Fiction
Adentro, todo Afuera… nada (Fragmentos)

Adentro, todo Afuera… nada (Fragmentos)

Efraín Villanueva

Miércoles

 

¿Lo estarán utilizando para encender la chimenea?

Quizás, como la primavera es fría y la recomendación es permanecer en casa, anticipan que las calefacciones se descompondrán con facilidad. Si es así, están perdiendo su tiempo. Se quema demasiado rápido y probará ser inútil como agente de combustión.

¿O para cocinar? Una categoría de recetas oculta y destinada para situaciones de emergencia. He navegado foros de internet y libros de cocina en alemán, en inglés, en español. He explorado Pinterest y Chefkoch. No he encontrado recetas que lo incluyan como ingrediente principal, ni siquiera como uno secundario.

¿Habrán descubierto cómo usarlo para reemplazar la gasolina? Es decir, en el improbable escenario en que la pandemia alcanzara proporciones apocalípticas y nos obligase a huir de las ciudades.

¿O lo están agregando a sus botellas de SodaStream para proporcionarle al agua mineral propiedades sanadoras o fortalecedoras del sistema inmunológico?

La única explicación que encuentro plausible es que el acaparamiento de papel higiénico nazca del temor a que el virus provoque diarrea, aun cuando no es uno de los síntomas oficiales. Si es así, ¿acaso no saben que en circunstancias de incontrolables desagües digestivos el papel es contraproducente porque inevitablemente, más temprano que tarde, causará irritación? Parecen haber olvidado que las duchas alemanas son desmontables por una razón: para facilitar la limpieza en rincones de difícil acceso.

 

Infectados Muertes Tasa de mortalidad
Alemania 8.198 12 0,2 %
Colombia 102 0 0 %

 

Domingo

La primavera calienta

………..apenas con veinte grados

Westpark rebosa de música y juegos

………..de festivales y picnics

la juventud embriagada

………..se apropia del puente de Möllerbrücke

los emocionados vagabundos de A—straße

…………interrumpen mi concentración

o se embriagan a las afueras de la Hauptbahnhof

…………saciada de pasajeros

Sabeth y yo iniciamos nuestros fines de semana

…………en el mercadillo de Hansaplatz

 

Pero nada es cierto

………..son memorias alejadas

……………………de primaveras originarias

…………………………….ilusiones recónditas

……..transeúntes por necesidad

………………….no por deseo

………..calles reducidas a yermo

…………………y a desiertos asfaltados

……..cuerpos que se arrastran

…………………con semblantes perdidos

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad
Alemania 91.714 1.342 28.700 1,5 %
Colombia 1.485 35 85 2,4 %

 

Martes

No es el idioma lo que ha unido a los alemanes.

Ni la creación del Imperio Alemán en 1871. Ni la República de Weimar en 1918. Ni, por fortuna, el Tercer Reich de 1933. Ni la reunificación de 1990. Mucho menos, para quienes solo son capaces de pensar en estereotipos, sus salchichas o cervezas. Quizá sí, la ceguera colectiva que les impide ver que la Bundesliga es un campeonato insignificante y que las emociones que gastan en ella son energía perdida –tampoco es esto a lo que me refiero. Lo que en verdad hace a un alemán alemán es su lealtad a una multinacional sueca.

Äpplarö, Bråthult o Kvicksund, nombres de productos que en cualquier otra geografía serían indescifrables, en Alemania son de altísima recordación. Pregúntele a cualquier alemán sobre un Pax o un Ivar y sabrán que se refiere a un closet y a una cómoda, aun si no los tienen en sus casas.

Entrar a un hogar alemán es caminar sobre cualquier página del grueso y colorido catálogo de IKEA. Los vasos son de IKEA, también las vajillas y los mesones de las cocinas. Las decoraciones, las mesas de exteriores de los jardines y balcones son de IKEA. Las camas y los ganchos para colgar la ropa son de IKEA. Los sofás, las estanterías de libros, los muebles de las pantallas de entretenimiento son de IKEA. La cortina y las toallas de baño son de IKEA.

