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Historia de una censura

Historia de una censura

Francisco Hinojosa

Conocí a Ricardo Guzmán Wolffer a mediados de los noventas en alguna tertulia de la revista Biombo Negro, cuyos animadores eran Lourdes Hernández y Felipe Ehrenberg. Nos juntábamos los martes a comer como reyes, a veces en su casa, otras en las de los demás tragones, conocidos como los “comensales del crimen”, pero el cuartel general estaba en su cantón de Tepito y el grupo fue variando con el paso del tiempo: restas y sumas en un taller que incluía a algunos autores e ilustradores ya publicados y a quienes nunca se habían propuesto escribir un texto literario.

Biombo Negro llevaba ya varios números y se vendía de mano en mano y en la librerías de Gandhi: había que sacar para los gastos. Todo iba bien hasta que se publicó el primer capítulo de la V voladora, escrito por Ricardo e ilustrado por Marcos Límenes. En aquella época salinista estaba en trámite la licencia de licitud de contenido. Los censores de la Secretaría de Gobernación mandaron un escrito diciendo que, gracias al texto de Guzmán, no iba a proceder el permiso: es decir, que no iba a poder circular la revista, al menos en librerías. Pero los “comensales del crimen” no se íban a dejar intimidar por funcionarios iletrados.

¿Qué fue lo que tanto le molestó a Gobernación? Bueno, en ese primer capítulo el protagonista de la novela, Serapio, alias Sepu, practica la necrofilia con el torso de un cadáver despedazado. Es probable que eso le molestó a los censores: quizás alguno de ellos se vio reflejado y prefirió que nadie lo fuera a identificar. El asunto no para allí. Varias páginas después vemos a los misóginos y machistas Sepu y el mayor Perales investigar la muerte de ese primer cadáver, pero los labios vaginales de la víctima cobraron vida y se convirtieron en fuente de terror, pues volaban tras él, hasta que se le clavaron en un ojo y gracias a eso Sepu adquirió el don de tener una visión infrarroja.

Entre ellos se comunican con un lenguaje tan ofensivo y lépero como guarro, alburero y misógino. Nada nuevo entre la vulgar camadería insolente que comaparten policías y su espejo: los delincuentes. Ese fue el primer capítulo que llevó a Gobernación a censurar la revista, con todo y que la acción se situaba en un México distópico. Eso no impidió que se publicaran cinco capítulos más de la novela en entregas, uno por número, hasta que ya no logró sobrevivir la revista. Sin embargo, Ricardo no se detuvo: por el contrario: se convirtió en una máquina imparable de añadirle episodios a su prospecto de novela.

En el primer libro, Sepu y su ojo femenino, adherido con grapas, luchan con chupadores profesionales: teporochos callejeros comandados por una vampiresa iracunda. El final de esta primera parte es digno de cualquier película de Marvel: el mundo entero se queda paralizado cuando el Sepu y la malévola vampira se enfrentan con todo. Aunado a su segunda parte, llamada La saga de la V voladora (Lectorum, 2021), Sepu y el comander Perales son enviados a las estepas de Iztacalco a luchar con el Ñeroña, temible bandido del apocalipsis chilango, hasta que una parte de su cerebro es engullido por un dragón de Komodo que camina plácidamente junto con otras mascotas en Iztacalco y eso lo convierte en un godzilla de cuarenta metros que debe ser combatido por Sepu y Perales.

La virtud mayor de la V voladora es divertir con un humor hilarante, en situaciones tan absurdas que hasta parecen verosímiles, con personajes tan aberrantes que uno podría identificarlos con algunos de los que transitan en los separos más cutres de una delegación policiaca.

A estas alturas, cuando las redes sociales prácticamente han hecho obsoleta la práctica gubernamental de la censura, la V voladora es un aire de libertad que sirve para recordarnos que la imaginación no tiene límites, como tampoco la capacidad de Ricardo para inventar pelandrujadas y neologismos. Su novela es raspa, irreverente, desfachatada y en momentos excesivamente gore y ofensiva: para muchos su autor podría ser considerado como un afectado de sus facultades mentales, a pesar de querer convertir a sus personajes en héroes. Quizás no se equivoquen, o sí.

Ciertamente existe una censura que funciona a nivel mundial: en el cine no puede haber hoy en día imágenes de niños a los que asesinan a mansalva o violaciones explícitas, entre otras cosas, aunque vemos en algunas películas o series escenas de tortura mucho más impactantes que las acciones violentas de los personajes de la V voladora.

Pero en lo que se refiere a textos literarios, al menos en los países occidentales no dominados por tiranías, hoy en día es menos común. Recordemos aquel caso de censura de Carlos Abascal, secretario del Trabajo en el sexenio de Vicente Fox y alma pura, puritana y purificada: acudió a la escuela de su hija (entonces en tercero de secundaria) porque su maestra le dejó al grupo leer Aura de Carlos Fuentes. Armó tal escándalo que la profesora fue suspendida y quizás, si se lo hubiera propuesto, excomulgada. Y por supuesto el libro ganó lectores y por ende tanto su autor como sus editores festejaron en grande la publicidad que significó su censura: las reimpresiones de Aura se multiplicaron.

Más indignación debería haberle causado su defensa de los Legionarios (o Millonarios) de Cristo y de su lider: Marcial Maciel, acusado de abusar sexualmente de más de cien jóvenes y de acumular una fortuna no solo inexplicable y ofensiva sino contraria a los votos que impone la iglesia católica a sus sacerdotes. Ni los papas Ratzinger (que por cierto también censuró Harry Potter) y Juan Pablo II, ni Abascal, ni las autoridades judiciales creyeron los testimonios de esos cientos de víctimas acerca de las acciones de un criminal que debió haber pasado muchos años en la cárcel y no en un “retiro espiritual”. En esa sintonía, la V voladora está más cerca de la santidad que de las atrocidades, disfrazadas de corderos de Dios, del pederasta Maciel (y de otros miles de sacerdotes que como él siguen enfermamente libres y con licencia de acosar y violar en nombre de su Dios).

Aunque no es una práctica común en México, ha habido otros casos de censura literaria: La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán (sucedió lo mismo con su versión cinematográfica dirigida por Julio Bracho), y Los días terrenales, de José Revueltas, pasaron por la guillotina del Estado, aunque por muy distintas razones que las “argumentadas” por la Inquisición gubernamental salinista en el caso de la novela del otro Guzmán, Wolffer.

No dudo que muchas almas puritanas cierren el libro antes de terminar de leer la primera página: seguramente el humor no es lo suyo. Pero para quien tenga en las venas una sangre más ligera esta novela de Ricardo Guzmán quizás les dé un respiro y una visión más precisa del México patriarcal, misógino, violento y corrupto que vivimos y padecemos a diario.

 

Francisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista de Literal. Su twitter es @panchohinojosah

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Posted: March 6, 2022 at 8:10 pm

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