EL HECHO LITERARIO
Lolita Bosch
Si somos capaces de aislar el deseo literario, entonces podemos preguntarnos cómo es que ese deseo se transforma en un hecho literario. Y es probable que no haya respuestas. Pero ese no es un motivo para dejar de preguntarnos. Porque la literatura no busca definiciones de conceptos sino que se plantea qué son estos conceptos, estas preguntas esenciales que compartimos con todas las épocas y todos los habitantes de este planeta.
E insisto en recordar siempre la frase de Virgina Wolf de que una novela es algo que le ocurre a alguien en algún momento y en algún lugar. Y también la definición que da Xavier Rubert de Ventós sobre qué es la filosofía; la filosofía, dice (y aquí pueden cambiar la palabra filosofía por la palabra novela) es preguntarnos lo que vivimos como si no tuviera respuesta o como si ya lo hubiéramos entendido. ¿Qué es la guerra?, por ejemplo. No lo sé, nadie de nosotros lo sabe, pero cuando le pasa a Klaus y Lucas en El gran cuaderno de Agota Kristof, es esto; cuando pasa en Angola, es las ideas preconcebidas que tenemos si no sabemos pensarlas literariamente; cuando pasa en el México contemporáneo, es la tristeza que estamos padeciendo; y en la guerra civil española, es este reclamo de dignidad histórica. No es necesario encontrar ninguna respuesta porque lo más probable es que no la haya. Incluso en cada uno de esos conflictos que acabamos de enumerar una guerra son muchas cosas distintas. Pero antes que nada, y literariamente hablando, es algo que debo lograr que ocurra. Porque si pasa se podrá entender mejor. Y esto ocurre porque la literatura es una herramienta muy poderosa para entender el mundo en el que vivimos.
De modo que cuando en el proceso de escritura encontramos este último deseo sin respuesta, tenemos dos cosas: un elemento literario que nos interesa especialmente y la certeza de que, en efecto, hay una novela que queremos hacer. Y aquí dos consejos que les pueden servir para complementar este momento de la creación en el que estamos.
Primero. Es posible que después de haberse hecho muchas preguntas la mayoría de ustedes se dé cuenta de que hay algo que tiene; un personaje, un argumento, un tema. Y es probable que tengan un tema porque nosotros pensamos en conceptos. Pregúntense entonces: ¿Y si tuvieran que describir el tema con una palabra? Sería bueno que pensaran en una palabra inicial. Mis alumnos y alumnas del taller me han dado respuestas muy variadas cuando les hago esta pregunta: reconstrucción, despertar, mediación, vergüenza, miedo, injusticia, ansiedad, angustia, búsqueda, duelo, amor, tranquilidad, soledad, lucha, pueblo, voz, felicidad, amor, etc. Palabras que todavía no son temas pero a las que llegamos tras interrogarnos sobre nuestro deseo. Y es entonces cuando debemos cuestionarnos por qué nos interesa este tema.
Estas son dos respuestas de dos alumnos míos: “Yo pensaba que lo que quería escribir era ficción y basta. Pero ahora me doy cuenta cuando comencé a pensar esta historia estaba en el instituto y me hacían bullying. Estaba muy solo, no tenía amigos y necesitaba convertirme en un personaje”. Y la segunda: “Quiero hablar de un periodo que parece no existir y está marcado por un duelo familiar. Quiero entrar a ese universo para entenderlo y, de algún modo, dilucidar por qué veo algunas cosas de determinada manera. Tal vez a alguien le pueda servir, y leyendo pueda entender la muerte y la infancia; así como yo he podido entender tantas cosas gracias a mis lecturas”.
Antes de continuar quiero aclarar una evidencia: esta segunda intención de mi alumno no ocurre porque la literatura haga el bien, sino porque logra que nos identifiquemos y seamos capaces de entender muchas cosas que no hemos vivido.
