Gioconda Belli llegó a la Benson
Gabriela Polit Dueñas
Getting your Trinity Audio player ready...
|
Las mujeres hemos hecho nuestra tarea –les dijo Gioconda Belli a las estudiantes del doctorado de la Universidad de Texas que se reunieron con ella para hablar de su vida y su obra–. Si a mí me preguntan por qué soy insegura, o por qué me pasan algunas cosas, creo que puedo contestar. Las mujeres llevamos mucho tiempo pensando en lo que nos pasa. A los hombres les falta hacer esa tarea. La frase fue lapidaria.
Volví a leer sus memorias después de algunos años, esta vez con mis alumnos, y pude recordar la intensa vida de esta escritora y poeta nicaragüense que la semana del 18 de marzo vino a Austin, a dejar sus papeles en la Biblioteca Benson. Volví a disfrutar de su prosa, de la intensidad de sus experiencias en la lucha Sandinista, e incluso pude escuchar de su hija Maryam, quien la acompañó en este viaje, lo que fue crecer con la “fuerza de la naturaleza” de su madre que, a los 75 años, todavía tiene la energía de una treintañera. Esta vez, en mi lectura de El país bajo mi piel –macerada por años en el oficio y enriquecida por las conversaciones con mis estudiantes– percibo cosas que antes no noté, o las noté de manera insuficiente. El libro es una reflexión acerca de su militancia, del desarrollo de la Revolución Sandinista y sus postrimerías, pero también es una reflexión sobre el lugar que Belli ocupó como mujer en ese proceso y su propia transformación. Reconozco la valentía de una entrega absoluta a la causa Sandinista por al mejoramiento de su país, la renuncia a sus privilegios de clase y la postergación de las demandas inmediatas de la maternidad. Reconozco también que, al contarnos su vida de manera tan honesta, cuestiona los espacios tradicionales que ocupaban las mujeres en esos procesos históricos de los 70, cuando la lucha por la igualdad no contemplaba preguntas acerca del lugar que tendrían las ´compañeras´ que habían participado codo a codo en la lucha armada, en el diseño de políticas que buscaron sociedades más justas.
GP. Las memorias suelen venir en el ocaso de una producción literaria y tú publicaste bastante después de ese libro. ¿Qué te llevó a escribir tus Memorias tan joven?
GB. Estaba viviendo en los Estados Unidos en ese momento y había tenido la sensación de escribirlas, en parte, porque con mis hijos tuve cierta sensación de que no sabían lo que yo había hecho, que no entendían, porque fue una vida difícil para ellos. Entonces quise escribirla para ellos, para que supieran quien era su mamá. Después claro, cuando ya me puse a escribir, al organizar la memoria fue otra dinámica. Quise escribir también cómo había sido ese paso entre Nicaragua y los Estados Unidos y escribir cómo había sido la construcción y la deconstrucción de la revolución. No sé si la leíste en español.
GP Sí, claro, te leo en español.
GB En español el libro intercala la parte del presente de Charlie, mi marido. En inglés, me hicieron escribirlo de nuevo. El editor Sonny Metha, –me dijeron que me iba a editar Sonny Metha y yo estaba de lo más emocionada– me dijo que en Estados Unidos nadie me iba a entender, que lo escribiera todo cronológicamente. Entonces, el libro en inglés –que es básicamente el mismo– en vez de estar intercalado, está escrito cronológicamente. Y no sé. Fíjate que es el libro que más me costó escribir.
GP. Me imagino. Es un libro de una honestidad rotunda y destila mucha sabiduría. Confieso que la primera vez que lo leí, leí tus memorias. Pero ahora que lo volví a leer, vi un libro que da señales al futuro. No solo respecto a Ortega, de quien hablaremos después, sino respecto al momento que vive la mujer ahora. Es muy liberadora la manera como cuentas tu vida afectiva. (Belli ríe). Esta vez te leí como personaje, y cuando llegas a la relación con Modesto y dejas de trabajar como directora de la Televisión Nacional, sentí rabia con la personaje. Hizo tanto, sacrificó tanto y llegó tan lejos para dejarlo todo porque un hombre se lo pidió. Al mismo tiempo, el pasaje lo cuentas con una sabiduría y una honestidad enormes. Para las mujeres vivir con libertad su vida afectiva y sexual sigue siendo un arma de doble filo y tú lo muestras ahí. Cuando terminas esa relación dices que tenías que estar sola. Te das cuenta de que toda esa libertad fue también fruto de estar siempre pendiente de la mirada del otro. Me parece muy sabio. Pienso que las generaciones nuevas, sobre todo las más jóvenes, viven situaciones similares. Todavía muchas mujeres son víctimas de eso y no se dan cuenta.
