Tropo, de Malva Flores
Mayco Osiris Ruiz
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Durante años, he venido pensando que la obra poética de Malva Flores se origina en los vértices más altos de esta crisis y que puede leerse como el itinerario de una voz que quisiera fundar, en este mundo, un ideal de belleza en el cual las palabras sirvieran para urdir algo más que un discurso pleno de incertidumbre.
• Malva Flores: Tropo (Fondo Editorial del Estado de México—Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de México/Universidad Autónoma del Estado de México, 2023).
En uno de los ensayos que componen Tratados en la habana, José Lezama Lima escribió lo siguiente: “La poesía es la anotación de una respuesta, pero la distancia entre esa respuesta, el hombre y la palabra, es casi ilegible e inaudible”. La frase —apoyada en la idea del oficio poético como una empresa ardua pero que nos comporta tan sólo frutos pírricos— tiene, a pesar de todo, su dosis de optimismo. Pocas formulaciones disimulan tan bien una esperanza como las que rescatan, de entre la escotadura que separa el misterio de la revelación, las pálidas virtudes de un puñado de signos cuya perseverancia es capaz de integrar —aun si resulta débil o ilegible— una respuesta.
Ese poder, imputable a momentos menos atribulados, se ha diluido tanto en nuestra época que la sola mención del carácter profético de la poesía nos parece un recurso exagerado, cuando no el artificio de un estilo arcaizante y pretensioso. Y si bien es verdad que, en este tiempo, donde ya no invocamos a las musas sino a nosotros mismos, hemos llegado a un punto en donde lo ilegible se ha borrado del todo y lo inaudible entrado de lleno en el silencio, no se puede afirmar que nos hallemos ante el fin del problema. Antes bien, frente a la encrucijada de un lenguaje sin logos, o como consecuencia de su periplo ciego en pos de una verdad inasequible, la poesía se alimenta de recelos y de vacilaciones que más que a responder aspiran a plantear las preguntas correctas.
Durante años, he venido pensando que la obra poética de Malva Flores se origina en los vértices más altos de esta crisis y que puede leerse como el itinerario de una voz que quisiera fundar, en este mundo, un ideal de belleza en el cual las palabras sirvieran para urdir algo más que un discurso pleno de incertidumbre. Ahora, la aparición de Tropo, título que reúne sus poemas extensos, me deja constatar que, verdaderamente, la suya es la epopeya de un régimen estético que paga su exigencia de un orden superior con ese sobreprecio que es saberse incapaz de conquistarlo.
Debemos a un fragmento de Percy Bysshe Shelley y, en general, a esa gran utopía que fue el romanticismo, la idea de una unidad afianzada en el canto e integrada a partir de la confluencia de voces que se suman a la macroestructura de un poema común. Esa ambición, que determina incluso el título del libro, es también el origen de sus inquietudes. Frente a los desafíos de un presente que niega o vuelve insostenible cualquier figuración de una totalidad, el poema se abisma en el recuento de sus tribulaciones, se reconoce en ellas y, a falta de otra cosa, cimenta sobre ellas algo que se asemeja más a la voluntad que a la esperanza:
Aquí va hablando un hombre que acicala su paso
en tantas ruinas como luz observa […]
Ese que mira florecer la abulia de los días
similares, acodado en la orilla de cualquier movimiento…
Y se arropa en el centro de palabras dispersas
buscando acaso un hilo, la aguja que enhebrando
un collar de azules opalinas pudiera desmontar
el caos, la incertidumbre: esas letras bailando
sin sentido en su boca maltrecha.
Nada más adecuado para entender el sitio que esta poesía concede a la necesidad de hallar entre la crisis un signo valedero, que su propia noción del oficio poético como un hecho apoyado en dos principios tal vez equivalentes: la búsqueda y el canto. Más allá de la “abulia de los días /similares”, del precario sostén de la palabra, hay una voz que canta y teje el desencanto, es decir, que reintegra, o busca reintegrar, lo que tiene al alcance. Y aunque su tesitura no pueda “desmontar…/ la incertidumbre”, sí puede proveer un modo de decir, una respiración y una sintaxis.
Quizá por ello, a pesar de que agrupa cerca de 30 años de escritura, el libro no construye imágenes aisladas, sino los episodios de una continuidad. Se trata, si se quiere, de una prueba fehaciente del esmero con que un autor se vuelca hacia sus obsesiones constitutivas. No obstante, la urgencia de un sentido que sirva de refugio en la orfandad (de signos, de visiones, de voces y señales), obliga a preguntarse si esa disposición no responde al deseo de afianzar, mediante el artificio de la forma, aquello que persigue y que no alcanza. Si, como lo dice, el suyo es el empeño de una voz que sorprende en la neblina “el mejor linimento” para enhebrar “las partes de la piel más amada”, es dado suponer que, entre otras cosas, esa piel y esas partes sean también metonimias de un lenguaje y un tiempo en dispersión. Por eso, al hacer de la obra un canto sostenido —al agruparla, incluso, bajo el eje rector de un tropo metafórico que, como toda imagen, aspira a conciliar los nombres y las cosas— construye, en realidad, una intención, la melodía y el rito necesarios para rehacer el mundo, para recuperarlo:
Dicha la palabra precisa
en el sitio perfecto de los cuerpos
todo retoma su cauce natural:
la fluidez de las voces
el roce de las manos
y aquel atisbo ingenuo
de la primera vez:
esa que mira de soslayo el apacible rostro de lo ido:
lo que aún permanece anclado en la memoria.
