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Jesús Silva Herzog Márquez: El ensayo, antídoto contra los dogmas

Jesús Silva Herzog Márquez: El ensayo, antídoto contra los dogmas

Alfredo Núñez Lanz

Sólo hay un género literario al que se le da de manera natural el ejercicio de hablar de sí mismo, una práctica que lo refresca y renueva, y es el ensayo en la tradición de Montaigne, su inventor, allá por el siglo xvi. Un género de paseos reflexivos, elucubraciones, pensamientos libres, pero a la vez asociativos y sin un afán por demostrar, concluir o agotar los temas. Acaso el único objetivo sea mostrar para después evadir el estrecho y comprometedor camino del tratado, la tesis o la teoría. La mayoría de los grandes ensayistas han ensayado sobre el ensayo, valga la redundancia. El propio inventor revela, escribiendo sobre Demócrito y Heráclito, su proceder: “Escojo al azar el primer argumento con que doy, porque todos los considero buenos por igual y nunca me propongo seguirlos enteros, ya que no veo el conjunto de nada. Entre las cien partes de cada cosa, me atengo a una, ya para rozarla, ya para rascarla un tanto […]”. La novela también ha hablado de sí misma en su propio territorio, pero en los últimos tiempos, naufragando con frecuencia en las modas de la autoficción, a la que todo el mundo recurre hasta para ofrecer soporíferos diarios de embarazos.

Quizá sea debido a su naturaleza esquiva, incapaz de definirse de una buena vez, que el ensayo habla de sí mismo continuamente y con ello se renueva. En ese sentido se hermana con la poesía, el más progresivo de los géneros literarios, poetry is news that stays new, decía Ezra Pound. Jesús Silva Herzog Márquez, analista político y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, nos ofrece Por la tangente: de ensayos y ensayistas, un breve y grato paseo entre centauros. El libro es fiel a una cualidad del género: su capacidad para provocarnos el placer del asombro. Los buenos ensayos casi siempre, en un baile con el lector, revelan aspectos, perspectivas, modos distintos, otras caras de la moneda. “La divagación, es decir, el desorden, adopta pose de método. Meneo, brinco, retroceso, giro. Sin itinerario, el ensayista sigue el capricho de sus antojos”. Y es una danza no exenta de coqueteo, pues ensayar es sugerir, tentar al lector a que cambie su postura, se descubra equivocado o simplemente siga el ritmo que le marca el discurso. Para que esta mágica persuasión ocurra, tal y como lo afirma Silva Herzog Márquez, “el ensayista necesita convertir al lector en su cómplice; imponerle su código de alusiones, eufemismos, esbozos e insinuaciones”, todo para después irse por la tangente una vez que arrojó luz sobre un problema o cuestión.

En esta apuesta del sello Taurus (perteneciente a Random House et al.) en formato ebook desfilan anécdotas de ensayistas, como aquella de una jovencísima Virginia Woolf visitando tres veces la mítica torre del señor de la Montaña y compartiendo sus impresiones de fanática con Vita Sackville West, pues ella sabía que en ese castillo se gestó el mayor invento literario de nuestra era: una forma que da la espalda a los especialistas y académicos, que sospecha de todo y no pretende aleccionar. También vemos a Imre Kertész recibiendo una carta la víspera de su discurso en Estocolmo donde súbitamente se revela el error que propició su supervivencia: el reporte de los prisioneros muertos en Auschwitz donde aparecía su nombre. Su edad y ocupación eran falsos. Aparecía como un obrero dos años mayor para no ser clasificado como niño cuando lo trasladaron de Auschwitz a Buchenwald. Aquellas mentiras lo habían salvado. “Yo: una ficción de la que, a lo sumo, somos coautores”, escribió y con ello aceptaba su única patria: la escritura.

Silva Herzog Márquez nos presenta al George Steiner de la vejez, quien afirmaba no escribir, sino ser sólo un cartero. A su territorio de expresión lo definía como “el servicio postal de la cultura: depositar el mensaje en el buzón correcto, llevar informes de la belleza y del saber, poner en contacto texto y lector”. Una vida enlazada a la creación y a la crítica, pero vital en sus apreciaciones, semejante a la de William Hazlitt, el crítico de literatura y arte inglés protosocialista que describió como nadie una pelea de box en el siglo xix emulando el ritmo de los puñetazos, un pugilista defensor del odio como motor del mundo, útil contra los intelectuales pedantes y serviles.

