Essay
Escribir es sembrar una semilla
COLUMN/COLUMNA

Escribir es sembrar una semilla

Angelina Muñiz-Huberman

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Escribir es sembrar una semilla. Escarbar la tierra. Descubrir las raíces. Salir a pasear. Regresar y contemplar las macetas del balcón. No se han ido, ahí están. Las palabras ahí están. ¿Cuál escojo para empezar? ¿Cuál de todas será la elegida? ¿La que desencadene el resto de la catarata?

Con las manos ahuecar la tierra y sentir su frescura. Hondo, muy hondo colocar la semilla. No demasiado. Ahí está. Esperar días, regar cada día. Nacerá. Todo nace a su debido tiempo. La mujer espera nueve meses. La elefanta 22 meses. La colibrí de 15 a 22 días.

Esperar para escribir. A veces minutos, a veces años. La semilla está dando vueltas. Extraña semilla que fructificará o no. Variable. Sorprendente. Precisa o imprecisa. Semilla al fin.

Tan impaciente como el semen. ¿Qué irá a ser?

Principio del fin. Esperanzadora, mas condenada a desaparecer entre tantas y tantas palabras. La palabra se pierde entre granos de arena y espuma del mar. La palabra se olvida, se escapa, se esconde. Hay que escarbar la tierra para encontrarla.

Escribir es una dosis de sonidos enclaustrados. Lo que suena ya no suena, atrapado en una tinta y un papel. Una cárcel. Un no poder salir del cuarto.

Escribir es el ensayo general del silencio.

El bendito toque de la imaginación.

La semilla en ciernes.

Mi maestro, Arturo Souto, y luego colega, me dijo: “Todo hay que dejarlo por escrito”. Luego se arrepintió: “No, no hay que dejar todo por escrito”. Lo que me dejó fue la duda. ¿Cuál es la palabra que se deja, cambia o escoge? He ahí la cuestión, que diría Hamlet.

La semilla es fiel, como la escritura. No puede evitarse. Ahí está. Aparece. Brota sin hacer aspavientos. Por cierto, me gusta esta última palabra: aspavientos. Ante la definición oficial que es “demostración excesiva de espanto u otro sentimiento” prefiero la mía: “ponerle aspas al viento”, aunque Joan Corominas no estuviese de acuerdo.

He aquí que la semilla crece: crece: crece.

Cumple con su deber: toda semilla crece.

No puede ser detenida:

aunque puede estar latente.

Los fríos y las lluvias caen sobre la semilla.

En realidad, la semilla se ríe.

La semilla es una gran carcajada en potencia.

Así que escribir es ser un buen agricultor. Otear el horizonte y sentir de dónde viene el aire. Dejarse llevar por el aire y volar hacia regiones inusitadas. Ser un pájaro o un aviador. Y, en el mejor de los casos ser un ángel. ¿O un diablo? ¿Vuelan los diablos?

Recuerdo que yo, de niña, quería ser aviadora: ahí está la prueba. Era la época de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial. La época del exilio (este año, 2024, se cumplen 85 del exilio en México).

Todo escritor es un aviador.

Todo escritor es un exiliado.

La semilla sigue volando, igual que el vilano al viento en busca de una tierra donde caer. Je sème à tout vent, como es el lema de la enciclopedia Larousse.

De los cuatro elementos la semilla necesita agua, aire, tierra. Desde luego que fuego, para nada. Franz Kafka, para llevar la contraria, le pidió a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos, lo cual no hizo porque no era afecto al fuego.

Otra posibilidad del escritor es ser arquitecto. Erigir un edificio perdurable, bien asentado, que no se derrumbe como castillo de naipes. Aunque castillo de naipes es atractivo a la vez que vulnerable.

Son tantas las posibilidades de sembrar que no se sabe por dónde empezar. Podemos agregar otra situación, algo desesperante, la de la página en blanco. Recurro, de nuevo, a una cita:

Mira que si todo lo que [se] ha escrito se hubiera borrado y la página estuviese en blanco. O si la tinta se hubiera corrido y mostrase la página en negro.

Ante una página en blanco ocurre la desesperación y los melancólicos se melancolizan más. Pero, ante la página en negro, ¿qué hacer? ¿Qué hacer? Ese debería ser el verdadero humor negro: el de la página en negro.

Semillas negras podrían surgir de la página en blanco. Y viceversa. Semillas blancas de la página en negro.

El reino de la escritura es inagotable. Prueba de ello es la cantidad de escritores desde hace milenios hasta nuestros días que suelen encontrar quienes los lean. Sobre todo, esto último es el gran milagro pese a la amenaza digital o la vuelta a las tablillas cuneiformes que se han replicado en las tablillas virtuales.

Las semillas no paran.

Cumplen con su cometido.

A sembrar se ha dicho.

*Foto de Glenn Carstens-Peters en Unsplash

 

Angelina Muñiz Huberman es autora de más de 50 libros. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia ,  el Premio Sor Juana Inés de la Cruz el Premio José Fuentes Mares, Magda Donato, Woman of Valor Award, Manuel Levinsky, Universidad Nacional de México, Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 2018, entre otros. Recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de México y es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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Posted: July 3, 2024 at 8:45 pm

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