Odesa (fragmentos)
Sandra Lorenzano
1. En la televisión aparecen imágenes de la guerra. Dos niños miran a través de la ventanilla de un tren. Una adolescente abraza una bolsa frente a un edificio en ruinas. Alguien se calienta las manos ante una fogata. Todo aparece en blanco y negro, frío, oscuro. Tú y yo hacemos el amor al otro lado del mar. Susan Sontag montó “Esperando a Godot” en Sarajevo. Un cellista tocó veinte minutos cada día por las veinte personas que vio morir mientras hacían cola para conseguir un pan. Yo te dibujo mapas con mi lengua, para fundar en ti una nueva patria. Matria generosa. Nada importa más que el estremecimiento que nos recorre. Odesa, dice un hombre con micrófono. ¿Te he contado ya que allí nació mi abuela? ¿Te he hablado de los cosacos y el miedo grabado en sus huesitos recién nacidos? Esto ya lo viví: el horror. Ella, mi hija, yo misma, llevamos esas huellas en la sangre. Por eso me sumerjo en ti: agua fresca para mi sed. Aquí nos despiertan las jacarandas y buscamos olvidar cualquier otra luz. Todos los rostros se parecen al de ella, al de la bebé que cruzó el mar en brazos de su madre. Nunca aprendí sus otros idiomas. Ni el idisch profundo de sus charlas secretas con mamá. Ni el ucraniano, ni el ruso (¿en qué lengua la arrullaron?). Pero la escuché cantar los tangos más reos allá, al sur de todos los sures. Aprendió a celebrar cada instante de la vida. También ésa es mi herencia, te digo. Un revuelo en la sangre mientras te acaricio.
2. “Bailando en Odesa”, escribió Ilyá Kamínski y yo lo leo con la devoción con que otros leen cada mañana la Torá.[1] Como si allí empezara nuestra historia. Como si allí hubiera nacido también tu isla dulce y sonora. Bailando en Odesa, escribió, para hablar de cuerpos destrozados, de una ciudad perdida, de su infancia de niño sordo en el exilio. Otra vez esas dos caritas tras la ventanilla del tren. Hoy bombardearon un teatro. El poeta escribe en su cuenta de twitter: “In addition to air raid sirens, the city has activated church bells. Now, in a time of danger, all denominations, across Odesa toll their bells”. Gestos. Como el de Sontag, como el del cellista. Las campanas de la ciudad. Dónde estaba dios se preguntaban los judíos durante el nazismo. Ya sé, hablo de lo sagrado mientras recorro tu cuerpo con mis manos. Yo, que no tengo más dioses que tu abrazo al amanecer, me hinco ante ese sonido de viejos bronces que pueblan una ciudad en la que nunca he estado.
3. Enraizarse en el cuerpo amado. Entretejer el ritmo de las lenguas. Hacer del vacío, encuentro. De la soledad, piernas entrelazadas. Fiesta de las pieles. Yo te digo al oído lo que Cernuda le escribió a su amante mexicano: “El destierro y la muerte / para mí están adonde / no estés tú”.
4.
Las montañas se doblan ante tamaña pena
Y el gigantesco río queda inerte
Anna Ajmátova
Tampoco yo sé dónde están los otros / los que vinieron antes / los que tenían los ojos del color de los tuyos / la nariz como la mía / una voz que despertaba siempre aletargada Algún día quizás miren el mapa y se pregunten dónde quedaron nuestros huesos / qué viento barrió nuestra ceniza
Mi abuela prendía la radio temprano para escuchar el ruido del mundo / mejor que suene el afuera / mejor gritos / música / anuncios / mejor dejarse tapar / invadir / ocupar / mejor no recordar / no mirar el vacío / mejor no pensar / tampoco hoy vinieron / tampoco hoy llamaron / qué raro que no me hayan buscado / cada mañana esperaba encontrarse con sus padres / se arreglaba / llevaba el monedero y a veces las llaves para buscarlos en las calles / en el negocio que había cerrado hacía treinta años / en la plaza del barrio / volvía a ser la bebé de brazos que vivió los pogroms
Todos los días se arreglaba y salía a buscar a sus padres
mi abuela
cuando tenía noventa años
Anna tenía veinte y escribía poemas
Las montañas se doblan ante tamaña pena.
