Sobre la novísima critica al liberalismo
Armando Chaguaceda Noriega
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Moyn elige y aborda caprichosamente en el libro un coro variopinto que incluye figuras poco representativas (Gertrude Himmelfarb) o ajenas (Hannah Arendt) al fenómeno, al tiempo que deforma el pensamiento y postura de figuras señeras como Isaiah Berlin o Lionel Trilling.
Allende su estilo de pugilato elegante, el historiador Samuel Moyn, autor de Liberalism Against Itself: Cold War Intellectuals and the Making of Our Times (Yale University Press, 2023), es un consagrado arquetipo de hombre de ideas para la generación universitaria que llegó a la mayoría de edad bajo las dos presidencias de George W Bush, en particular para una franja de historiadores, politológos y periodistas noveles. [1] Su obra, impresionante por la gama de intereses, volumen de actividad y cantidad de seguidores, se caracteriza por combinar una crítica a la teoría y praxis del liberalismo del último siglo con la vaguedad de su adscripción ideológica.[2] Siendo alguien identificable por las altas metas político intelectuales de una agenda donde coinciden la superación profesional y el compromiso cívico, Moyn es un autor de referencia para quienes descalifican –alegando su escasa ambición, humanismo o calado intelectual– las agendas políticas del establishment. Ello anticipa un notable impacto político cultural a partir de las lecturas y debates en torno a Liberalism Against Itself…
Como han aclarado de modo convincente Joshua L. Cherniss y Jan Werner Müller, más que una secta ideológica con dogmas cerrados e inmutables, el denominado liberalismo de Guerra Fría representó una actitud político-moral y, a la vez, un conjunto de propuestas de política práctica. Desde una sensibilidad basada en el apego a la tolerancia, el pluralismo y la crítica, esos liberales estuvieron comprometidos con la legitimidad del conflicto emanada de –y contenida por– los procedimientos democráticos. De ahí su repudio en casa al macartismo inquisidor así como al militarismo desenfrenado, precario sustituto de la contención paciente en cuanto doctrina de política exterior. Semejante liberalismo se definió por un espíritu de cuestionamiento autocrítico, humildad y oposición vigilante tanto a la complacencia como a la militancia dogmática. Se trataba, en casos como los de I. Berlin y Reinhold Niebuhr, de desplegar un proyecto ético político ligado, desde lo individual, al cultivo de una sensibilidad y temperamento particulares. Una postura que no fomentase la hubris sino el ethos. Una tradición, por cierto, continuada por herederos como Tony Judt[3] y Michel Ignatieff.[4]
Como proyecto político, el liberalismo de Guerra Fría cobijó una constelación de figuras e ideas, articuladas alrededor de varios ejes que se apoyaban mutuamente. Cherniss y Müller, entre otros, lo han explicado en modo claro. Una cosmovisión, filosófica y normativa, desplegada alrededor de los conceptos de pluralismo y antideterminismo. Un conjunto de principios políticos, en especial una defensa (no excluyente) de la libertad negativa y del constitucionalismo liberal. Una apuesta por políticas de provisión social, de claro pedigrí socialdemócrata, capaces de dotar a individuos y comunidades de los mínimos para una vida decente. [5]
Partiendo de esa constatación, encuentro un primer problema en Liberalism Against Itself… en el modo de elegir y tratar a las personalidades e ideas que configuran el objeto de su crítica. Moyn elige y aborda caprichosamente en el libro un coro variopinto que incluye figuras poco representativas (Gertrude Himmelfarb) o ajenas (Hannah Arendt) al fenómeno, al tiempo que deforma el pensamiento y postura de figuras señeras como Isaiah Berlin o Lionel Trilling. El estudio de Moyn sobre los liberales de la Guerra Fría deja de lado a figuras tan emblemáticas como George Kennan, Richard Hofstadter o Arthur Schlesinger Jr.; al tiempo que pone convenientemente el foco en neoliberales de horizonte políticamente neoconservador, como Friedrich Hayek. Su equivalente sería escribir un fresco del pensamiento socialista de entreguerras sentando a León Blum… junto a León Trotski y Buenaventura Durruti.
Su abordaje de una pensadora como Hanna Arendt es, cuando menos, raro. Moyn insiste en que Arendt encarnó un escepticismo típico del liberalismo de Guerra Fría respecto a la descolonización del mundo no blanco; un proceso que define –con entusiasmo un tanto exagerado pero comprensible– como “el evento más emancipador de todos los tiempos”. En su desmontaje arendtiano, el historiador invoca el efímero sionismo de la intelectual, poniendo lupa sobre las aristas nacionalistas y violentas del fenómeno, encarnada luego en la política del estado de Israel. Sin embargo, cualquier lector atento de la obra de Arendt puede apreciar su comprensión del nexo entre imperialismo, colonialismo y racismo anterior al triunfo pleno del proceso de liberación afroasiático y el movimiento por los derechos civiles en EEUU. Además, el entendimiento arendtiano del totalitarismo (1951) precede –y de cierto modo anticipa– a buena parte del trabajo de los liberales de Guerra Fría al respecto. Arendt fue una pensadora política republicana, una demócrata radical que pudo salvar su existencia y desplegar su obra gracias al exilio en una democracia liberal; circunstancia que supo honrar sin afiliarse a la ideología fundante (liberalismo) de esa democracia. Con su insistencia en el poder de la acción humana y la irrupción milagrosa de esta en la Historia, Arendt insistió en la capacidad de cada generación para recomenzar las rutas clausuradas por sus antecesores y por la opresión.
Otro punto polémico de la obra lo constituye la caricaturización del proceso político empírico del liberalismo de Guerra Fría. Lo que presenta como rasgos distintivos del mismo –pesimistas, conservadores, militaristas– queda desmentido cuando el propio autor, de modo puntual, se refiere a los compromisos practico políticos de los liberales que, en sus propias palabras, “estaban construyendo durante la única era igualitaria y redistributiva de su historia”. Los Estados Unidos y Europa Occidental son hoy, pese a todos sus problemas, sociedades más ricas, inclusivas, diversas y democráticas que hace un siglo. Y el mundo, pese a la deriva autocrática, conoce los asediados beneficios de pluralismo político y economía de mercado. Si aquel liberalismo hubiese sido apenas una mascarada del anticomunismo vulgar, ello no sería posible.
El objeto de Liberalism Against Itself… –la cosmovisión filosófico-política del liberalismo de Guerra Fría– es abordado en el libro de un modo selectivo y deformado. Esos liberales combatieron, ideológica y prácticamente, en dos frentes: contra la amenaza del comunismo y contra la reacción de la extrema derecha. El legado de Americans for Democratic Action y la AFL-CIO lo demuestra. Los liberales estadounidenses lucharon por el New Deal de Roosevelt y por la Gran Sociedad de Lyndon Johnson, por la expansión de la democracia liberal y los derechos civiles, con igual denuedo –y temporalidad– que confrontaron los totalitarismos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Su anticomunismo, progresista y liberal, no pertenece a la misma estirpe del macartismo.
Como recuerda el editor y analista político Jonathan Chait[6], cuando Moyn presenta al liberalismo estadounidense enfermo de un temor supuestamente irracional al comunismo, olvida que durante la década de 1930 –y primera mitad de los años 40–, muchos liberales y progresistas se aliaron a los comunistas contra el fascismo. Fue solo tras conocer las purgas de Stalin, el pacto Ribbentrop-Molotov y la ocupación de Europa del Este, así como de comprobar la subordinación y el dogmatismo moscovitas impregnados en el propio partido comunista de EE.UU., cuando la decepción de una mayoría de los liberales se convirtió en alejamiento y, a la postre, confrontación.
Las tesis del libro se refuerzan en una entrevista reciente del autor[7] realizada por su ex alumno Daniel Steinmetz-Jenkins, a cuya perspectiva hipercrítica –e históricamente inexacta– del liberalismo realmente existente hemos dedicado antes dos comentarios.[8] En ella es imposible no coincidir con Moyn en que el liberalismo, aunque definido por la preocupación central por la libertad, no puede entenderse de modo unívoco y definitorio. La pluralidad intrínsecamente constitutiva del fenómeno liberal, en sus variantes conservadoras y progresistas, es notoria. Varios textos de reciente aparición lo ratifican, tanto en el plano teórico como empírico, dentro y fuera de las fronteras norteamericanas. [9]
Por ello es falaz presentar coincidencias temporales o políticas como prueba de causalidad y afinidad. El abordaje del nexo entre liberalismo, neoliberalismo y neoconservadurismo es un ejemplo de semejante tratamiento por parte de Moyn: “el liberalismo de Guerra Fría y el neoconservadurismo no eran lo mismo, pero uno podría llevar al otro”. En esa línea, ¿es riguroso establecer una conexión o continuidad entre las agendas de los socialistas y comunistas a partir de sus coincidencias en temas como la propiedad estatal y las políticas redistributivas? Asimismo, cuando el autor indica que los “liberales de Guerra Fría eran libertarios en casa y escépticos sobre otras formas de autoemancipación popular a escala global”, ¿no estará dibujando con trazo grueso una historia que, tanto en los centros de poder como en las periferias, tuvo desarrollos mucho más complejos? La experiencia democrática de la India, proyectos como la Alianza para el Progreso y el apoyo a la descolonización de naciones africanas y árabes, no pueden ser comprendidos sin el rol jugado por ideas y personalidades identificadas con el liberalismo de Guerra Fría.
