El plagio y nosotros
José Antonio Aguilar Rivera
El plagio sigue siendo una falta grave para los académicos de acuerdo al artículo 5 del Código de ética en vigor: “cualquier plagio en un producto académico será considerado falta grave”. Pretender descalificar a la mayoría del comité de ética por razones políticas es un despropósito. Lo es también, y en mayor grado, que el director general pretenda que las normas del código de ética no le aplican porque no es académico.
En los próximos días el Comité de Ética del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) –institución donde he sido investigador por 27 años– revisará las denuncias de plagio que varios colegas interpusieron contra su director general. La acusación está enmarcada en el conflicto producido por la intervención política del CIDE ocurrida en agosto de 2021. El contexto político, sin embargo, no debería distraernos de la sustancia del caso, que es académica. El plagio tiene en el Centro, como en la mayoría de las instituciones mexicanas, una compleja historia. Desde hace ya años he sido parte del esfuerzo por combatir esa práctica en el país.[1]
Tal vez, lo que originó el más reciente movimiento contra el plagio fue un suceso literario hace una década: la desafortunada concesión del premio de la FIL al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. En su carrera literaria Bryce robó textos de numerosas personas. La FIL documentó el debate a propósito del affaire Bryce.[2] La revista Nexos recopiló sus plagios.[3] Cuando se hizo público el premio un grupo de personas protestamos públicamente. Criticamos al jurado por su “despreocupación manifiesta por haber elegido como ganador del Premio FIL 2012 a un plagiario contumaz.”[4] Aunque los plagios no implicaban el corpus central de la obra de ficción del escritor, el hecho es que hurtó numerosos ensayos publicados en revistas y diarios.[5] Si algo hizo evidente el caso Bryce fue no solo que había escritores deshonestos sino que existía en el país una cultura muy extendida de permisividad hacia el plagio.
Tres años después el debate se trasladó a la arena propiamente académica. En el verano de 2015 se destapó un escándalo a raíz del plagio de dos académicos. Uno de ellos, Rodrigo Núñez Arancibia era entonces un joven profesor en la Universidad de San Nicolás en Michoacán. Núñez Arancibia construyó su carrera académica a partir de robar el trabajo de otros, empezando por su tesis doctoral en El Colegio de México.[6] Del mismo modo, Guillermo Sheridan exhibió los plagios de Juan Pascual Gay, otro académico.[7] Ambos personajes eran miembros del Sistema Nacional de Investigadores. Por unos meses la academia nacional se cimbró por estos escándalos. Hubo una ola pasajera de indignación. Algunos alzamos de nuevo la voz y en julio de ese año 22 profesores de 12 instituciones publicamos un manifiesto, “Por una cultura académica distinta: propuestas contra el plagio”.[8] Ahí exigimos, entre otras cosas, que “las instituciones de educación superior e investigación suscriban un Acuerdo Nacional para el establecimiento de una política de tolerancia cero frente al plagio académico”. Hubo pocos resultados.
En mi propia institución al paso de los años se había creado una cultura permisiva, pues muchos plagios se castigaban con meras amonestaciones o con sanciones simbólicas, que el reglamento de docencia permitía. El parámetro riguroso que en sus inicios prevaleció, y que en última instancia dependía de una vigorosa cultura compartida en la facultad, se erosionó con el recambio generacional.
Sin embargo, el “verano del plagio” fue una llamada de atención para nosotros. Ese año el CIDE se movió finalmente debido a un conflicto originado por el intento del comité de docencia (un cuerpo que revisaba y enmendaba las decisiones tomadas por las juntas de profesores), de revertir la expulsión de un estudiante que había cometido plagio. Al final, la decisión de la junta de profesores prevaleció, aunque el incidente tensó a la institución internamente. A resultas de ello, y por la presión de los recientes escándalos nacionales, se decidió tipificar al plagio en el código de ética como una falta grave que ameritaba expulsión y se dispuso que fuera el comité de ética el que conociera y fallara sobre los casos de plagio. Se comenzó así a revertir la deriva permisiva de los años anteriores. El esfuerzo, sin embargo, no duró mucho tiempo. Mantener un estándar ético requiere del concurso decidido de autoridades y colegas.
En el 2021, antes de que el gobierno designara al actual director, el consejo académico decidió que el plagio ya no sería considerada una falta grave para los estudiantes. Se modificó en consecuencia el Código de ética. La contrarreforma regresó los casos de plagio de alumnos a las juntas de profesores para que estas aplicaran cualquiera de las sanciones ahí contempladas que podían ir, como en el pasado, de la amonestación a la expulsión. Se relajó así el criterio ético. Se adujo que la expulsión era un castigo draconiano y que los alumnos no sabían qué era el plagio. Sin embargo, en lugar de codificar la falta, que debería seguir siendo grave, graduar las sanciones e instituir un curso antiplagio, el consejo académico envió la desafortunada y errada señal de que el plagio ya no sería una falta grave para todos los miembros de la comunidad. En respuesta, envié una carta pública al consejo académico del CIDE denunciando lo que me parecía una irresponsabilidad mayúscula. Ahí expuse: “lo que se ha hecho significa un claro retroceso en lo avanzado y por ello es un gravísimo error del que debemos hacernos cargo. La responsabilidad colectiva aquí es muy grande”. Los acontecimientos recientes han evidenciado la negligencia de la contrarreforma. Es un yerro que debería enmendarse cuanto antes.