“Todos bailan en Odesa”, dice quien ha perdido el oído y la lengua
también nosotras bailamos
Bajo el puente de Avignon, cantaba mi abuela
que sólo estuvo una vez en la Perspectiva Nevsky
como turista por su propia historia
Son las mismas palabras siempre, ¿lo has visto?
Por eso callo y te beso hasta hacer de la sangre revuelo de pájaros
Cada tanto miro las manos de quien tengo enfrente.
Tiemblan. Apenas. Como indicio. / Quisiera las manos de otra para escribir / ha escrito Paco[2]
Manos que tengan la tierra de su tierra bajo las uñas / digo yo / La tierra de mi tierra bajo las uñas / Porque también yo olvidaré / También temblaré / Como han temblado todas
Y el café se derrama
Nada grave
Sostengo la taza y me pregunto cuánto falta
Miro las manos de quien tengo enfrente
Tiemblan. Apenas. Como indicio.
También yo creo, como Paco, que mejor morir que oler a viejo
aunque todos los días diga lo contrario
me haga un tatuaje nuevo cada otoño
y quiera confiar en la palabra siempre
Pero ¿sabes?, ayer la dijiste como al pasar y a mí me recorrió un escalofrío
¿Cuánto durará nuestro siempre? ¿Diez años? ¿Veinte?
Quisiera un siempre para siempre a tu lado
Quisiera salir a los noventa años abrazada a ti
Quizás sea porque hay una guerra al otro lado del mundo
Quizás porque de pronto vi la fragilidad de estas manos
que aún no han empezado a temblar
Quizás porque fuiste, por un instante, la niña tras la ventanilla del tren
yo fui las cenizas que día tras día sólo ansían amarte
siempre
sólo
amarte
5.
Esperábamos algo:
y bajó la alegría
Ida Vitale, “Misterios”
Puede pasar, claro que puede pasar: en medio de la guerra, del destierro, del hambre, del frío. Puede pasar que -como dice Ida Vitale- alguien abra una puerta y reciba el amor en carne viva. Y mire con vergüenza a su alrededor, y piense que debe ocultar la sonrisa y el brillo de los ojos y la piel que le canta como si el invierno fuera eterno verano. Pero quiere abrazar a quienes se le acercan y cantarle al oído a todas las ancianas y buscar caracolas entre los árboles y silbar bajito toda la mañana y tenderse sobre la tierra húmeda para sentir el perfume de la mujer amada. Puede pasar en el páramo más inclemente, en pleno naufragio, en el ojo del huracán. Puede pasar, claro que puede pasar, que apenas esperando nada, baje la alegría.
6. El poeta de Odesa me cuenta, “De noche, me despertaba a susurrar: sí, estuvimos vivos. Estuvimos vivos, sí, no digas que fue un sueño”.[3] Él habla y yo me estremezco: fui también ese huesito recién nacido en la misma ciudad en la que hoy ya no hay refugio. Me lleva de la mano y yo tomo la de mi abuela niña. Corremos los tres por calles destruidas, con la misma opresión en la garganta con la que una tarde de invierno guardamos la vida dentro de una maleta. “No digas que fue un sueño”. Hoy dice el periódico que empezaron las deportaciones. Casi sesenta mil personas, en su mayoría mujeres y niños, dice, obligadas a vivir lejos de sus raíces, de su lengua, de sus jardines, del olor del aire con el que han crecido (quien no ha vivido lejos de su tierra desconoce la fuerza del olor del aire, tan único como el del ser amado). “Mira qué llevo: nada aquí verás, sólo tristeza…”[4], escribió Ovidio desterrado. “Las tristes” se llama su obra. Las tristes mi abuela y yo caminando de la mano del poeta por esta ciudad desnuda.
NOTAS
[1] Ilyá Kamínsky, Bailando en Odesa, traducción de G. A. Chaves, México, Valparaíso Ediciones, 2014.
[2] Francisco Layna Ranz, Oración en 17 años, Chile / España, RIL Editores, 2020.
[3] En el poema “Bailando en Odesa”, p. 24.
[4]Publio Ovidio Nasón, Las tristes, versión de José Quiñones Melgoza, México, UNAM, 1974 (Biblioteca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), p.42.
- Imagen de Federico Sperling
Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.
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Posted: March 27, 2022 at 7:48 pm