Comenzamos
Lolita Bosch
Partimos de que hayamos estudiado donde hayamos estudiado, la literatura nos la han enseñado mal. Es decir, nos han enseñado la literatura como algo terminado y nunca como un pensamiento en proceso. Cuando de pequeñas queríamos estudiar música en la escuela, nos pedían que nos comprásemos una flauta; si deseábamos estudiar pintura, nos daban una caja de colores; y si pretendíamos estudiar literatura —que no existía más que como Historia de la Literatura— nos daban un libro normalmente aburrido e histórico que tenía que ver con una tradición y que a nosotras y nosotros nos quedaba lejos: libros fundacionales, muy terminados, muy editados y muy revisados. Y es que uno de los problemas para aprender literatura es que siempre nos la enseñan terminada. Es muy difícil que podamos ver el proceso de escritura de alguien.
Realmente observarlo.
Y ese proceso de escritura es lo que nos permite sacar nuestro pensamiento literario que tenemos de manera intuitiva y muy incipiente, y utilizarlo. Y esta es la intención: localizar dónde está su manera literaria de mirar el mundo y de plantearse las cosas y que lo utilicen para escribir.
Si pensamos en lo que es una novela o una crónica novelada o una autobiografía o un ensayo narrativo, nos damos cuenta que la mayoría de definiciones no nos las hemos dado nosotras mismas y tampoco las hemos cuestionado mucho. Si ahora tuviéramos la suerte que resucitara Juan Rulfo y viniera y nos dijera: “Han entendido mal Pedro Páramo”, le diríamos que probablemente tiene razón y escucharíamos que tiene que decirnos él de Pedro Páramo.
Esto nos ocurre ahora.
Cuando éramos niños y niñas no era así.
Si Perrault también resucitara y se acercara a una niña y le dijera: “Has leído mal Caperucita Roja”, la niña pensaría que el escritor es un viejo loco y que Caperucita Roja es suya y no tiene por qué cuestionar lo que ella entiende o no entiende. De tal modo que si le preguntáramos a esa niña qué es la literatura, nos contestaría con el nombre de una obra. Nosotras, nosotros, a nuestra edad, no sabemos muy bien qué contestar y habitualmente usamos definiciones de los demás. Yo siempre uso la de Virginia Woolf que dice que una novela es algo que le ocurre a alguien en algún momento y en algún lugar. Me sirve para comenzar, romper mitos. Porque previo a la escritura, físicamente hablando, debemos a la fuerza, romper mitos.
Recuerdo que cuando hace muchos años hice una tesis de maestría sobre Mario Bellatin, le pregunté en la primera de las entrevistas que le hice cómo escribía. Y él me contestó que “tumbado en la cama y mirando al techo”. En aquel momento pensé que era para hacerme reír o una mentira casi literaria y preciosa. Pero no. Con el tiempo he entendido que, en efecto, se comienza a escribir tumbado en la cama y mirando al techo. Porque antes de sentarnos físicamente a escribir hay muchas cosas que podemos resolver. Y tenemos la sensación de que no es así. De que si nos sentamos y empezamos a contar una historia o hablar sobre un tema o sobre nosotros mismos, todo sucederá porque sí, porque viene implícito. No sucede así. Y este es el camino más directo a la frustración.
Lolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeas, La persona que fuimos, La familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch
*Imagen de Adam Schilling
© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: September 30, 2020 at 7:40 pm