GB. Creo que es impresionante, porque a pesar de todo lo que hemos vivido, siempre existe esa dicotomía en las mujeres. Yo creo que lo que pasa es que los cambios culturales toman mucho tiempo, entonces todavía la cultura no tiene, ni aquí ni en ninguna parte, una visión de la mujer muy diferente a la que tenía en los 80 o 90. Es diferente al a que se tenía en los 50, pero no veo tanta diferencia con la de los 80 y 90. Pese a todas las discusiones, pese a todo.
GP. Tu libro muestra las contradicciones en tu lucha feminista en pequeñas escenas. Como la historia de Modesto, o como cuando Tomás Borge te dice que dejes a tu novio gringo, y tú aceptas. Como cuando tu esposo no te acompaña a la clínica cuando estabas tan débil después del parto. Son momentos de profunda reflexión que además evidencian las maneras en que las mujeres aceptamos ese lugar que nos da la cultura de cierta forma, con naturalidad.
GB. Pues, relativamente. Ese momento de mi vida, que fue cuando rompí con Modesto, fue importantísimo. El otro día me puse a leer esa parte del libro, porque tuve que escribir un prólogo nuevo, y digo, ¡Qué barbaridad! Es que yo me negué a mí misma en esa relación. Fui capaz de humillarme y, de repente, menos mal que tuve ese momento que entró otro ser dentro de mí. Mi ser maduro, mi mujer militante feminista, y me dijo, ¡Noooo! ¿Qué estás haciendo? Y entonces tuve que hacer cosas para no volver a caer en la tentación, porque ese era el problema. Era una relación tóxica. Que no era solo un problema mío como mujer. Hay un problema con esas relaciones tóxicas que no solo nos pasa a las mujeres. También les pasa a los hombres. Es una auto destrucción permanente. En ese momento fue como salvarme. Yo me di cuenta de que me estaba hundiendo como ser humano, como mujer y tenía aprecio por mí misma. Perdés todo el concepto de vos misma como persona y te rebajás a un punto en que perdés la autoestima. Yo no llegué hasta ahí, y mi autoestima fue la que me motivó. Pensé, esto yo tengo que pararlo de alguna manera. Pedí consejos, entonces el psiquiatra me dijo, Hacé de todo lo que vos sabés que él va a odiar, para que no puedas volver con él. Entonces, lo hice. Pero sí me doy cuenta de que francamente, ese momento de mi vida para mí, el aprender a estar sola fue duro. Eso lo cuento. Me fui a México, donde una psicóloga que me salvó la vida porque ella fue la que me dijo, Tenés que aprender a estar sola porque no podés amar a alguien por necesidad, sino por querer dar. Eso fue importantísimo y me alegro mucho de que lo digo. Cuesta decir esas cosas.
Belli habla con la misma honestidad con la que escribe. Ella deja su puesto de directora de la Televisión Nacional, como dijimos anteriormente, porque su pareja de entonces, una de las cabezas del Frente Sandinista, le dice que la necesita como asistente. Ahora, en el siglo XXI y a cuarenta años de ese momento, Belli usa la palabra que define ese tipo de relación: tóxica. Un término que nos permite reconocer ese traspiés (más común entre mujeres), de aceptar el mandato de un orden que impone ocupar el lugar de sometimiento. Amor. Sí, en términos personales las llamamos relaciones tóxicas, en términos sociológicos podemos hablar de una ambivalencia estructural que hace que el amor tenga un costo enorme cuando existe una tensión de poder. En su caso la había. Gioconda Belli era una mujer que no pasaba desapercibida en escenario revolucionario: una mujer de clase alta que se compromete con la causa de los más necesitados; una madre que lucha por un futuro mejor para sus hijos, aunque esto implique privarse de pasar tiempos con ellos. Una mujer que no se amilana al momento de agarrar un fusil, pero que su vida pública es la de una publicista en una gran firma. Una mujer atractiva a quién Torrijos acosa como a personaje de novela del boom. Una mujer que se atreve a decirle a Fidel en la cara que no está de acuerdo en su estrategia de combate. Una mujer que no dejó nunca que la disciplina de la izquierda de esos años anulara su sexualidad. Es fácil imaginarse que los hombres que la rodeaban se sintieran amenazados al trabajar junto a ella.
GP Me da curiosidad cuando hablas del peso de tu clase, porque te refieres a eso como una suerte de pecado original. ¿Acaso los hombres de clase alta lo vivían de la misma manera?
