Eduardo Chirinos, in memoriam
Rose Mary Salum
Igual que cualquier mala noticia, ésta me dio en el estómago y la sentí casi –y por decirlo así– como un golpe inmerecido. Creyendo que yo estaría enterada, Gerardo Cárdenas me había enviado un mensaje de texto al celular pidiéndome que le confirmara o no la muerte del poeta Eduardo Chirinos. No puede ser, seguramente es un error…, pensé mientras hilos de ansiedad subían por todo mi cuerpo. La noticia circula en internet, me dijo Gerardo en un nuevo mensaje que acompañó con un link. Por extraño que parezca, mi primera intención fue llamar a Chirinos para que él, personalmente, corrigiera ese rumor que comenzaba a inundar las redes. Pero algo me detuvo. ¿Qué tal que la noticia era cierta? ¿Quién era yo para irrumpir con una llamada en la intimidad de Jannine, su esposa y compañera de toda su vida? Volví a mi celular y entré al enlace que Gerardo me había enviado sólo para confirmar que muchos estaban hablando del tema, aunque con cautela.
Hacía poco tiempo –a finales de enero quizá– había hablado con Eduardo sobre las posibilidades de promoción para sus dos libros recién publicados por Literal Publishing: Medicinas para quebrantamiento del halcón (en la colección Lateral de libros bilingües) e Incidente con perro en la calle cinco (en la colección Dislocados que iniciamos Gisela Heffes y yo). En aquél entonces lo escuché débil y así se lo hice notar. Su respuesta consistió en una explicación un tanto técnica: al cambiar de un tratamiento a otro, el cuerpo lo resiente causando una especie de cansancio y debilidad.
A Eduardo le habían diagnosticado cáncer de estómago hacía casi dos años, apenas unos meses después de que a mi padre le diagnosticaran lo mismo. Cuando me dio la noticia le confesé que en mi familia estábamos pasando por algo parecido e intercambiamos, como cualquiera tocado por idénticos males, nombres de medicamentos, tratamientos que a cada uno habían recomendado y todos esos nombres extraños, aunque muy científicos, que en situaciones así comienzan a formar parte de la propia rutina. “Estoy escribiendo sobre ella” (se refería a la enfermedad), me dijo alguna vez en un correo, “y me gustaría que tu padre leyera el libro”. En esos momentos mi papá había entrado a un periodo de franca mejoría; los números que el laboratorio nos reportaba se iban reduciendo de forma continua. Todos nos sentíamos muy optimistas y, en lo personal, había llegado a creer que esta enfermedad podía vencerse pese a su amenazante número 4, etapa en la que le había detectado el cáncer a mi padre. Eso le platiqué a Eduardo quién, también de forma muy optimista, me dijo que había que poner buena cara. Entonces le pregunté cómo estaba y me respondió que nunca se había sentido más creativo. Que los poemas le llegaban solos y que él mismo se encontraba muy sorprendido por la creatividad desbordante que estaba experimentando. Su actitud era (siempre lo fue) de mucho optimismo.
Sé que durante esa época escribió Medicinas para quebrantamiento del halcón, que pronto publicaríamos en Literal Publishing en formato bilingüe, con traducción de Gary Racz, e inmediatamente después, Incidente con perro en la calle cinco, un libro que le pedí expresamente para nosotros y que él me entregó a la semana de haber conversado al respecto en la Feria del Libro de Guadalajara de 2014. Se trataba de una antología de su trabajo de una década, de lo escrito entre 1993 y 2013 y que incluía algunos poemas de mi libro favorito entre todos sus títulos: Humo de incendios lejanos.
Leí este último al poco tiempo de su aparición y supe de inmediato que sería de mis poemarios imprescindibles. Así se lo hice saber a Eduardo en un mensaje electrónico. Su respuesta me llegó al día siguiente:
Tus comentarios finales a mis poemas son lo más bello que me ha tocado escuchar en mucho tiempo. Y no porque me sienta particularmente halagado (los halagos no tienen nada que ver con la literatura, y menos con la poesía), sino porque has hecho tambalear el posesivo y me has hecho sentir lo que en el fondo desea sentir todo aquel que escribe poemas: que ya no le pertenecen. Si dices que no puedes quitártelos de la cabeza, entonces son tuyos con más derecho que nadie.