Para los alemanes, las visitas a IKEA son un paseo familiar. Cruzar el umbral de uno de estos almacenes es adentrarse en una casa descomunal en la que, para ir de la sala al baño, o del baño al estudio, es necesario recorrer pasillos serpenteantes, confusos y hasta desorientadores, pero en los que, sin embargo, el cuerpo se desplaza con eficiencia y coherencia y, entre más se avanza en ellos, mayor familiaridad provoca en el visitante, quien pronto se encuentra refrescado, rendido ante el flujo rítmico al que es desplazado no por sus pies, sino por la fuerza de la cartografía cuidadosamente planeada por arquitectos y mercadotécnicos. Los carritos de compra se colman de porta-cepillo de dientes, de marcos para nuevas fotos, de cortinas programables, de armarios y escritorios. Satisfechas las necesidades de adquisición, los visitantes se forman en línea para pagar, primero, y luego para saciarse de perros calientes, de Köttbullar, tradicionales albóndigas suecas, y de bebidas no alcohólicas sin fondo, al mejor estilo gringo.

El paseo, no obstante, puede tener final triste una vez se regresa a casa. La mayoría de los productos de IKEA, desde un sofá hasta un dispensador de jabón, se compran desarmados y requieren ser ensamblados con un manual gráfico. Cuando estas instrucciones mudas se tornan indescifrables, es posible que se inicie un intercambio de comentarios condescendientes y pasivo-agresivos, en el mejor de los casos, entre los miembros del equipo de ensamble.

Puede que esta fascinación esté cimentada en el hecho que la multinacional sueca es lo más cercano a la realización de los principios de diseño de la Bauhaus, la escuela de arte alemana creada por el arquitecto Walter Gropius en 1919. A él le interesaba industrializar productos cuyo diseño no solo fuese llamativo, sino que se adaptara de la mejor manera a su función, y que fuesen también asequibles sin sacrificar calidad o elegancia. Por supuesto, IKEA no es la Bauhaus, no importa cuán fiel intente ser a los conceptos de Gropius. IKEA también crea necesidades previamente inexistentes y muchos de sus productos son rediseños de variaciones insignificantes.

Cerrada por la pandemia, IKEA volverá a abrir. El gobierno federal ha iniciado el levantamiento de algunas medidas de confinamiento. Se mantendrán las restricciones de distanciamiento social, como el uso de tapabocas al interior de lugares públicos y la prohibición de reuniones de más de dos personas, pero las escuelas y los salones de belleza empezarán a abrir en dos semanas. Los festivales y otros eventos públicos continuarán cancelados hasta finales de agosto, las iglesias también. El gobierno federal se reunirá con los jefes de los Länder cada quince días para ajustar las medidas de acuerdo con la evolución de la pandemia.

Desde ayer los almacenes de menos de ochocientos metros cuadrados volvieron a funcionar con la aplicación de restricciones sanitarias. El gobierno de NRW, el estado en el que vivo, hizo una excepción a las guías federales y permitió la apertura del coloso escandinavo, cuyos almacenes sobrepasan el área máxima –la economía es la vida, parece ser el mensaje. Desde mañana, podremos volver a IKEA para comprar velas perfumadas, lámparas que son también parlantes inteligentes y el cosito del cosito para reemplazar el cosito que se averió.

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad
Alemania 143.457 4.598 95.200 3,2 %
Colombia 4.149 196 804 4,7 %

 

Miércoles

¿Puedes venir y darme un abrazo?

El mensaje, dentro de una burbuja azul, ilumina el rincón superior derecho de mi pantalla de trabajo. Acelero mis dedos. Entre más rápido termine estas líneas, anticipo, más rápido podré acudir al llamado de Sabeth. Es una pretensión tonta y lo sé mientras la ejecuto. La destreza de las palabras no nace en las yemas, sino en una cueva que, en este momento, grita con los ecos de su mensaje. Abandono mi teclado para buscarla.

