Fiction
Abisal

Abisal

Gabriel Carle

Reunido en la Universidad de Houston el jurado de la Primera Convocatoria del Premio Literario ESCRITURA REVUELTA concedió  por unanimidad el Primer Premio al manuscrito  Abisal del autor  José Gabriel Figueroa Carle. Compartimos un fragmento de la obra premiada. 

* * *

Shitstorm 

Porque es domingo, me propongo correr bici hasta el Viejo San Juan. A pesar de la morriña, del ronroneo de la planta del vecino a mi ventana de diez a seis, del cosquilleo granoso en la garganta, del rocío de bruma que ya no se borra de los retrovisores. 

Me propongo sudar lo que me queda de tormenta en el cuerpo. 

Bajo las escaleras y veo a un deambulante eñangotado detrás el Jeep que bloquea mi entrada. 

Escucha mis pasos. Se sube el mugriento traje de baño e intenta disimular el picor entre las nalgas y el hilo verdeamarillo que le corre hasta el tobillo izquierdo. Desaparece entre los cuerpos de la Loíza. 

Me llega la peste antes de ver sus últimas tres comidas semidigeridas en la acera. No sigo ningún credo —el mío, en todo caso— pero sí creo en las señales divinas. Esta semana será tremendo mierdero. Trago hondo y guardo la bicicleta.

* * *

Tengo en mente llegar a mi clase de alemán a ligarme a mis cuatro crushes, pero antes, oso en llamar a mi oficial de asistencia económica. 

—Mmmmmng, no me parece— ella contesta. Se me aprieta la garganta.

—¿Cómo que no van a pagar el préstamo?

—Ya estamos pasados de fecha.

Ni que fuera un litro de leche. 

—Pero necesito ese dinero, me lo deben desde marzo. No consigo trabajo, mi abuela no puede… Me gradúo este semestre.

Una vaguada ruge furiosa y marrón sobre el horizonte. Unos gatos se asoman por entre los arbustos, filosofando sobre mis razones para quedarme en la isla estudiando. 

—¿Qué voy a hacer ahora?

Explota en mi oreja el crujir de su silla doblándose hacia atrás. La escucho abrir otro chicle. La imagino virando el cuello hacia un Post-It que me acuerdo haber visto pegado en su cubículo.

Me recita las pocas opciones que me quedan. Mis rodillas tiemblan.

—¿Cómo voy a pagar mi apartamento… mi comida? —interrumpo.

Me siento al pie de una de las palmas aún derechas pero despeluzadas en Humanidades.

—¿Cómo fue… la señal sigue mala, estás ahí?

Si una penca se desprende en este instante, nadie la vería caer, ni escucharían mis costillas craquear con el impacto.

—¿Qué voy a hacer ahora? —le repito al bip-bip-bip a mi oreja. 

* * *

Chris no terminó su licenciatura en artes dramáticas, pero sigue viviendo y maquillando en Santa Rita. Trabajamos un año juntos en una barra en la San Sebastián, donde también hacía shows de transformismo y hasta proyectábamos RuPaul los jueves. Tiene cuatro mil seguidores en Instagram. 

El martes por la mañana, nos encontramos en El Ensayo para coger lo último del desayuno gratis: la avena raspada del fondo de la olla, una ensalada de atún ya disuelta y tres galletas de soda.

—Vámonos pa Nueva York —le digo, y con el Tang anaranjado me bajo una klono que Chris me esconde bajo el plato.

—I’m working on it.

—Es en serio, nadie saca los escombros por la leptospirosis, y con cada lloviznita se desbordan las alcantarillas o el caño. La peste a cloaca me llega hasta el cuello. El carro casi se me ahoga por Barrio Obrero.

—Nena, pero qué mucho te quejas, ¿no te graduabas y que en tres meses?—

Y la voz de Gilbertito Santa Rosa se disuelve entre penumbras. El tercer apagón de la semana.

