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Negacionismo climático y el futuro del capitalismo

Negacionismo climático y el futuro del capitalismo

Alejandro Badillo

En días pasados se filtró, por segunda vez, una parte del Sexto Informe del panel de expertos de la ONU que estudian la crisis climática. Este documento fue trabajado por 234 científicos de diferentes países y sirve de antecedente para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se desarrollará en Glasgow, Escocia, del 31 de octubre al 12 de noviembre de este año. La primera filtración, corroborada poco después por el documento oficial, publicó algo que ya se sabía: el cambio climático es causado directamente por el ser humano y no es un proceso natural por el que el planeta haya pasado antes. La nueva información va un poco más allá y afirma lo siguiente: “El cambio climático es causado por el desarrollo industrial, por el carácter del desarrollo producido por la naturaleza de la sociedad capitalista”. Por supuesto, esta declaración oficial, sustentada por científicos y varios años de estudios, es algo que los grupos ecologistas e investigadores han dicho muchas veces en el pasado. Sin embargo, sus argumentos habían sido desestimados, matizados o ignorados por los medios de comunicación masivos e intelectuales afines al capital global y al libre mercado. A partir de ahora, los voceros de las corporaciones y de los gobiernos tendrán que aportar pruebas de que el capitalismo puede ser funcional para nuestro futuro. El pequeño detalle es que tendrán que enfrentarse y, por supuesto, desmentir, a un nutrido colectivo multidisciplinar, auspiciado por la ONU, y conformado por expertos de universidades prestigiosas y centros de investigación de todo el mundo.

A pesar de este aparente nuevo panorama, la relación capitalismo como motor del cambio climático será, una vez más, pasada por alto. Replantear una sociedad que fue moldeada para un crecimiento infinito con recursos escasos, será una tarea compleja. La razón es muy simple: aceptar que el paradigma económico que ha guiado al mundo durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI nos está dirigiendo al colapso, significaría plantear la urgente necesidad de cambiarlo. No sólo los escasos ganadores del capitalismo global desaparecerían o tendrían que jugar con reglas diferentes: todos los habitantes del planeta se enfrentarían a desafíos inéditos en la historia humana. Las implicaciones de este cambio de reglas son tan fuertes y afectan a tantos intereses corporativos que, desde hace mucho tiempo, se han gastado recursos ingentes para negar la crisis climática, contradecir a los expertos y ganar tiempo mientras la cuenta regresiva se acerca, cada vez más, a cero.      

Hay varios ejemplos de cómo las corporaciones han hecho campañas para debilitar el consenso científico, fomentar el negacionismo sobre esta emergencia y evadir restricciones gubernamentales. Uno de los más conocidos es documentado prolijamente en el libro Los mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento global de los periodistas Erik M. Conway y Naomi Oreskes. Los autores de esta investigación rastrean una historia que evidencia se remonta a cuatro hechos importantes en los que las corporaciones influyeron en los políticos y en la opinión pública para demorar la aplicación de medidas a favor de la salud y del medio ambiente: la lucha por establecer límites al tabaco frente a la industria de los cigarros que combatió ferozmente cualquier restricción a pesar de que ya se había demostrado la relación entre cáncer y tabaquismo; la segunda fue la campaña para desvirtuar las investigaciones sobre los agujeros en la capa de ozono y su relación con los clorofluorocarbonos (CFC) usados en la industria hasta su prohibición en la década de los 90; la tercera fue la intervención del capital y sus voceros para negar la injerencia del ser humano en la lluvia ácida; por último tenemos la estrategia de las empresas trasnacionales para matizar, manipular o, incluso, caricaturizar los informes sobre el calentamiento global que, desde hace varios años, han generado universidades y centros de estudios en todo el mundo. A través de voceros contratados directamente, científicos que se prestan para desinformar o intelectuales afines, se crea una realidad alterna en la que la crisis climática es un fenómeno aún desconocido y, por lo tanto, no conviene tomar medidas que alteren el capitalismo global. En todos estos casos hay una acción común: un ataque explícito o velado a la ciencia y, por supuesto, vender la idea de que no estamos ante una emergencia para que el mercado y sus mecanismos sigan operando con la mayor libertad posible. El negacionismo sobre este tema se difunde con los altos valores del capitalismo del siglo XXI: competitividad, eficiencia, generación de riqueza (que, supuestamente, beneficia o beneficiará a todas las clases sociales) y, sobre todo, la seguridad de que la innovación tecnológica está muy cerca de solucionar la contaminación, la escasez de recursos y la depredación del ser humano en el planeta. No hay pruebas fehacientes de que esto vaya a suceder, pero esta fe se difunde todos los días en los medios más populares del mundo.

