Current Events
Yo no soy abusadora
COLUMN/COLUMNA

Yo no soy abusadora

Miriam Mabel Martinez

Cada día leo y escucho más que quejas, reflexiones sobre los motivos que los empleadores para no pagar, ya no se diga a tiempo sino simplemente para saldar y completar el círculo laboral. “¿Creerán que somos ricos y no necesitamos el dinero?”, “¿cómo piensan que pago la renta?”, ¿de verdad no tienen liquidez?”, “¿creerán que la negación borra la deuda?”, “¿esperarán que se nos olvide y nos rindamos?”, “¿sabrán que los acreedores tenemos derechos o por lo menos sabrán que existe el término?”

A quienes hemos estado en espera del pago nos sorprende más que el hecho, el cinismo del silencio, la crueldad de la indiferencia y la impunidad ante la falta. Quizá por ello evitamos quejarnos y optamos por refugiarnos en la reflexión. ¿Por qué parece que nos hacen el favor? ¿Cuál será el razonamiento de estos individuos? Después del coraje, de la impotencia, de la frustración, unos manoteamos –sino es que gritamos, azotamos lo que esté al alcance para evitar aventar la computadora– o respiramos hondo mientras hacemos tadasana para luego, ya menos ofuscados, consolarnos en el muro de FB, en el WhatsApp, en las charlas entre amigos o en el hombro de la pareja…  casi sin saberlo hemos integrado un grupo de apoyo de acreedores nada anónimos: “Hola, mi nombre es Miriam y soy acreedora-freelancer”. Bienvenida.

“No, pues, te fue bien, porque ahora pagan a 120 días”, “pero por lo menos te pagan”, “a mí me hicieron esperar más de seis meses y ni me contestaban las llamadas”, “yo trabajo en una escuela privada más preocupada por la conservación del inmueble –histórico, por cierto– que por los honorarios de sus maestros”, “ya me dirás tú, para los proveedores la historia no es muy distinta, si bien te va cobras a los cuatro meses el 90 por ciento, ‘si quieres’, te retan”… ¿Te cae? Entonces, ni hablar del peluquín, estoy en la gloria. “Date de santos que te deben, lo malo sería que no”. Bueno, pues visto así, tengo un ahorrito por ahí, ¿verdad? “Así es, ¡bendito sea!”… Y otra vez la impotencia, la angustia ya no del fin de mes sino del quihubo, cuándo… pero hay que ser empático; ponerse en los zapatos del otro, entender que es difícil ser deudor, asumir la responsabilidad de la irresponsabilidad del pago, que la cadena de deuda es larga, casi infinita. Sí, comprendo, pero qué pasa cuando las condiciones de pago se convierten en advertencias, cuando si no se acepta amenaza que no te vuelvan a llamar, cuando unilateralmente se decide que el daño lo deberá asumir el freelancer porque proteger las ganancias así lo ameritan.

En la zozobra, el freelancer no está solo, la comparte con aquellos osados empleados de planta que solicitan el trabajo de algún colaborador dispuesto a aceptar condiciones miserables, con la esperanza de que éstos los ayuden a soportar sus extenuantes jornadas laborales. Esos guerreros de escritorio deben enfrentar batallas para convencer a sus jefes y “patrones” de la necesidad de contratar a un “profesional independiente”. Cabe señalar que sus victorias disminuyen día con día, porque para los chiefs (CEO o CFO, in English, please) esos “gastos” son innecesarios, para eso están los de nómina, ¡qué desquiten sus sueldos y la inscripción al IMSS y el Afore y el Infonavit! ¿Querían trabajo, no? Pues ahora a hacer de todo y más. “Mi jefe dice que para qué contrato traductores si está Google”. ¡Claro, para qué sirven los trabajadores externos si podemos esclavizar a los internos! Para qué pagar calidad si puedes ahorrar dinero, esfuerzo y talento; no vaya a ser que se acostumbren (colaboradores, proveedores, trabajadores de planta, consumidores, etc.) a la buena vida y ¡les guste! Eso sí no, la buena vida cuesta, no es para cualquiera, tiene un costo elevado y pues alguien lo tiene que pagar. Al fin eso de ofrecer productos de calidad está demodé y ya nadie la exige. “Ni la aprecian” (“nadie se da cuenta, mi gallo”). Así que bara, bara… ¿Quién cobra menos? ¿Tú? ¡El trabajo es tuyo, campeón!

Hace 11 meses a mis amigas tejedoras y a mí, nos hicieron un encargo sui géneris: un árbol de la vida tejido de dimensiones monumentales, éste debía contener los nombres de las 68 etnias mexicanas. Además de complicado, era urgente, un “bomberazo”, de esos que urgen para antier, para los que nunca hay tiempo para planear, pero para los que siempre sobrarán horas para incorporar los deseos de ese cliente caprichoso que exige se le cumpla el dicho “quien paga manda” (Y cuando nadie paga, ¿quién manda?) Ante el reto creativo y sin saber, como cantara Lupita D’alessio, que íbamos a sufrir, cuales máquinas de Jacquard nos pusimos a tejer, bordar, coser para resolver esta pieza en tiempo inhumano. Está demás decir que lo resolvimos (en eso consiste eso de ser profesional, ¿qué no?… Mmm, tal vez por ello la queja nos cuesta, solucionar es lo nuestro), que lo entregamos a tiempo, que gastamos en un transporte para llevarlo a su destino en la madrugada, que nuestra empleadora nos recibió enfiestada con un arrastrado “las amoooooo”, una declaración de amor con muchos piropos incluidos: “está increíble, son unas artistaaaass” y la promesa de un pago “inmediato”. El típico romance empleador-empleado. 

