De literatura y vida
Ana García Bergua
Desde hace ya bastantes años que tengo la gran suerte de contar con la compañía de Aline Pettersson, escritora tan admirada y querida cuya amistad me honra y me llena de alegría. Su mirada inteligente, irónica y atenta a los detalles, tanto en sus libros como en sus escritos periodísticos, es de las que hacen siempre falta en este panorama nuestro de la literatura mexicana.
Siempre que pienso en Aline viene a mi memoria la historia narrada en su libro autobiográfico, De cuerpo entero, en la que la autora cuenta que escuchaba voces: “Podría decir que fui una niña solitaria, aunque no del todo. Viví durante muchos años acompañada de algunas voces interiores, que hasta hace relativamente poco tiempo descubrí que no eran tan común y corrientes. Y no me refiero a la calidad de las voces, sino al hecho de gozar de ellas.” En efecto, los escritores somos seres que oímos voces y a veces, con mayor o menor fortuna, escribimos algo de lo que nos dictan. En el caso de Aline Pettersson esta imagen es aún más palpable pues en su extensa y rica obra, entre poemas, relatos, novelas, cuentos infantiles, las voces tienen un papel preponderante, ya sea como flujo de conciencia en el que es una maestra absoluta, con el que borda una prosa bellísima, o simplemente como las voces en primera persona de sus protagonistas, las voces que cuentan en un diario íntimo o en una correspondencia sus vidas y sus trastornos. Su obra es, en efecto, “una travesía de voces” como escribió Luz Aurora Pimentel en el prólogo a su obra reunida editada por Alfaguara.
En la obra prosística de Aline Pettersson se trenzan las cosas de la cotidianeidad con los mares del tiempo, el deseo, el cuerpo, la naturaleza, tantos temas que van conformando paisajes, tapices riquísimos y complejos. Desde su primera novela, Círculos, que retrata, al modo de Joyce y Woolf, un día en la vida de Ana, una mujer casada, hasta sus libros más recientes, la obra de Aline Pettersson explora en el lenguaje y su flujo incesante atrapa el transcurrir del tiempo por el cuerpo de sus personajes. En efecto, uno de sus temas persistentes es el cuerpo en su deseo, su plenitud y también en la enfermedad y la espera de la muerte. Sobre este último tema ha abundado en varios de sus libros, desde la enfermedad como tema autobiográfico cuando nos relata que en un momento de su vida joven estuvo gravemente hospitalizada y esa experiencia le despertó, incluso, el interés por estudiar medicina, hasta en libros que, a manera de diario o de fragmento narran la enfermedad, como en Las muertes de Natalia Bauer, en la que la protagonista, enferma de cáncer, se escribe por email con una amiga y así vamos viendo, escuchando –porque los libros de Aline se escuchan– el paso indomable de la enfermedad. Natalia que también aparece en libros anteriores, en una obra que es también un rico work in progress, con motivos que se vuelven a elaborar de un libro a otro, en una obra viva en cuyo fondo podemos ver la permanencia de los eternos conflictos humanos y sus vicisitudes, la vida y la muerte como parte de un ciclo natural inevitable y la literatura como salvación.
En su libro más reciente de deliciosos textos autobiográficos, Selva oscura, Aline rememora: “Publiqué Círculos, mi primera novela, que trabajé de varios modos hasta darle su forma definitiva. Eran tiempos en que las mujeres aún no se solían probar como autoras de éxito. Había un rechazo grande al punto de vista femenino, que era descalificado como de poco interés para los lectores. La mirada estaba puesta en los grandes temas masculinos y mi libro hablaba de los asuntos nimios de una joven encarcelada en el matrimonio.” Es interesante que la crítica de su tiempo haya encasillado a Aline Pettersson como una autora de “temas femeninos” (pecado que, ¡cómo cambian las cosas!, en nuestro tiempo ha pasado a ser una virtud) cuando muchos de sus protagonistas, como Alfonso Vigil, el arquitecto que agoniza en La noche de las hormigas o el escritor Pedro de la Serna en A la intemperie, por citar a algunos, son hombres. De hecho Aline abordó el tema de la bisexualidad y la homosexualidad en una época en que tratado en México no era nada frecuente y tratado por mujeres, menos. Por ejemplo, su inquietante novela Casi en silencio relata la seducción de un profesor universitario a dos de sus alumnos, hombre y mujer, en un juego con la androginia y el Orlando de Virginia Woolf. O Deseo, que habla del amor entre mujeres. Con sutileza y sin escándalo, Aline Pettersson ha explorado estos temas como escritora, como lo ha hecho desde siempre la rica tradición literaria en la que abreva, en libros que se quedan en el lector y lo cuestionan.
Siempre me ha llamado el estilo intimista de Aline, una autora de raíces suecas que vivió en aquel país mucho tiempo y guardó el recuerdo encantado de sus paisajes, su gente, que incluso tradujo al poeta y novelista sueco, premio Nobel en 2011, Thomas Tranströmer. He pensado que quizá se esperaría de ella una prosa viajera y amante del exotismo, pero sus viajes los realiza, como ya dije, por el interior de los seres humanos y por los pequeños encuentros cotidianos. Sin embargo, hay algo que quizá surge de esa raíz y esa experiencia con lo otro, como ella lo señala, y es la observación detallada, amorosa de la naturaleza que aparece en sus obras para público infantil, ámbito en el que también es una autora consagrada, desde luego, pero también en sus novelas y en su poesía, como en este poema que se llama “Jardín” del que cito una estrofa:
Luces que el sauce criba
tras el verdor
de su follaje casi de plumas,
liquidámbar,
casuarinas en concierto
al desnudarse,
sequoia de cintura aún muy breve,
el bambú con su danza de sonajas,
mi rosa milagosa,
bugambilias obispales
que nimban la pared
y la desbordan,
ámbar,
ocres,
lluvia que aroma el césped y la tierra.
Un último tema que quisiera mencionar es la ironía presente en la obra de Aline, un humor soterrado y dulce que permea muchos de sus textos, especialmente los autobiográficos, cuando dice, por ejemplo, que de niña era más alta que sus hermanos y aunque éstos crecieron y la sobrepasaron, ella se siguió sintiendo alta toda la vida. Estas pequeñas observaciones son las que marcan el destino de un escritor, en este caso, de nuestra querida escritora. Quisiera por ello terminar citando parte de un pequeño relato suyo que me gusta mucho –y que no es para niños, por cierto–, en el que habla de las moscas, se llama “Las moscas y la leche”. Dice en una parte: “Estaba yo en ese larguísimo periodo en que la espera a que la leche hierva se convierte en la imagen de una eternidad aterradora. En mi estado de spleen vi revolotear a dos moscas dentro de la no tan higiénica cocina. Eran la intensa contraparte a la inmovilidad del tiempo de la leche, de mi propio tiempo. Buscaban con esos finísimos sentidos suyos. Después de todo, son seres universales, y de la misma manera se arrojan sobre la divina miel cantada por los griegos, como caen sobre lo más sucio que se admita haber llevado dentro”. Me fascinan esas negras moscas que con su sólo contraste con la blanca leche y sus sentidos finísimos dan lecciones de filosofía, como toda la obra de la querida Aline nos da grandes lecciones de literatura y de vida.
(Texto leído en el Palacio de Bellas artes el domingo 9 de julio, en el homenaje a Aline Pettersson)
Ana García Bergua Es escritora y ha sido galardonada con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. Twitter: @BerguaAna
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Posted: July 17, 2023 at 11:35 pm