Luego en mi clase de alemán, se me ocurre enchufar la extensión con el celular, la laptop y el iPad conectados.

Cuando me viro, los cuatro crushes me miran absortos. Me tapo la raja expuesta con la mano. La profesora me pregunta qué pretendo encontrar en el enchufe, pero literalmente no sé cómo contestarle. 

Luego me acuerdo que de nuevo estamos sumidos en la oscuridad por las próximas ocho a doce horas. Me siento a conjugar verbos sin mirar a más nadie. 

—¿Y esa peste? —le pregunto a Chris cuando nos volvemos a encontrar a almorzar en la iglesia bautista.

—Macy’s new seasonal fragrance —y se suelta el pelo azul. Ya ha perdido su lustre plateado.

Dog shit du jour? —contesto, y me tapo la nariz mientras termino el plato gratis de arroz con habichuelas, salchichas guisadas, ensalada verde y yogur caliente. Las abuelitas nos sonríen desde la cocina a pesar de nuestras pantallas doradas y nuestras uñas prietas. En solidaridad, les devolvemos las sonrisas y bajamos los rostros a atragantarnos.

San Juan entero parece haberse inundado. Les que quedan de la corilla se ausentan del pasillo del Teatro y del Vidy’s por las inclemencias del tiempo. No hay señal ni en avenida Universidad ni en la Barbosa. De vez en cuando Open Mobile me concede tres barras de 3G y puedo ver las fotos de algún pueblo del centro destrozado e incomunicado, con los presentadores de CNN salivando sobre las imágenes de unos robles encima de los techos y los cables del tendido enredados en los barrancos. 

Llamo a mi abuela, pero no contesta. Nunca contesta. 

El tener que acostumbrarse a vivir en la mierda es, en sí, una mierda. Caminar de esquina a esquina ignorando la ristra de pestes es una mierda. Tener que consumirla a diario, conformarse con ella, hasta ser agradecido por ella y regodearse en sus pestes a pesar de ver a la isla con sus habitantes descender en espiral cada mañana. 

Por la primera vez en hace semanas, de nuevo por Humanidades a las cinco de la tarde, me entra una llamada de Chris.

—¡Loca, hoy cenamos corned beef en Centro Picó!

—Creo que voy a casa de mi abuela… prefiero comer comida hecha en casa.

—Ay, bendito… por lo menos tu abuela vive cerca y te habla… mejor que mi pai en Isabela. Él no me da ni una lata de salchicha.

—No, wait, I didn’t mean to—

Pero me engancha, o se cae la llamada, o se va la señal porque se le acabó la planta de diesel a la antena de Open, no sé.

Sin más remedio, voy a la clase de yoga por Plaza Uni a las cinco y media. Las cotorras chillan de la bellaquera y cagan a nuestro alrededor por una hora y media. Me paro en mi cabeza por un minuto esforzándome tanto, tanto, en tan solo respirar, y respirar, y respirar.

 

*Este fragmento pertenece al libro Abisal de Gabriel Carle, Ganador del Primer Premio Literario Escritura Revuelta fundado por Pedro Gutiérrez y organizado por la Universidad de Houston.

 

Gabriel Carle (San Juan, 1993) cursó el bachillerato en Escritura Creativa en la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras. En dos ocasiones obtuvo el Primer Premio en Cuento en el Certamen Literario de la Facultad de Humanidades (con “Tratado de una sexualidad inconforme” en 2013 y “Triángulo escaleno, o Los filis que nos unen” en 2016). Ha publicado en Diálogo Digital, 80Grados, Revista [In]Genios, Tonguas, Cruce, Catedral Tomada, Aurora Boreal, entre otros. En 2018 comenzó la maestría de Escritura Creativa en Español en NYU y publicó su primera colección de cuentos, Mala leche (Ediciones Alayubia). En 2019 su manuscrito Abisal ganó el primer lugar en el Premio Literario ESCRITURA REVUELTA de la U. de Houston.

Posted: September 30, 2019 at 9:53 pm

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