Coincido con el autor de Liberalism Against Itself… en que resulta deseable recuperar el liberalismo como política de esperanza y filosofía de la emancipación. Ninguna corriente sociopolítica tuvo, tiene ni tendrá cabal y permanente respuesta a los graves problemas de la humanidad. Las invocaciones simplistas al léxico de la Guerra Fría no bastan para explicar y responder a los complejos desafíos globales –ambientales, sociales, culturales– del presente –especialmente notorio en eso que algunos llaman el Sur Global. Pero nada de ello debería llevarnos a ignorar que lo que para Moyn parece constituir un pasado superable –la idea y praxis de una imperfecta democracia liberal, capaz de funcionar y defenderse de sus enemigos internos y foráneos– constituye una noble aspiración para millones de personas de este mundo. Para tal fin, en vez de boxear retóricamente con sombras deformes, siempre es sano recordar la alerta aroniana sobre lo preferible y lo detestable que asoman, cada amanecer, sobre nuestro horizonte político.
NOTAS
[1] https://www.chronicle.com/article/the-disillusionment-of-samuel-moyn/
[2] Moyn se ha definido a sí mismo como socialdemócrata y simpatizante de Bernie Sanders. Sin embargo, dentro del panorama político estadounidense, sería la senadora y candidata Elizabeth Warren quien encarna mejor un programa socialdemócrata; ubicándose Sanders a medio camino entre aquel y un populismo de izquierda.
[3] Ver Algo va mal (Taurus, 2010) y Cuando los hechos cambian (Taurus, 2015)
[4] Ver On Consolation: Finding Solace in Dark Times, Metropolitan Books, 2021
[5] Ver Jan-Werner Müller (Edit) Isaiah Berlin’s Cold War Liberalism, Palgrave Macmillan, 2019 y Joshua L. Cherniss, Liberalism in Dark Times. The Liberal Ethos in the Twentieth Century, Princeton University Press, 2021. Si bien Moyn refiere en varios momentos -incluso con especial deferencia- al trabajo de Müller, las citas a la obra de Cherniss son menores. Algo curioso, pues este ultimo enfatiza la existencia, en el liberalismo de Guerra Fría, de una dimensión axiológica, progresista y reformista que Moyn parece desconocer.
[6]https://nymag.com/intelligencer/2023/09/samuel-moyn-liberalism-against-itself-critical-review.html
[7] https://www.thenation.com/article/culture/samuel-moyn-liberalism-interview/
[8] Ver los textos escritos junto a Ysrrael Camero para Dialogo Político: “Discutir el liberalismo: comentarios a una crítica” (Diálogo Político, 15 Junio 2021) y “La izquierda democrática y la tradición liberal: actuando en el mundo «tal y como es»” (Diálogo Politíco, 9 Junio 2021).
[9] Ver, como botón de muestra, los abordajes de las divergencias teóricas y prácticas entre liberalismo social y neoliberalismo presentes en Michael Freeden, Liberalismo. Una introducción, Pagina Indómita, Barcelona, 2019; José María Lasalle, El liberalismo herido. Reivindicación de la libertad frente a la nostalgia del autoritarismo, Arpa, Barcelona, 2021 y Francisco Valdés-Ugalde. Ensayo para después del naufragio. Democracia, derechos y estado en tiempos de la ira, Debate, Penguin Random House, CDMX, 2023.
Armando Chaguaceda Noriega. Politólogo e historiador cubano-mexicano especializado en el estudio de los procesos de autocratizacion en Latinoamérica y Rusia. Colaborador experto del Varieties of Democracy Institute (V-Dem ) y de Freedom House. Twitter: @DMando21
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Posted: October 1, 2023 at 9:21 pm