En su estudio, sobre la poltrona que me robó cuando nos mudamos a este apartamento, Sprache und sein de Kübra Gümüşay, desatendido. En la sala, una mosca tempranera flota alrededor de la lámpara del techo. En nuestro comedor sin mesa de comedor, la estera de yoga de Sabeth calentándose bajo el sol. En la cocina, el lavavajillas encendido –su murmullo, ahora, se escucha a diario. En el balcón, el dúo de palomas que espantamos cada vez que las vemos, pretendiendo adiestrarlas para que entiendan que no son bienvenidas.

En nuestra habitación, Sabeth. En la cama, enroscada, sometida a sí misma, a su cuerpo. Me acuesto detrás de ella. Me uno a ella. Con mis brazos, primero. Con el resto de mi cuerpo, después. Finalmente, lo que falta de mí, que no es carne, la estrecha. Es en ese instante en el que toda ella se agita y sus ojos se vacían.

*

Las estadísticas me tienen sin cuidado.

 

Viernes

Los despertares pandémicos son el inicio de una resistencia diaria.

Al día mismo, que es también otra forma de nombrar la vida. Al recogimiento de las horas, que equivale a la clausura de la vida.

Resistimos para no entrar en contacto con el virus –su lejanía es nuestra salud. Pero no es una resistencia en su contra. Porque el virus no decidió aniquilarnos. No es un enemigo. No estamos en guerra con él. El virus, que no está vivo ni muerto, pero al mismo tiempo está vivo y está muerto, no es un ente consciente, no toma decisiones sobre a quién infectar o no, a quién matar o no, carece de una agenda oculta. El virus existe para replicarse y multiplicarse infinitamente, es lo único que sabe hacer, aunque no sepa que lo hace y solo puede hacerlo entrando en los cuerpos de seres vivos.

El virus no fue enviado por la naturaleza para castigarnos. Es solo un recordatorio de que somos, él y nosotros, parte de ella. De que somos, él y nosotros, actores provisionales en una obra sin guiones y sin dirección. De que somos, él y nosotros, solo un par de especies de tantas otras en el planeta.

Lo que sí ha demostrado la presencia del virus es que nuestra forma de vida, la aldea global que habitamos, está repleta de fallas estructurales. Tal vez sea en ellas en las que debamos concentrarnos y no en asumir una batalla contra un ser que se limita a seguir las instrucciones para las cuales fue diseñado.

Ahora somos, el virus y nosotros, uno mismo. En cada despertar descubrimos que estamos, él y nosotros, vivos y muertos simultáneamente.

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad
Alemania 150.383 5.321 106.800 3,5 %
Colombia 4.881 225 1.003 4,6 %

 

Miércoles

No hay nada que contar

porque nada ocurre

no existe diferencia entre las horas

abundancia de nada

carencia de todo

 

No hay clímax al cual elevarse

esta planicie

que hoy nos contiene

sobre la que despertamos y dormimos

es la cúspide más alta posible

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad
Alemania 157.641 6.115 120.400 3,9 %
Colombia 6.207 278 1.411 4,5 %

 

Viernes

En los días de mayor angustia

quiero huir de mi cuerpo

………..la banda sonora apropiada se me resiste

busco derramar mis ojos

………..los tapono con virilidad hecha añicos

ansío liberar las ataduras de mi interior

……….añado más cuerdas al embrollo

 

Los días de mayor angustia son todos

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad
Alemania 160.758 6.481 126.900 4,0 %
Colombia 7.006 314 1.551 4,5 %

 

Miércoles

Leo intranquilo.

Me recuesto a lo largo del sofá de mi estudio, un cojín debajo de mi cabeza, el libro suspendido sobre mi rostro. Me recojo, me siento y me encorvo, el libro descansando sobre mis piernas. Giro sobre mí mismo, extiendo las piernas sobre el reposapiés, el libro suspendido frente a mi rostro. Me pongo de pie, sostengo el libro con una mano, doy vueltas por el estudio. Ídem, pero ahora leo en voz alta. Nunca el ‘no encuentro componte’ de mi madre había tenido tanto sentido como ahora.

