Salt (fragmento)
David Harsent
Traducción de Adriana Díaz Enciso
(4)
El cielo ahora más brillante; juncos y salinas; blancos
pájaros de alas anchas que caían de pie, como ángeles,
los cuales, es de todos sabido, comen sal.
(19)
En la puerta abierta de ese diorama diminuto, ella espera.
Es perfecta: uñas y pelo y labios. Las ventanas
llevan reflejos de colinas, y un río que parece correr.
Nunca ha estado en un lugar así.
¿Cómo puede vivir en ella semejante soledad?
(25)
Su retrato colgaba como el letrero de una puta.
Un negativo amoratado. Siluetas caminando por la línea de marea.
Fugitivos borrosos por el viento tomados contra el sol.
¿Recuerdas esto? ¿Recuerdas esto? ¿Recuerdas
ese delirio frío, su sensación de casi muerte?
(41)
La puerta abierta y el cuarto a oscuras.
Una quietud más allá del sonido,
más allá del sentido. Se recoge
para encontrar su peso verdadero.
Nada le sobrevive y no se rompe.
(50)
Despejó la nieve del camino y echó sal.
Entonces fue consciente del oxígeno: la palabra, la forma también
de regresársele el aliento para dejarle un rastro
de hielo en el labio superior. Esto tan pronto amanecía,
los durmientes en la casa estáticos, como los muertos salvo una
que buscando espacio se revolvía en el sueño, su voz
a punto de alcanzarlo, silente la nevada, la sal
abriéndose camino, sus botas arrastrándose en todo ese cuadro fantasmal.
(56)
Su imagen en el espejo lo omitía; se volvió a la imagen
en la ventana en su lugar, el tiempo que hacía un memorándum:
“Una gota de vino, con la cual se ha mezclado lluvia montaraz.” Una pequeña muerte
apareció al borde del espejo: cama, cómodo, lámpara
de cabecera, como una mancha la luz naranja-amarilla.
Llegaron los deudos para probar los residuos de su aire.
(61)
Harapos de devoción, la forma en que tu mente desvalija lo celeste
y cómo un pájaro en vuelo se queda bloqueado en la memoria . . .
Entonces la frialdad era para ti una bendición: escarcha bajo los pies,
hielo sobre agua lenta, la forma en que las cosas se atenuaban en lo blanco.
Llóralo, sí, llora, no puede volver.
(88)
Más de lo que parecía, pero menos de lo que había esperado: una voz
haciéndola volver. El trayecto a la calle desde la puerta principal
la dejó sin aliento. A donde va, los árboles desmochados
alzan sus muñones, un débil hosanna girando en el viento.
(125)
Una mancha que pasa por debajo de todo, que viaja contigo,
que se encharca donde pausas, marca lo que tocas,
que lleva su propio color, su propio aroma caliente y pesado
que es, piensas, muerte a la vista, pero no –no–
es lo que asoma con la muerte, viene de la mano, viene
sólo para llorar, amor disimulado, nota baja de quebranto.
(149)
Yacía con él como una maldición, una voz salida del silencio,
y se alzó en la oscuridad, apoyado en un codo
como si de pronto hubiera cobrado vida. Pensó
que tenía en el labio un sabor a sangre, mojadura sutil,
y sintió lo que habría sido el dolor correspondiente,
o un eco de eso como si de pronto hubiera cobrado vida. Como si
de pronto hubiera cobrado vida, se levantó y fue hacia la puerta
en la oscuridad; se abría a una casa donde la gente
habría estado dormida, suspensa en sueños que arrojaban una luz
azul y fresca en un lugar sin sonidos, y sin amor, sin tacha. . .
*La versión original de este libro se publicó en inglés con la editorial Faber y Faber en 2017. Estas traducciones forman parte de una selección de la obra de Harsent que pronto aparecerán en Trilce Ediciones.
David Harsent es un poeta inglés y guionista. Es autor de más de 20 títulos.
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Posted: April 25, 2019 at 9:00 pm