Seis preguntas,SEIS MITOS
Lolita Bosch
Previo a la escritura, físicamente hablando, debemos, a la fuerza, romper mitos. La mala educación literaria que hemos recibido en las escuelas (donde nos enseñaban a leer, nunca a escribir); los conceptos que nos suenan de los talleres literarios o de la teoría dispersa (narrador en primera persona u omnisciente, tiempo verbal, etc.); y las ideas preconcebidas que no hemos pensado suficientemente (“una novela es una historia” o “una novela más no le importa a nadie”), nos impiden pensar claramente nuestro propio proceso literario.
Y para ser capaces de pensar subjetivamente y romper mitos debemos comenzar por preguntarnos, cuestionar, replantear y poner en duda. Porque tenemos la falsa sensación de saber algunas cosas y a menudo ni siquiera vemos la necesidad de preguntárnoslas. Y ése es un grave error.
El error.
No hemos pensado en estos mitos de certeza que reproducimos de una manera práctica cuando lo cierto es que cada vez, en cada nueva novela, nos debemos volver a cuestionar e inventar respuestas y recursos que nos sirvan para crear cada texto concreto. Porque el aprendizaje literario no es acumulativo, sino subjetivo y radical. Y creo que hemos aprendido mal, de raíz, porque hemos aprendido pensando como lectores y no como escritores. De inicio, estas seis preguntas: ¿qué es una novela?, ¿qué pasa en las novelas?, ¿la novela dice la verdad?, ¿cómo se hace una novela?, ¿por dónde comenzamos? ¿cómo logramos pensar en una novela y no en una historia?
Una (buena) novela no es un diario personal, una carta, un mensaje, una tesis, un panfleto ni político ni social, una lección o una forma de alardear ni de deslumbrar. Y, sobre todo, una novela no es una historia. “La escritura no expresa, la escritura produce”, nos dice Cristina Rivera Garza. Y, en efecto, una novela es una construcción. Una forma de pensar, de relacionarnos con la realidad, una traslación de nuestro mundo, una representación, una reinterpretación, una posibilidad… O, como decía Virgina Woolf: “una novela es algo que le ocurre a alguien, en algún momento y en algún lugar”. Es decir, un texto escrito que construye un mundo con sentido, al que se pueda acceder y del que se pueda salir, con códigos que nos permitan interpretarlo, habitantes verosímiles y una estricta sensación de verdad (no de realidad). Es decir, que para que una novela ocurra debe lograr cuatro objetivos: que se vea, que se entienda, que genere empatía y que se pueda interpretar. Y, por supuesto, para lograr estos cuatro objetivos no basta con explicar una historia. (La historia es una semilla vacía).
Porque el relato de una historia no trae consigo la construcción de una novela.
Eso no sucede así.
Sino que para hacer una novela deberíamos plantearnos la escritura desde otro ángulo: no como lectores (que ven en el texto una historia completa y terminada, cierta) sino como escritores (que ven en el texto un trabajo en construcción que son capaces de pensar por partes, artificial). Y sin embargo, cuando nos sentamos a escribir, ¿pensamos en un mundo o pensamos en una historia o una anécdota curiosa?, ¿pensamos que el espacio es primordial para que el lector pueda formar parte de él?, ¿pensamos en las pistas que el lector necesita para interpretar el mundo donde está ocurriendo todo?
No.
Eso tampoco sucede así.
Y a menudo ni siquiera pensamos que darle una novela a un lector es decirle: “Tú ahora vas a entrar aquí y no te vas a ir porque te sientes seguro y sabes donde estás. Y esto es así porque puedes ver donde ocurren las acciones, puedes entender cómo y por qué ocurren, te sientes cercano a alguien y puedes interpretar lo que está pasando y asumirlo a tu manera”. Porque, en efecto, el (buen) lector no sólo se queda en un libro para ver qué está pasando sino, de manera inconsciente, para ver que es capaz de construir por sí mismo. Qué sabe escribir él. Y eso es lo que tiene más necesidad de creer: lo que casi tiene la sensación de haber hecho solo.
Sin nosotros.
Y ahora, ¿eres capaz de preguntarte estas cuatro cosas por separado?, ¿de cuestionarte lo que quieres hacer para saber cómo se construye el espacio que precisas y el tema que te importa?, ¿sabrías pensar cómo se genera la empatía (más allá del puro, y con frecuencia burdo, recurso emocional)?, ¿cómo se alude a la condición de lo humano que hay en el lector y que le permitirá interpretar un mundo con otros códigos y leyes propias?, ¿cómo se consigue que el lector participe en la construcción del libro hasta el punto de pensar que lo está haciendo con nosotros?
Probablemente tampoco sepamos hacerlo. No así, de la nada.
Porque muchas de estas preguntas, pensamos, sin haberlo pensado, que durante el proceso de escritura se contestarán solas, que simplemente sucederán. Pero no es así. Y pensarlas nos sirve no sólo para que sucedan de un modo mejor sino para convertir la inercia y la curiosidad literarias en una herramienta de construcción. Útil. Porque la escritura no es otra cosa que un artificio y una manipulación. No un suceso romántico, inspirado, evocado y mágico. Sino la construcción de un espacio comprensible (a diferencia del mundo), acotado (a diferencia del tiempo) y con el que el lector puede identificarse porque tiene que ver, exclusivamente, con él.
Casi, casi su obra.
Lolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeas, La persona que fuimos, La familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch
Posted: January 18, 2016 at 11:15 pm