Desisto de mi intento por leer cuando reconozco que entiendo las palabras no porque las lea, sino porque las he memorizado desde pequeño y en ese momento se transfiguran en tentáculos negros, como la brea, pero delgados, como cabellos. Mi estudio crece como el gigante de un cuento de hadas, o más bien, como el árbol de fríjoles mágicos y en este vasto espacio, que no puedo llenar con lo que soy, me sé vulnerable y solo, aunque Sabeth está al otro lado de la pared, y cuando la habitación parece que ha alcanzado su tamaño máximo, se arroja elástica sobre mí y su contacto, su golpe, es un dolor que siento físico, aunque sé que nada me ha golpeado en realidad, y me arrodillo para reducir mi tamaño, pero también para pedir misericordia. Entre mi escritorio y el ángulo de la pared hay un espacio diminuto en el que apenas podría acomodar una pila de libros, pero es hasta allí a donde me arrastro, en donde me encojo, me desvisto hasta que no soy nada, solo huesos, y me desparramo mientras desesperados chorros de aire caliente entran y salen de mí y los tentáculos que antes eran palabras se fusionan para convertirse en fantasmas que pueblan mis ojos hasta que los sacian y no les queda otra que derramarse.

*

Sin fuerzas para consultar las cifras de hoy.

 

Domingo

Al principio de la pandemia llamé a mis padres.

Los sé susceptibles a la desinformación que abunda en las redes sociales y quería asegurarme de que entendieran la seriedad de la pandemia y que no olvidaran cumplir las normas de protección.

Desde entonces he hablado con mi padre varias veces. No recuerdo cuántas, pero sí muchas más de lo que estábamos habituados. Intercambiamos impresiones sobre lo que ocurre en Colombia y en Alemania. Hablamos con esperanza y cautela de las noticias sobre los desarrollos de las vacunas, pero también especulamos sobre la logística de inoculación una vez sea aprobada: qué países serán los primeros en recibirla, quiénes serán los primeros ciudadanos a los que se les aplique, cuánto costará.

El punto de quiebre, siempre hay uno en nuestras conversaciones, ocurre cuando él insiste en desestimar la gravedad del virus y de la pandemia porque la examina principalmente alrededor de la tasa de mortalidad. En ese sentido, la gripa mata a setenta mil personas cada año, solo en Alemania, y la ‘gripa española’ acabó con la vida de cincuenta millones de personas, números que dejan muy mal parado a nuestro virus.

Insisto en recordarle que los muertos no son solo números. Son personas, como él y como yo, que un día fueron al supermercado, olvidaron usar el tapabocas apropiadamente o tocaron una superficie contaminada y se frotaron los ojos antes de lavar sus manos. O siguieron todas las recomendaciones y aun así se descubrieron infectados.

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad Frau Tasa de reproducción
Alemania 178.281 8.247 160.300 4,6 % 0,94
Colombia 21.175 727 5.016 3,4 %

 

Viernes

Las tetas de Sabeth se han engrandecido.

Lo sé porque es lo primero que veo al despertar. Están colmadas y se sienten pesadas. Ella así lo advierte en voz alta mientras se viste. La sensibilidad de sus pezones está alterada: es evidente por la transformación quejumbrosa de su rostro cuando los acaricio.

Entre lagañas, y protegiéndola de la pestilencia mañanera de mi boca, bromeo y le pregunto si está embarazada. “Lo sabremos la próxima semana”, responde como si fuese cualquier cosa. Como si estuviésemos hablando de un pedido de Amazon retrasado y no del riesgo de la destrucción definitiva de nuestra felicidad. Su falta de preocupación es fingida. Se protege del pánico no admitiendo su presencia, como una estudiante desaplicada que mira fijamente su pupitre creyendo que evadir la mirada del maestro la invisibiliza.

Para mí, en cambio, el miedo es instintivo y me aferro a él precisamente por ello. La posibilidad de un embarazo –en pandemia o no– solo debería producir sentimientos de angustia en cualquier persona que se considere sensata. El desasosiego corretea en mi cabeza. Lo que fue y ya no volverá a ser. Lo que pudo ser y nunca será. Sometimiento y pérdida de libertades. Entrega y desvanecimiento del yo. Envejecimiento prematuro y muerte dolorosa y prolongada.

