Essay
El centenario de Roland Barthes

El centenario de Roland Barthes

Adolfo Castañón

Traslación de Barthes. La canción del otro Rolando

Roland Barthes (1915-1980) llevó el nombre del paladín que combatió en Francia contra los árabes y cuya gesta heroica transmite la “Chanson de Roland”. La canción de este Rolando es sin embargo muy distinta: no la inspiró la música de la acción guerrera y de la defensa del solar patrio sino la armonía de las ideas… Con esto quisiera decir que, aunque desde luego Barthes es un hombre de su siglo, político perfilado por las circunstancias que lo atraviesan y que él sabe traducir y organizar en su obra, probablemente hubiese destacado en otros siglos su luminosa inteligencia por su vocación, de un lado decididamente literaria y crítica, y, del otro, filosófica y versátil, reflexiva, múltiple. Contemporáneo de los escritores del nouveau roman, Barthes opone al anuncio alarmado del Alain Robbe-Grillet de que “la novela ha muerto”, el pregón de que el ensayo vive y revive en una cultura ávida de puentes, conexiones, sintaxis. La obra proteica de Barthes es admirable, fecunda varios terrenos, poliniza diversos campos, atraviesa y fertiliza los saberes del siglo que lo atraviesan a él y, en cada uno, sabe sembrar las semillas de su reflexión afilada e impecable. Su obra múltiple y a la par armónica, su itinerario inconfundible en el seno de su devenir nómada culmina en ese centro de gravedad que es la “semiología” (una disciplina que, si bien él no inventa, contribuye a sistematizar y difundir). Roland Barthes se hace, se fragua al socaire del oficio y de la operación de leer, al calor de la crítica literaria, periodística y teatral, textual y aun política a la que da nueva vida con su integridad sensitiva y perceptiva. Publica una reunión no tan miscelánea de Ensayos críticos y, luego, de Nuevos ensayos críticos, cuyos comunes denominadores son la precisión, la pasión por la verdad y por la vivacidad intelectual. En esas reuniones están presentes los temas y motivos que alimentan la imaginación de su época y que luego seguirán inspirando su propia creación intelectual. Una invitación para el lector sería comparar los dichos del primer Barthes con los enunciados del Roland maduro para ver hasta qué punto ese sí es fiel a sí mismo (Roland Barthes por Roland Barthes, Paidós, 2004), para frasear el titulo de su autorretrato y semblanza. Sigue siempre al pie de la letra las lecciones exigentes de la crítica literaria que, desvelada por ir más allá de Sainte-Beuve sin perderlo, desvelada por limpiar la bañera sin arrojar al niño que le da sentido, busca hacer historia dentro de la historia crítica desde la crítica: así Sobre Racine, así S/Z, según Balzac, así Barthes o Michelet desdoblados en su espejo, para renovar los métodos y procedimientos de la interpretación desde sus instrumentos mismos. Véase, por ejemplo, cómo en su biografía del historiador Jules Michelet (Michelet, FCE, 1988) sabe estallar e innovar el aparentemente anodino género de la cronología —ningún género es anodino, diría Barthes— para elevarlo al cubo de la imaginación ensayística. En otra vertiente, en una serie de instantáneas donde la crónica de hechos se desdobla en la anacrónica de sus fábulas y de sus fantasmas, titulada Mythologies, Barthes, de un lado, acuña un género —la “mitología”— y, del otro, socializa la etopeya y el “carácter”, a la manera de La Bruyére, para fecundar el ensayo y la crónica: así, esas glosas escritas al margen de los cuadernos del tiempo lo hermanan con Friedrich Nietzsche y con Walter Benjamin, con José Ortega y Gasset y con Eugenio D’ors, con José Moreno Villa, Alfonso Reyes y Emilio Cecchi. Si con el libro Sobre Racine Barthes entraba en diálogo y tácita polémica con Lucien Goldman y Paul Bénichou, y en explícito con Robert Ricard, y con S/Z leía el revés del tapiz de G. Luckács sobre Balzac, en El sistema de la moda, Barthes irá más allá de Georg Simmel y de los formalistas rusos para consolidar los cimientos de la semiología al buscar establecer un sistema de signos de la sociedad y de lo social a partir de los indumentos, ropajes, guardarropas, accesorios y hábitos con que se cubre y encubre un cuerpo social… Estamos ya en plena semiología y en las fronteras que colindan con la etnología, la etnografía, la economía, el derecho, el psicoanálisis y la antropología. Roland Barthes supo atravesar la marea del estructuralismo y sacar de su raz y reflujo lecciones formales y perdurables para renovar la crítica literaria y las ciencias sociales.

