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Venezuela: la tiranía después de las “presidenciales”
COLUMN/COLUMNA

Venezuela: la tiranía después de las “presidenciales”

Gisela Kozak

En Venezuela no hay razones para el optimismo ni para la esperanza pero sobrevive el coraje de quienes se negaron a participar en la farsa presidencial de la revolución bolivariana. El silencio puede ser ensordecedor para el poder constituido en fuente única del significado pues la ausencia de genuflexos receptores es signo de debilidad. Quedaron atrás los tiempos en que la chequera petrolera permitía alimentar una extensa clientela; apenas quedan los chupasangre enriquecidos sin producir nada. La antigua clientela chavista ya no acalla el hambre con las migajas de dinero de mentira que recibe. Tampoco la burocracia  antes obediente participa en masa para validar comicios tramposos pues se acabó el pretexto de los que dejaron hace tiempo de ser ciudadanos: “debo sostener a mis hijos”. Ya no pueden alimentarlos con sus sueldos simbólicos. Pero no solo la clientela  y los doblegados por el miedo se desligaron de la revolución; también se han distanciado  adherentes de principio, gente que creyó honesta (y ciegamente) en el peor acontecimiento político de la historia venezolana (esperamos todavía el reconocimiento de su error pero al menos denuncian la tragedia madurista). En cuanto a los opositores que han padecido estos veinte años de desastre, su silencio desciende del ensordecedor eco de su protesta de otros años y de sus esfuerzos electorales confiscados por el poder.   Los que votaron por Henri Falcón todavía no digieren que se equivocaron y se empeñan en seguir alimentando la división entre opositores. El propio Falcón desconoció el proceso electoral del pasado 20 de mayo de 2018 pero en lugar de admitir la pifia, sus seguidores e intelectuales culpan a quienes no votamos porque sabemos que nuestro voto no tiene valor. Venezuela no tiene líderes en este momento capaces de entender el significado profundo de la rebelión silenciosa o provistos de la influencia suficiente para canalizar la sorda ira popular con vistas a un futuro sensato. En todo caso, puede que la coyuntura sea favorecedora para aquellos políticos (y políticas…) capaces de alzarse con el coraje colectivo.  Mientras tanto, el gobierno enfrenta en este momento protestas y deserciones del sector militar a las que responde con cárcel y represión.

¿Por qué un tirano tan débil es tan fuerte?

La oposición venezolana, unida o dividida, se ha propuesto instaurar la democracia en Venezuela sin éxito. La vía electoral o las rebeliones populares con su saldo de muerte y presidio han fracasado al igual que las negociaciones con intermediación internacional. Nicolás Maduro, con la voluntad popular en contra,  manda sobre la ruina y el hambre, sobre los asesinados y los recluidos en cárceles infectas, sobre las multitudes que huyen de Venezuela para conservarse vivos chantajeados por un gobierno que hasta niega pasaportes por puro capricho. Solo los soviéticos en la Ucrania de los años treinta, los chinos durante el gobierno de Mao Zedong y los nazis en sus campos de concentración habían logrado un éxito tan descomunal en convertir a los humanos en simples estómagos cuya voluntad y pensar solo se vuelcan en la supervivencia inmediata. La biopolítica, el asegurar la vida por la intervención del Estado, llega aquí a su manifestación cimera. Una bolsa de comida a cambio de un voto, es la política central de Nicolás Maduro, junto con pervertir las cifras electorales, como ya conoce el mundo desde las elecciones para escoger a los miembros de la espuria Asamblea Nacional Constituyente. Sin los ingentes recursos petroleros de hace unos años, Maduro navega sobre una hiperinflación de cinco cifras y manda a fabricar dinero sin valor  como un niño demoníaco que puede  jugar con seres humanos reales, defendido por miles y miles de soldados de plomo convertidos en militares de carne y hueso. Con todo y semejante debilidad, la tiranía es más fuerte que sus opositores. Esta es la razón por la que Maduro se mantiene en el poder y se sintió en la libertad de promover unos comicios fraudulentos como los del 20 de mayo próximo pasado. Por ende, engordar las cifras de votos, ignorar la abstención, pasar por alto que su principal contendor, Henri Falcón, desconoció los comicios, son solo manifestaciones de su desprecio por aquellos a quienes considera sus enemigos.

¿Por qué una oposición con la mayoría popular es tan débil?

El comunismo ha sido maestro en domesticar seres humanos: la URSS cayó por muchas razones económicas, sociales, tecnológicas y políticas, sumadas a un intento inútil de reforma desde el seno del Partido Comunista, conducido por Mijaíl Gorbachov. Lech Walesa y Vaclav Havel llegaron al poder, entre otros motivos,  porque la URSS no era la misma de la invasión a Hungría en 1956 o a la otrora Checoslovaquia en 1968. No fue la oposición organizada la que dio al traste con el comunismo soviético; fue éste el que no fue capaz de un segundo aire al estilo de los chinos. Estos ejemplos ilustran una idea que me disgusta pero me parece  imposible de eludir: ¿la revolución bolivariana caerá cuando no pueda utilizar las armas libremente y China y Rusia se cansen de ella? Espero que no, de verdad,  pero la hipótesis no por desagradable  es del todo insensata. No me gusta decirlo pero el pacifismo en algunos casos puede ser el disfraz de la debilidad, no de la fuerza. Nuestro líderes democráticos pueden tener respaldo popular pero  esto no basta, más allá de las consignas de “la invencible fuerza del pueblo”, etc. No es fácil liderar en medio del autoritarismo cuando se ha crecido políticamente por el sufragio; una vez que Venezuela pasó de ser un autoritarismo competitivo a ser una simple tiranía, los líderes opositores han intentado usar los instrumentos de la democracia contra un régimen que las desconoce. Leopoldo López, preso, y María Corina Machado, que ha dejado la piel luchando, desde el 2014 han hablado con claridad sobre la naturaleza real de la revolución bolivariana. Pero tampoco ellos, a mi juicio los más destacados demócratas de mi país, pueden con la revolución.   La oposición venezolana no cuenta con el poder de las armas, para decirlo en pocas palabras.

No tenemos las armas ni las tendremos. ¿Entonces? ¿Qué pasará con la rebelión silenciosa?

La implosión del chavismo

La implosión de la nomenclatura chavista con la correspondiente división de la fuerzas armadas es una salida. No obstante, los chavistas que adversan a Maduro no han abjurado de Hugo Chávez ni cuentan con verdadera influencia en las fuerzas armadas. Por ende, no parece que el núcleo duro del régimen de Maduro apueste por la división cuando en definitiva sus integrantes están hasta el cuello en el lodazal de componendas, corrupción y manejos inconfesables de la revolución bolivariana. Cual Quijote que al volverse cuerdo deja de tener interés novelesco, Maduro y su entorno solo tienen vida en el gobierno. Su voluntad de poder se alimenta también del pavor al futuro; como los fanáticos religiosos que ven el demonio detrás de la sonrisa de una joven con la boca manchada de chocolate, la paranoia es el fuelle de tiranos que se pretenden omnímodos pero tienen pies de barro. La escena de las cabezas de los poderes públicos uniendo sus manos sobre la tumba de Hugo Chávez en 2013 le agrega a esta historia vulgar de luchas por el dinero y la influencia política la certeza tremebunda de los Torquemada: muerte y destrucción no importan para preservar los “altos ideales”. El totalitarismo es un sustituto de la religión y como tal se goza en su supuesta supremacía moral; su éxito se basa en lograr que los individuos lleguen a considerarse débiles criaturas que le deben al Estado –fundado en la cristiana causa de los pobres– su salvación o su muerte. Es improbable que una división súbita pueda alinearse con los rebeldes silenciosos.

¿Y el apoyo internacional?

Los demócratas contamos con el apoyo internacional de casi todo el continente americano y de la Unión Europea, pero dicho apoyo aunque importante no es suficiente. Es posible que se sumen sanciones diplomáticas y económicas a las aplicadas a personeros de la tiranía, confundidas con “bloqueo económico” por la izquierda naïve del orbe. Nada asegura que el aislamiento internacional de las democracias termine con un Maduro apoyado por las armas y por Rusia y China. Los casos de Cuba y Corea del Norte suelen citarse en estos casos pero más que apelar a lugares comunes es preciso recordar que los estados modernos  se basan en el concepto de soberanía, lo cual permite abusos de todo tipo en nombre de los altos ideales de la nación. Por más que incluso se piense en una intervención militar extranjera (si tal cosa fuese deseable), no hay países dispuestos a llevarla a cabo ni una fuerza equivalente a los cascos azules en los organismos regionales como la OEA. En todo caso, los rebeldes silenciosos tienen en los países vecinos buenos valedores: nadie quiere una invasión de refugiados que solo tiende a aumentar. Tampoco la OPEP necesita un socio tan inepto ni los organismos financieros internacionales un deudor tan poco confiable. El respaldo extranjero es clave pero hasta qué punto es determinante no es fácil de dilucidar.

¿Es invencible la tiranía de Nicolás Maduro?

Décadas martillando cerebros con el supremacismo moral de la opción por los pobres convierte a los individuos de los regímenes comunistas en débiles morales, en criaturas temerosas, dubitativas, atravesadas por el miedo al poder y por el miedo a ser vistos como clasistas, racistas, antisocialistas, apátridas. El carácter invencible –real o aparente– de la revolución se funda en el poder militar, en su manejo vertical de la economía que le permite un control férreo de la vida en su simple manifestación biológica, en la nefasta vocación rentista venezolana que llevó al electorado a inclinarse por la revolución hasta el año 2013, pero también en esta ideología que convierte el discurso político en una monodia melodramática que gira alrededor de la pobreza. Buen ejemplo de esta monodia es el lenguaje de opositores populistas como Henri Falcón, candidato derrotado por el fraude madurista, y Henrique Capriles Radonski. Ambos han tratado de apropiarse sin éxito de una retórica que le dio dividendos a Hugo Chávez en su momento pero que en ellos suena hueca al no apoyarse en posibilidades reales de ganar las elecciones. Leopoldo López y María Corina Machado tienen un discurso mucho más personal pero él preso y ella sin el ascendiente necesario dentro de la oposición organizada son más una incógnita que una opción definida.

Pero, como diría la filósofa Hannah Arendt, los milagros en política existen: una tiranía tan debilitada capaz no muere de un cañonazo sino de una picadura de mosquito. Qué o quién(es) hará las veces del mosquito, no lo sabemos.

20 de mayo de 2018

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006);  Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales(Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: May 23, 2018 at 9:21 pm

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