GB. ¡No! Por supuesto que no. Era completamente diferente. A los hombres más bien la clase les daba nivel, porque eran educados, eran cheles, eran (Belli hace un gesto que indica cierta veleidad) ¿Me entendés? Pero en las mujeres, no. Era algo más por lo que someternos. La culpa. Porque las mujeres hemos sido sometidas por la culpa. Desde Adán y Eva. Yo creo que los hombres saben, intuitivamente, ese manejo. Porque ha sido repetido por siglos. Y no porque sean malos ni nada, sino porque que es como la clave cultural por donde podés entrar y hacer que la mujer se sienta culpable y eso te va a dar un cierto dominio sobre esa persona. Entonces, yo creo que esa era la sensación que tenía que ver con la clase. Porque era como, “Bueno, vos burguesita, sos tan revolucionaria…” Y yo eso lo combatí. Cuando ganó la revolución me querían cambiar de ropa. Yo tenía ropa que usaba porque había trabajado en Costa Rica en una agencia de publicidad, y no se me ocurría cambiarme de ropa. Pero entonces, todas las otras mujeres se vestían como Ernesto Cardenal. Ese se convirtió en el vestido revolucionario. Era jeans, chancletas de caucho, de esas con suela de caucho, y cotona blanca, o de otro color. Porque era el vestido de los campesinos, supuestamente. Y yo me rehusé a disfrazarme. Pues yo me iba a las reuniones con mis faldas largas, con mi ropa bonita (ríe). “Giocondita”, un amigo mío me decía, “¿por qué te venís así vestida?” “Porque esta es la ropa que tengo, yo no me voy a disfrazar de revolucionaria. Todo el mundo sabe de dónde vengo, así que”. Pero bueno, tuve que superar esto.
GP ¿Había otras mujeres contigo que sufrían lo mismo?
GB. Sí todas. La tendencia era que vos te convertías en un poco invisible. Ser revolucionaria era un poco ser fea, porque esa era la manera que no te veían como mujer. Porque cuando te veían como mujer, tenían, por un lado, el prejuicio tremendo que te lo cobraban. Por otro lado, el acoso sexual. Entonces eran dos cosas. Yo también tuve, por supuesto, mucho acoso sexual. Pero yo siempre he sentido la sexualidad como un poder que yo administro. Porque sé. Igualito que el hombre sabe que yo voy a reaccionar a la culpa, culturalmente yo sé que el hombre va a reaccionar a mi sexualidad. Que yo puedo hacer uso de ella.
La culpa es un tema del que volvió a hablar con las estudiantes en el salón de clase. Imposible no pensar, al pasar en limpio estas notas, que la escritura de las memorias como explicación de su vida a sus hijos empieza como una expiación. Imposible no pensar que su sacrificio por la revolución no esté tamizado por el peso de esa culpa. También, eso explica la profunda honestidad en una escritura que es la exploración íntima y desgarradora de una mujer que vivió intensamente el momento histórico de su generación. Su entrega absoluta a las demandas de la política hizo que dejara de lado los requerimientos culturales de su condición de mujer y por ese motivo, el libro es una entrañable lección de vida. Pero es también un libro que echa luces sobre lo que sucede ahora en Nicaragua.
GP. ¿Cuando estabas escribiendo este libro te habrías imaginado que la situación con Ortega llegaría al extremo en la que está ahora?
GB. No. Definitivamente, no. Pero cuando escribí ese libro ya habían pasado cosas. Yo ya me había ido del Frente Sandinista. Pero realmente no me imaginé el nivel de perversidad que hemos estado viviendo desde el 2018.
GP. Inclusive describes algunas escenas en las que intercambias una mirada cómplice con Rosario Murillo cuando gana la revolución y ella se doblega, digamos, a la figura de Ortega.
GB. Sí, completamente. En el momento en que las dos sufríamos de las humillaciones de estos hombres. Porque Daniel Ortega la humilló y la tenía de asistente. Ella, me acuerdo de que me decía en referencia a una fiesta donde estábamos las dos, “Qué dichosa que Modesto te abrazó, porque a mí ni se me acerca en público”. Ese tipo de cosas. Y después, claro, ella con la violación de Zoilamérica, su hija, decide defenderlo. Ahí ella lo compra absolutamente, (con un gesto en la mano) “Yo te tengo en mi poder porque yo te puedo destruir. Entonces vos me vas a dar el poder”. Pero ella también siente esa necesidad de ser querida. ¿No? Porque me acuerdo, cuando triunfó el Frente, ella salió en la tribuna y Daniel la abrazó y ella estaba como, ¡Por fin me hizo caso este hombre! Y ahora lo tiene agarrado. Ella debe sentir gozo, porque ella realmente es una persona psicótica. Porque caer tan bajo. Bueno, estuvimos en la revolución, pasamos por Violeta Chamorro, por el ladrón de Alemán, que era un corrupto. Bolaños, que nunca fue sabio políticamente. Era buen hombre, hizo cosas buenas, pero ¿pasar a esta etapa en la que esta gente ha falsificado el sandinismo? O sea, para mí como sandinista que vi morir a tanta gente por ese sueño. Se siente una rabia, una traición.