Uno de los rasgos admirables de esta obra que se abre a la fotografía y al erotismo, al teatro y al deporte, a la publicidad y a la cultura japonesa —él tan francés aunque ¿no son un poco franceses los japoneses, aquellos civilizados isleños asiáticos?—, a la música y a la pintura, a la novela de las ideas y a las ideas de la novela, a la experiencia estética en prácticamente todas sus formas —es que cualquiera que se adentre en ella por cualquiera de sus numerosas entradas, advertirá de inmediato el entusiasmo intelectual con el que está hecha esa obra en cada uno de sus textos, en cada tramo de su fragmentaria escritura, la novela ha muerto, el ensayo vive a través de su muerte—, tendrá la percepción de que se trata de una obra y de una escritura que tiene la rara cualidad de saberse en proceso: una suerte de hormigueo sintáctico y relacional, de imperceptible temblor heraldo de correspondencias subyacentes a la multitud de temas que trata. Esta crítica inquietud inteligente asocia el proyecto de Barthes a las órbitas de Susan Sontag, en lengua inglesa, y a las de Octavio Paz y Carlos Monsiváis en México. Es probable que esta percepción del conjunto de la obra de Roland Barthes se me hubiese hurtado si no hubiese sido llamado a traducir su Diario de duelo para Siglo XXI Editores. Barthes, como se sabe, llevó en estos apuntes el registro de la enfermedad y muerte de la autora de sus días con quien convivió hasta su desaparición. Diario de duelo es a la par un documento doliente y agónico y un monumento mental y sentimental que fue dejando el autor en una serie de hojas y papeletas sueltas que fueron recogidas piadosamente por su amigo, discípulo y compañero Eric Marty. Las hojas de ese Diario de duelo tienen la virtud de hacer sentir al lector hasta qué punto Roland Barthes era capaz de sentir al otro y de poner en relación ese afecto con el mundo de la historia y de las ideas. Roland Barthes dice en El placer del texto que el deseo de un escritor es en última instancia el deseo de ser amado: la cantidad de artículos y libros escritos sobre él, empezando por la amplia biografía de Tiphaine Samoyault (2015), la novela de las ideas y a las ideas de la novela, coloquios, encuentros, publicaciones de todo tipo, hacen ver hasta qué punto Roland Barthes es amado y necesitado por las letras, las artes, la crítica de arte, la semiología y la sociología. Cierto, el amor no es una cifra intelectual, es, en cambio, un signo de comunidad. De ahí que agradezcamos a la obra de Roland Barthes que nos devuelva esa comunidad.

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De El grado cero de la escritura al discurso y las lecciones en torno a los neutros dictadas en El Collège de France, se da en la obra de Barthes una interrogación que merodea el vacío, el silencio, la ausencia. No en vano en las citadas lecciones la escritura y el pensamiento de Maurice Blanchot están, se diría, obsesivamente presentes, junto con el pensamiento taoísta y las obras del místico renano Jakob Böhme. De otro lado, cabría decir que la oposición que aparece en Barthes entre escritor y escriba, entre creador y amanuense, se va a organizar y cobrar cuerpo en la obra del mismo autor, quien es tan pronto un creador y hasta un virtuoso y a la par un artesano discreto capaz de aplicar los métodos que él mismo se propone. Pero Barthes siempre parecerá como un ser aparte —igual que Blanchot—, un irreductible o, para emplear la voz de George Steiner, un “extraterritorial”, pues no resulta asimilable ni por los poetas y narradores ni por los pensadores y filósofos. Recuérdese cómo Claude Levi- Strauss se negó a ser el asesor de tesis de El sistema de la moda, según da noticia en su biografía Tiphaine Samoyault. Este buscar del vacío, del grado cero de la escritura alinea a Barthes en la órbita de un Marcel Duchamp que hacen de la obra de arte una exaltación del juego y, en última instancia, del vacío.

La distinción entre escritor y escriba es una de los legados de esta peculiar inteligencia en quien la sociología, la etnología, la antropología, la filosofía, el psicoanálisis y el sentido común se amalgamaron en una sintaxis inconfundible que fue la de Roland Barthes. Barthes es un revisionista de la historia literaria, un lector que sabe que es preciso releer, un reformador capaz de fundar a fuerza de ir a los cimientos, revisa y polemiza con los lugares comunes y los saberes heredados sobre autores y obras para devolverles una presencia e intensidad perdidas, pero por eso mismo afirma la actualidad de la crítica y del crítico, de la posibilidad misma de la crítica. Barthes se refiere con cierta constancia a la técnica de los escritores, pero, ¿sería posible hablar de una técnica de Roland Barthes? Una parte de esa técnica cabría ser descrita como una fenomenología sui generis que apunta a la descripción de aquello que pasas ante o por el ojo de la mente: sea un poema, la representación de una obra de teatro, o aun un género periodístico como el elusivo “fait divers” del cual no solamente elabora una teoría sino que, a partir de ahí, procesará un proyecto como el de su libro Mythologies. A esa descripción, lo más limpia y desnuda que pueda ser en un principio, Barthes la va preñando de asociaciones, galvanizando con coordenadas críticas, observaciones históricas que la asedian y ajustan hasta hacerla rendir su sentido, hasta hacerla armar un sistema de signos, un juego capaz de imantar el texto mismo y sus sombras. Sobra decir que a la descripción misma Barthes la va a combinar, a cocinar con los análisis retóricos pertinentes, con el repaso de las figuras de dicción y con un arte de la comparación entre épocas y momentos. Estos movimientos confieren a sus textos una actualidad que va más allá de lo circunstancial. Barthes es legible más allá de las circunstancias en que se originan sus textos y, en cierto modo, más allá de ellos.

