Criptonita
Daniela Tarazona
Hace mucho tiempo, un ser querido me aseguró haber visto a un extraterrestre: “era hombre y su cutis no tenía poros”, me dijo. Sé de cierto (y pongo mis manos sobre el fuego) que hay pilotos aviadores, quienes mientras tripulaban un avión, como si nada, fueron seguidos por naves no identificadas. Naves raras. ¿Qué es una nave rara? De por sí, viajar a bordo de lo que sea resulta singular: cruzar el mar en un barco, subirse a un automóvil o viajar en avión son acciones extrañas. ¿De qué se compone, en realidad, lo que se deja atrás? ¿El pasado es aquello que ya no estamos viviendo? ¿Los aliens tendrán pasado?
Del recuerdo en mis días de cine primigenio, aflora la imagen ultra fascinante de Superman -con su fuerza inclasificable- decidido a regresar el tiempo puesto en acción, al girar alrededor del planeta Tierra, para hacer que el pasado volviera y conseguir que el planeta girara al revés. No sé de quién habrá sido esa idea sublime, pero sí que ver a Christopher Reeve con capa y dándole vueltas al mundo para que el mundo girara en sentido contrario, me pareció asombroso. La exageración tiene sitio cuando un ex marino estadunidense se sienta a declarar, bajo juramento, que existen naves escondidas y cuerpos o signos o uñas de aliens en conservación.
La idea de vida extraterrestre me sacude el ánimo. Estaba yo campante, en continua existencia serena, cuando me topé con la noticia. No es que le crea a Jaime Maussan, pero ni mi imaginación ni mi educación sentimental habrían sido las mismas sin el video aquel, de los años noventa, transmitido por la televisión en horario estelar, en el cual realizaban una autopsia a un extraterrestre de ojos grandes.
Más allá de las estrellas o las conjeturas y del propio pensamiento desviado hacia la película Arrival, basada en un relato de Ted Chiang, ver un extraterrestre de lejos o de cerca sería un sueño cumplido.
No creo en los fantasmas, pero sí en los extraterrestres; me disculpo con quienes me leen. Las almas perdidas de los muertos no están entre nosotros, pero sí los que vinieron de planetas distintos. Lo sé porque, como decía al principio, el ser querido que aseguró haber visto a uno nunca mentía, es más, decía frases que encerraban más que la Verdad de la Verdad. Lo juro.
¿Con quién estamos en contacto cuando nos llegan las dudas? Se pueden elegir distintas respuestas, yo escojo dos: con la naturaleza y con los extraterrestres. Ellos saben cosas que nosotros desconocemos y eso (pido de antemano disculpas otra vez) es la salvación en este mundo sin salida. Las dudas acerca de la condición humana comenzaron a ser preguntas de alucinados desde tiempos remotos, religiones mediante, y ahora, tal vez porque la Tierra se calentó demasiado y las corrientes marinas se estratificaron de manera análoga a nuestro pensamiento, reiteramos la presencia de seres de otros planetas. Llegamos al día en que la inteligencia artificial es la selva talada.
¿Qué hacemos con los testimonios verdaderos acerca de objetos voladores no identificados? Supongo que dejar de creer en la magnificencia de los drones o en las nuevas especies de pájaros e insectos robóticos. Quizá, cada cierto tiempo, se necesita con urgencia hacerle la autopsia a un alien. Porque todo alien necesita su criptonita.
*Imagen de José Luis Murillo
Daniela Tarazona es narradora y ensayista. En 2022 obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Fue jefa de redacción del suplemento Hoja por hoja del periódico Reforma y ha sido colaboradora de las revistas Luvina, Letras Libres, Crítica y Renacimiento (Sevilla, España) y de los suplementos Laberinto del periódico Milenio Diario y El Ángel de Reforma. Es autora de dos novelas: El animal sobre la piedra (Almadía, 2008) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2013) e Isla partida (Almadía, 2022) entre otros. Su Twitter es @dtarazonav
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Posted: July 30, 2023 at 8:46 am