GP. Y luego echarlos a todos ustedes.
GB. Para entonces ellos habían agarrado el sueño, la bandera, el himno, todo lo que era nuestro y lo habían falsificado en una cosa de ellos.
GP. En el libro sugieres que Humberto Ortega, hermano de Daniel, fue un estratega importante en los primeros años del Sandinismo. ¿Está Humberto detrás de todo esto?
GB. Humberto no es igual que Daniel. Es también un megalómano y un narcisista, pero es más inteligente. Más estratega. Daniel no. Daniel se quedó en los 60 y tiene una mentalidad de revolucionario de antes. De mentira, porque ya no lo es. Es inescrupuloso. Y eso lo vi yo desde el principio. La falta de escrúpulos de los dos, de Humberto y de Daniel. Lo vi.
GP. Lo dices muy bien en el libro, y muestras como te vas posicionando respecto a los cuadros políticos con una claridad que, leyéndote desde ahora, me resulta admirable.
GB. (Riendo) Tenía olfato, ¿verdad?
GP. ¡Sí! Por eso el libro resulta premonitorio.
GB. Sí, yo tengo buen olfato político. Y buen olfato de la gente. Porque con Rosario Murillo, con el triunfo reciente de la revolución, nos encontrábamos y hablábamos de los hombres. Pero después, cuando trabajé con ella –porque estábamos en la Unión de Escritores– ya cuando la vi operar, era impresionante. Me acuerdo de que le dije a una amiga, “Nunca he conocido una persona mala. Hasta ahora.” Mala. Evil. Esa palabra en inglés que no existe en español. Pero realmente, porque la vi cómo se desdoblaba, cómo manipulaba, cómo lloraba. Impresionante. Y después, con el tiempo, que esa mujer, con esa mentalidad y con esa capacidad de engaño, de maniobrar, ¡esté mandando en Nicaragua! Porque eso es lo que pasa.
GP. El pacto más burdo con el hombre a costa del abuso de la hija.
GB. Una vez, me acuerdo de que Daniel Ortega dio un discurso, que yo después escribí un artículo porque no lo podía creer. Él está hablando y ella está detrás y él, “Dice Rosario que le pida perdón a la gente, por haber tenido una hija como esa”. ¿Cómo te parece? ¡Cómo se ha portado con ella! Zoilamérica tenía un novio boliviano, y le quitaron la residencia para que se tuviera que ir de Nicaragua. No, es como de una maldad… Bueno y cómo se portaron con los presos políticos; cómo se portaron con nosotros. Que nos hayan quitado la nacionalidad. Eso no lo hizo ni Somoza, por favor.
GP ¿Hubo ingenuidad en el momento que gana la revolución por parte de FSLN? ¿No era muy ingenuo pensar que los Estados Unidos no iba a hacer nada?
GB. A mí me parece que hubo un mal manejo porque, – ya yo viviendo aquí– me doy cuenta de que se pudo haber manejado diferente. Aquí vos podés lograr cosas si tenés la política adecuada. En ese momento había mucho respeto y amor por la revolución. Pero los compañeros, desde el primer día dijeron, “Aquí nos tenemos que preparar porque nos van a hacer la guerra”. Eso fue, creo, influencia cubana. Y fue como un self-fulfilling prophesy (profesía auto cumplida). Una vez el Congreso negó la ayuda a los Contra, y Daniel Ortega viaja a Moscú al día siguiente y le preguntan que qué pensaba. Y él dijo, “Los Demócratas son iguales a los Republicanos”. O sea, había unas metidas de pata.
GP. ¿Crees que Fidel tuvo mucha incidencia en eso?
