Diciembre
Lorea Canales
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No entendía a quienes recibían la llegada de diciembre con júbilo. Para ella, diciembre era el fin, el fin de un año; ni el aguinaldo, ni regalos, ni mucho menos la celebración del supuesto nacimiento del supuesto niño nacido de una virgen le alegraban. Diciembre era el momento para contar todas las pérdidas que se habían acumulado: la tiendita de la esquina que cerró, la muerte de su tío Ignacio y la vecina del cuatro a quienes ya no vería jamás. Diciembre y cada vez más violencia, más guerras, más hambre, miseria, corrupción e influencers.
Su teléfono estaba invadido de recetas y manualidades de una simpleza inverosímil, había ideas para mejorar todo y convertirse en una persona flaca y feliz, pero no solo eso, una persona flaca, feliz, rica, con amigos y con capacidad de esparcir bienestar por doquier.
Bienestar y unas paletas de malvavisco en forma de árbol de navidad y unas tarjetas de coronas navideñas hechas con acuarela y escarchadas. Los videos de las trenzas y peinados fáciles fueron populares hace algunos años, pero el Internet asumía que ella ya había aprendido esos trucos y podía ahora tejer un suéter de lana reciclada mientras se veía bellísima con dos trenzas francesas y sus labios brillaban con un gloss hecho de aceite de oliva y frambuesas orgánicas.
Diciembre era para reconocer que, aunque la habían ascendido de puesto, seguía en el mismo trabajo de mierda y el ascenso solo implicaba más horas, más responsabilidades y el supuesto aumento no le permitía ni un boleto a Acapulco, lo cual era un decir porque Acapulco seguía muy abatido.
Los fracasos de diciembre deberían motivarle para iniciar los cambios en enero, pero ya no había ningún cambio, ningún hack que le motivara o que le pareciera convincente.
La membresía del gimnasio que había tratado de cancelar desde abril, por fin vencería. La habían emboscado con los grandes ahorros que la cuota anual representaba sin explicarle realmente que los dos mil pesos mensuales no los podía cancelar. Había ido al gimnasio un total de doce veces en el año, cada ida le costó dos mil pesos –tan lejana de los 80 pesos que le habían dicho sería su costo por sesión si tan sólo iba 300 de los 365 días del año. Se cansó de hacer cuentas de las mil y otras maneras que esos dos mil malditos pesos podrían haber sido utilizados.
Cancelaría Netflix, eso sí, podría pasar menos tiempo viendo la televisión en vez salir a caminar por las noches. En realidad, no se sentía segura caminando las calles mal iluminadas y para llegar a cualquier sitio había que pasar un eje o circuito y en ciertas partes ni banquetas había, ni comercios, si es que alguna vez los hubo. Caminando no había a donde ir. Por qué cancelar una de las pocas cosas que sí disfrutaba.
Hace dos años en un impulso de “self-improvement” había comprado una bicicleta la cual yacía abandonada en su bodega junto con su videocasetera vieja y al menos 100 cassetes de los cuales no podía desprenderse. Guillermo del Toro en un tweet reciente dijo que quienes eran dueños de películas en cassetes eran dueños de las últimas copias no digitales existentes, poseedores de un archivo histórico, y supo que jamás se desharía de sus copias de Cronos, Regreso al Futuro, Rocky, Three Men and a Baby y otras joyas.
Diciembre era el mes para darse cuenta de que Alicia, su íntima amiga en la universidad ya no la invitaría a su posada. Durante un par de años pensó que pudo ser por COVID que habían cancelado la posada, pero hace unos meses se topó con Humberto en el cine quien desatinadamente le dijo que le sorprendió no haberla visto en la posada a la cual nada más había asistido veintiocho años consecutivos y ahora confirmaba que la habían dejado de invitar. Hizo una pausa y reconoció que debía sentirse agradecida de que la hayan invitado durante tantos años sin que hayan tenido nada en común más que algunos recuerdos y un diploma universitario.
Le molestaba leer en los periódicos las listas del año, los libros del año, los muertos del año (que ahora por decisión presidencial se habían reducido), ese afán periodístico de hacer calendario. Lo cierto es que nuestra lápida, si es que vamos a tener una –empieza con nuestro nacimiento y termina con el fatídico año de la muerte. Hasta entonces se cierran los paréntesis de la vida. Tina Turner, Sinead O’Connor, su tío Ignacio y la vecina del 4 entraban ya al más allá junto con todos los otros muertos sin esquela, sin nombres, algunos simplemente desaparecidos sin fecha de salida.
A veces pensaba que solo las muertes que estaban en Wikipedia eran muertes de verdad. Las demás, y así sería la de ella, dejarían esta tierra sin rastro, salvo por el daño ecológico causado, pero ella no contribuía demasiado a la destrucción planetaria, de eso sí podía sentirse bien. Que los infuencers se preocupen de eso.
Si diciembre era un final era porque enero significaba un comienzo. Un año nuevo en los epitafios, en las fechas de las guerras, en las elecciones corruptas del dos mil veinticuatro, año electoral de mierda, encima de todo. Pero si se rehusase a pensar en enero como comienzo, diciembre entonces podría ser simple continuidad. No estaba loca aún, fecharía los cheques con el año correcto, aunque no recordaba el último cheque que hizo –ya todo era transferencia electrónica. Sabía que el año que viene usaría la fecha correcta, seguiría cumpliendo años, pero ya no esperaría ser otra, ni nueva, ni mejor, ni más flaca, ni más feliz. Simplemente seguiría siendo ella en el 2024.
*Image by Kevin Dooley
Lorea Canales es autora de los títulos: Apenas Marta (Becoming Marta, 2011) y Los perros (The Dogs, 2013) . Ha sido incluida en diversas antologías. Su Twitter es @loreac
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Posted: December 28, 2023 at 11:27 am
¿Ya no revisan la ortografía?