Intento darle un giro de tuerca a mis angustias: como no son exclusivamente mías no deberían preocuparme, al menos no tanto. Después de todo, estos desvelos han sido considerados en algún momento, aunque probablemente con menor intensidad que la mía, incluso por los más fervientes seguidores de la “familia” como base de la sociedad, un concepto que validan solo si hay progenie –¿acaso no somos Sabeth y yo, solos, una familia? Es natural tener hijos, insisten, esgrimiendo sus puños, como si en ellos asiesen un principio irrefutable. El error de su alegato es que confunden lo natural con un mandato de la naturaleza al que no podemos oponernos. La realidad es que lo natural no es más que la habilidad (la posibilidad) biológica de reproducción, la misma del perro callejero de la esquina o de la mosca que posa sus huevos sobre la plasta de mierda abandonada por aquel perro. Somos animales y en ocasiones actuamos por instinto, pero también somos seres pensantes, capaces de tomar decisiones racionales e ir en contra de la naturaleza, lo que es tal vez nuestro único don. Inventamos los anticonceptivos porque nuestras normas sociales y economía nos dictan que no es viable reproducirnos como conejos. Investigamos curas contras las enfermedades (herramientas de control poblacional ideadas por la naturaleza) porque detestamos el dolor y anhelamos retrasar la muerte. Nuestra especie camina en contravía de dos de los conceptos más naturales que podamos considerar: la creación de vida y la inevitabilidad de la muerte. Pero para algunos es más fácil repetir estribillos, es natural, que ahondar en lo que somos.

Mi mano oscura acaricia el lienzo vacío que es el brazo de Sabeth. Un hijo birracial. En una Alemania que da la bienvenida a los extranjeros y proclama la integración cultural como base para el reconocimiento del otro como par. Un concepto oficial que, hilando delgado, me suena a absorción, a invitación a adoptar las formas alemanas, a la invisibilización de lo que somos quienes venimos de fuera y de lo que traemos con nosotros, no sea que alteremos demasiado el status quo e importunemos a los nativos.

Una Alemania en la que el trece por ciento de los votantes permitió el regreso del nacionalismo alemán, del populismo de ultraderecha, del euroescepticismo, de la oposición islámica y migratoria al Bundestag. Fue en 2017 y, por primera vez desde 1945. Quisiera declarar que es un partido político de nazis, pero no puedo porque no tengo pruebas y estaría incurriendo en difamación, entonces no lo declaro. Quisiera insultarlos con un “nazis de mierda”, pero en este país el insulto, incluso un simple y satisfactorio hijueputazo, es ilegal.

Si Sabeth llega a decidir que quiere ser madre, seré yo el padre, solo por ella y con ella. Más de una vez hemos discutido el tipo de mundo y particularidades al que traeríamos a esta persona. Solo en dos puntos estamos (casi) de acuerdo: que no tendrá hermanos y que llevará el apellido de ella. Esto último para facilitarle la vida, no por escupirle la cara al patriarcado, sino para que un nombre alemán lo valide como tal. Así le ahorramos tener que aclarar que no se pronuncia “Vilanueva”, con una ele, que la doble ele en español tiene un sonido particular, pero desconocido en el alfabeto nativo de Umlauts y Eszetts.

Ocultarse detrás de un apellido alemán le sería suficiente en un mundo virtual en el que todo se pudiese hacer en línea. Pero en este país el efectivo es káiser, los chirridos del fax todavía se escuchan y en un viaje internacional el WiFi de los trenes de la Deutsche Bahn se embrutece en cuanto entra a Alemania. Su color de piel, su baja estatura, y su pelo cucú delatarán que no es lo que un alemán alemán reconocería inmediatamente como igual. No importa que hable el idioma con el acento altanero del Ruhrpott y que disfrute el Abendbrot diario como solo un nativo podría hacerlo de aburridas cenas de panes, quesos y embutidos fríos. Todos los días tendrá que probar y ganarse el derecho a un reconocimiento igualitario: el estampado de su pasaporte alemán le será insuficiente.

Un alemán que a primera vista no será aceptado como tal, que tendrá que probar que lo es. ¿Cómo estamos de crisis de identidad?

