Dos poemas
Jorge Fernández Granados
LA HIGUERA
creo que fueron los mejores años de mi vida
los que no comprendí
y sólo pasaron
aquel verano donde rompimos los frascos delicados de la infancia
aquellos días de sol
donde guerreamos y caímos
llenos de música de ruedas de sangre en las rodillas
ese lugar
veloz
donde no éramos sino velocidad
inventando vehículos para vencer
en el camino cuesta abajo
por esos ásperos metros de tierra negra hasta golpear con el cuerpo
en el tronco de la higuera
la meta era la vieja higuera
metros de locomoción por ese camino de tierra acelerados sólo por la gravedad
y el transparente combustible del sol en nuestros ojos
fija para siempre en esas ramas nudosas y desnudas
nuestra insignificante meta
aún tengo en la boca
el polvo de esos vehementes metros el vertical día
de un verano hacia el golpe de la gloria
y de algún modo inventamos vivir
aún ahí
en la milpa donde no éramos más que criaturas inquietas y salvajes aún ahí
en el lugar que ya no existe
sino en la memoria
de gente común como nosotros
que fuimos tanta velocidad
aquel verano de la higuera la furia y la primera vez
de las heridas y el vértigo y como si abriéramos allí acaso una alegría
primitiva de rodar por la tierra y no sé es parecido a gritar es como si alguien pusiera en
esa carrera
su juventud su miedo su amor su nombre
con todo el cuerpo
bajo el cielo y el torturado esplendor
de aquella vieja higuera
donde pintamos un verano nuestra meta
los que no paran todavía de rodar cuesta abajo los pilotos con ruedas rudimentarias de
metal y las rodillas raspadas los que van con todo hacia el final del camino donde se
levanta la vieja higuera esos pequeños desarrapados y sonrientes vehículos de fe me
retan todavía a rodar
desde los mejores años de mi vida
KIENZLE
daba cuerda todos los días al reloj de péndulo como quien desactiva minuciosamente el
mecanismo de una bomba de tiempo
era su último acto de la jornada y luego se iba a dormir tranquilo no sé si por eso la noche
en mi memoria era un silencio medido en campanadas
tan constante el contrapunto de labores bajo el itinerario de tañidos las anunciadas horas
que los habitantes de la casa contábamos día tras día
pero el amanecer del terremoto nuestro viejo reloj fue uno más de los caídos
después murió el guardían de la llave que daba cuerda ritualmente al mecanismo (mi
abuelo) desde entonces nadie pudo o quiso repararlo y el polvo le cayó encima como a
cualquier cadáver
y nunca habría despertado seguramente del mutismo sin la caridad maquinal de mi
padre que lo exhumó del cuarto de los trebejos le quitó el polvo estudió sus averías hizo
un diagnóstico y buscó el taller especializado que reemplazara las piezas rotas
escuchar de nuevo sus campanadas solemnes en el silencio de las noches me devolvió a
un tiempo detenido por años como sus engranes
y al rito doméstico de transmitirle fuerza de mano en mano mediante el cual pareciera
que deseáramos prorrogar lo irreversible
ahora soy yo quien le da cuerda todos los días al reloj alemán como quien desactiva
minuciosamente el mecanismo de una bomba de tiempo
y aún halla mi oído en esos lapsos sonoros un argumento perentorio de la fatalidad una
premura vibrante
que mide lo cíclico de nuestra carne con el puntual canto de las campanas
esos golpes enumerando los huesos del cielo
Posted: April 4, 2012 at 3:48 am