En México se ha calcado la propaganda negacionista. Primero están aquellos intelectuales que, simplemente, evaden el tema por considerarlo no importante o fuera de su área de interés; segundo, aquellos que aceptan la crisis, pero insisten en soluciones tecnológicas que permitirán una transición energética que no tocará el modelo de extracción, producción, consumo; por último –los más radicales– se meten de lleno a las teorías de la conspiración y afirman, sin ninguna prueba, que la idea del cambio climático es un complot de la izquierda internacional para debilitar la prosperidad que, según ellos, caracteriza nuestros tiempos. En el primer grupo podemos encontrar literatos, filósofos o columnistas que, simplemente, asumen y dejan que los expertos o supuestos expertos, entren al debate. Quizás piensan que la emergencia nunca tocará a su puerta y apoyan las versiones que no alteran su statu quo. Los segundos, un sector mayoritario, representados por personajes como el ahora diputado del Partido Acción Nacional, Gabriel Quadri, insisten en soluciones que la misma ONU considera insuficientes o engañosas como las mal llamadas “energías limpias”. Los radicales, cada vez más reticentes a hablar de esto en público, como el analista económico y profesor universitario Macario Schettino o el periodista vinculado a Grupo Salinas, Sergio Sarmiento, caricaturizan al movimiento ecologista como una especie de religión, un dogma o un movimiento irracional que busca detener el progreso. Al igual que los liberales a ultranza del pasado, consideran al movimiento ecologista un complot internacional para llevar a la izquierda al poder. La incoherencia que caracteriza a estos personajes no les hace ver que ellos son los primeros en abandonar la razón para refugiarse en la paranoia de los fundamentalismo. Sus libros –que arremeten contra cualquier política que huela a progresismo– hacen pasar opiniones como argumentos o, en el mejor de los casos, venden verdades a medias o fuera de contexto. 

Ahora bien: ¿qué es lo que pasará en el futuro cercano? Las corporaciones y sus defensores en los medios, difícilmente cambiarán. El negacionismo, al menos en su versión menos radical, seguirá siendo socialmente aceptado porque no hay una salida fácil a los problemas que ha generado un sistema económico que se acelera cada vez más, incluso con la pandemia. A lo mucho, como ya se puede comprobar en el mercado petrolero, abandonarán los viejos negocios para reemplazarlos por nuevos nichos de mercado que sean aceptables para la opinión pública y que les permitan obtener ganancias. Es decir: seguirán con el paradigma económico dominante disfrazándolo de sustentable, una práctica llamada “greenwashing”. El capitalismo, de esta forma, seguirá por algún tiempo su camino hasta que se encuentre con lo inevitable, quizás las últimas barreras: por un lado, los desastres naturales provocados por la crisis climática llevarán al límite los conflictos sociales (de hecho, ya estamos viendo muchos escenarios de colapso por sequías, contaminación, incendios e inundaciones); por otro lado, el mismo capitalismo, su financiarización, y la escasez de materias primas (además de la vulnerabilidad de las líneas de suministros), lo llevará a un escenario peligroso. Para quien dude de esto, puede buscar los datos de la inflación en varios lugares del mundo y los problemas cada vez más graves que enfrenta el comercio marítimo que mueve el 90 por ciento de lo que compramos y vendemos. La materia prima más importante, el recurso fundamental para el capitalismo y sus intercambios, el petróleo, está llegando o ya llegó a su límite y, lo que viene para el futuro, es un descenso que puede ser gradual, pero irreversible. Los escépticos pueden consultar la validez del llamado “peak oil” o fin del petróleo, un modelo propuesto en 1956 por el geofísico Marion King Hubbert que trabajaba, en ese entonces, para la Shell Oil Company. Algunos creen que esta energía no renovable sólo sirve como combustible para el transporte sin tomar en cuenta los derivados que se obtienen de él. Un mundo sin plástico o con plástico caro y escaso cambiará nuestra forma de vivir de maneras que aún no imaginamos. Mientras los profetas del progreso tecnológico hablan de la inteligencia artificial y los robots, en el mercado actual hay una escasez crónica de microchips o semiconductores. Una búsqueda rápida por internet genera decenas de notas sobre paros técnicos en la industria automotriz y una crisis sin precedentes en las innumerables mercancías dependientes de ese insumo.

Uno de los temores, ante las numerosas bombas de tiempo que acabo de enlistar, es que el capitalismo, antes de su crisis final, se transforme en una última versión, mucho más agresiva y casi distópica. De hecho, tenemos ya algunos atisbos con la llegada del Covid-19 y las estrategias de vigilancia y control que se han implementado por la pandemia. La burocratización de la vida diaria, la privatización de los datos personales, el discurso del miedo, el fomento a los nuevos nacionalismos y discursos de odio, beneficiarán, sin duda, a los que detentan el poder político y económico actual. Esgrimiendo el pretexto de la seguridad, se justificará la implementación de medidas que seguirán fragmentando a la sociedad y aislando a una minoría que ya acapara recursos naturales y tecnológicos. La única manera de hacer frente a estos desafíos es, en primer lugar, conocer la realidad lejos de cualquier manipulación. Después, como ya se está haciendo desde expresiones artísticas como la literatura y también la filosofía, imaginar un futuro que no tenga como fundamento el paradigma actual. Si se sigue el mismo camino se reforzarán las murallas que parecen cada vez más infranqueables. Se debe superar la lógica de la ganancia privada, el desprecio por lo comunitario y considerar a la naturaleza como una mercancía explotable y sin límites. Noam Chomsky, el lingüista e intelectual estadounidense, lo explicó muy bien en una entrevista reciente: “Si queremos cambiar las cosas, tendrá que ser mediante la cooperación, la solidaridad, la comunidad y el compromiso colectivo”.

   

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

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Posted: September 29, 2021 at 8:32 pm

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