#Covid19DíasDeGuardar
Almohadas, sueños, despertares

Almohadas, sueños, despertares

Ana Clavel

Cada quien tendrá la suya, pero mi palabra favorita del idioma español es almohada. Me gusta su cadencia delicada, su invocación fonética y onírica a las noches y a los sueños de Oriente. Su resonancia árabe nos “acaricia la mejilla” lo mismo en su etimología que en su uso diario. Las ha habido de piedra, de madera, de bronce, de porcelana, de paja, de plumas, de hule espuma. Dos referencias inmediatas: El libro de la almohada con sus viñetas de sensualidad delicada y El almohadón de plumas de Quiroga con el horror que cobija en su entraña. No deja de sorprenderme el paralelismo: mientras en la antigua almohada japonesa, labrada en madera con un hueco que guarda secretos para atraer sueños propicios como un diario íntimo plagado de fulguraciones y hallazgos cotidianos, el almohadón del escritor uruguayo contiene el germen de una pesadilla monstruosa. Ni más ni menos, del paraíso al infierno. Borges dice en su hermoso libro Siete noches que las pesadillas son un adelanto del infierno. Me atrevo a sugerir que los sueños felices lo son del paraíso. También hay otros sueños raros donde no somos ni felices ni desdichados. Ahí acaso experimentamos ese no lugar de extrañeza llamado limbo.

Incluso de forma casi gráfica, las almohadas son las alfombras voladoras del sueño. En almohadas de brocados isabelinos se fraguó el sueño de siete noches de Orlando en la novela del mismo nombre para resarcirse del mal de amor, y luego en almohadas orientales el sueño transexual que lo lleva a convertirse de Lord en Lady Orlando. Y entre almohadas de hadas se pergeñó el sueño de la Bella Durmiente que sumió también a todo su pueblo en los reinos de la inacción como si se tratara de una plaga propagada por un virus del mal.

En la gastronomía francesa hay un sofisticado manjar conocido como “Almohada de la bella Aurora”, concebido por Brillat-Savarin, autor del célebre tratado Fisiología del gusto de 1825. Aunque por el nombre y por la forma que simula un gran almohadón pero de pasta crujiente, pareciera dedicado a la princesa del cuento, en realidad es un homenaje a la madre de su creador, llamada precisamente Aurora. Platillo complejo y excesivo donde los hay pues arropa un fastuoso relleno en el que se incluye ternera, perdices, liebre, cerdo magro, jamón, tocino, hígados de pollo, tuétano de buey, vinagre de vino blanco, aceite de oliva, cebollas, champiñones, tomillo, trufas, huevos, miga de pan, pistacho, caldo gelatinoso elaborado con los huesos de las perdices y mantequilla. Era posible probarlo en tiendas de productos gourmet y restaurantes de cuatro estrellas en Francia en la época de navidad y en los tiempos en que se podía viajar. Ahora, sólo de imaginarlo me descubro una gula desconocida, la provocada por la reclusión en la que todo placer corre el riesgo de volverse excesivo y vicioso. Imagino o sólo sueño que imagino. Será porque la pandemia ha difuminado los límites de lo real y todo se ha vuelto fantasmático, realidad alterada y virtual. Un dilatado sueño o pesadilla invernal.

Metáfora aparte, eso de semejante paréntesis hibernatorio puede resultar todavía más inquietante si nos conduce de manera literal al letargo prolongado, y en grado extremo a la muerte, como sucede con la tripanosomiasis africana, también conocida como la “enfermedad del sueño”, transmitida por un insecto misterioso como su nombre: la mosca tse-tsé, que durante siglos ha asolado algunas regiones de África.

El siglo XX registró otra enfermedad del sueño posterior a la pandemia de influenza o “gripe española”. Sucedió después de la primera Guerra Mundial y durante una década se cobró la vida de alrededor de un millón de personas mientras dejaba a otros casi cuatro millones en lo que parecía ser un estado catatónico permanente. La BBC reportó así algunos de los primeros casos, como si contara los efectos del pueblo del cuento de hadas: “En Suiza, una novia se quedó dormida en el altar; en Francia, ni siquiera los dolores de parto despertaron a una madre”. Todo un misterio al que la ciencia denominó “encefalitis letárgica o enfermedad del sueño”.

A pesar del terror que produjo esta pesadilla, el paso del tiempo la fue empolvando y sólo regresó a ser noticia cincuenta años más tarde cuando un joven médico llegó al Hospital Beth Abraham en el Bronx, Nueva York, donde aún había decenas de pacientes con encefalitis letárgica y tuvo la feliz idea de suponer que en esos cuerpos dormidos habitaban personas que podrían responder a un nuevo tratamiento. La música y un medicamento que solía administrarse a pacientes con Parkinson marcaron el despertar de estos durmientes que habían permanecido en la inmovilidad e inconsciencia durante más de tres décadas. Por supuesto, el joven médico se convertiría en un célebre escritor: Oliver Sacks, quien contó en el libro Despertares (1973, hay película con el mismo título, protagonizada por Robert De Niro) sus experiencias con el grupo de enfermos que parecieron revivir con el novedoso tratamiento.  Hasta que, poco a poco, volvieron a caer en el sueño invernal del que ya no despertarían más que para su cita con la eternidad. En pocas palabras, no en balde es una minificción inspirada en el reclamo de un adolescente en medio de unas vacaciones escolares por levantarse temprano: “Soñé con un lugar maravilloso donde la gente dormía toda su vida y sólo se despertaba para ir a su propio entierro”.

A muchos la pandemia actual del covid-19 nos ha parecido un mal y prolongado sueño del que no conseguimos despertar. Ojalá que cuando la pesadilla termine, parafraseando el célebre cuento del dinosaurio monterrosino, todavía estemos aquí, y no nos pille muy quebrantados, incapaces de reposar sueños en almohadas para la imaginación… y otras partes de la cama.

*Imagen: Henry Meynell Rheam, Sleeping Beauty, 1899

 

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: February 22, 2021 at 11:07 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *