George Steiner: La tristeza del pensamiento
Adolfo Castañón
Publicada en edición bilingüe, inglés y francés, Dix raisons (posibles) à la tristesse de la pensée es una obra de síntesis y reflexión y casi un testamento intelectual. El ensayo (como sugiere su título) tiene no poco de crítico y autocrítico, no poco de melancólico. Desgrana un tema clásico de la filosofía, los límites internos y externos del pensamiento, las dificultades y trampas a que se enfrenta la vida contemplativa: la vida filosófica, el “vértigo del preguntar y del ser que se interroga” que son propios de una vida examinada, destinada al examen y que sólo podría encontrar en éste el sentido de su ser. En el horizonte de esta flor de diez pétalos que es la posible tristeza del pensamiento se dibuja Dios (o su ausencia). Para George Steiner como para Heidegger sólo vale una vida que se pregunta por el ser y por el no ser, por el sentido inmanente del mundo, por Dios o su ausencia. Pero la vida humana que realmente se puede hacer estas preguntas, que realmente puede pensar no es una vida cualquiera sino la de aquellos seres educados en y para el pensamiento, aquellos que forman parte de una minoría de minorías que son quienes saben que sólo el pensamiento entrenado para pensar puede aspirar ya no a la verdad sino, más acá, a la posibilidad del error y al seguimiento más o menos educado del pensar y del filosofar.
En Diez razones (posibles) para la tristeza del pensamiento George Steiner prosigue su examen crítico de la cultura contemporánea. No es un examen extrovertido, histórico, sino intravertido, volcado hacia un examen de la razón. En Diez razones se presenta un examen de la conciencia de la razón en marcha; no en balde el libro está armado en torno a una cita de F. W. J. von Schelling (1775-1854), proveniente de su ensayo sobre la esencia de la libertad (1809). Anti-cartesiano, el filósofo alemán se hacía preguntas similares a las de Hegel pero en otro sentido (no compartía su optimismo racionalista). Una lúcida y desesperanzada desolación anima este decálogo postmoderno de la razón rota o estrellada contra sí misma. Se siente, entrelineado, un temor de George Steiner: qué será de la dignidad humana si deja de hacerse las grandes preguntas (¿existe Dios? ¿qué es el tiempo? ¿qué son justicia y verdad?) y zozobra (como lo hace) en un suave nihilismo donde la urgencia de esas preguntas pasa a ser patrimonio de los psicópatas o de los terroristas (de El hombre rebelde, para recordar a Albert Camus) y se inscribe en los límites de la razón y en el seno de lo puramente razonable, de lo cómodamente razonable.
Una defensa de la sed inquisitiva, una apología de la angustia por el saber atraviesa este ensayo breve e insondable que suscribe, al paso, la afirmación de Heidegger acerca de que la inmensa mayoría de la humanidad vive en la prehistoria de la filosofía. Diez razones (posibles) para la tristeza del pensamiento, es un ensayo que implícitamente trae una larga crítica sobre los límites de la ciencia y de la civilización tecnológica y que hace un llamado tácito al lector a recobrar los temas esenciales de la filosofía. Si el pensamiento es a la vez íntimo e intransferible y, al mismo tiempo, universal y aun banal; si el pensamiento nunca puede estar plenamente convencido de la realidad de sus proposiciones y, tampoco, estar seguro de evadir la cárcel del lenguaje; si no alcanza a conocer sus propios límites y, en última instancia, tampoco puede transmitirse; si el pensamiento, en fin, es a la vez lo más humano e inhumano en el hombre, entonces ¿qué sentido tiene pensar?
En un teclado alterno, George Steiner ataca otra línea de argumentación: la de la marginalidad radical del pensar en una cultura del consumo y del mercado, del espectáculo y de la difusión donde el pensamiento y quienes lo llevan o conducen está proscrito y, por así decirlo, resulta merecedor de los mayores castigos. Por algo —recuerda Steiner— a los judíos, raza de pensadores, se les intentó exterminar durante la Segunda Guerra mundial. Para George Steiner el pensar y el preguntar son, o parecen ser, fuente de una infinita tristeza cuya única salida es, o acaso puede ser, la música: la única red que hace presentir verdaderamente la inminencia de una salida. El milagro de la canción que, como una rosa en la oscuridad, rompe la noche del sinsentido.
Posted: April 8, 2012 at 10:19 pm