Cuesta pensar que una poesía consciente de las limitaciones que le impiden nombrar, con precisión, el mundo, abrigue una esperanza como esta. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el dilema real no está en esa inquietud sobre si las palabras pueden o no fundar. La confianza en un orden trascendente que mantiene en su sitio al universo explica que el lenguaje pueda soñar el sueño de una palabra justa y vuelve comprensible la misma progresión de la escritura. El conflicto, por tanto, es mucho más complejo, puesto que no recela de que algún día el decir pueda otra vez nombrar en plenitud, sino que se cuestiona si esa plenitud es todavía importante, si algo puede surgir de volver la mirada hacia ese sitio en donde las palabras —sencillas como sal o como tierra— conservan aún su peso, su intacta dignidad, el poder de llegar o de retroceder, por la vía de la imagen, hasta “el pulso del árbol primitivo”.
La respuesta, me temo, no es menos complicada y de ella se desprende una consciencia oscura sobre las propias fuerzas y sobre la osadía de buscar acomodo entre las aberturas de un presente que no le pertenece. Su anhelo, lejano del ideal de la iluminación, pero no del empeño de alumbrar una forma y un ritmo verdaderos, tropieza con el muro de un tiempo que rechaza toda estabilidad e incluso se complace en la disgregación. De allí que al meditar sobre sus ambiciones las halle insuficientes y tan contradictorias como la paradoja de rogar por el canto y el lenguaje en plena retirada del canto y del lenguaje:
¿A qué
tanto rebumbio?…
¿No eras tú quien pedía letras de oro
en el camerino, estrella de cinco puntas?
No hay más oro ni letras y aquí estás:
con el teatro vacío,
oyendo tu zapateo dispar…
***
¿No ves que ya no hay esplendor
ni símbolo?
Metáfora
no hay.
Las palabras no sirven.
Qué pides
qué suplicas
con esa voz meliflua
de asistente bilingüe…
Pienso que esta actitud —amarga hasta el extremo de orillarla a decir “Me equivoqué”, no hubo jamás un centro, ni un “alto surtidor”, ni algo que, de verdad, podamos llamar nuestro—, es tanto un desengaño como una afirmación de la poesía. Es cierto: ya nada nos trasciende y la belleza, siempre un paso adelante de nosotros, gira en un remolino de señales confusas. Pero, precisamente, porque no quedan voces, porque faltan palabras que puedan descifrar “la luz de la materia”, es que debe existir aquella religión —la del intento— que se encuentra en la base de toda su poesía. Según como se mire, esa visión oscura que pone en entredicho la posibilidad de un mañana más rico de sentido, puede ser el anuncio de un escenario extremo en el que ya no resta sino “esperar que todo se derrumbe”; o, como creo que sucede, el último recurso de una voluntad que al no tener respuestas se cuestiona esperando que sus preguntas caigan en el centro de todo lo que no puede asir:
Siempre que veo hacia atrás encuentro
el punto exacto donde empezó la quebradera de cosas.
El astillaje
que flota es sólo la marea
es nube
—desas rosadas nubes de algodón.
Y al día siguiente vuelvo a mirar atrás y es otro el sitio
del resquebrajadero.
Pero hay una buganvilia
que siempre está tirando flores sobre el césped
¿para qué?
Wordsworth, quien dos siglos atrás sintió esta misma herida y se planteó en su lengua cuestiones semejantes, creía que aun cuando nada pudiera devolverle el esplendor de antaño, encontraría su fuerza entre los remanentes de lo que fue una vez y, por esa razón, es para siempre. No sabemos si ahora, cuando sólo nos queda resistir el azar con pocos y “precarios instrumentos”, nos asista aún la sombra de aquella eternidad cada vez más silente, lejana e ilegible. Con todo, frente a las embestidas de un tiempo sin misterio, nada es tan apremiante como trazar el mapa de otro mundo e intentar cultivar, contra todo pronóstico, los “frutos de la tierra, no aquellos /del dorado paraíso”.
Si en verdad la exigencia de un orden superior debe pagar el precio de nunca conquistarlo, puede que lo sensato sea sólo reparar las aberturas. “Mi única tarea” —dirá más adelante— “es anudar los signos”. Y esa confesión, que cifra una esperanza, remite a una poética y a una actitud vital que es también la constante más nítida del libro: recomenzar. Por eso, no hay triunfo más humano ni hallazgo más visible entre sus páginas que el de buscar el sueño de un arte sin fisuras y descubrir, en cambio, la paciencia para juntar sus restos, para rehacer, con ellos, un lugar. Finalmente, como también lo dice, Alea iacta est: que todo recomience.
Mayco Osiris Ruiz (Xalapa, Veracruz, 1988). Poeta y crítico. Ha publicado en revistas como Sibila, Palimpsesto, Literal. Latin American Voices y Letras Libres. Es autor de El revés de esta luz (Taller Ditoria, 2015). Twitter: @MaycoOsirisRuiz
Posted: October 4, 2023 at 7:36 pm