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La nube robada

La nube robada

Christina Soto van der Plas

Oswaldo Zavala.

Siembra de nubes.

México: Praxis/ Cuarto Creciente, 2011. 

 

“No habrá una sola cosa que no sea una nube”, escribe Borges y “la numerosa nube que se deshace en el poniente es nuestra imagen”. Siembra de nubes de Oswaldo Zavala (Ciudad Juárez, 1975) es la imagen o imaginación tangible de la nube borgeana, concebida como un cúmulo de gotas de agua que se proyectan en la atmósfera, vale decir, una serie de fragmentos que comprenden una arquitectura azarosa que es necesario sujetar en aras de la propia consistencia.

“Yo preferiría que fueras una nube”, le escribe OZ a su hijo, Mateo, en una narración que “lo convertirá en el centro de su precisa cadena de causalidades”. Nueve cuentos se intercalan en un relato central compuesto por nueve meses, un embarazo: una concepción de la realidad y de la ficción. A lo largo de estas páginas, aquello que es más íntimo para el narrador se descubre como lo más ajeno: su vida se contamina con literatura y la literatura se reescribe a medida que la vida cifra la ficción en sus propios cúmulos indefinidos. La trama comienza con el robo de un poemario y promete otros dos robos que serán el núcleo de los acontecimientos. Entre agudas lecturas críticas (o huiquificación) de nuestra literatura contemporánea (como los autores del boom, Borges, Bolaño, Parra, Rulfo, entre otros), la vida de OZ se permea de ficción hasta el punto en que las imágenes se confunden y los canónicos autores cobran vida y sentido como personajes que engarzan y articulan la historia íntima del narrador. Esta apropiación es atinada en gran parte pero en ciertos momentos del texto resulta una inserción torpe y deja de ser parte integral de la trama. Los momentos más lúcidos de la prosa de Zavala son precisamente aquellos en los que la ternura y la tristeza invaden su lenguaje y procura puntualizar el vaivén de la narración en su materialidad precisa, cuando consigue, como él mismo dice, “disipar la neblina de la ficción para hacer aparecer sus referentes tal y como son, objetos comunes, finitos, intrascendentes”.

Siembra de nubes comporta una doble estocada para la condición indigente de la literatura mexicana contemporánea: desafía la categoría vacía de “literatura del norte” al “escapar de la frontera” y transformar la línea divisoria y la violencia en una condición de la identidad propia y, por otro lado, brinda al lector una serie de “cuentos sin moraleja” que hablan de las sensaciones más humanas (e inhumanas) en un lenguaje preciso y no ya de una cascada alegoría de la nación o la sociedad. A su vez, el otro ingrediente esencial de la novela es su particular humor, epígono de Las nubes de Aristófanes, que no teme ironizar ni a Juan Rulfo cuyo nombre habita en un perro, ni a la amistad de Gabriel y Mario que a veces se apellidan García Márquez y Vargas Llosa.

“Las nubes nunca se dejan asir: cambian en el momento exacto en que creíste comprenderlas”. De esta manera, Oswaldo Zavala siembra nubes en el lector: ofrece la posibilidad de transitar sin pasaporte entre la literatura y la realidad, sin la demanda de ningún tipo de comprensión, sino sólo de fe, un salto que requiere pensar, una vez más con Borges, que “Quizá la nube no sea menos vana/ que el hombre que la mira en la mañana”.


Posted: September 14, 2012 at 3:31 pm

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