El Unico Disparo
Anadeli Bencomo
J.M. Servín,
D.F. Confidencial.
Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro,
Almadía, México, 2010
Una buena crónica o reportaje requieren salir
al mundo con la estrategia del cazador
que sólo cuenta con un disparo de su rifle.
De un reciente viaje a Guadalajara regresé con el consabido cargamento de libros que me recriminaban desde su impoluta cobertura de celofán mi falta de tiempo para atenderlos. Un texto en particular me asediaba con dos ojos impresos en su carátula y con su atractivo formato propio de las ediciones de Almadía. Finalmente, en alguna velada trasnochada me decidí a leer el libro de J.M. Servín. El resultado fue despabilador, pues no podía resistirme al atractivo de la prosa de este autor a quien no había leído hasta entonces. El texto que abre el volumen presenta, así sin mayores advertencias, una de las mejores semblanzas del género que he leído hasta ahora. Como lectora asidua de crónicas he encontrado numerosos estudios o definiciones del género, pero pocas cuentan con la contundencia y la intensidad que le imprime Servín a su discusión de este tipo de textos narrativos. Sobre su posicionalidad como autor de crónicas ahondó Servín en la ocasión de la presentación de su libro en la FIL donde distinguió dos vertientes del género: la crónica que privilegia el contenido social o el dato duro (guerras y dictaduras al estilo –por ejemplo– de un Ryszard Kapuscinski) y aquella que va detrás de la historia cotidiana o menor para narrarla como si de un relato breve se tratara (el caso de Servín, entre otros).
El libro, debo decirlo, no me lo leí de una sentada. Creo que las compilaciones de crónicas pueden ser un tanto tramposas al violar el contrato de lectura de un texto que se ha escrito y publicado originalmente para cubrir cierto espacio dentro de una publicación periódica, un diario o una revista. Es así como, muchas veces, su discurso cobra relevancia al dialogar con los textos contiguos en un semanario, en una página de prensa. Al compilarlos en forma de libro y al propiciar la lectura en conjunto de varias piezas de un mismo autor, gana la marca de estilo, pero algo se pierde de ese diálogo con el tiempo y el espacio de enunciación primarios. Ese es uno de los retos de la crónicas, el de sobrevivir su publicación original y conservar la pertinencia al convertirse en algo más que en voz del presente y transformarse paulatinamente en letra de archivo y modulación de la memoria de una época, de una ciudad, de un paisaje.
Fui leyendo entonces el texto poco a poco, a pesar del gusto de las primeras páginas que me impulsaban a dejarme llevar por el ritmo de una prosa atrayente, pues uno de los rasgos que sobresale desde la primera línea de D.F. confidencial es la propiedad de un lenguaje único, un modo de narrar que no encontramos fácilmente en los estilos más bien deslavados que Ignacio Echevarría tildara como la lingua franca que se ha apoderado impúdicamente de la expresión literaria de nuestros días. Frente a esta tendencia a la estandarización lingüística, el texto de Servín se sirve de una expresión propia, rareza que destaca como rasgo de la singularidad de un autor que no remeda estilos. Dentro de la crónica urbana mexicana contemporánea abundan, por ejemplo, los seguidores del estilo monsivaíta que deviene en sus imitadores en un remedo de albures expresivos sin mayor agudeza.
Sin embargo, debo destacar que no todas las crónicas reunidas en D.F. Confidencial alcanzan el mismo grado de equilibrio feliz entre estilo y temática. Hay, por ejemplo, una afortunada semblanza de las páginas rojas del periodismo mexicano a través de la referencia a uno de sus protagonistas, el fotógrafo Enrique Metinides, o a partir de la recuperación de la colección de los Populibros La Prensa (David García Salinas). En los mejores textos de Servín se combinan el aforismo logrado (“Como repelente a la arbitrariedad y la barbarie, la pornografía es mucho más efi caz que las promesas de los políticos y los patronatos”, 93) con imágenes memorables (“Un hombre se bebe días de cantina y noches de lupanares hasta añejarse en toda clase de delirios”, 47; “Arrinconado en uno de los patios, un peñón de bancas inservibles parece la delirante fantasía de un escultor chatarrero”, 183). Otro registro que sobresale en algunas de las crónicas es el que las aproxima al género del relato breve, tal y como se observa en “Noches de Boogie: el Cine Savoy” o en los retratos hablados de la tercera parte del libro. En ellos, los protagonistas realzan un guión tragicómico que distancia a los recuentos de Servín de la crónica como épica. En su lugar asistimos a la representación de la urbe como un espacio cruzado por cientos de historias que si bien no son heroicas, dicen mucho acerca de la vida y las sensibilidades dentro de una de las ciudades más populosas del planeta. Por otra parte, la crónica sobre las peleas de perros, “Los herederos del Diablo”, o la que se ambienta en un escenario de lucha libre, “Rojo Loreal”, no logran remontar el anecdotario curioso y la narración luce extraviada por momentos.
J.M. Servín es un autor que practica un vagabundeo reflexivo que respeta la premisa autorial de que “sólo caminando se puede uno adentrar en la ciudad”, lo que lo inscribe dentro de una genealogía de cronistas que concibe su empresa como una manera de vivir y sentir la cotidianidad urbana desde abajo y no desde las abstracciones, pues “¿Qué tanto puede saber del país alguien que nunca se sube al metro o al microbús, se forma en un banco o en una ofi cina de gobierno?”, 282. Desde esta perspectiva se informa otra de las mejores piezas del volumen, la dedicada al plantón que denunciaba el supuesto fraude electoral de 2006 en contra de AMLO. Esta crónica debería sin duda formar parte de una futura o posible antología sobre crónicas defeñas de principios de nuestro siglo. Junto a ella, subrayaría igualmente los retratos de ciertos personajes emblemáticos de la megalópolis actual: el pseudo médico/yerbero del centro, la anciana vende tacos, el bicitaxista, el doble chilango de Michael Jackson, como versiones actualizadas de cierto impulso costumbrista del género que conociera hacia finales de los setenta un buen ejemplo en algunas de las crónicas de José Joaquín Blanco, otro perspicaz observador de ciertos anonimatos emblemáticos de la urbe.
Aplaudo una vez más a Almadía por su apuesta a un género que cuenta con J.M. Servín como una de las voces sugerentes del discurso urbano actual. Desde el centro, espacio donde habita y deambula este autor, nos llegan estas viñetas representativas de un modo de vivir y contar al D.F. que agradecemos quienes insistimos en leer algo más que los rótulos de las primeras páginas de los diarios.
Posted: April 24, 2012 at 7:22 pm