Muchos de los textos de Barthes están hechos de fragmentos, en sus obras, el fragmento es un procedimiento sustantivo de la articulación discursiva que le permite al autor saltar de un tema a otro y volver a él, como en una partitura musical —no se debe olvidar que una de las aficiones del escritor era precisamente la música, hacer y tocar música él mismo—. Ese arte del salto lo debe haber aprendido Barthes de los moralistas franceses —de La Bruyère y La Rochefoucauld—, de Novalis, de Nietzsche y, más próximo a él, de Maurice Blanchot. Blanchot es, por cierto, uno de los interlocutores secretos que permitirían al lector reconstruir el lugar de la enunciación desde el cual se articulan muchos de los discursos de Barthes. Cabe comparar en ese sentido los ensayos de Maurice Blanchot y de Roland Barthes sobre Franz Kafka para ver hasta qué punto el autor de El grado cero de la escritura dialoga con el autor de El espacio literario.

La felicidad de las fórmulas de Barthes se debe en buena medida a la conjunción y extrapolación hacia la crítica literaria de los saberes de la lingüística provenientes de Saussure y de la etnología de Mauss, combinados con un sólido saber filosófico y, en particular, marxista. Esta felicidad viene también de un sentido agudo de la responsabilidad del crítico ante la obra. Acaso podría decirse que la obra crítica de Barthes se da como una interrogación desde adentro a la pregunta “¿Qué es la literatura?” que Sartre —un anti-modelo de Barthes— se formulaba desde afuera. Esa felicidad del enunciado tiene que ver también con la alegría. Barthes es un escritor feliz porque practica el arte de una ciencia jovial, de una gaya ciencia fundada en la observación y depuración del lenguaje y de las obras.

• Palabras leídas en la Casa de Francia el pasado 3 de noviembre en un homenaje a Roland Barthes por los cien años de su natalicio: “100 años en busca del deseo de lo neutro”. Participaron en dicho homenaje, además del autor de este texto, Liliana Weinberg, Raúl Dorra y Alberto Paredes.

Pequeña guía de lectura:

Barthes, Roland, Essais critiques, París, Éditions du Seuil, col. Tel Quel, 1964.

—, Crítica y verdad, traducción de José Bianco, 1ª ed. 1966, México, Siglo XXI, 1972.

—, Sobre Racine, traducción de Jaime Moreno Villareal, México, Siglo XXI, 1992.

—, El grano de la voz, traducción de Nora Pasternak, México, Siglo XXI, 1985.

—, Michelet, México, Fondo de Cultura Económica, 1988.

—, Le Neutre. Cours au Collège de France (1977-1978), Paris, Éditions du Seuil, col. Traces Écrites, 2002.

—, Cómo vivir juntos. Simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos, prólogo de Alan Pauls, traducción de Patricia Wilson, México, Siglo XXI, 2003.

—, Lo neutro, México, Siglo XXI, 2004.

—, La preparación de la novela, México, Siglo XXI, 2005.

—, El placer del texto y Lección inaugural de la cátedra de semiología literaria del Collège de France, traducción de Nicolás Rosa y Oscar Terán, México, Siglo XXI, 2007.

—, Del deporte y los hombres, traducción de Núria Petit Fontseré, 1ª ed. 2004, Madrid, Paidós, 2008.

—, Diario de duelo, traducción de Adolfo Castañón, México, Siglo XXI, 2009.

—, Mitologías, traducción de Héctor Schmucler, México, Siglo XXI, 2010.

—, El grado cero de la escritura. Nuevos ensayos críticos, México, Siglo XXI, 2011.

—, Fragmentos de un discurso amoroso, traducción de Eduardo Molina, México, Siglo XXI, 2011.

—, S/Z, traducción de Nicolás Rosa, edición revisada y corregida, México, Siglo XXI, 2011.

Samoyault, Tiphaine, Roland Barthes, París, Seuil, 2015.

Domínguez Michael, Christopher, “Escribiente, homo academicus, escritor” [sobre Roland Barthes de Tiphaine Samoyault], Letras Libres, noviembre 2015, año XVII, pp. 64-67.

Adolfo-Castau00F1u00F3n-640x300Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (Poemas, apuntes, ensayos) (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México.  Su twitter es @avecesprosa


Posted: November 12, 2015 at 2:20 am

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