El posesivo se tambaleó a tal grado que uno de esos poemas pasó a ser el epígrafe de un texto mío titulado “Ocho”:
no dijo la dama de blanco tu deber es escribir haya
o no haya sol tocar el revés de la cartografía hundirte
en la tinta del pulpo y mirar si es posible mirar pero
no ver sí dijo la dama de negro tu deber es callar haya
o no haya sol torcer hacia dentro la lengua aceptar
el placer y no escribir si es posible no escribir
Humo de incendios lejanos se desarrolla en terrenos que van más allá de lo comprensible, en territorios extraños donde los opuestos se tocan y conviven sin sobresaltos y de forma natural. No así el de Incidente con perro en la calle cinco, que Eduardo reunió tras mis sugerencias –ya lo decía– y que pasaría a ser parte de la colección Dislocados de Literal Publishing, serie con la intención de convocar a autores escribiendo en español desde Estados Unidos. Cuando Eduardo me envió ese libro, Incidente…, me contó una anécdota muy peculiar: un día, caminando por Missoula junto con Jannine, un perro se les acercó intempestivamente y lo mordió a él. La interpretación de Eduardo era que el animal habría “olido” su enfermedad, de allí que reaccionara tan violentamente. Cuando le mandé los ejemplares impresos me comentó que la imagen de portada se parecía mucho al perro que en la realidad lo agredió.
Podría continuar hablando de tantos recuerdos, como aquel día en que él y Jannine visitaron la Ciudad de México y tuvimos la oportunidad de encontrarnos, ellos, la escritora C.M Mayo y yo. Comimos en el Bistro San Ángel, un lugar precioso con un jardín interior muy al estilo de las construcciones coloniales. Tocamos mil temas, hablamos del azar objetivo (o de las sincronías si se le quiere ver desde el punto de vista junguiano) de cómo Eduardo y Jannine habían organizado su sabático para poder viajar juntos e iniciar una investigación sobre el cine y sobre Buñuel. Hablamos además de un cuento que yo había publicado, del libro que Eduardo acababa de sacar con Aldus y de un poema que él había concebido en su estancia en México. Al parecer, en una de sus visitas al cine, Eduardo vio unas serpientes en la zona de Mixcoac y fue en ese marco donde surgió el poema “Donde veneran las serpientes”. En el momento en que lo platicaba, nos comentó a las tres, que estaba en la búsqueda de un verbo específico porque estaba buscando la manera de hacer una analogía entre la velocidad de los autos y los sonidos que hacen estos reptiles, pero lo único que pudo encontrar en ese momento fue el verbo en inglés. Sugerí la palabra sisear. Su gesto cambió de inmediato y agradeció la intervención. A mi regreso a Houston Eduardo me envió aquél el poema que oí nacer en México el día de nuestro encuentro. La sorpresa fue mayúscula cuando vi que me lo había dedicado. En mi opinión, el texto capturaba al México prehispánico y había sido fruto de su estancia en aquel país.
Ahora que lo pienso, quizá ese posesivo del que hablaba Eduardo en un principio no sólo me toca a mí sino que se distribuye entre todos los que guardamos recuerdos de su paso por esta vida y su legado: su propia poesía. Qué mejor manera de mantener viva su obra y su memoria que leyendo, por ejemplo, sus “Razones para escribir poesía”:
Entonces vi a mis padres. Lo recuerdo claramente. Ella nos miraba jugar detrás de la ventana. Él veía un programa de televisión que alternaba con la lectura del periódico. No estaban muertos. Eran, eso sí, muy jóvenes (más de lo que yo soy ahora) y hacía un calor inquietante y húmedo como corresponde a los veranos del trópico. Una vez la vi bañarse a través del ojo de la cerradura. Oh cómo recuerdo sus pechos temblando lentamente bajo el agua fría, el tenue aletear de los murciélagos, el angustioso croar de los sapos y las ranas. De pronto, el golpe seco y definitivo de mi padre. En verdad no recuerdo si me dio o no un golpe. Sólo sé que poseí por un instante la belleza. Y que en ese instante la perdí para siempre.
*Imagen de Pilar Pedraza
Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de El agua que mece el silencio (Vaso Roto 2015) y Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing 2013) entre otros títulos.. Su twitter @rosemarysalum
Posted: February 26, 2016 at 12:12 am