La falacia de las etiquetas
Roberto Salinas León
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El triunfo de Javier Milei en las elecciones primarias fue una gran sorpresa, que de inmediato desató una ola feroz de descalificaciones a punta de etiquetas, no de argumentos, sobre todo la identificación del candidato con la “ultra-derecha autoritaria” estilo Trump en EUA o Vox en España o (¡por favor!) Adolf Hitler. Analicemos primero, descalifiquemos después.
“¡Viva la libertad, carajo!” Con este lema, y con una gama de propuestas fuera de la caja para un cambio radical, Javier Milei logró capturar el profundo descontento en la sociedad civil de su natal Argentina, y obtener el primer puesto en la votación de las elecciones primarias para la contienda presidencial que se llevará a cabo el 22 de octubre de este año. No es, por tanto, inimaginable que a la postre llegue a ocupar la silla presidencial en la Casa Rosada
Milei es impredecible, insolente, fiel a su apodo “León”, con un modus operandi que explota el resentimiento y la indignación ciudadana ante el brutal colapso de la economía, y la impunidad de la cleptocracia reinante —sobre todo entre los jóvenes, así como las familias que viven en condiciones de pobreza, que se unen al llamado en contra de la soberbia de la “casta política” argentina.
De inmediato, y desde entonces, hemos presenciado una ola de descalificaciones, una reacción visceral que busca inducir un sentido de apocalipsis ante un imprevisto triunfo de Milei en la contienda electoral en puerta. Este fenómeno no discrimina entre las posiciones dentro de un amplio espectro ideológico. Los “argumentos” (que no los son, estrictamente hablando) no pasan de acusar al candidato de ser el “Trump de las Pampas,” un ejemplo de cómo la “ultraderecha neoliberal” está a punto de condenar a la nación ché a la peor reencarnación del fascismo autoritario. Los reclamos se limitan al abuso de etiquetas que pretenden caracterizar a Milei como sello de demencia ciudadana. Mi ejemplo favorito, entre una larga lista de apelativos, es “turbo liberal.”
Claro, no podían faltar expresiones de que la alternativa Milei es “nazi” y “neonazi.” Poco falta para que salga algún exquisito y, de plano, lo condene como bastardo de Lord Voldemort.
El hecho es que hay una gran cantidad de etiquetas, full of sound and fury, y muy poca atención a las bases o los argumentos que plantea Milei. Si ya ser de derecha es moralmente cuestionable, pues imagínense “ultraderecha”, o peor, “ultraderecha libertaria”. ¡Inaceptable! ¡Fuchi, huácala! Habrá que acusar a los mileistas con sus abuelitas.
El problema, relata un ilustrado comentócrata, es que “la izquierda no sabe presumir sus logros.” ¿En Argentina? ¿En serio? Más allá del triunfo de la selección nacional en la copa del mundo de futbol el año pasado, que no es precisamente un “logro de la izquierda”, sería difícil encontrar un caso positivo de progreso humano que se pueda encontrar en la economía argentina de la actualidad —con una hiperinflación que rebasa el 140% anualizado, una depreciación acelerada de la moneda nacional, con la consecuente alza de tasas de interés, con 40% de la población sumida en condiciones de pobreza, con un desplome de las tasas de crecimiento y de ingreso por habitante, con una burocracia asfixiante que no permite a las microempresas salir adelante. La economía informal, y la migración de talento a otras regiones, se han convertido en inexorables válvulas de escape ante la catástrofe económica, con el consecuente aumento de los “costos de entendimiento” y la corrupción, como únicas medidas para poder prosperar. El largo plazo, ante estas circunstancias, no rebasa las 24 horas.
El abuso de la cuenta pública, y la necesidad de monetizar los déficits del gobierno, ha generado un apetito desesperado por recursos fiscales —aranceles a los productos más competitivos, un arbitraje expropiatorio en el mercado cambiario (te vendo al fix oficial, pero te compro al fix “blu”), y ocurrencias impositivas para gravar todo lo que se pueda. En ausencia de ello, las autoridades recurren a la emisión monetaria ilimitada, lo que ha ocasionado una crisis de inflación similar a las peores épocas de los años 80.
