Essay
Breve ensayo sobre mi trayectoria

Breve ensayo sobre mi trayectoria

Alicia García Bergua

No emprendí desde joven el camino seguro de una profesión porque nunca en la familia me hicieron sentir que fuera buena para algo, salvo asistir y atender a otros en alguna medida. Podría haberme dedicado a la medicina de habérmelo propuesto pero nunca sentí tener el valor suficiente. A los casi veinte años era yo una joven a la que se le había hecho muy difícil cursar la preparatoria. Había perdido dos años en la Preparatoria Nacional a la que nunca me pude inscribir bien ni adaptar, venía del Colegio Madrid donde en el primer semestre de primero de prepa reprobé casi todas las materias porque no podía concentrarme, pues vivía muy alterada siendo testigo muy cercana, entre otras cosas, de que a uno de mis primos tenía esquizofrenia y éramos muy amigos. Conversé mucho con él durante años y creo que de allí parte también mi interés sobre el funcionamiento de la mente y el cerebro, y en general sobre la evolución humana.

Logré cursar dos años después la prepa en el Instituto Luis Vives con excelentes calificaciones habiendo recuperado un poco la tranquilidad y la capacidad de estudiar. Fue allí que el maestro Marcelo Santaló se dio cuenta de que tenía habilidades matemáticas. Él y su ayudante, el profesor Viqueira, nos ponían, a mí y a otros, exámenes especiales para que resolviéramos problemas de geometría analítica más difíciles, que valían puntos de más a la calificación de diez que ya nos otorgaba como base. Yo resolvía esos problemas con lo que sabía de álgebra y con una intuición muy parecida a la que siento ahora cuando escribo poemas; ya no tengo esa capacidad matemática ni esa mente. Pienso que entre la mente científica y matemática y la del poeta hay una similitud. En ambas hay, a mi parecer, esa sensación de que estás buscando en una oscuridad que de pronto sientes que conoces un poco y cuyos objetos intuyes e imaginas, pero cuyas relaciones y dinámicas te cuesta imaginar hasta que el lenguaje te ayuda a identificarlos, nombrarlos y describirlos con algún fin. Hay un deseo también erótico de encontrar esa formulación, y una sensación de logro, de haber descubierto algo por simplemente poder enunciarlo o decirlo. Aunque por supuesto en la ciencia natural está además el placer de constatar mediante la experimentación que hay una realidad fenoménica que obedece a esa formulación. El lenguaje de un poema nos permite también entrever una realidad hasta cierto punto impronunciable.

Mi primer instinto fue estudiar matemáticas; no obstante el mundo de la ciencia, pese a tener un tío y un primo matemáticos, era muy ajeno para mí. No sentía que en él podía hallar la cercanía humana que necesitaba tanto en aquel entonces. Fue por esa razón que primero entré a estudiar historia como oyente, mientras pasaba el lapso de la diferencia de calendario entre la UNAM y las escuelas particulares. La historia me llegó a interesar mucho y, sin embargo, me faltaba algo que me incitara a pensar como yo sentía que lo hacían las matemáticas y una amiga me convenció que entrara a filosofía. Ahora sé que simplemente no tenía la madurez para pensar por propia iniciativa. Estudiar filosofía en aquel entonces consistía sobre todo en escuchar la cátedra de maestros, hombres en su mayoría, expertos en diferentes áreas y tratar de leer las obras que citaban. Pero no hubo en mi caso quien me enseñara a emprender esas lecturas, así que yo lo hacía como si fueran divertimentos literarios en los que trataba sobre todo de familiarizarme con el lenguaje, sin nunca poder llegar al meollo del asunto por falta de herramientas educativas, de idiomas y de tiempo, porque además trabajaba para ganarme la vida.

Uno de los trabajos que desempeñaba además de estudiar filosofía, era como ayudante del editor de la primera gran revista de divulgación científica que hubo en México, Naturaleza. El editor es un físico cultísimo, Fernando del Río, que además lee mucha literatura. Sobra decir que en ese entonces yo no sabía tampoco escribir bien y que sufría tanto como la tesista que lloraba con Fernando cada vez que le entregaba las novedades de su tesis y él las corregía. Pero yo no lloraba y apreciaba mucho que Fernando me hiciera caso y me permitiera cometer errores y aprender la difícil tarea de editor de textos sobre ciencia. En aquel entonces no escribía, había traducido textos de Le Monde sobre la revolución verde y otros textos del francés, un idioma que en la lectura dominaba un poco más que el inglés.

Cuando el director de Naturaleza, el físico Luis Estrada Martínez, me contrató para corregir los textos e ir a la imprenta Madero a revisar galeras y cartones, además de asistir a la reunión del consejo editorial de la revista en la que participaban puros científicos hombres, a los que yo escuchaba atentamente hablar y discutir, empecé a hacer comparaciones entre lo que yo estudiaba y lo que ellos pensaban y decían de la ciencia. Pese a que la ciencia produce teorías, ellos hablaban llanamente de muchas cosas sin el lenguaje teórico con el que yo lidiaba.

Pasaron unos años y fuertes acontecimientos en mi vida que no detallaré aquí, pero hubo un momento en el que abandoné la filosofía y decidí a poner todo mi interés y mi trabajo en la divulgación de la ciencia. Esto fue gracias a que Fernando del Río decidió que yo fuera la secretaria de redacción de la revista en lugar de él y a que Luis Estrada, con quien había hecho yo mucha amistad, fundó en 1981 el Centro de Comunicación de la Ciencia en la UNAM. El ambiente de conversación que existía en la revista se instituyó en ese proyecto al que ingresó un gran equipo de personas jóvenes como yo, la mayoría con estudios de ciencia, a diferencia de mí.

Ese ambiente de comunicación de la ciencia, no sólo me formó en algo que en México no se había hecho: hablar de ciencia en español a un gran público no necesariamente de científicos o conocedores, también ensanchó mi lenguaje y mi manera de pensar en todo. Fue ese ensanchamiento el que en realidad me hizo poeta al suponerme parte de una conversación más amplia, una conversación en la que también podía tener voz. Porque una de las cosas que Luis Estrada te mostraba es que el conocimiento es una conversación en la que todos podemos participar y contribuir en la medida de nuestras capacidades y que está en todas partes si uno se empeña en buscarlo.

También por influencia de un compañero de trabajo que también es poeta, Carlos López Beltrán, empecé a escribir poesía y ensayos con un espíritu muy parecido al que compartíamos en el trabajo, un deseo de saber y de entender que entonces parecía un poco ajeno a la literatura.

Tardé varios años en escribir mi primer libro de poesía que era parte de un gran diario donde iba yo consignando experiencias e ideas muy variadas. Casi nunca publiqué al principio y no sentía que pudiera llegar a tener una voz. Se me ha ido haciendo con los años pero siempre he sentido que ella es fruto de  la gran conversación que fui emprendiendo con mis amigos de la divulgación científica y más tarde con otros amigos artistas y escritores. Que esa voz es parte de un gran coro de voces.


Posted: September 21, 2021 at 8:54 pm

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