Sombra púrpura, agua feroz
Giovanna Rivero
Es un librazo. No solo por su tremenda extensión (650 páginas), sino porque esta saga de matriarcados y sororidades traza una línea larga y reverberante capaz de dibujar otra historia, una que, minúscula a minúscula se opone a la teleología de siempre, a la Historia oficializada, rebosante de épica y testosterona. Me refiero a La sombra púrpura del cielo roto (2025), del escritor puertorriqueño Antonio Sajid. Esta novela, que integra el interesante catálogo de editorial Gnomo, acaba de irrumpir en nuestro complejo horizonte para seducirnos como solo el hilo de una Ariadna boricua podría hacerlo. Solo que, en el lugar del melancólico Minotauro, al centro de ese fantástico laberinto caribeño, hay una bestia que sabe hacer de su dolor una fiesta.
La novela arranca con el Festival de Música Pop, “Mar y Sol”, que se llevó a cabo en Manatí el año 1972, cuando la resaca del Woodstock todavía se sentía en los músculos jóvenes. A partir de ahí, el deseo, la pulsión sexual, el amor y también la supervivencia a la escasez económica y al machismo endémico son abordados desde las vidas de los personajes con una voz omnisciente que no deja de asumir registros irónicos, por momentos cómplices, pese a no estar encarnada en un personaje testigo en específico. Y así, entre salsa y rocanrol, tal vez sea la voz de la propia isla la que habla, acostumbrada a que sus hijos e hijas enjuaguen en las aguas del mar Caribe sus más pudorosos secretos. De todas maneras, esa voz cede el micrófono más de una vez a un “yo” íntimo y confesional, así como a un “tú” capaz de maternar a las criaturas que desde muy temprano aprendieron a fundirse con las paredes para que el mundo no viera su fragilidad, su bifurcación, la herida fundacional. De hecho, esta interrogante, “Pero ¿qué estaban haciendo?”, excede el vicio del chisme de barrio para instalarse como una pregunta histórica, una inquietud enorme que Antonio Sajid se da a la tarea de responder desde distintas premisas, en una extraordinaria retrospectiva de lo que ha sido crecer en Puerto Rico a lo largo del siglo XX y ya una buena parte del XXI como persona homosexual, como lesbiana, como sujeto deseante más allá y más acá de la heteronormatividad. Así, “Pero ¿qué estaban haciendo?” se convierte en toda una heurística para indagar en los modos en que se va gestando una subversión, como en este fragmento:
—Pero ¿qué estaban haciendo?
—Bien pegaditas, en un banquito en el patio, detrás de las barracas en donde ahora tienen los salones de educación física —declaró con cizaña.
—Ay, Magui, por Dios. A lo mejor estaban chismeando.
—No, nena, no. Una cosa es acercarse una pa chismear, como estamos nosotras aquí ahora. Otra diferente es estar de manitas sudadas, hablándole al oído a la otra.
—Qué barbaridad —exclamó Helen.
Te fuiste recostando en el suelo con lentitud, tan pegada a la pared que te imaginabas formar parte de un tapizado multicolor, adherido al cemento agrietado. Apoyaste tu cabeza sobre el piso, mirando hacia arriba, lo mejor que pudiste, extendiendo tus brazos con sigilo para abrir el pecho. Eras una trapecista versátil, jugando entre la vida y la muerte a vivir sin descubrirse. Tus labios se pusieron morados.
Con gran talento y experiencia en la dramaturgia, la capacidad de Antonio Sajid de montar escenas desde la prosa literaria es sorprendente. Es probable que esa vocación teatral y ‘teatrera’ tan inmanente del Kitsch (hecho de semblante, de antifaz, de copia y minuciosa impostura) haya encontrado en el ethos cultural caribeño las condiciones (anímicas, espirituales) perfectas para su manifestación más plena. Y es que, como si la isla fuera un gran stage, los sujetos que defienden su goce en los márgenes de la norma, de la ley policial y de los mandatos familiares y religiosos, instalan sobre esas tablas tropicales el guion más auténtico de sus existencias. Pareciera, pues, que los personajes de La sombra púrpura del cielo roto supieran desde un principio que la verdad se presenta de forma más verdadera cuando encuentra su máscara cabal, cuando asume y encarna la deseada e impugnada otredad en y debajo de la propia piel. Para decirlo un poco en clave de Alain Badiou: a través de ese rostro exagerado es que se domina la distancia con lo real (acaso el Minotauro carnavalesco) y se propone otra manera de imaginar la isla. Así, en fragmentos como el que sigue, brillan el happening callejero, la picaresca boricua, la lucha económica –que pasa siempre por la conciencia de clase– y la burla liberadora:
—¡Infarto! ¡Me muero, me muero! ¡Infarto! —gritaba doña Martita Rivera, con una mano en el pecho y la otra en la cabeza.