GB. Siiii. Todavía tienen, todavía tienen. Yo creo que ahorita todo el sistema que han montado es muy triste decirlo, porque me da tristeza que la revolución cubana haya parado en convertirse en asesora de los dictadores latinoamericanos. Pero ahorita todo el sistema de vigilancia que tienen, que es lo que ha logrado que Cuba se mantenga. Es orwelliano, pero además, tremendamente efectivo. Sé de un muchacho, un poeta que debió haber leído sus poemas en el barrio y lo echaron preso. Porque escribe poesía contra el régimen. Cosas así. Un profesor que seguramente en su clase dijo cuatro cosas, lo echan preso. O sea, no te dejan respirar. Entonces la gente tiene terror de hablar. Todo eso es un sistema que les ha funcionado a los cubanos. Por ejemplo, que no te dejen salir de tu casa. Eso empezaron a hacer en Cuba. Vos de repente tienes un coche parado en la puerta que no te deja salir. No hay legalidad, nada, pero esa persona no te deja salir de tu casa. Eso lo hicieron y en Nicaragua tenían una patrulla de policía enfrente y no te decían vamos a llevarte a la cárcel, vos podés salir. Es tremendo.
GP Los últimos meses que estuviste en Nicaragua, ¿era así? o fue a partir de la represión del 2018.
GB. Lo del 18 fue tremendo. Lo que pasó es que, no hay organización, ni hay quien lidere y hay una alergia al liderazgo entre la gente joven de izquierda, por todo lo que ha pasado. Entonces, son fáciles de destruir. Para Rosario y Daniel lo que pasó es que no aguantaron ver a la gente en contra de ellos. Y siguen hablando de eso. Ella ha creado toda una historia diferente a lo que pasó. “Que era un ataque financiado por los Estados Unidos. Que era un golpe de estado. Que querían acabar la paz. Que incendiaron cosas”. Cuando ellos lo que hicieron fue una matanza descarada.
GP. Cambiar la historia. Hay algo de eso, y de lo que hemos hablado a cerca de la honestidad de tu libro, que se conecta con dejar tus archivos. Hacerlo es también una manera de desgarrarse de algo. Dejarlos en una institución a la mirada ajena. ¿Sientes algún paralelo entre escribir tus memorias y entregar tus papeles?
GB. Tiene que ver con la madurez. Oyendo lo que las mujeres me han dicho de mi libro, de lo que he escrito, me doy cuenta de que he trascendido. O sea, porque pude escribir mi historia personal de esa forma. Siempre, desde que empecé a escribir poesía, me di cuenta de que era un striptease, pero que tenía un valor humano. Entonces mi cuento es dejarlo. Dejar esa historia. Porque veo que a una gente le ha servido, que mucha gente me dice, “Me cambió la vida”, y yo ¿cómo es eso de ‘me cambió la vida? Humildemente, uno no piensa que le va a cambiar la vida a nadie. Pero cuando me dicen eso yo digo, obviamente, hay una lección de vida. Y esa lección de vida vale la pena compartirla. Por eso lo hice. Yo hubiera dejado esos archivos en Nicaragua, para mí, ese es el lugar donde tendrían que haber estado. Pero como pasa en muchos lugares en América Latina, no sabés donde van a ir a parar tus papeles. Por ejemplo, José Coronel Urtecho, un poeta que yo amaba, dio todo a la Universidad Centroamericana, y la acaban de confiscar. ¿Te das cuenta? El mayor archivo de cosas nicaragüenses, lo confiscaron. Como esta es una dictadura orwelliana, es capaz de cambiar la historia, es capaz de borrar lo que no quieren que aparezca. Ya había tenido una experiencia, porque yo tenía unas cartas de compañeros que murieron en la guerra que yo las guardé con todo mi corazón. Cuando triunfó la revolución las entregué a un Instituto de Estudios del Sandinismo. Que quién sabe dónde están. Ese instituto desapareció y yo dije, no me vuelve a pasar.
El archivo de Belli consiste de treinta cajas de material que inluyen manuscritos, correspondencia, fotografías, memorabilia que documenta su impacto como poeta, escritora, revolucionaria y figura política. El material está completamente procesado y disponible para la investigación.
https://txarchives.org/utlac/finding_aids/00569.xml
*Imágnes cortesía de la Biblioteca Benson
Gabriela Polit Dueñas es escritora y la autora del libro de cuentos Amsterdam Avenue (Dislocados, 2017). Como investigadora, publicó por Beatriz Viterbo Editora. Trabajó con María Helena Rueda en un volumen titulado Meanings of Violence in Contemporary Latin America (Palgrave-MacMillan, 2011), y Narrating Narcos, Culiacán and Medellín por la universidad de Pittsburgh. Es profesora de la Universidad de Austin. Su Twitter es @polit_gabriela
© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.
Posted: April 3, 2024 at 6:43 am