El otro consejo que puedo darles para utilizar nuestro interés en nuestro deseo, es que piensen que cuando encuentren un tema todo lo que ustedes son no les servirá para hacer una novela. Y deben encontrar en ustedes la parte que les será útil para escribir, para construir el mundo que quieren construir. Y eso a veces logramos hacerlo preguntándonos por algo que no tiene que ver estrictamente con la novela sino con nuestra manera de enfrentarla. Por ejemplo: ¿Quien, además de ustedes, les serviría para entender esto que quieren entender? Imaginen que deciden escribir una novela sobre el bullying que padecieron. En mi caso, cuando escribí mi experiencia sobre el bullying, comencé pensando que en efecto estaba explicando mi propia historia. Pero por suerte en el proceso de escritura conocí adolescentes que estaban padeciendo bullying en aquel momento y necesitaban ayuda y yo vi en ellos algo que no había visto: Adolescentes sufriendo, más allá de mí. Muy valientes. Jóvenes a los que necesito observar porque les está ocurriendo algo que si no lo escribo no lograré entender.
Esto sucede, yo creo, porque la mayoría de escritores somos malos perdedores. El esfuerzo que hemos hecho para entender cosas, para crear mundos con otros o para resignificar lugares, nos ha costado y no estamos dispuesto a perder el fruto de ese esfuerzo. Y quiero que quede constancia de yo + todo esto, entre otras cosas, porque no sé perder. Porque nos tomamos la construcción del mundo muy en serio. Sabemos cuánto cuesta. Piensen en una separación o un divorcio, por ejemplo. Si perdemos a alguien que amamos pensamos que necesitamos escribirlo porque hemos construido un mundo con nuestra pareja y el día que nos separamos este mundo que has construido con alguien más, desaparece. Ya no sirven los códigos, algunas palabras concretas, las bromas ni las ilusiones sintetizadas en palabras clave; todo lo que funcionaba porque la otra persona estaba ahí ya no está más. Es entonces cuando pensamos que nos ha costado mucho construir un mundo con esa otra persona y que queremos guardarlo. Pero en realidad lo guardamos porque no queremos perder el esfuerzo.
Cuando en 1999 murió mi padre, quise escribir la historia que habíamos compartido, la relación que mantuvimos durante 29 años de mi vida. No estaba dispuesta a que desapareciera. Y tardé mucho pero publiqué La familia de mi padre en el año 2008. Y conseguí que todavía hoy, cuando abro el libro, estoy con mi padre de una manera absoluta. Lo he guardado a él, y a lugares que comparto con la familia o con los amigos, en esta novela. Y lo he guardado porque construirlo fue un esfuerzo de vida y quiero salvar esta construcción que hicimos juntos. Crear mundos me parece un proceso sagrado.
Esta es la parte de ustedes que les servirá para hacer sus novelas. Aunque luego no tengan por qué ponerla en sus libros. Pero sí les servirá saber qué mecanismo dispara su necesidad de hacer una novela. Detectarlo. Porque lo que hace la escritura es que el tiempo pase más lento y cuando pasa más lento, las cosas son más comprensibles. Yo, por ejemplo, enfadada, soy incomprensible. Pero literariamente, soy totalmente comprensible. Porque el enfado real es distinto al enfado literario. El enfado literario es una creación, no una reacción. Y cuando las cosas se crean utilizando el pensamiento literario son mucho más comprensibles. No solo para ti sino también para los demás. Si no fuera así, no podríamos leer Crimen y Castigo y compadecernos del protagonista que asesina a su vecina.
La literatura lo logra porque en ella se encuentran una persona que escribe y se acerca mucho a otra persona a la que le suceden cosas (el personaje), y otra persona que se acerca mucho a ese mismo personaje para entenderlo (el lector). Las escritoras y las lectoras generamos un diálogo muy íntimo. Conseguimos entendernos. Conseguimos entendernos hasta el punto de que podemos darnos cuenta, cualquiera de las dos, que estábamos equivocadas y debemos poner en duda lo que creemos saber. Por suerte, nos pasa constantemente porque escribir es pensar de otra manera. Es dejar de pensar de una manera ordinaria y repensar algo con este modo de mirar extraordinario. Inagotable.
*Imagen de Bill Strain
Lolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeas, La persona que fuimos, La familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch
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Posted: July 1, 2018 at 7:29 pm