Este compendio además dialoga con otros ensayistas, casi siempre de personalidad cínica que luego de haber leído profundamente a su sociedad, coquetearon con la misantropía o se despidieron del mundo. Como el propio Montaigne que, encerrado en la torre de su castillo, rodeado de libros y citas latinas grabadas en las vigas del techo, llegaba a la conclusión de que es preciso evitar la reducción de la complejidad en la oposición binaria y en la obligación de escoger bando. Montaigne recetó el retraimiento escéptico como respuesta a la falsedad de los absolutos. También dialoga con el antipático Unamuno, quien “perdió la fe en los dogmas y la recuperó meditando en los misterios”, empeñado en romper prejuicios, consciente de que “toda idea, cuando es nueva, duele. Se abre espacio desgarrando el tejido de nuestras creencias”. En estas páginas aparece el sufriente Rousseau quien renunció al pensamiento y se inclinó hacia el final de su vida por las ensoñaciones; el periodista y crítico social estadounidense H.L. Mencken, que creía vivir en el país equivocado y “cuando le preguntaron por qué vivía ahí, en un país del que tanto se burlaba, respondió con otra pregunta: ¿por qué la gente va a los zoológicos?”. La tangente de Silva Herzog Márquez resulta el camino que conduce a un necesario refugio ante tanta desgracia irracional, palabrería hueca e imposiciones ideológicas.

En una entrevista reciente, Silva Herzog Márquez comentó que como escritor no se siente cerca de la novela y confesó ser incapaz para la poesía. En cambio, el territorio ensayístico, el de las ideas, lo siente cercano. Para él, frecuentar este género es hablar sobre sus procesos con tal de reconocer las trampas propias. El ensayo tiene la virtud, pero también el peligro de abordar un ángulo específico para después soltarlo. A diferencia de la academia que sí busca la especialización, el ensayo literario prefiere la fuga. Por la tangente es una manera de discutir con quienes se aproximan al mundo desde las falsas certezas de las trincheras ideológicas. El ensayo resulta un género oportuno en estos tiempos de polarización donde cualquier disidencia es atacada por troles –reales o virtuales– que linchan sin más argumento que su fe ciega, mostrando un bochornoso culto a la personalidad de los tiranos.

Nada más refractario a esta realidad de populismos descarados que el ensayo; a diferencia de los discursos homogéneos, este centauro todo el tiempo se cuestiona el piso donde está parado. Su tentativa de fuga no es un abandono, sino una expresión de antipatía por las doctrinas. Los ensayistas invitan a ver las cosas desde cierto ángulo, respetando las perspectivas, pues agotar los temas implica atrincherarse en “verdades”. El ensayo duda todo el tiempo gracias a su vaivén. Los discursos grandilocuentes y opacos de nuestro clima político latinoamericano multiplican el dogma, “una droga capaz de eliminar las incertidumbres e incoherencias del mundo ofreciendo a quien la ingiere una convicción que lo explica todo”. De ahí que los gobiernos actuales se comporten como pontífices que, a fin de cuentas, nos imponen el miedo a pensar. Y aquí entran los dardos de Hannah Arendt acometiendo la narración de la ideología, parafraseada con agudeza por Silva Herzog Márquez: “La sociedad sometida a la propaganda totalitaria no cree ya en lo visible, decía Arendt. No cree en la realidad de su propia experiencia. No confía en lo que ven sus ojos […] cree sólo en esa imaginación que ha sido colonizada”. Y aceptamos las mentiras plácidamente, disfrutando de la calma de la fe ciega. Nada como revivir al excéntrico Jonathan Swift para demoler nuestras vanidades, lo absurdo de nuestros mitos y “pellizcar a quienes reposan cómodamente en la nata de sus prejuicios”.

Silva Herzog Márquez nos invita a subir por la torre de Montaigne y desde ahí admirar este paisaje dividido, lacerado y envuelto en cortinas de humo. Por la tangente es una medicina de azar, distancia y evocación. Es un libro refrescante y puntual, una experiencia de lectura antiprofesoral que no aspira a la autoridad coercitiva de la erudición, pero a la vez ofrece páginas de lucidez que empujan a salir del ritmo frenético de la pandemia y salirnos de los márgenes ideológicos que han quedado tan estrechos como los de nuestras propias casas.

 

Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el “Premio nacional de narrativa histórica Ignacio Solares” para obra publicada por El pacto de la hogueraSu Twiter es @NunezLanz

 

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Posted: July 5, 2020 at 8:44 pm

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