Este es el legado de la versión kirchnerista del peronismo, de una plataforma que usa recursos fiscales para privilegiar a ciertas “castas” y clientelas políticas; […] que impone aranceles a productos nacionales con claras ventajas competitivas en el mercado internacional y que, a su vez, busca sustituir importaciones en nombre de la autarquía y la autosuficiencia… Este marco de políticas públicas, de hecho, es más parecido a las propuestas del fascismo tradicional, puro y duro.
Este es el legado de la versión kirchnerista del peronismo, de una plataforma que usa recursos fiscales para privilegiar a ciertas “castas” y clientelas políticas; que emite permisos para privilegiar tanto la entrada como salida de mercados a unos cuantos, lo que hoy se conoce como crony capitalism, o corporativismo; que impone aranceles a productos nacionales con claras ventajas competitivas en el mercado internacional y, que a su vez, busca sustituir importaciones en nombre de la autarquía y la autosuficiencia… Este marco de políticas públicas, de hecho, es más parecido a las propuestas del fascismo tradicional, puro y duro.
Y, si de logros de izquierda quisiéramos hablar, habría poco o nada que presumir. Justamente es aquí donde Milei ha logrado encausar la indignación popular contra lo que él desprecia como el “zurderío”. Asimismo, ello explica la popularidad de algunas de sus propuestas radicales.
La más prominente de las propuestas, sin duda, es el compromiso de dolarizar la economía che, y desincorporar el banco central. La idea amerita un análisis cuidadoso, pero nuevamente la reacción de la mayoría de los comentaristas ha sido de “refutar” la propuesta a fuerza de etiquetas y descalificaciones. “Eso ya se intentó en el periodo neoliberal, y fue un rotundo fracaso”, condena una internacionalista reconocida, sin tomarse la más mínima molestia de considerar el contenido de la idea o, incluso, de analizar las causas del abandono de la caja de conversión que se adoptó bajo el entonces Ministro de Finanzas, Domingo Cavallo.
El peso argentino sufre un descrédito total en la economía cotidiana. Los ciudadanos, incluyendo a los miembros de la “casta política”, prefieren gastar los pesos que reciben, casi al instante, ante la expectativa de merma acelerada en su poder adquisitivo. Este aspecto “inercial” de la hiperinflación es un veneno fulminante, que deshace toda posibilidad de cálculo económico en la administración de recursos escasos —es decir, en qué gastar, dónde invertir, cuánto ahorrar, qué producir. Además, es un fenómeno altamente regresivo ya que los segmentos de la población que sí pueden realizar transacciones en divisas, hasta en criptomonedas, migran al mercado extra-legal de todo lo que no sean pesos. Los que menos tienen, para variar, se encuentran atrapados en una espiral inflacionaria sin salida.
La dolarización no es una varita mágica, no es la solución instantánea a los problemas económicos de Argentina. Aunque quizás sí una medida radical para importar la credibilidad de una divisa estable (o, mucho más estable) como unidad de cuenta. Su meta es estabilizar el sistema monetario y bajar, en la modalidad de una terapia de choque, la inflación. La caja de conversión, que ataba el peso al dólar en un régimen de tipo de cambio fijo 1:1, no resistió los episodios de derroche fiscal y la necesidad de un profundo ajuste. El gobierno argentino de ese entonces prefirió eliminar la camisa de fuerza monetaria para seguir con el experimento del expansionismo fiscal —y tener a la mano el recurso de la devaluación de la moneda local.
¿Acaso los que auguran un futuro negro para la nación argentina bajo la dolarización creen que la situación actual, con tasas de inflación de hasta 15% mensual, es preferible? De hecho, cualquier gobierno que tenga la meta de ordenar el actual caos monetario deberá, a la postre, considerar un programa de ajuste, estilo terapia de choque tanto en el sistema monetario (para erradicar el aspecto inercial de la inflación) como en las finanzas públicas (para imponer candados al gasto público).
