Una lengua suya de nosotros
Carlos del Castillo
Myriam Moscona: Ansina (Vaso Roto, 2015)
En una entrevista de 1964 Günter Gauss le pregunta a Hannah Arendt qué es lo que queda de la Europa prehitleriana que añore, a lo cual ella responde: “¿Qué queda? La lengua materna. Me he negado, de manera consciente, a perder mi lengua materna. Siempre he mantenido ciertas distancias [tanto con el francés como con el inglés]”.
La distancia, como el éxodo, son factores tajantes para los devenires y vericuetos del idioma, ya sea para su consolidación o su pérdida. 1492 fue el año en el que los Reyes Católicos de España, por medio del Edicto de expulsión, desterraron a los judíos, pero también fue el año de otro evento fundamental para la conformación del castellano: La Gramática de Nebrija apareció publicada por solicitud de la corona. Ambos sucesos planeados con el fin de instaurar identidad, tanto religiosa como lingüística, a partir de lo uniforme. A su salida, los judíos sólo pudieron llevarse pertenencias mínimas y su lengua, solidificando ese castellano anterior a través del tiempo.
Myriam Moscona (Ciudad de México, 1955), poeta de ascendencia búlgara, escribe desde esta lengua anclada en la nostalgia ―el ladino o judezmo― como parte de lo que ella ha denominado una trilogía del judeo-español. Integrada por los libros: Ansina (Vaso Roto, 2015), Tela de seboya (Lumen, 2012) y Por mi boka (Lumen, 2013). El más reciente de ellos, Ansina, es el primer libro de la autora escrito completamente en ladino y desde la poesía.
Antonio Alatorre en los 1001 años de la lengua española señala que: “Los innumerables judíos que se establecieron en el norte de África y en el vasto imperio otomano (Turquía, los Balcanes, el Asia Menor) no olvidaron nunca el idioma que habían mamado, aunque era el mismo de quienes los expulsaron”. ¿Se puede mantener una relación de contraste y someter el tiempo de una manera consciente? Presupone un trabajo imposible, como atravesar con una flecha de pensamiento al pasado con el futuro, pero siempre hay intentos que pueden perfilar una respuesta. La necesidad de hablar desde el ladino, que es un fuego que se apaga ―parafraseo a Moscona―, no debería entenderse como una empresa de rescate solidario o como un arduo trabajo que indaga sobre un objeto de estudio, sino que sería recomendable buscar en los pliegues y en las grietas que nos rodean para desplegar el idioma a partir de la intimidad.
Ansina, otro modo de decir: Así es, se construye como un libro de poemas que el hispanohablante debe de leer en voz alta. La ausencia de traducción al español es el medio para constatar una idea: el ladino es también la infancia más inmediata del castellano. Por ende, su lectura no consiste en evadir un escollo, sino en rememorar lo perdido, lo distanciado. Cinco capítulos constituyen esta obra que escorza, desde el extrañamiento de los límites del mundo, una vía para entender a la lengua como indagación formal del individuo. La autora escribe en “Embrolyo en Fortaleza”:
avlo de tu puerpo
ma un puerpo politiko
organizado
en payises
ke kultivan
tayos para alevantar
la lingua
este eskritiko avlar keria
de todo eyo
…..ama solo avla de ti
Las posibilidades de encontrar una traducción íntima, ayudados de un pequeño glosario (que se utiliza, las más de las veces, para satisfacer una intuición antes que por absoluta necesidad), representa un ejercicio constante en este libro de la editorial Vaso Roto. No son textos sólo para sefarditas o hablantes del judezmo, sino para aquellos que develan lo inesperado. Y por inesperado quiero decir, en sentido muy particular, encontrar un México no tan ajeno. Los diminutivos, las reiteraciones, cierta sintaxis de los abuelos y ciertos modos en las expresiones que se nos aparecen como añoranza, son la manera de retratar las influencias del ladino que se han conectado con la historia de nuestro país, de nuestro mexicano. O como decía Benjamin para concretar esta tarea: “La traducción sirve pues para poner de relieve la íntima relación que guardan los idiomas entre sí”. Y dicha relación nos permite a los hablantes del castellano revivir el asombro de la dislocación de nuestra realidad. Y aquí cuando digo “realidad” quiero decir “lengua”.
