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Thomas de Quincey, autor moderno

Thomas de Quincey, autor moderno

César Fonseca

• Thomas de Quincey: Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano (Jus, México, 2018).

La erudición sólo puede provocar dos reacciones: curiosidad o aburrimiento; sendas respuestas moldean el asombro por las cosas del mundo o incrementan el polvo de los mamotretos perdidos en los estantes de bibliotecas olvidadas. La erudición de Thomas de Quincey es de las que plantea un acertijo que se nutre en la sintaxis rizomática de su prosa y que se resuelve virtuosamente en la imaginación curiosa del lector. Los ensayos del inglés pueden proponer una eventualidad insólita como la vindicación del villano bíblico por excelencia: Judas Iscariote; enarbolar paradójicamente las bondades de la guerra; indagar en las motivaciones del suicidio, o disertar ampliamente sobre la presencia de las supersticiones en la historia de la humanidad.

A pesar de ser un romántico, De Quincey sigue siendo un autor moderno pues aunque trate temas religiosos no se engancha en rancios proselitismos ni en supersticiosos preceptos, le encuentra un ángulo novedoso al mito de la traición de Judas Iscariote, en donde éste entiende mejor la misión de Jesucristo en la Tierra, no sin un dejo irónico, y sólo intenta ayudarlo a deshacerse de su timorata indecisión: “La indecisión y la duda (así lo interpretaba Judas) invadían las facultades del Hombre Divino cada vez que tenía que abandonar su peculiar Sabbat de contemplación celeste y atender a las vulgares demandas de la acción” (Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, p. 7). Digamos que Judas Iscariote fue un hombre pragmático y decidido, lo que lo enfermó, sin la posibilidad de ser curado milagrosamente por Jesús, y arrojó a un fin trágico; por su parte, Jesús cumplió su misión en la Tierra instaurando y propagando el cristianismo por medio de una vía terapéutica descrita magistralmente por De Quincey.

En Sobre la guerra leemos una disertación breve en relación con una actividad considerada, hasta los tiempos del autor inglés, como acto noble sometido a reglas. De aquí que el asunto reviste, para De Quincey, una importancia trascendental en la historia de la humanidad. Prima facie (a primera vista) hasta se podría considerar una apología de la acción bélica, pero, el autor basa su argumentación en un principio de necesidad: “La guerra responde, o parece responder, al mismo principio de doble necesidad: una primera necesidad que brota de nuestra humana degradación, una segunda necesidad cuyas implicaciones morales la elevan hasta la región en que habita nuestra más apasionada grandeza” (p. 42). Thomas de Quincey considera que la guerra nunca dejará de acompañar a los humanos; sin embargo, en la medida en que esta deplorable actividad olvide la grandeza intelectual del mismo ser que la ejerce perderá cada vez más el sentido, acaso uno heroico, que la sustenta con el consecuente riesgo de llegar a ser sólo barbarie.

Sobre el suicidio indaga en las razones que pueden conducir a alguien a atentar contra su propia vida. Nuevamente, De Quincey despliega su capacidad analítica, tomando como punto de partida un poema de John Donne, y entrelaza lo común a la humanidad con lo particular del individuo, insertando los comportamientos suicidas, mediante un virtuoso acto de malabarismo intelectual, en tipologías jurídicas: “En general, puede decirse que, cuando un interés supremo de la naturaleza humana está en juego, un suicidio que defienda ese interés es homicidio de sí, y que, si es por interés personal, es un asesinato de sí” (p. 42). De Quincey se da el lujo de especular sobre la posibilidad del suicidio en los animales; tal vez, en el fondo subyace un principio de compasión para con los seres vivos y, sobre todo, con aquellos aquejados por la capacidad de reflexionar sobre sus propios actos.

Finalmente, La superstición moderna, el más extenso de los ensayos que conforman este volumen, sirve de pretexto a un fascinante De Quincey narrador. La erudición lleva de la mano amablemente a un lector asombrado por las variedades de un esencial pensamiento esotérico que no pierde a los humanos sino que los reconcilia con la parte irracional de la aparentemente nítida imagen de la realidad. Más que argumentar muestra, mediante anécdotas, la presencia de lo que no tiene cabida en la solidez de los anaqueles de la tradición racional sino en el etéreo acervo de la imaginería humana. El autor nos participa de lo que Alejandro Magno hizo en el oráculo de Delfos para conseguir el augurio de la pitonisa o nos describe la acción de César al ser arrojado al suelo por su caballo. No deja de lado la cercanía de la palabra poética con la palabra profética; abona su decir con etimologías esclarecedoras y erige una columna coronada por el verbo.

Tal vez la verdadera superstición, la que nunca nos abandonará, es la de la palabra, aquella que nos desvía del camino llamándonos por nuestro nombre en la inmensidad vacía de los desiertos, pero, también es la de las escrituras sagradas, la de los tratados de lógica, la de los anales de la historia y la creada, para nuestro deleite, por la infatigable mano de Thomas de Quincey.

 

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Posted: November 12, 2020 at 9:09 pm

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