Es claro que los errores arriba mencionados no excusan las faltas éticas de ningún miembro del CIDE, empezando por quien dirige a la institución. La cuestión central es si se configura el plagio en el caso concreto de los artículos del director general.[9] Es necesario determinar si existe al respecto un criterio claro y bien establecido que anteceda a la conducta que se revisa y que el comité de ética deba aplicar. El parámetro que ha privado en la institución es bastante simple: la reproducción o apropiación de palabras textuales sin las comillas –aun cuando las fuentes aparezcan referenciadas en el trabajo– constituye plagio. Ese es el estándar que consistentemente ha sido aplicado. Me consta de primera mano que por faltas similares o menores han sido expulsados estudiantes del CIDE. Este es, también, un parámetro reconocido internacionalmente. Por ejemplo la Universidad de Indiana, un referente en la materia, establece tres condiciones para determinar si hay plagio textual:
Se comete plagio textual si su escrito o alocución: 1. toma ideas de la fuente y 2. toma del material original siete o más palabras de manera secuencial y 3. carece de cualquiera de los siguientes elementos: comillas al comienzo y final de las palabras tomadas, la cita en el texto con el nombre del autor y fecha. La cita debe incluir el lugar específico (páginas o localizador) de donde se tomaron las palabras de la referencia bibliográfica.[10]
Es evidente que se satisfacen las tres condiciones especificadas pues el autor de los artículos 1. tomó de manera literal más de siete palabras de manera secuencial –párrafos enteros— de las fuentes, mismas que tradujo, y 2. el texto carece de dos de los elementos indispensables para no ser considerado plagio: comillas indicativas y cita en el cuerpo texto. Las referencias aparecen en las notas de pie y sin localizadores específicos.
El plagio sigue siendo una falta grave para los académicos de acuerdo al artículo 5 del Código de ética en vigor: “cualquier plagio en un producto académico será considerado falta grave”. Pretender descalificar a la mayoría del comité de ética por razones políticas es un despropósito. Lo es también, y en mayor grado, que el director general pretenda que las normas del código de ética no le aplican porque no es académico. Aceptarlo significaría la existencia de un injustificable régimen de excepción para el director. Deslegitimar al comité es un atentado contra la institucionalidad del centro. Ese cuerpo es el único facultado para decidir si las conductas denunciadas constituyen faltas de ética y de recomendar sanciones. El comité no puede hacer más; pero tampoco menos. Sus decisiones caen o se sostienen solo por sus fundamentos. Es claro que no tiene el poder para hacer cumplir sus recomendaciones. Su fuerza, como tantas otras cosas, es moral.
Tienen razón los estudiantes al exigir consistencia en las reglas. Sería una enorme injusticia que no se aplicara el mismo estándar. El efecto del plagio es desmoralizador para la integridad académica, elemento imprescindible de la enseñanza universitaria. Daña la creatividad y favorece el cinismo. Para la mayoría de los estudiantes que trabaja muy duro en investigar y escribir sus propios trabajos el plagio es una bofetada. El plagiario sabotea el sistema meritocrático de esfuerzo. Toda la comunidad del CIDE debe estar sujeta a los mismos parámetros. Fallamos todos si establecemos dobles estándares y si relajamos los criterios éticos. Lo correcto es hacerlos valer para todos. La exigencia de consistencia no solo es para el director: es general. El CIDE, no solo su cabeza, tiene que ver su realidad de frente y asumir su responsabilidad.
*
En el 2017 descubrí por casualidad que capítulos enteros de un libro mío terminaron primero como parte de una tesis doctoral en una universidad española y después en un libro publicado por la Suprema Corte de Justicia. He contado la historia en otro lugar. [11] Desde hace cinco años he tenido que acudir a diligencias penales y ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI). El asunto no se ha cerrado definitivamente, entre otras razones, porque la SCJN, garante máxima de los derechos humanos en el país decidió kafkianamente denunciarnos al plagiario y a mí. Como puede verse, la historia del plagio y nosotros no es simple ni maniquea.
Notas
[1] https://www.nexos.com.mx/?p=60170
[2] http://premiofil2012.blogspot.com/
[3] https://redaccion.nexos.com.mx/los-plagios-de-bryce-echenique-en-nexos/
[4] https://redaccion.nexos.com.mx/de-guadalajara-a-paris-el-premio-fil-2012-a-bryce-echenique/
[5] José Antonio Aguilar Rivera, “Las razones extraliterarias”, Reforma, 14 de octubre 2012.
[6] “El extraño caso del pirata arancibia”, Nexos, 13 de julio 2015. https://www.nexos.com.mx/?p=25571
[7] https://www.nexos.com.mx/?p=25649
[8] https://elpais.com/elpais/2015/07/28/opinion/1438120670_934990.html
[9] https://www.eluniversal.com.mx/cultura/cide-romero-tellaeche-tambien-plagio-texto-de-premio-nobel-de-economia
[10] https://plagiarism.iu.edu/tutorials/task2/index.html”>https://plagiarism.iu.edu/tutorials/task2/index.html
[11] https://www.nexos.com.mx/?p=40272
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: July 12, 2022 at 8:32 pm
¿Bajo qué motivo o justificación la SCJN lo denunció a usted, siendo la víctima del plagio?
Sí, México es kafkiano…