Al leer forzamos constantemente nuestra poética a los textos que tenemos enfrente, atendiendo a los condicionantes y prejuicios que nos han marcado. Es casi imposible separarnos de nosotros y de cómo entendemos las cosas. A menos que llegue un chispazo disfrazado de desconcierto. Ansina cuestiona esto al exponer las posturas que se toman frente a ciertas correspondencias. Por ejemplo, al reflexionar sobre los continuos lenguajes que circundan un escritorio y a los que la palabra insiste en custodiar, cuando no le corresponde. El polvo, el aire, la verdad. A través de mensajes o lecciones que llegan desde el exterior (el cartero, un rabino, una cita), Moscona nos va presentando sentencias tan fugaces como efímeras:
si miras con el takto de los siegos
verash ke sus eskritos
avlan de kozas
ke mui muncho
vale la pena
…… guadrar
La exploración a la que nos enfrentamos como lectores no es la adecuación del ladino como planteamiento del discurso, sino la interacción conceptual entre las implicaciones de este idioma sin patria (como algo que se pierde) y el anhelo por definir la intimidad escrita. Moscona ensaya sobre lo inasible, esa presencia de la palabra en la escritura, el olvido y el tiempo. Víctimas del progreso, cada vez nos condenamos con creces a la uniformidad. Uniformidad hasta en la dispersión. Por eso es preciso entender que, como apunta la autora en “Eskrivir de amor o sensya”:
no se topa la lingua
solo para servir
kantikas o para enlazar
ermanos
La lengua, al hacer comunidad, también nos puntualiza como individuos. Por ello, Ansina no retrata la salida de los judíos en el exilio, sino los vehículos utilizados por Myriam Moscona para salir del mundo y así entrar en él. Implementando lo que me arriesgo a llamar una epistemología del olvido, aproximar ya sea lo negado o impuesto hacia un método de identificación y de conocimiento.
dame la tu mano
rekodremos injuntos el olvido
Podría decirse que hay un exilio que nada tiene que ver con la saudade de una tierra o una raíz, sino con un exilio de los fragmentos, de aquello que apenas se vislumbra. De lo que ha quedado en trozos y que se nombra, pero al hacerlo la cosa llamada sólo se desvanece más.
Como decía, este no es un libro con miras al cuidado del buen ladino, ni en pos de mover el centro del poder idiomático. Ansina guarda poemas como tratados del no saber. Su tono es reflexivo, encarnado desde los hechos cotidianos: una perra que orina los poemas que son hojas tiradas, la escritura cual acto físico y dibujo, fotografías familiares de la memoria, decires como mantras del padre, de la madre y de la abuela, fastidiosas (como reveladoras) muelas del juicio. De alguna forma, hablar desde el cotidiano se vuelve una manera de mostrar la vida en sí misma; franca y propositiva, por lo tanto indescifrable y autónoma.
(a los ke no entienden no les avles
me lo dezía mi bavá)
es verdad
A diferencia de Arendt, Moscona no regresa para encontrar la lengua materna mediante un ejercicio de distancia, sino de proximidad. Pero ambas búsquedas a través y con el idioma (como herramienta para construir sentido) son decisiones conscientes. Mismas que requieren compromisos básicos: pensar, sumar, creer, soñar en la voz de los muertos, de los que ya no están, para recuperar una intención, un suceso. ¿Qué acercamos y de qué nos distanciamos a la hora de retratar nuestro rostro? ¿La decisión es realmente nuestra? El presente es el espacio donde proyectamos la memoria, pero es imprescindible detenerse y reflexionar. Hasta reparar en la “utilidad de lo inútil”, como dice Gelman citando a un filósofo chino del siglo II (del que no recuerda el nombre), en una conversación que mantuvo con Rodolfo Braceli. “Inútil” como aquello que no produce, no sirve, no aprovecha; o que su ganancia es tan movediza y renuente de sí que sólo merma, pero en donde podemos encontrar espacios de creación. Como en la lengua que:
no es la suma es
la resta
de la suma
el divisor y el dividendo
En aquella misma conversación con Bracel, Gelman sostiene: “Cervantes [en el Quijote] no sólo inventa palabras sino que también aconseja inventarlas. Esto es interesante porque hace unos años había varios poetas, españoles sobre todo, que decían que no había que lastimar el lenguaje; y es al revés… Porque desde que la gente empezó a hablar lo lastima cada día. Eso es así. Entre comillas lo lastima”. Lastimar el lenguaje como un producto de nuestras relaciones con el mundo. Es así, que Ansina provoca un encuentro que obliga al lector no sólo a leer en voz alta para llegar a él, hojear su glosario con ansias de confirmación o sortear la historia del ladino desde los espacios más íntimos de la autora, sino que replantea los procesos de la memoria lingüística, desde los fragmentos de lo que fuimos, de lo que estamos siendo. Encontrarnos en lo que no somos, a través de esa hendidura de la lengua por donde nos observamos.
Carlos del Castillo (Tampico, 1989). Obtuvo el Premio de Poesía Carmen Alardín (2011). Aparece en las antologías La vida encendida, revisitaciones a Carmen Alardín (ITCA, 2015), Rigo es amor (Tusquets, 2013) y Perros de agua, nuevas voces desde el sur de Tamaulipas (Miguel Ángel Porrúa, 2007). Ha publicado: Lo que nos han contado (ITCA, 2005) y El libro que no he escrito (CONARTE, 2012).
Posted: May 23, 2016 at 10:01 pm