El expresionismo alemán tras bastidores
Ricardo López Si
Mientras escuchaba a José Antonio Valdés Peña hablar sobre el expresionismo alemán, no podía dejar de pensar en el escalofrío que debió sentir el realizador Fritz Lang cuando se enteró que Metrópolis (1927) era la película predilecta de Adolf Hitler y sus acólitos. Ante el meteórico ascenso del nacionalsocialismo, el tuerto de Lang, ateo, aunque de madre judía, tomó aquella confidencia como profecía y se marchó de Alemania. Había motivos para sospechar, la trama de Metrópolis, una de las obras cumbre de la cinematografía mundial, abordaba el martirio de unos obreros atrapados en un gueto subterráneo, en medio de una feroz lucha de clases.
Tomando en cuenta su linaje y progresismo, resultaba irónico que Joseph Goebbels, Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, le haya ofrecido al artista del monóculo la dirección de la UFA, que en ese tiempo era la productora cinematográfica predominante. Ante el estupor del cineasta vienés, Goebbels zanjó la controversia con una frase irrebatible: «Nosotros decidimos quién es ario y quién no». Contrario a Lang, Thea von Harbou, su segunda esposa y guionista de cabecera, optó por quedarse en el país y afiliarse al partido nazi.
Pese a todo, la obra de von Harbou se explica más allá de la afrenta de glorificar a un régimen autoritario. En realidad nos situamos ante una de las grandes guionistas en la historia del cine. La elogiada producción de Lang durante los tiempo redentores de la República de Weimar no se entenderían sin ella. Ni la aludida Metrópolis —basada en su propia novela—. Ni la adaptación de El doctor Mabuse. Ni mucho menos el escrupuloso tratamiento sobre la historia de Peter Kürten, el asesino serial más famoso de la primera mitad del siglo XX, popularizado como el vampiro de Düsseldorf.
Joseph Goebbels, Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, le haya ofrecido al artista del monóculo la dirección de la UFA, que en ese tiempo era la productora cinematográfica predominante. Ante el estupor del cineasta vienés, Goebbels zanjó la controversia con una frase irrebatible: «Nosotros decidimos quién es ario y quién no».
Von Harbou fue un talento precoz surgido de una familia germano-danesa de origen noble. Con 13 años dominaba varios idiomas, tocaba el piano y había logrado publicar su primer poemario. Después de una breve incursión como actriz en la escena de Düsseldorf, se dedicó a escribir novelas y guiones para cine, lo que le permitió trabajar con el otro apóstol del expresionismo alemán: Friedrich Murnau, el célebre realizador de Nosferatu, la adaptación del Fausto goethiano y El último hombre. Además, claro está, de contraer primeras nupcias con Rudolf Klein-Rogge, pieza de reparto en El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene, la génesis del movimiento. Entusiasta de las leyendas germánicas, buena parte de su producción literaria estuvo orientada en exaltar un marcado sentimiento nacionalista. Pensemos por un momento que von Harbou no conoció otro mundo que no fuera el de la guerra. En lo que respecta a su relación con Fritz Lang, podemos decir que fue turbulenta de principio a fin. La condición furtiva de su romance provocó la muerte de la primera esposa del cineasta, quien perdió la vida al recibir un disparo en el pecho tras haber descubierto la infidelidad en la sala de su casa. La bala fue disparada con una pistola que Lang guardaba de su experiencia como oficial en la Primera Guerra Mundial. A la fecha no se sabe si fue un suicidio, un forcejeo o un montaje maquinado por Lang y von Harbou en el cuarto de baño para encubrir un homicidio.
La toma de poder de Hitler separó definitivamente los caminos de Fritz Lang y Thea von Harbou. Al tiempo que Lang encontró refugio en Hollywood para conformar la tetrarquía de cineastas con parches en el ojo junto a John Ford, Nicholas Ray y Raoul Walsh, von Harbou se convirtió en uno de los grandes brazos ideológicos de la industria cinematográfica nazi. A la postre, el vademécum que Lang abrazó durante el esplendor del movimiento expresionista de entreguerras sentó las bases del film noir o cine negro estadounidense, probablemente el género más importante de la industria hollywoodense de los años cuarenta y cincuenta. Por su parte, von Harbou le profesó su lealtad al régimen como parte de la maquinaria propagandística. Con el final de la guerra, su reputación como guionista y escritora sobrevivió a la caída del nazismo. Tras pasar unos meses en un campo de prisioneros británico, fue liberada para trabajar como trümmerfrauen (mujeres de los escombros), haciendo labores de limpieza y reconstrucción. Después del período de desnazificación, su legado artístico se fue revalorizando poco a poco.
Varios años más tarde, Fritz Lang filmaría una de sus últimas películas: La tumba india, otra adaptación de una novela escrita en solitario por von Harbour, que para entonces ya llevaba cinco años de muerta. Su obra literaria no sólo siguió siendo explotada por Lang, sino por Wim Wenders, uno de los estandartes del nuevo cine alemán. Hasta el fin del mundo, estrenada en 1991, bebía descaradamente de Metrópolis bajo el influjo de la ciencia ficción. Al grado de que el título de la película de Wenders provenía de uno de los diálogos del último capítulo de la novela original.
En 1954, tras la proyección a manera de homenaje de La muerte cansada, Thea von Harbou resbaló al salir de la función, lastimándose de gravedad la cadera. Al poco tiempo murió en un hospital de Berlín. Tenía 75 años. Por otro lado, hasta donde se sabe, Fritz Lang ha tenido una posvida bastante más placentera que la de su coetáneo Friedrich Murnau, cuya tumba fue profanada para llevar a cabo un ritual satánico. «Abrí la sepultura con un mal presentimiento y después constaté de inmediato que se habían llevado la cabeza», refirió sobre el hecho Olaf Ihlefeldt, director del cementerio berlinés Stahnsdorf. Me cuesta pensar que el cráneo de Murnau haya causado mayor conmoción que el monóculo de Lang o el carnet nazi de von Harbou. Cuestión de perspectivas, supongo.
Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad.
Posted: October 11, 2021 at 7:02 pm