La performance contaba con efectos especiales: Juanita, otra de las coordinadoras del sistema de multas eclipsables, venía corriendo con una jarra de agua para echársela por la cabeza y apagar el apoteósico fuego arterial. A Mari Carmen, la joven treintañera del grupo, le tocaba detenerla en el piso y colocarle un bulto o cartera debajo de la cabeza para que no se hiriera la nuca mientras ejecutaba su coreografía de ondas electromagnéticas. (…) Jimmy estaba fascinado. Este estado paralelo en el que estas señoras operaban su empresa le parecía muy superior a lo que él jamás hubiera atestiguado en sus andadas en la calle.
En esta genealogía de mujeres dueñas de un deseo indómito, una libido desembarazada de la cultura y que se instituye como fuerza política y como camino de trascendencia, el teatro –ya lo he dicho– tiene un rol central en tanto ensayo de una vida posible. Sin embargo, en esa dinámica ensayo-y-error del ‘fake it till you make it’ es necesario ‘matar’ a la madre. Si el freudianismo nos enseñó que la salud psíquica se erigía sobre el sacrificio del padre, en esta fascinante novela es importante ritualizar el fantasma materno, pues su presencia, su crianza y sus mandatos no son otra cosa que el rostro suavizado del amo, la careta del ventrílocuo –no así la preciosa máscara– por la que la voz del padre todavía sigue haciéndose escuchar. De ahí que este novelón (homenaje tal vez al culebrón televisivo en el que nada es lo que parece) me haga pensar en la reflexión que Consuelo Martínez-Reyes*, citando a Luce Irigaray, hace en torno a la lírica de la poeta puertorriqueña Nemir Matos-Cintrón: “la lengua es “erróneamente llamada materna” ya que ha sido producida bajo el orden patriarcal”(104). Estoy de acuerdo, la lengua “materna” no es tal, es apenas el timbre amañado de la sintaxis del padre. Hay que construir esa lengua materna, limpiarla, exorcizarla, horadar sus antiguos sentidos, inseminarla con otra semilla y recién escuchar cómo habla la madre, la mujer, lo femenino. Esta es también la gran ambición de La sombra púrpura del cielo roto, que cierra su historicidad alternativa con el huracán “María”, ese sujeto político implacable que revolcó la isla y gatilló nuevos éxodos. Precisamente en el bautismo mortífero del agua arrebatada es como los personajes de Antonio Sajid renuncian a la madre patriarcal: “Por la puerta principal entraba la huracana, afeitando la vida de todos como barbera de muerte. Desde el refugio del puente de luces, observaron a Aída sumergirse en aquella ola feroz de basura que la arrastraba en un torbellino cargado de lodo”.
Gocen, rían, lloren con esta novela tan llena de pulpa y de belleza.
*Martínez-Reyes, Consuelo.” Reinventando el lenguaje y los discursos fundacionales a través de la poesía lésbica en Puerto Rico: Nemir Matos-Cintrón y Aixa Ardín. CIEHL. 2012.
Giovanna Rivero (Bolivia). Es doctora en literatura hispanoamericana por la University of Florida. Es autora de los libros de cuentos Tierra fresca de su tumba (2020) y Para comerte mejor (2015), y de la novela 98 segundos sin sombra (2014), entre otros libros. Fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de “Los 25 Secretos Literarios Mejor Guardados de América Latina” (2011). Académica independiente. Junto a Magela Baudoin y Mariana Ríos dirige Editorial Mantis. Coordina talleres de escritura y lectura online. https://giovannarivero.com/
Posted: March 24, 2025 at 10:29 pm