Un exposé del Museo Expuesto
Tanya Huntington
Para mí, una de las muestras más significativas de los últimos años dentro de una ciudad repleta de museos fue Museo expuesto. La colección de arte moderno de la UNAM, 1950-1990, que se montó en el recién estrenado Centro Cultural Universitario de Tlatelolco de 2013 a 2014.
Soy una persona que lleva varios sombreros: el de esta entrega corresponde a mi oficio como traductora, capacidad en la cual colaboré con aquella original y sorprendente iniciativa museográfica. Lo cual me convertía por antonomasia en un ente peligroso dentro del proyecto, dado que “traductora” comparte la etimología con “traidora”: traduttore, traditore, reza el refrán en italiano, aplicado originalmente a ciertos franceses que hacían lo que se les pegaba la gana a la hora de afrancesar La divina comedia de Dante.
En defensa nuestra, debo aclarar que la traducción es un reto imposible. Los traductores nos volvemos traidores no por malicia, sino por lingüística: el principio básico de los idiomas establece que no existen dos lenguas equivalentes si pensamos en términos matemáticos de 1 igual a 1. Incluso cuando comparten el mismo abecedario, no todos los fonemas son iguales: por ejemplo, la “a” nuestra española en inglés puede mutarse en “a de able”, “a de about”, “a de all”, y hasta “a de apple”. Más allá de su pronunciación, cuando comenzamos a indagar en los significados de las palabras, las discrepancias son tantas que me han llevado a pensar que amamos, odiamos, reflexionamos, creamos y hasta enloquecemos de manera distinta cuando cambiamos del español al inglés.
Pero uno hace lo que puede.
El reto mayor para un traductor suele ser el título de un proyecto, siempre y cuando ese título sea bueno. Y con “bueno” quiero decir polivalente. Un buen título posee muchas facetas —cuando menos un doble significado, un intertexto y, si tenemos suerte, cierta ironía—, todo lo cual lo vuelve tan único e irreproducible como una obra de arte. De allí que, confrontado con esa joya que es el verso de Alexander Pope que lleva la película Eternal Sunshine of the Spotless Mind, que proviene además de un poema titulado “Eloisa y Abelardo” —dedicado a una de las parejas más malhadadas de la historia, que paga el amor carnal entre maestro y alumna con la separación forzada y la castración también forzada, obviamente, hasta acabar tomando los votos castos del amor divino— un traductor en algún lugar de la Mancha del cual no quiero acordarme se fue con ¡Olvídate de mí!
Museo expuesto es uno de esos buenos títulos que un traductor sabe de entrada que va a tener que estropear. Se refiere en el sentido más llano a la exhibición como muestra de una selección de diversas obras, pero también nos remite a la decisión estimulante del curador, James Oles, y de su mano derecha, Julio García Murillo, de desnudar a la institución en una especie de striptease (otra palabra que desafortunadamente, no existe en español.)
Porque sabemos que estamos destinados al fracaso, los traductores hablamos más de retos que de soluciones. Este reto en particular me llevó a pensar en todo lo que comparte un museo con un teatro. Se anuncia un espectáculo, se venden boletos, entra el público. Saben que lo que van a ver no es una realidad, sino una quimera (una imitación o mímesis, diría Aristóteles) pero suspenden su incredulidad mientras están dentro del recinto. Lo que destacaron allí, en esa exhibición parteaguas, es que igual que el escenario, un museo tiene bambalinas tras las cuales podemos explorar.
En estos “expedientes”, nos informan Oles et al. que detrás de toda obra que presenciamos dentro de cada sala hay una trayectoria que debe conjugarse con la de la colección permanente, una historia que a veces hay que investigar como si el curador fuera un detective; cada obra lleva además, como capas invisibles que flotan alrededor de ella, las diversas opiniones críticas y de otros artistas; cada obra exige un modo de conservación que debe formularse a la medida, a partir de aspectos como sus dimensiones, técnicas o antigüedad; cada obra cambia dependiendo de las otras obras con las cuales los museógrafos la ponen a dialogar; cada obra debe llevar datos que no la opacan, sino que la complementan cuando uno de los visitantes sienta curiosidad acerca de su procedencia, contexto, significado, etcétera. ¡Tan sencillo que parecía colgar un cuadro!
Igual que nosotros los traductores, los creadores de los Expedientes museo expuesto han traicionado a su oficio, que se supone que debe mantener la ilusión museográfica, confiándonos los múltiples secretos que habían permanecido guardados a lo largo de la historia de esta institución. El propósito: recordarnos que, aunque el arte inevitablemente cobra connotaciones elitistas tanto por su falta de utilidad cuantificable como por su necesidad de encontrar un sostén económico, el museo fue creado para el público como una máquina generadora de nuestra capacidad de analizar, criticar y gozar. Comprender mejor su funcionamiento oculto me parece una manera estupenda de atraernos a él, de derribar la cuarta pared del cubo blanco y ganar así nuestra mirada, complicidad y apoyo.
Por ello, decidí privilegiar con la versión en inglés no la muestra en sí, sino el sentido de desnudar a la exhibición, o de voltearla, para que todos sus aspectos invisibles se vuelvan tangibles. De allí que, a los visitantes angloparlantes, les presentamos el museo no Exhibited, sino Exposed.
*Esta columna se derivó de la ponencia de la autora en la presentación del catálogo Expedientes Museo Expuesto dentro del marco de la Feria del Libro del Palacio de Minería de la Ciudad de México, el 28 de febrero de 2018.
Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpiente, A Dozen Sonnets for Different Lovers, and Return. She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington
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Posted: March 4, 2018 at 10:09 pm