Una pregunta clave, ausente en los “debates” actuales, se centra en el “cómo.” La masa monetaria vigente se tendría que reemplazar por dólares, fenómeno que no puede suceder en un día ante el inmenso desequilibrio de ambos. Una estrategia de implementación menos dolorosa podría ser el bimonetarismo: permitir que el dólar, y quizás otras formas de pago, se utilicen como recurso legal, incluso, hasta para el pago de impuestos. Los casos de Guatemala, El Salvador, Panamá, Ecuador y Perú representas referentes empíricos para analizar el “cómo” de una estrategia de transición. Sin duda, es una medida no ortodoxa, pero el hecho es que hasta los peronistas más tradicionales preferiría la oportunidad de negociar libremente en dólares que en pesos argentinos.
Sin duda, un ajuste estructural como la dolarización puede resultar muy doloroso en sí mismo —a menos de que exista flexibilidad en la economía argentina para poder captar nuevas divisas —digamos, vía la apertura de fronteras al comercio internacional. Eso es justo lo que ofrece la plataforma de Milei.
Sin embargo, otras voces de la sabiduría convencional no han dudado en expresar, con un sentido de horror: “imagínense la locura, ¡este trumpito del Sur se quiere salir del Merco Sur!” Nuevamente, ¿dónde está el argumento? La razón de que Milei haya propuesto abandonar el Mercosur es que este arreglo comercial ha elevado, según su punto de vista (y de otros, incluyendo un sonado rival político de Milei, Ricardo López Murphy), el proteccionismo nacional y regional. La derogación de los aranceles también implica un ajuste ante las contingencias de una eventual “desprotección”, aunque para ello hay amplios casos de referencia, incluyendo la experiencia de México con la apertura comercial. El acceso a nuevos mercados sería un gran beneficio para los productos más competitivos —digamos, la carne o la soja, por mencionar los casos más conocidos. La competencia del exterior, a su vez, tendrá que venir acompañada de una reforma en la burocracia administrativa que limite la enorme cantidad de reglas y reglamentos vigentes —instrumentos que hoy, de facto, se han convertido en instrumentos de extorsión regulatoria.
La falacia del lenguaje cargado y el abuso de etiquetas peyorativas para clausurar toda conversación también se manifiesta del lado contrario. Los libertarios de sangre azul acusan a Milei de ciertas impurezas, de no tomar posición sobre las libertades sexuales o de su posición en contra del aborto, para luego concluir de manera fulminante: “no es un libertario real, de los nuestros; es un “populista.”
Milei es un personaje que busca polarizar y dividir. Se asemeja más a un caudillo libertador bajo la rotunda exclamación de “¡viva la libertad, carajo!”, lo cual, por lo menos, le ha permitido exhibir la miseria de la oferta kirchnerista. Sin embargo, así visto, podría representar un riesgo para la reconstrucción de pesos y contrapesos, de instituciones en una sociedad abierta. El caudillo redentor es, por definición, inconsistente con un temperamento liberal.
Quizás sea demasiado ambicioso, por no decir iluso, pedir que abandonemos el lenguaje hinchado de emociones y que aspiremos a un “no-label conversation” en la plaza pública. Sin embargo, al menos podríamos pedir un diálogo abierto en la materia para que, con base en ello, analicemos los contenidos detrás de las etiquetas.
Milei se auto concibe como un “fiel discípulo de Alberdi”. ¿Será? Por favor, hablémoslo…
@ Imagen: Javier Milei en el programa La Noche de Mirtha, 3 de diciembre de 2022. Foto de lan Berkenwald (Flickr)
Roberto Salinas León (Ph.D. en Filosofía y Teoría Política, Universidad de Purdue) es director ejecutivo del Centro Latinoamericano de Atlas Network. Es presidente de Alamos Alliance, uno de los coloquios económicos más importantes en América Latina. Ha publicado en medios como El Economista, Forbes, Nexos, The Wall Street Journal, Investor’s Business Daily, y varios otros. Twitter: @rsalinasleon
Posted: September 7, 2023 at 7:37 pm