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El nuevo western de Quentin Tarantino

El nuevo western de Quentin Tarantino

Jaime Perales Contreras

The Hateful Eight, el octavo filme de Quentin Tarantino, es un western. No es una secuela de Django Unchained (2013), su película anterior, como se creía antes de que se filtrara en los medios el argumento; sin embargo, ambas películas comparten temas similares: los duros resabios de la guerra civil estadounidense, el odio racial entre afroamericanos y blancos, las frustradas acciones de los cazadores de recompensa para obtener la remuneración económica tan deseada, y la presencia constante de una zona gris en la que, como en todas sus películas, no sabemos distinguir con claridad entre héroes y villanos. En los filmes de Quentin Tarantino sus oscuros personajes llegan a ser simpáticos, provocar cierto agrado y tener, al mismo tiempo, acciones morales reprobables.
The Hateful Eight es una cinta coral en donde ninguno de los personajes es más importante que otro. Situada unos años después de la guerra civil estadounidense, la película trata sobre un cazador de recompensas llamado John “The Hangman” Ruth  (Kurt Russell), quien escolta a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una criminal fugitiva, para que sea juzgada y posiblemente condenada a morir en la horca en el pueblo de Red Rock, Wyoming. Ruth se encuentra en el camino a otro cazador de recompensas, el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), quien transporta los cadáveres de tres fugitivos, y que se ve en la necesidad de viajar en la misma diligencia que John Ruth debido a que su caballo ha muerto por el salvaje frío invernal. Más tarde, se une al viaje otro misterioso pasajero víctima de la nieve llamado Chris Mannix (Walton Goggins), quien afirma ser el futuro sheriff de Red Rock.

A medida que avanza el filme los  pasajeros  son atrapados por  una nevada en una estación de diligencia en donde se resguarda un inglés llamado Oswaldo Mobray (Tim Roth), un mexicano que se identifica como Bob (Demián Bichir), un hombre de pocas palabras cuyo nombre es Joe Cage (Michael Madsen) y Sandy Smithers (Bruce Dern), un general confederado. En esta prisión invernal John Ruth sospecha que alguno de los ocho más odiados que se encuentran en la estación es, probablemente, un forajido con oscuras intenciones. A partir de este momento la película se convierte en un filme de suspenso. Todo el mundo es sospechoso y, en cualquier momento, la situación puede desembocar en una letal tragedia.

The Hateful Eight, como en los otros filmes de Tarantino, es una película de alusión y nostalgia en la que destaca un género o un filme específico: Kill Bill evoca a las películas de Bruce Lee sobre artes marciales; Death Proof  nos recuerda a Faster, Pussycat! Kill! Kill!(1965), de Russ Meyer; Inglorious Basterds se encuentra influida por The Dirty Dozen (1967), de Robert Aldrich, y Django Unchained es un homenaje a los spaghetti westerns que fueron sumamente populares en la década de 1960, en la cual, como se sabe, el principal director de ese estilo tan particular de filmar el viejo Oeste fue el italiano Sergio Leone.

En el caso de The Hateful Eight, Tarantino confiesa estar influido por las viejas series de vaqueros que inundaron la televisión estadounidense por casi veinticinco años tras el éxito de Gunsmoke (1955). Tarantino se refiere sobre todo a  Bonanza, The Virginian y High Chaparral. Particularmente en este filme, en el que había personajes bien definidos como héroes y villanos, se puede identificar no sólo la huella de Leone sino la de otro autor igualmente complejo y estilizado en el género como Sam Peckinpah, especialmente el de The Wild Bunch (1969), considerada por muchos como su mejor obra y una película que cambió completamente el rumbo del western.

En The Hateful Eight se observa este abierto homenaje a Peckinpah en la manera en que Tarantino filmó algunas de las escenas de violencia en cámara lenta, como si el acto de morir salvajemente fuese un espectáculo estético disfrutable. A su vez, Peckinpah y Tarantino tienen una actitud similar sobre el tratamiento de sus personajes. Cuando a Sam Peckinpah le preguntaron cuál había sido el motivo de filmar The Wild Bunch, él contestó que simplemente quería desbancar al héroe clásico. Esa misma actitud se puede percibir en The Hateful Eightt, en el que, prácticamente, hay una completa ausencia de héroes.

A su vez, la influencia de directores como Sam Peckinpah y Sergio Leone que se encuentra en The Hateful Eight, se combina con la cualidad característica que ha identificado a Tarantino desde Reservoir Dogs: la estructura del filme en capítulos; la interpolación temporal en el que vemos cómo un personaje que acaba de morir en un capítulo reaparece en el siguiente para subrayar algún detalle importante; las conversaciones entre personajes a propósito de algún tema de cultura popular, o bien, con tema filosófico o histórico que inicialmente resulta baladí pero que sirve como preámbulo para algo esencial en el desarrollo y desenlace del filme.

De igual modo, la forma en que filmó The Hateful Eight resalta su alta veneración por cierto pasado cinematográfico, como cuando recurre a los lentes anamórficos Panavisión que se utilizaron en viejos películas para, con ello, crear el efecto de que la cinta hubiera sido realizada en otra época. Algunos clásicos de las décadas de 1950-1960 se produjeron con este tipo de equipo. De hecho, en una entrevista con Stephen Colbert, Tarantino afirmó que para su cinta se utilizaron los mismos lentes que en Ben-Hur (1959), de William Wyler.

