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Minueto de una muchacha para poeta

Minueto de una muchacha para poeta

David Noria

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Silvia Molina: La mañana debe seguir gris (FCE, México, 2023, 120 pp.)

 

La novela de Silvia Molina La mañana debe seguir gris da testimonio del paso y los milagros del poeta José Carlos Becerra (Tabasco, 1936 – Bríndisi, 1970). ¿Milagros? Los menudos de la vida diaria sentida con intensidad; los de un anticonformista con pasión vital e intelectual durante sus años de salida al mundo. “Yo lo vi” podría ser la divisa de esta narración, cuya protagonista, novia del poeta, es una joven mexicana de alrededor de veinte años estudiando inglés en el Londres de 1969.

La época y el lugar, con sus convulsiones sociales y políticas, contrastan con el ambiente en que se desenvuelve naturalmente nuestra muchacha: los círculos de las buenas familias mexicanas en Europa, que exportan con ellas, a ese mundo europeo libre, gris e indiferente, su sensibilidad criollo-católico-cursi-señorial, amén de los enseres y la canasta familiar policromada. Se trata de una reducción en miniatura de la vieja oposición entre lo anglosajón y lo hispánico que sirve como telón de fondo.

Así, alrededor de la Embajada de México en Londres y de la casa del también poeta y dandy Hugo Gutiérrez Vega, se entretejen las relaciones entre distintas capas de la sociedad mexicana: ya se sabe que en el extranjero, paradójicamente, alcanzamos una visión más amplia de las diferentes realidades de nuestros países, gracias al encuentro con compatriotas de proveniencias y oficios dispares. Por supuesto, para ello hace falta esa apertura de la juventud que caracteriza la vida del estudiante, aún no anquilosado en los prejuicios ni enjaulado en estrechas rutinas. La aparición en escena de José Carlos Becerra, aventurero de treinta y pocos años, melenudo, atractivo, trigueño, poeta con beca Guggenheim que “viaja por Europa para tener experiencias”, desconcierta y fascina pues a la muchacha bienpensante que se enamora, sí, como en las telenovelas, de uno que no pertenece a su clase; uno tan distinto, además, de esos jóvenes ingleses rubios, altos, desabridos, amables y con fortuna, con quienes su tía –Celestina novohispana en el exilio– le concierta citas, y a los que nuestra heroína, naturalmente, “probará” a pesar de su pasión por Becerra.

Novelita conmovedora y con olor a esmalte, en ella oímos una caja de música de aquellas a las que se les daba cuerda para hacer bailar a una muñeca de porcelana. Pero esta dulce caja de música, dado el accidente de automóvil en que murió Becerra en Italia con treinta y tres años, está rota; su nostálgico minueto resuena bajo la lluvia londinense en que la novia recibe la noticia intempestiva: la desaparición de quien la empujó a abrir las puertas de su propia libertad, ese ser bronco y refinado, misterioso, que se adivina en las páginas del libro. Digo bien “se adivina”, pues la narración hace del testimonio ficcional un método para trazar –sin apoyar mucho el lápiz– la silueta evanescente de quien conducía su vida como una novela de formación alemana, y que deja, como ceniza de su combustión, versos como estos que presentan lo que podríamos llamar el tema musical de la novela:

Mujer, mujer,
Mirándome ¿viste algo? ¿Pensaste que podías ver algo?
¿Alguna pequeña señal? ¿La viste?
Mujer, “niña extraviada”, “bella muchacha sin libertad”,
Frases manoseadas.
¿Te sentiste conmigo la “niña extraviada”? ¿La “bella muchacha sin libertad”?
Trazando la tortura, fingiendo la tortura, ¿te torturabas más?
¿Te sentiste la chamaca pálida que caminaba a mi lado haciendo muecas, y de la cual no te hablé?
¿Quién creíste que eras? ¿Quién creí que era yo?

