Alteración de los sentidos
Mabel Cuesta
• Rocío Cerón: Materia oscura (Estado de México, Parentalia, 2018).
Un cuadro de Mark Rothko es un camino doble. Un retraerse en pos de la concentración o un distenderse buscando una fuga. Un cuadro de Mark Rothko, aun colgado en las enormes paredes de la Menil Collection es, entonces, un movimiento imparable. Un verso de Blanca Varela es otro tipo de conmoción; pero igual se mueve, nos mueve, y en ese bamboleo nos enseña a mirar.
Desde Varela y desde Rothko parte Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) hacia el estremecimiento sensorial que termina siendo Materia oscura. Si hubiera que reinventar las figuras literarias y en ese nuevo orden no se hubiera todavía nombrado a la sinestesia, entonces, al menos en castellano, bien podría ser rebautizado dicho recurso como “la cerona”. Porque así debe leerse esta plaquette: como fiesta y alteración de los sentidos. Como renacer de la sinestesia desde una explotación agudísima de las unidades que la conforman. Las ceronas o sinestesias son sombrillas que aquí vendrán a recordarnos sobre la imagen como productora de sentidos; pero no estrictamente por la vía semántica, sino por la vía sensorial.
En las apenas diecinueve páginas que lo arman, Materia oscura tiene la habilidad de recordarnos que el pensamiento es ruido tormentoso o dulce “Agudo canto del herrerillo” (Cerón, 4); que como al viento, inasible, resulta imposible deshacerlo. Que al pensamiento lo anteceden la visión y el oído y que este último, guardado tras la oreja, es antesala del cerebro. Así como la visión, guardada tras el ojo, atestiguará vida y muerte a su alrededor “(…) desliz a desliz resplandece la lluvia entre las grietas de los muertos” (Cerón, 5).
A la vez, como todo cuaderno de poesía, no podrá éste escapar a su destino de ser palabra que traduce la imagen, creándola. El poder circular y conocido de ese juego, deviene para Cerón otro de los insistentes motivos de esta obra “Palabra follaje, brasas de sentido ante observante” (Cerón, 6). Sin embargo, la imposibilidad de burlar ese infinito cerco (imagen-palabra-imagen); no está exenta de estremecimientos; hay algunas tretas posibles de tender a su incómodo fatum de poeta que aún le apuesta a la ordinaria (y poderosa) materia que sería la palabra y Rocío Cerón se avienta y lo revela: “Arde, todo arde en el lenguaje” (Cerón, 6). Porque el verbo, con todo y sacro, es también otra forma material del pensamiento y el ruido y la visión y los cuerpos que tocamos aunque no estén presentes.
Desde las ceronas todo se trastoca, otra vez, todo es viaje de ida y vuelta. Se trastoca la historia porque hay aquí unos muertos sin nombre “De cualquier abedul podría colgarse un hombre. O una mujer. Se guarecen en tierra semillas de amapolas. Florecerán. No en el pueblo que las ha plantado” (Cerón, 12); pero son muertos que quizá podrían tener los rostros de los cuarenta y tres de Ayotzinapa. Y se trastoca la memoria en la medida en que una cabeza es lo que vemos; pero es sobre todo un continente de orígenes y una esperanza de futuro “La cabeza –reducida— guarda en el hueco de la boca todo el rumor amazónico de la belleza (Cerón, 9). Es entonces que se hace preciso anotar, a partir de estas dos últimas citas, que hay en estos versos de Cerón toda una cosmogonía de carácter político que tampoco podemos descuidar.
Si bien Materia oscura no debe leerse como pretexto a una agenda para las revoluciones a la que asistimos en este tiempo, asimismo sería ingenuo pasar por alto las denuncias que en él acontecen “Violáceo el manto del cardenal. Púrpura o sanguíneo. Lo que toca el dedo sobre los labios: frase silenciada entre el paladar y lo sublingual. Incidencia de lo mirado en la articulación de las rodillas” (Cerón, 10). Porque en este libro también vive un miedo. Y no es un miedo joven sino heredado. Miedo que presiente mutismos y terror, miedo de quien ha sufrido un golpe.
Ruido, miedo, miradas, olores, pensamiento, cielo, fuego, verbo, grito, silencio. Todo, todo arde en el lenguaje con el que Cerón compone e invita a su propia materia oscura. Esa materia que pervive en la trastienda de su propia cabeza llena de fantasmas y deseos inasibles. La trastienda en donde el ojo, al decir de Antonio Machado, no es ojo porque tú lo veas, sino porque te ve. Y Rocío Cerón nos vio y creó, con su ruidosa visión, un nuevo cuerpo.
Mabel Cuesta: Ensayista, poeta y narradora. Ha publicado In vía, in patria (Literal Publishing, 2016) Nuestro Caribe. Poder, Raza y Postnacionalismos desde los límites del mapa LGBTQ (Isla Negra, 2016); Bajo el cielo de Dublín (Ediciones Vigía, 2013); Cuba post-soviética: un cuerpo narrado en clave de mujer (Cuarto Propio, 2012); Inscrita bajo sospecha (Betania, 2010); Cuaderno de la fiancée (Ediciones Vigía, 2005) y Confesiones on line (Aldabón, 2003). Es profesora de Lengua y Literatura Hispanocaribeñas en University of Houston. Twitter: @luzbinaria
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Posted: March 19, 2019 at 8:24 pm