritor comprometido”.
Después de esta lectura gozosa, quedaron unas dudas sueltas en mi mente: ¿y si no se hubiera malogrado ese sueño de cofundar una revista literaria, como quiso Paz durante tantos años? ¿Si él y Fuentes hubieran seguido siendo una especie de dúo dinámico dedicado en conjunto a la crónica breve y abstracta de su tiempo, en lugar de haberse distanciado? ¿Cómo habría cambiado la historia de la literatura mexicana? Quizás nuestra República de las Letras se habría parecido más a la hegemonía política del PRI, lo cual no hubiera sido óptimo. A fin de cuentas, debemos muchos momentos de debate y de pensamiento crítico al hecho de que el poeta y el novelista dejaron de llevarse bien.
Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpiente, A Dozen Sonnets for Different Lovers, and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: April 26, 2021 at 10:25 pm