En realidad, este minueto a cuatro manos llamado La mañana debe seguir gris nos hace apreciar también el “aprendizaje” de la protagonista: el primer amor hace las veces de una cátedra vital en que la muchacha, lejos de empequeñecerse o envilecerse, sobrepasa los límites de sus prejuicios, aunque la muerte del poeta sea la última lección. El arrojo del uno y la fascinación de la otra son finalmente las dos actitudes predominantes y que marcan el ritmo de sus encuentros:

Caminamos abrazados, me habla nuevamente de sus inquietudes, me pregunta el nombre de los árboles, imita el canto de los pájaros. Conozco más de él: su curiosidad por todo… Ya estamos en la casa de Dickens; José Carlos desborda sus sentidos en cada objeto, cada cuadro, cada escalón, y habla de todo como si antes hubiera estado allí, como si Dickens y sus personajes fueran sus hermanos… Le pregunto a José Carlos cómo es que sabiendo tanto de todo sale conmigo, que no sé nada. Dice que mi capacidad, que juntos… y me hago, otra vez, ilusiones.

En el prólogo que Octavio Paz escribió para la poesía reunida de José Carlos Becerra preparada por Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco, El otoño recorre las islas (Era, 1973), podemos encontrar la corroboración de esta vivacidad y “curiosidad por todo” de la que habla la novela. Dice Paz sobre Becerra:

Lo volví a ver en 1970 en Londres. Me visitó al hotelito donde parábamos Marie-José y yo. Hablamos toda la tarde: la situación de México, la carencia de instrumentos intelectuales y críticos de aquellos que precisamente representan el sector crítico de la sociedad mexicana, los cambios en la poesía (me había enviado unos días antes el manuscrito de su última colección de poemas), la tradición tántrica y la pintura contemporánea, la sincronía y diacronía en las cocinas de Yucatán y Oaxaca, las memorias de Nadezha Mandelstan, qué sé yo. Decidimos cenar juntos los tres –Marie-José, Becerra y yo– en un restaurante chino de Kings Road. Allí nos encontramos por casualidad con Michel Hamburger, que se sentó con nosotros. La conversación giró hacia Paul Celan y la poesía alemana, de ahí a Hölderlin y de Hölderlin a las relaciones entra locura y poesía… José Carlos lo oía todo con los ojos brillantes. Descubría al mundo –y el mundo lo descubría. Salimos con grandes abrazos. A los pocos días salió de Londres rumbo a España. Desde allá me escribió pero yo ya no pude contestarle: había muerto en un accidente de automóvil.

Silvia Molina hizo pues del Becerra real –ese que en Londres visitaba a Vargas Llosa, que se carteaba con Lezama Lima, que se asumía discípulo de Pellicer– el personaje de una novela que, en definitiva, retrata el México peregrino, ese círculo social idéntico a sí mismo ayer como hoy, pero entonces contemporáneo de la odisea europea de Octavio Paz (el “Maestro” en la novela), Francisco Toledo y otros, comparsas de este primer amor que se desenvuelve entre estudiantes que, en París y en Londres, se prestan libros de Alfonso Reyes, hacen excursiones a castillos y visitas a museos. De todo ello queda constancia en estas páginas, incluso de esa fraternidad latinoamericana que se revela, paradójicamente, en otro continente. Amistades, descubrimientos, zozobras morales y económicas, crítica y autocrítica son algunas cifras de La mañana debe seguir gris, homenaje a la libérrima Inglaterra, a una época y a un grupo de jóvenes mexicanos viviendo con plenitud.

 

David Noria (Ciudad de México, 1993) es escritor, poeta y traductor. Autor de Nuestra lengua. Ensayo sobre la historia del español (Academia Mexicana de la Lengua-UNAM, 2021). Profesor en la Facultad de Letras de la Universidad Aix-Marsella, Francia. 

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Posted: March 4, 2024 at 8:50 pm

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