¿Derechista de clóset?
Gisela Kozak Rovero
Supongo que en el mundo en el que me desenvuelvo -literatura, feminismo, universidad, revistas- ser derechista es mucho más digno de ocultar que mi condición de mujer casada con otra mujer. Inclinarse por tal signo político podría ser de mayor gravedad que el peor de mis defectos de cara al mundo actual: haber nacido antes de 1980. Lamentablemente, el vocabulario político con más resonancia es bastante maniqueo: izquierda, derecha, progresismo o conservadurismo. Se trata de simplificaciones, caras a los medios de comunicación y las redes sociales, heredadas del siglo XX y alejadas de toda exactitud. De manera precisa suelo definirme como demócrata liberal, feminista y activista lésbica, lo que llama a la confusión porque un derechista iliberal, al estilo de Donald Trump y Vadimir Putin, dificilmente va a aceptar entre las suyas a una feminista y activista lésbica. Por otra parte, desde la izquierda más extrema se considera que una demócrata liberal es de derecha porque el adjetivo recuerda al término “neoliberal”, una confusión generalizada muy difícil de desmontar. El liberalismo ha fracasado, es la afirmación de intelectuales que no podrían existir en Irán, Cuba, China o Rusia.
Para colmo, soy moderada. Defiendo la democracia liberal como sistema de gobierno para los Estados nacionales, sin creer que sea la panacea para todos los males y, mucho menos, la única forma posible de democracia; cuestiono que el Estado sea el dueño al mismo tiempo del poder político, económico y militar; defiendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos; pienso que el marxismo debe ser definitivamente superado de cara a la Cuarta Revolución Científico-Técnica, sin olvidar que producimos con lógicas antiecológicas, con efectos concretos sobre la vida de las personas; me inclino por el cosmopolitismo estilo Unión Europea y no por las soberanías nacionales como Rusia; soy feminista postliberal y universalista, al estilo de Marta Nussbaum, convencida de que el gran drama de las mujeres es la pobreza; soy heredera de la ilustración; puedo convivir con la socialdemocracia, la centrodemocracia y el liberalismo sin ningún problema.
¿Por qué no me digo de izquierda sin más? Lo que pasa es que la izquierda no termina de superar el Estado de Bienestar como forma de resolver los problemas sociales; en sus versionas más extremas no entiende que el mercado resuelve mejor la provisión de bienes y servicios que el Estado empresario, lo cual no me pone automáticamente del lado de las inmensas empresas tecnológicas ni en contra de otras lógicas económicas. Además, rechazo la política identitaria: soy una mujer satisfecha con su sexo biológico, lesbiana, venezolana, latinoamericana, “boomer”, migrante, cosmopolita, pero me considero irreductible a mis circunstancias históricas y sociales, incluida mi condición de mestiza aparentemente blanca con un apellido del centro y el este de Europa y una madre con seis generaciones de venezolanos en su genealogía. Entre Rusia, China, India y Estados Unidos me quedo con Estados Unidos, como de hecho se quedan tantos colegas de izquierda que hacen sus doctorados o son profesores universitarios en este país. Entre Francia y Arabia Saudita, prefiero Francia, y entre Francia y México, pues mi México. Entiendo que las feministas decoloniales ajusten las cuentas con la colonización pero me distancio cuando lo hacen desde categorías identitarias con un vocabulario racial poco preciso o reivindicando un pasado dorado no patriarcal cuya existencia no está probada.
¿Por qué no me digo de derecha sin más? En primer lugar, soy latinoamericana a consciencia: hablo, pienso y escribo en castellano pero no me reflejo en la hispanidad, un asunto que me recuerda a pinturas murales de carabelas en colegios de arquitectura neoclásica. Cuestiono la sociedad de consumo, la lógica del “cliente” en terrenos éticos, la consideración economicista de que el mercado es la solución de todos los dilemas; pero, cuestiono todavía más la derecha estatista y proteccionista que quiere pulverizar al diferencia entre la iglesia y el Estado, alzada sobre el nacionalismo pedestre y una moralina vintage que poco tienen que ver con la ética y mucho con el disimulo. Por último, la derecha iliberal es antifeminista y comparte con la izquierda iliberal posmoderna su desprecio por la ciencia, dos perspectivas incompatibles con mis convicciones y con mi vida.
Soy definitivamente pluralista. Podría sentarme con Amelia Valcárcel y Lu Ciccia a debatir sobre las identidades de género sin cancelaciones ni descalificaciones para ninguna de las partes, no porque esté de acuerdo o no con ellas sino porque hay temas que no deben cerrarse al debate académico. La literatura, la universidad y el arte constituyen los lugares para decirlo todo, con el fin, precisamente, de que no se haga todo. Mi deber como docente es mostrar la diversidad; como escritora nunca olvidarla; y como feminista defenderla activamente. ¿Cuáles son los límites? Pues los derechos humanos.
¿Derechista de clóset?
Soy una víctima de una dictadura de izquierdas que no se queda con el dolor y trata de escapar de las lógicas binarias y sin matices que llevaron al naufragio las ganancias cívicas de mi país.
*Foto de Aron Visuals en Unsplash
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: January 9, 2024 at 11:42 pm