—Tú alemán es muy bueno, ¿de dónde eres?

—De Alemania.

—¿Y tu madre de dónde es?

—De Alemania.

—¿Y tu padre?

—De Colombia.

—Ach so! [Con razón tienes la pinta que tienes].

Mi esperanza es que herede algo de los genes rubios y ojos azules de mi abuela materna y su color de piel logre confundir a sus conciudadanos. “No digo que los blancos seamos mejores, pero ser blanco es claramente mejor [que no serlo]”, dijo Louie C. K. alguna vez y tiene razón. Especialmente en un país blanco como Alemania.

Dejando de lado el mundo descalabrado al que lo traeríamos, nuestro potencial vástago tendría la particularidad adicional de pertenecer a la generación de la pandemia de 2020. Me imagino fingiendo disfrutar de los chistes y anécdotas que con seguridad traerán las conversaciones futuras sobre su concepción. Sabeth me pregunta por la mueca de mi rostro. Le miento como cada vez que me pierdo en mis pensamientos: “Me acordé de un chiste, pero no puedo contártelo, es intraducible”.

La ansiedad que me produce nuestro potencial nonato se transfigura en rencor al ver sobre mi mesa de noche nuestro cuenco de condones. Un paquete de cien comprado antes de la pandemia –desde entonces su precio se ha incrementado en un veinticinco por ciento. Imagino a un empleado de Amazon descontento otorgándose placer mientras pincha con agujas bolsas de condones antes de empacarlas.

O tal vez la culpa recae en mí. En el pasado, mi capacidad fértil ha sido comprobada y su producto reducido a la no existencia y quizá no pueda ser detenida por ninguna barrera de látex, no importa cuán fuerte sea –sí, claro, el superhombre. Para la Sabeth adulta esta no es una opción. Para mí, por ella y con ella, tampoco.

Es improbable que Sabeth esté embarazada. Si hay algo que la llanura de la pandemia ha sometido son las ansias de mi cuerpo y las ha reducido a niveles preadolescentes.

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad Frau Tasa de reproducción
Alemania 180.458 8.450 164.100 4,7 % 0,85
Colombia 26.688 853 6.913 3,2 %

 

Domingo

Decisiones personales para la pospandemia:

No volver a estrechar manos, o llevar siempre un desinfectante.

No volver a saludar con besos ni abrazos.

Proceder con la amenaza nunca cumplida de mi madre: untar mis manos con ají para adiestrarme a no tocar mi rostro y dejar de picarme los pellejos de las puntas de los dedos.

Intensificar la filosofía de viajes que Sabeth y yo instauramos hace un par de años: contribuir lo menos posible a la destructiva industria aeronáutica.

Nunca dejar de quejarme porque Alemania promulga su compromiso con la protección del planeta, pero desembolsa diez billones de euros para salvar a Lufthansa.

 

Infectados Muertes Recuperados Tasa de mortalidad Frau Tasa de reproducción
Alemania 181.482 8.500 175.200 4,7 % 0,90
Colombia 29.383 939 8.543 3,2 %

 

Adentro, todo Afuera… nada fue publicado por Editorial Mackandal. El libro puede comprarse en El Cuarto Plegable

Ilustraciones de Luz Mery Fontalvo.

Efraín Villanueva. Escritor colombiano radicado en Alemania. Ha publicado los libros Tomacorrientes Inalámbricos (Premio de Novela Distrito de Barranquilla, 2017), Guía para buscar lo que no has perdido (XIV Premio Nacional de Libro de Cuentos UIS, 2018) y Adentro, todo. Afuera… nada (Mackandal, 2022). Es Magíster en Escritura Creativa en español de la Universidad de Iowa y tiene un título de posgrado en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá.

Sus trabajos han sido publicados en diversas antologías y medios como Granta en español (España); ArcadiaEl HeraldoPacifista!ViceRevista Corónica (Colombia); Revista de la Universidad de MéxicoRoads and KingdomsIowa City Little Village MagazineLiteral MagazineIowa Literaria (Estados Unidos); entre otros.

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

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Posted: December 1, 2022 at 9:16 pm

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