A su vez, como una manera de esculpir con detalle las referencias al spaghetti western, Ennio Morricone, el compositor más identificable de esta corriente, realizó por primera ocasión la música para una película de Quentin Tarantino. Anteriormente, éste había tratado de convencer al músico para que colaborara en alguno de sus proyectos pero Morricone se negó ya que, al parecer, el ritmo apresurado de Tarantino entraba en conflicto con su estilo gradual, que se toma el tiempo necesario para componer una banda sonora. Sin embargo, como un admirador declarado del compositor italiano, Tarantino no se opuso a que la música que Morricone había utilizado anteriormente reapareciese en cuatro de sus filmes.

El tratamiento del odio racial de los estadounidenses hacia los mexicanos de la época del viejo Oeste (algo muy actual, por cierto) también se advierte en The Hateful Eight con dos claras alusiones. En una de ellas Samuel L. Jackson afirma (proporcionándonos un dato clave sobre el personaje que interpreta Demián Bichir) que Minnie Mink,  la dueña de la estación de diligencia en que se encuentran atrapados los personajes por la nevada, colocó un anuncio en la puerta de la estación con la advertencia: no se admiten perros, ni mexicanos. Más tarde, y arrepentida, la mujer retiró el anuncio porque había empezado a “admitir perros, pero no mexicanos”. La segunda situación es todavía más bárbara pero la omito para no arruinar la sorpresa. La dos escenas sarcásticas, xenófobas, molestas e irreverentes de Tarantino sobre los mexicanos nos recuerdan, a su vez, El asesino desinteresado Bill Harrigan, un polémico relato de Jorge Luis Borges de su Historia universal de la infamia (1935) en donde narra que, al matar a un pistolero en una cantina de Nuevo México, Billy The Kid no registró dicho asesinato en la cacha de su pistola porque “no vale la pena anotar mejicanos”.

El género western estuvo sepultado en Hollywood durante más de dos décadas en las que sólo se filmaron algunas películas de manera esporádica. Se olvidaron por un buen tiempo los campos verdes y bucólicos, el correr de los vaqueros montados en caballos persiguiendo el ganado frenético, los pueblos polvosos y llenos de habitantes desaseados y peligrosos listos para vaciar su colt de seis tiros. Todo esto que, en su momento, fue esencial para la fundación de una parte vital del cine, fue perdiendo encanto. Las grandes productoras estadounidenses abandonaron las películas de vaqueros por falta de interés del público y, en consecuencia, económicamente no redituables.  De hecho, el fracaso de Heaven´s Gate (1980), western realizado por el director Michael Cimino, hizo que la  United Artists  casi se fuera a la quiebra causando, con ello, una severa crisis del género. Sin embargo, a principios de los años 90 aparecieron algunas que fueron galardonadas internacionalmente con el Oscar: Dances with Wolves (1990), dirigida por Kevin Costner, y Unforgiven (1992), de Clint Eastwood.

El western perdió interés cuando el film noir redefinió sus cualidades y lo llevó en la pantalla con más éxito. Así, uno de estos brillantes cambios lo realizó Don Siegel al dirigir Dirty Harry (1971). Siegel comentó que, más allá de cualquier interpretación, su película era, simplemente, un western ubicado en la época moderna.  El personaje que encarnaba Clint Eastwood, el detective Harry Callahan, encarnaba al clásico comisario de pueblo que debía eliminar a un peligroso forajido. Por cierto, en esta violenta cinta Eastwood, una figura que cimentó su carrera con el western, evoca al solitario vaquero Gary Cooper protagonizando una escena urbana de High Noon (1952).

Con The Hateful Eight, el octavo filme de Quentin Tarantino, que se anuncia estentóreamente con bombo y platillo al principio de la película como si fuese un símbolo mágico y cabalístico, ha perdido fuerza, debido sobre todo a que Tarantino se repite. A su vez, los diálogos que formulan los personajes de  The Hateful Eight en donde se habla sobre todo y sobre nada, que nos habían seducido en sus obras anteriores, empiezan a sentirse cansados y aburridos.

Al parecer, a Tarantino no le agradó la música de Morricone para su filme. Sin embargo, y como ha sucedido en otras películas de inferior calidad en las que ha participado el músico italiano, lo que finalmente ha salvado a la cinta es su banda sonora. Esto se podría decir que es parcialmente cierto en el caso de The Hateful Eight.

Ciertamente, al ver este tipo de películas nos da la impresión de que Hollywood, felizmente, empieza a tener fe nuevamente en los cowboys y que Quentin Tarantino, como autor,  intenta devolverle la dignidad de una época dorada y lejana del cine en la que directores como Howard Hawks o John Ford llevaron el western a un grado de perfección estética y épica difícilmente superable.

 jaime_perales_photo52a5fb7f4146b_500h Jaime Perales. Escritor, ensayista y comunicador. Trabajó durante doce años en la Organización de Estados Americanos (OEA), en la sede en Washington, D.C., en las áreas de Democracia y Seguridad humanitaria. Su trabajo de investigación ha abordado diferentes aspectos de la obra de Octavio Paz y de las revistas Plural Vuelta. Entre sus distinciones, ha obtenido la John William Fulbright Scholarship, la beca del Consejo Británico y la del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).


Posted: January 15, 2016 at 12:31 am

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