En el argot del freelancer, inmediato significa una o dos semanas. Tal cual, nos pagaron la mitad a los 15 días; el resto se liquidaría “al final de la semana entrante”. Una semana que se han convertido en 40. Ese one job stand nos dejó un regalito. Así que a punto de explotar después de cuarenta semanas de llamar, de mandar mensajes amables, teníamos que conformarnos con la indolencia. “La próxima semana queda”, el látigo de su desprecio nos lastimaba para luego darnos atole con el dedo con un arrepentido “ya sééé, perdón, ya la próxima semana, ¿les parece?”. Pero lo que yo ya sé es que estoy harta de matizar mi enojo porque ante todo soy “una dama”, una profesional que no puede rebajarse a pelear su dinero. Ya me cansé de contestar con el “guante blanco”, lo que quiero es vendarme las manos, ponerme los guantes de box y subirme al ring. Yap, yap, gancho al hígado, quiero noquear a ese “así están las cosas”, “por lo menos hay trabajo”, “hay que echarle ganas”.

No. Los que le tienen que echar ganas son los deudores. Los que no pagan como un acto de poder. Una editorial me retuvo un pago porque su CEO, de apellido Sánchez, decidió que no me iba a pagar: “¿a ella por qué? ¡No se lo merece!”. Eso lo supe al día siguiente de que unos policías amablemente lo escoltaran a la salida de la empresa, cuando una solidaria secretaría me llamó: “ya puedes cobrar”. Y así fue, a fin de mes logré cobrar una colaboración entregada y publicada un año antes (un triste triunfo, sin duda). En otra, tuve que enviarle un email al mero mero y mágicamente, como en un verdadero cuento de hadas, el hechizo que imposibilitaba el trámite desapareció, parece que sólo faltaba que alguien moviera la varita mágica. O mandar un correo.

En los principios del neoliberalismo, ser freelancer era un acto de valentía y de organización (ahí estaba el futuro). Más que una aventura era como saltar la cuerda, una vez adentro simplemente se trataba de ritmo. Trabajar, entregar, cobrar, una sincronía que al principio costaba, pero que una vez entendida podía gozar de la armonía. El ciclo de espera entre la entrega del recibo y el pago correspondía al lunar: cada 28 días; una regla perfecta, sin síntomas premenstruales… luego empezaron los retrasos, una semana, dos, tres, un mes, hasta estabilizarse en los tres meses, y con suerte en los dos. Nada que no se pudiera manejar, en marzo recibías lo que trabajabas en enero, en abril lo de febrero, en mayo lo de marzo y así hasta diciembre cuando se pagaba el acumulado debido al cierre fiscal. Enero y febrero se vivían del colchoncito. Después, volver a empezar.

Ahora, ser freelancer es un acto de locura, un lujo, una obra de caridad, porque lo de hoy es patrocinar a los empleadores, apapacharlos, considerarlos, “¡pobrecitos!” tienen que pagar un trabajo ya hecho –¡qué injusticia!–; además tienen que aguantar a los “groseros” que exigen su pago, todavía lo pidieran “por favor”, como gente decente, la gente como uno. Así menos, como por qué pagarle a esos igualados. Se atreven a cobrar por lo que ya hizo, “¡qué mal gusto!” “¿Qué se creen para imponer cuándo se debe pagar?” Porque se paga cuando el “patrón” quiere, no cuando puede. Porque cobrar es de “nacos”, de “pobres”, de “muertos de hambre” que andan mendingando su “pago”. ¡Qué descaro! A quién se le ocurre… Sólo a esos abusivos que piensan que hacer su trabajo, entregarlo a tiempo y mandar su recibo es suficiente. Ah, no, eso no, tienen que hacer méritos; o qué creen, que nomás así cómo así se va a liberar el pago, ni que fuera justo. Lo justo es que se jodan, que esperen, que entiendan cuál es su lugar. ¿Qué no les enseñaron en sus casas a pedir las cosas por favor?

Una y otra vez leo la respuesta de la secretaria de nuestra santa deudora –esa que un momento de pasión nos declaró su amor y juró pagar– no sin asombro y sí, por qué no, con admiración por su “habilidad” para cambiar la narrativa: “bueno, ya, déjeme en paz, abusadora”. Como cantara Laurita León: “qué hiciste, abusadora, qué hiciste”. Así que supongo que ahora tendré que pagar las terapia de la secretaria y su jefa por acoso cobrador… Aunque quizá si les digo que cuando me paguen les pago, así sí me paguen… Perhaps, perhaps, perhaps.

 

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (colección Sello Bermejo, Dirección General de Publicaciones de Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y  El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016).

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: October 20, 2019 at 9:24 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *