Flashback
El primer suicidio de Jorge Cuesta

El primer suicidio de Jorge Cuesta

Tanya Huntington

La escena de Cuesta en la tina ha resultado tan escandalosa, a fin de cuentas, que la gente baja la voz para describirla, si es que se anima. Se suelen emplear eufemismos

 

Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente.

—Jorge Cuesta[1]

La primera vez que supe de un muerto en una tina fue durante la clase de historia europea que cursaba en la preparatoria. Un día, mientras nos explicaba la Revolución Francesa, el maestro Biedron nos mostró la reproducción de una pintura al óleo de Jacques-Louis David, la cual retrataba una escena de horror: el asesinato de A. Marat. Su palidez denotaba el desangrado. Sostenía una hoja de papel en una mano: una pluma, artefacto que señalaba su oficio de escritor, seguía aferrada a la otra. Por la composición, a primera vista el cuadro parecía un suicidio con todo y nota final; la representación de la salida decorosa de un romano de alcurnia con problemas legales, por ejemplo. Pero no. Se había metido Marat en la tina no con la intención de morirse allí, sino para trabajar —padecía una condición de la epidermis que lo llevaba a ser un hombre semiacuático, si no anfibio.[2] Antes de dedicarse a la causa revolucionaria, Marat había ejercido como doctor, especializándose en los ojos y la epidermis, justamente. Ese mal de la piel que él sospechaba haber contraído durante la época en que se escondía en lugares poco salubres como el sistema de desagüe de Paris, y que lo dejaba cubierto de ampollas, no aparece en el cuadro de David, que lo había visitado el día anterior al crimen allí, en su despacho-baño.

El cuadro también podría leerse como un cuento detectivesco completo: aparece el crimen, desde luego; y en la nota que sostiene Marat en la mano el nombre de su asesina, una aristócrata llamada Charlotte Corday que lo culpaba de las Masacres de Septiembre, durante las cuales fueron ejecutados entre mil 176 y mil 614 presos católicos de manera extralegal: otro exceso terrible más de los jacobinos. Dentro del cuadro, igual que la piel de la víctima, la escena del crimen ha sido idealizada, o más bien sanitizada, para usar un neologismo que se ha puesto de moda ahora durante la pandemia del covid-19. (Me pregunto cómo se vería esta escena si el amigo del difunto lo hubiera retratado con todo y gore, si el cuchillo siguiera hundido en el pecho de Marat, en lugar de descansar a un lado en el piso.)

Jacques-Louis David, La muerte de Marat, óleo sobre lienzo, 1793. Museo Real de Bellas Artes, Bélgica

Aunque ciertamente busca suscitar el horror y el ultraje del que lo mira, no lo hace a través del choque; quiere más bien apelar a nuestra razón. Marat está retratado como si fuera un mártir religioso, pero desde la causa de la izquierda laica. la división del cuadro corresponde a las sobrias líneas perpendiculares del neoclásico racional. Tiene una sonrisa beatífica en los labios, igual que los santos en los retratos medievales. Está aquí un autor comprometido, que escribía, como señaló David, “para el bien del pueblo”, no un asesino artero de indefensos presos religiosos. Así, el pintor lo absuelve del llamado a “derramar sangre” dentro del marco del terror político que desencadenó el derrame de la suya.

El otro escritor que viene a mente cuando pienso en tinas ensangrentadas es Jorge Cuesta, que también fue víctima de un asesinato, pero uno perpetrado por sí mismo. El primer paso que doy para intentar lograr esta asociación temática es más bien un brinco largo desde la Francia revolucionaria del tardío siglo XVIII al México postrevolucionario del temprano siglo XX. Dentro de este contexto, Cuesta representa la corriente contraria al arte comprometido de los muralistas, quienes se habían encargado en esa época de forjar una nueva identidad mexicana bajo los auspicios ministeriales del flamante José Vasconcelos. El movimiento resultante resaltaba, entre otras cosas, la masculinidad heterosexual exacerbada: testosterona pura. Los Contemporáneos, en cambio, enarbolaban aquel lema de Gautier del “arte por el arte”. La fundación de la revista que daría nombre a esa generación de escritores y artistas tuvo lugar en junio de 1928, apenas unas semanas después del asesinato de Álvaro Obregón, como señala Marcelo Uribe, quien define este proyecto de revista como el inicio de “toda una idea de la cultura que abarca la poesía, el teatro, la crítica de pintura, la crítica literaria, las revistas, las ediciones mexicanas de literatura extranjera, el cine. Todo esto en contra del muro de oídos sordos del nacionalismo vulgar y enajenante en boga.”[3] Y aunque faltarían muchas décadas para que varios de los poetas, entre otros, salieran del clóset y siguieran el ejemplo parteaguas de otro miembro de ese “grupo sin grupo” —Salvador Novo, quien era abiertamente homosexual—, muchos de ellos distaban ciertamente de ser la imagen y semejanza del hombre nuevo macho, digamos.

Primer número de la revista Contemporáneos

Ese fue, de hecho, uno de los cargos centrales levantados en su contra por los muralistas durante un debate cultural que confrontaba a los vasconcelistas, que abogaban por una “genuina nacionalidad“, contra la aproximación más bien cosmopolita de Contemporáneos, trazado por Guillermo Sheridan en su indispensable estudio preliminar a los documentos que incluye en México en 1932: La polémica nacionalista.[4] Sheridan puntualiza allí sobre un antecedente al debate que tuvo lugar a principios de los años 30, la polémica de 1925 titulada “El afeminamiento en la literatura mexicana”, que fue un saldo del congreso organizado por José Vasconcelos en 1923:

Si acaso, la única vuelta de tuerca se expresa en el título amarillista que identifica a la literatura “escapista” con una excentricidad sexual: la analogía identifica a la literatura revolucionaria con la virilidad, y a las letras indiferentes con una “transgresión” biológica que traslada al cuerpo una transgresión moral. No es necesario recapacitar sobre el signo específico de desdén y violencia que ornaba el término “afeminamiento” en la cotidianeidad mexicana de la época, ni recordar que algunos miembros del grupo de los Contemporáneos eran homosexuales (…) Esta compulsión de vigilar la sexualidad ajena se prestará para que, durante la polémica de 1932, Jorge Cuesta reflexione, no sin humor, en el hecho de que sólo de una mujer, y no de “hombres cabales”, se esperaría tal interés en la virilidad: sólo las mujeres y los viriles “estiman a un hombre por su sexo, antes que por su valor”.[5]

A diferencia de A. Marat, hasta donde yo sepa, no existe hasta la fecha ningún cuadro que retrate la muerte de Jorge Cuesta. El de abajo, dominado por la paleta azul de la tristeza, fue pintado por Carlos Orozco Romero, y está exhibida en el Museo Nacional de Arte en la Ciudad de México. Orozco Romero, cofundador de la escuela de arte La Esmeralda, debe haber conocido muy bien al modelo, dado que fue su concuño durante una época. Cuesta no trae consigo implementos para escribir como señal de oficio, sino una copa ociosa en la mano; sin embargo, igual que el retrato realizado por David, también se trata de un homenaje póstumo a un amigo aunque aquí, la figura de Cuesta es resucitada por la nostalgia. Hay otra diferencia clave: David buscaba utilizar la pintura como exposé, para señalar el crimen cometido por Charlotte Corday, mientras que el crimen de Cuesta nos lleva irremediablemente a un tema tabú, el suicidio, al cual Orozco Romero elige aludir en lugar de escenificar.

Retrato del poeta Jorge Cuesta, Carlos Orozco Romero, óleo sobre tela, 1949. Museo Nacional de Arte, Ciudad de México

Durante mucho tiempo, pensaba yo que Jorge Cuesta había muerto en esa tina, la cual se había convertido en un auténtico baño de sangre después de que, en un arrebato de locura, intentara emascularse allí con una navaja de afeitar. A menudo, en lugar de nombrarlo, se ha preferido correr un tupido velo sobre el asunto; es decir, mantener un silencio grávido cuando surge el tema de la muerte del que se convertiría después en poeta mayor, con el descubrimiento de su Canto a un dios mineral. Algo capaz de producir ese nivel de recato en un gremio literario tan amante del chisme no es, desde luego, cualquier cosa. El suicidio en sí no amerita tal silencio sepulcral cuando de poetas melancólicos se habla. Quizás sea por la naturaleza extremadamente violenta del primer atentado de Cuesta en contra de su propia existencia (y aquí creo que es oportuno incluir una advertencia: lo que sigue puede herir la sensibilidad de los lectores); es decir, porque es considerado más decoroso, cuando se busca un atajo al umbral de la propia mortalidad, abrirse las venas que cortarse el pene y/o los testículos. O quizás sea una imagen demasiada violenta y macabra como para asociarla con un poeta tan fino, aunque de aspecto bastante feo, según el autor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, que también alegó que tenía “un ojo más alto que el otro”[6] como resultado de una caída cuando era infante, como nos recuerda Rodolfo Mata, seguido por una operación al ojo lastimado cuando tenía nueve años.[7] La escena de Cuesta en la tina ha resultado tan escandalosa, a fin de cuentas, que la gente baja la voz para describirla, si es que se anima. Se suelen emplear eufemismos, práctica a la cual no es ajeno Orozco Romero: tengo la impresión de que las dos esferas en la parte izquierda inferior del cuadro no son sino una referencia eufemística a esa castración que se autoinflingió el poeta en el baño del departamento donde vivía.

NOTAS

[1] Recuerdo de René Tirado citado por Rodolfo Mata, “El fruto que del tiempo es dueño, Jorge Cuesta: Canto a un dios mineral“, Horizonte, Ciudad de México: UNAM. Consultado el 4 de enero de 2023. http://www.horizonte.unam.mx/cuesta/cuesta.html

[2] Sarah Zhang, “A Hint about the Affliction that Kept Marat in the Bathtub”, The Atlantic, 20 de noviembre de 2019. Consultado el 9 de enero de 2023. https://www.theatlantic.com/science/archive/2019/11/fascination-marats-skin-affliction/602284/

[3] Marcelo Uribe, “Contemporáneos” (1928 – 1978)”, La Gaceta, Fondo de Cultura Económica, Nueva época, año VIII, no. 90, México, junio de 1978, 2.

[4] Guillermo Sheridan, México en 1932: La polémica nacionalista, México: FCE, 1999, 28.

[5] Ídem, 35-36.

[6] Luis Cardoza y Aragón, “Jorge Cuesta”, Jorge Cuesta: Poemas, ensayos y testimonios, Tomo V, Ed. Luis Mario Schneider, México, UNAM, 1981, 171-173.

[7] Rodolfo Mata, “El fruto que del tiempo es dueño. Jorge Cuesta: Canto a un dios mineral“, http://www.horizonte.unam.mx/cuesta/cuesta.html. Consultado el 4 de enero de 2023.

 

Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

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Posted: January 29, 2023 at 2:03 pm

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