Sobrevuelo por Rafael Cadenas, Premio Cervantes 2022
Gisela Kozak
Vida,
conviértenos,
disuélvenos en un nuevo estilo
haz de nuestra respiración el
fuelle absoluto.
(Rafael Cadenas)
La poesía es hoy un culto secular universal, un modo de entregarse a la oración, al regocijo íntimo alejado de los grandes públicos y del éxito editorial. Los poetas son los guardianes de una tradición que abandonó la música para volverse ella misma música, y convirtió la reverencia a la palabra en una forma de permanencia que centellea débil, pero persistente, en el universo de signos que constituye nuestra primera y verdadera naturaleza.
Lleguemos a un acuerdo, poema.
Ya no te forzaré a decir lo que no quieres
ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.
Hemos forcejeado mucho.
¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen
Cuando sabes cosas que no sospecho?
Líbrate ya de mí.
Huye sin mirar atrás.
Cuando hablo de reverencia me refiero precisamente al respeto que un gran artífice literario le rinde a la palabra, expresado limpiamente en el texto antes citado, “Las Paces” (Desde Boston, 2000), del Premio Cervantes 2022 Rafael Cadenas (Venezuela, 1930). Al escoger a un poeta, el galardón se muestra a contracorriente de las prioridades sociales y culturales del presente, a diferencia de lo ocurrido con exponentes del género en el pasado. Cuando Pablo Neruda ganó el Nobel yo era apenas una niña, sin embargo mi madre, quien no llegó a bachiller, conocía algunos de sus poemas y me obsequió sus memorias, Confieso que he vivido, años después. La obra de Cadenas se ha fraguado entonces a despecho del vendaval audiovisual y digital; la poesía sigue entre la gente con la canción popular, pero en gran parte de los casos esta no se muestra sensible a la plasticidad y recursos del castellano. El laureado es un exponente máximo de este idioma al explorar a fondo sus virtualidades, desde una poética cada vez más depurada, tal cual murmura “Idioma” (Sobre abierto, 2012): Rehúyes el énfasis, / bajas la voz, / te acercas.
Cadena no es simplemente un esteta; sabe que el lenguaje constituye el magma de la condición humana, a contracorriente de concepciones que se suponen anti elites por privilegiar su uso comunicativo desligado de la estética, la educación y la ética. Ha sido testigo de una revolución como la bolivariana, creadora de una neolengua, instrumento descarado de la ideología y la propaganda, que confirma sus temores sobre el empobrecimiento colectivo e individual que supone la manipulación de la lengua. La constante preocupación por este tema supone una ética limpia del interés puramente contingente de los conflictos políticos. Cito En torno al lenguaje (1984):
La situación de deterioro que he descrito de manera muy sucinta tiene graves consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad y especialmente la que pertenece a su ámbito lingüístico; lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo toma inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje; lo transforma fácilmente en hombre masa, ya que una conciencia del lenguaje es una de las mejores defensas frente a las fuerzas que presionan contra la individualidad. ¿Para qué seguir enumerando limitaciones? Sería nunca acabar. Ya se sabe que la lengua es como el armazón de toda la cultura.
Hablar y pensar son funciones que se vinculan de modo indisoluble; no puede existir la una sin la otra. Además el lenguaje no sólo le da su rasgo más característico al hombre: también lo configura.
La preocupación por el hombre-masa, clave en los debates filosóficos y estéticos del siglo XX, marcó al poeta barquisimetano, tanto en sus lecturas y traducciones como en su labor docente, por no hablar de su interés en visiones propias de poetas místicos (Apuntes sobre San Juan de la Cruz, 1995) y en perspectivas no occidentales de la vida humana y de la poesía (En torno a Basho y otros asuntos, 2016). Sus poemarios Una isla (escrito en los años 50 y publicado en 1977), Cuadernos del destierro (1960) y Falsas maniobras (1966) son testigos de su inquietud en este sentido. Se trata, sin duda, de uno de los hilos conductores de la obra poética y ensayística del profesor jubilado de literatura inglesa y española de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela: el cuestionamiento a la modernidad con las armas críticas que ella misma prohijó. Tales armas condujeron a Cadenas a reflexionar sobre las formas poéticas que marcaron la poesía en lengua castellana hasta inicios del siglo XX, a vivir poéticamente los intercambios con los poetas contemporáneos, y a buscar un sentido radical de la existencia ante la pérdida de las certezas del pasado. En el ensayo Anotaciones (1983) afirma:
El poeta moderno habla desde la inseguridad. No tiene más asidero que la vida. Seguramente una voz queda le dice en los adentros: La época de las causas terminó. Ya no puedes aferrarte a religiones, ideologías, movimientos, ni siquiera literarios. Se acabaron las banderas. Pero este desengaño lo libera para luchar en otra clave por lo que religiones, ideologías, movimientos dicen defender: lo religioso, lo humano, lo valedero.
