Arte de la dedicatoria
Adolfo Castañón
a José de la Colina
En el puesto de periódicos, venden libros usados y, en algunos casos, dedicados por sus autores. Conociendo al autor que dedica y al dedicatario, he comprado algunos de esos libros para rescatar y salvar de la infamia las firmas de esos amigos.
Esta circunstancia es incómoda para el/la que dedica el libro: “Con apasionada admiración Fulanita dedica esta novela a Zutanito”, o bien, dedicatoria en una edición privada, fuera de comercio: “Este libro raro y excepcional que contiene la correspondencia de mi padre Menganito y Perenganito Lascurain es para Peperengana Barandales que sin duda lo sabrá apreciar.” El asiduo a las librerías de viejo suele encontrar libros dedicados por amigos escritores a otros amigos. Esto me lleva a pensar que los grandes y pequeños escritores no suelen ser grandes lectores o, al menos, bibliófilos, o –lo mínimo– personas exentas de negligencia y en consecuencia escrupulosas en cuanto a la suerte de sus huellas…
Hace algunos años, cenando con un querido maestro y amigo famoso por la brevedad de su estatura y la hondura de sus letras, me sucedió que me vanaglorié ante él y su esposa de que tenía en mi poder una plaquette donde se recogía su primer obra. Lo celebró y me preguntó si estaba dedicada a alguien. La respuesta fue afirmativa: “Al Lic. Teóforo Hipotenusa”. Mi maestro exhaló un “No” estertóreo como si hubiese recibido una puñalada y se quedó mirando a su joven esposa de ojos color violeta implorando ayuda. Ella me explicó que precisamente la noche anterior habían estado cenando con el Lic. Hipotenusa quien había balandroneado ante la concurrencia que poseía “toda, toda” la obra completa de mi pequeño gran maestro. Por favor me pidió que volviera al día siguiente con el anacrónico folículo para enseñárselo a su esposo y maestro. Así lo hice. El magnánimo maestro, al ver el folletito cuya portada casi se caía pedazos, me dijo, en tono conciliador, que seguramente el Lic. Hipotenusa había sido objeto de un robo. Otro caso que viene a este cuento es del colega que vendió –a un librero especializado en compra de manuscritos y primeras ediciones – todos los libros y plaquettes que poseía de nuestro común y admirado maestro, el Poeta, Poet y Poète… ganador de todos los premios, galardones, tributos y nombramientos habidos y por haber en el planeta hispanoparlante, el elocuente Silvestre Carajo, quien, al enterarse de la hazaña de su admirador, se dedicó a sabotear y obstaculizar su carrera por los no escasos medios a su alcance, a costa de su propia creación…
Estas experiencias me han llevado a concebir un libro singular: lo componen todas y cada una de las dedicatorias que me han brindado los autores de los libros de cuyas primeras páginas he tenido el cuidado de desprender esa primera página obsequiosa antes de llevar cada uno de esos volúmenes en cuestión a la biblioteca pública o de dejarlo “olvidado” subrepticiamente en una librería. De hecho, debo decir que esa obra singular, suntuosamente encuadernada en abullonada piel ha de tener varios tomos, en cuyo lomo se lee: “Arte de la dedicatoria… I… II… III…, etc.”
Cada que me sorprendo en mí mismo, vanagloriándome de una línea que –según yo– no quedó tan mal, tomo para curarme en salud uno de esos tomos, lo acaricio y lo abro al azar en una de esas dedicatorias que mi falta de negligencia ha sabido conservar despojándola del documento que la provocaba. Confieso que lo hago no sin algún remordimiento; confieso que es precisamente ese género de rectificación lo que en parte me sustenta.
Posted: April 18, 2012 at 9:38 pm