Tal vez el cuerpo vulnerable, expuesto siempre al devenir en el mundo, sea otro de los hilos conductores de la poesía de Cadenas. El cuerpo nos hace ante los otros, habla por (nos)otros, sostenido por el hálito frágil que en cualquier momento cesa, pero que se convierte en esplendor desde la fuerza del erotismo, esa intensidad que nos cruza y por la cual se interroga el poemario Amante (1983) o el memorable “He resuelto mis vínculos”, perteneciente a Cuadernos del destierro:
He resuelto mis vínculos
Ya soy uno.
Porque esta que ahora comienza es la temporada magnífica de la claridad donde sólo existe el haz indivisible de la amorosa conjunción. Ahora mi corazón silbante, clarividente, y numeroso riega sus sentencias prenatales, sus aromas yodados, sus impaciencias pueriles, sus rumores de moscardón, sus tinieblas fieles en la crueldad de estos parajes poblados por oscuros habitadores que suelen entregarse con frenesí a los desapacibles dioses de la espuma.
No obstante, me irrita el tardío lienzo de los alcatraces porque no puedo descifrar su idioma. En cambio, me place el jardín donde habitan en espejos incomunicables los que han sido desterrados del amor.
Fatídico, doble, sensual, echadas ya las cuentas para mis logros futuros, me han desposado con un nuevo esplendor.
El cuerpo es también dolor puro, portador del horror y el desamparo extremo. Dice “El monstruo” (Falsas maniobras):
El hombre sin piel se levanta tarde, evita los comunes tropiezos, rehúye toda relación.
Cualquier rozamiento, que en nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar en un desarreglo prolongado. No es un hombre de una pieza sino una máquina al desnudo con todos sus engranajes, mecanismos, trucos descubiertos.
El cuerpo es epicentro y confluencia, contingente en medio de la solo aparente eternidad del cosmos, pero en su contingencia la nervadura de la historia conecta la aventura interior con la experiencia común, entre las cuales resalta de manera desgarradora el exilio. Un poema, escrito hace más de sesenta años y perteneciente al ya mencionado volumen Una isla, cifra la tragedia histórica compartida de los millones y millones que hemos tenido que salir de nuestros países por culpa de las revoluciones, guerras y dictaduras contemporáneas. No hay mejor manera de terminar este sobrevuelo sobre la obra de mi inmenso connacional que citar esta invocación del coraje y la esperanza, escrita a consciencia plena de la desventura con el esplendor de unas palabras de oro y de viento:
“Despedida”
Nuestras inscripciones fueron barridas,
nuestros lugares devorados por la arena,
nuestras fiestas convertidas en fogatas
que avientan su ilusorio mediodía.
Contemplamos la devastación.
Todas las creaciones de nuestros ojos
se hunden.
Respiramos
separación. El cisma
es nuestro
refugio.
No hay luz que nos enlace
pero una vez
corrió el licor abandonado,
desconocidas fuerzas de unión
manaron para marcar a fuego
toda la vida.
Ahora
quiero sentir sobre mí la alianza
que anonadó nuestros rostros.
Devuélveme el fulgor
y los ojos que le pertenecen.
El vino se ha eclipsado.
Los días de los amantes también pasan.
Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.
Costa que se aleja,
puedes
darme el poder
de vivir en otra parte.
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: November 23, 2022 at 10:08 pm