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Madres Buscadoras. Entrevista a Santiago Moyao

Madres Buscadoras. Entrevista a Santiago Moyao

Ariel Ruiz Mondragón

…que exista una Comisión de Búsqueda es algo valioso, sin duda, pero no es suficiente. Hace poco hubo una reunión de los padres de los normalistas de Ayotzinapa con López Obrador en esta búsqueda de que se abran completamente los documentos del Ejército, principalmente, y es que, si empezamos por algo, debería ser la transparencia mínimamente.

El horror de los desaparecidos ha aumentado durante los últimos años en México: según el recuento oficial, en los primeros días de octubre ya sumaban cerca de 99 mil personas en esa situación desde 1962, con una tendencia al alza.

Pese a ser una realidad hasta más lacerante que la de los homicidios por sus desastrosos costos en términos de seguridad y humanidad, y también pese a las valientes, incansables e interminables búsquedas de familiares de las personas desaparecidas, ese horror sigue siendo minimizado, ocultado, ignorado y hasta negado en diversos ámbitos, especialmente gubernamentales.

Los desaparecidos ya han sido motivo de varios trabajos periodísticos, del trabajo de organizaciones civiles y de algunos estudios de ciencias sociales; ahora, con el libro Mandrágora (Fondo de Cultura Económica, 2023), de Santiago Moyao, también es motivo de una novela gráfica sobre una madre buscadora y varias de sus compañeras. Es una historia realista, por lo que implica, a la vez, lo mismo horror que esperanza.

Acerca de la novela conversamos con Moyao (Ciudad de México, 1993), quien estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y ha colaborado en publicaciones como Gatopardo, ERRR Mgazine, Perro Crónico, Voices of Mexico y Ciencias y Humanidades. Con Mandrágora obtuvo el Permio Nacional de Novela Gráfica Joven 2021.

 

Madres buscadoras, un grito cada vez más fuerte

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el tuyo, con el tema de las personas desaparecidas, de las madres buscadoras?

Santiago Moyao (SM): Es difícil ignorar la gravedad de la situación actual de las desapariciones en el país: hay más de 100 mil. Creo que lo primero que pensamos y leemos, lo que más suena en los medios y que es parte de la noticia, son los asesinatos, lo que puede ser muy gráfico y muy enfocado en la violencia. Pero creo que otras víctimas son las personas que son despojadas de sus seres queridos y que carecen de una respuesta, y de allí viene la necesidad de la búsqueda sea como sea, en el estado en que se encuentren sus familiares.

A mí me sacudió mucho cuando empecé a entender lo que es la cuestión de la búsqueda, el activismo de los familiares, lo que me parece importante.

El cómic es un medio que a mí me gusta mucho y llevo haciéndolo un rato, nunca en un formato tan extenso como este, pero ya había visto otros trabajos de narrativa gráfica que podían abordar temas importantes, históricos, de relevancia social. Quise que mi propuesta para la becas de jóvenes creadores, que fue con la que se realizó, pues tuviera algo que decir y que pudiera ser una vía de entrada un tanto diferente a lo que podría ser un documental o las noticias mismas, algo que pudiera abordar el problema desde un lado más sensible.

AR: En una parte del libro una de las protagonistas dice: “Ojalá nuestros problemas fueran tan tontos como los de las novelas”, en referencia a las telenovelas. ¿Qué atención se le puede dar a este asunto desde los medios?

SM: Al final lo que va a brincar primero en los medios de comunicación va a ser lo más impactante, la nota del día, pero hay toda una serie de repercusiones que tienen estos actos violentos que, más allá de sumarse a las cifras (que son importantísimas también), nos dan una dimensión de lo terrible que es el panorama actual del país.

Las novelas o el cine, los medios de comunicación digamos narrativos, sean de ficción o documentales, nos permiten tener un acercamiento quizá más sensible, emotivo y empático a lo que son las repercusiones reales de estas acciones que vemos de forma repetida.

De alguna manera, un cómic, una novela o una película, sea ficción o no pero que trate este tema, nos pueden ofrecer algo más palpable con lo cual relacionarnos y realmente entender la urgencia de discutir estos temas.

AR: ¿Qué posibilidades te dio el formato de la novela gráfica para contar esta historia? Han salido ya algunos libros con reportajes e incluso de ciencias sociales, por ejemplo.

SM: Es muy flexible en el sentido de que es una ficción y tiene elementos un tanto mágicos, lo que nos permite también usar cierta poética para tratar de hablar de la cuestión, pero de una manera un tanto más profunda, más emocional.

Hace poco vi la película Noche de fuego, de Tatiana Huezo, que me pareció brillante, y observo que ella usa muchos elementos poéticos para acompañar una historia que es devastadora (en el caso de Mandrágora también lo es), pero creo que el cómic ofrece la posibilidad de otro tipo de reflexión, de adentramiento en estas historias y que nos acercan con otro tipo de lenguaje.

Eso es lo principal. Estamos acostumbrados a hablar de estos temas con un lenguaje muy frío, muy crudo, a veces violento, pero podemos abordarlo desde otro lado, y este libro es un intento de ello.

AR: ¿Cómo hiciste el libro? Al final, en los agradecimientos mencionas a las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León, por ejemplo.

SM: Fue un trabajo que se realizó durante la pandemia, por lo que fue recopilar de diferentes partes. Mi relación con Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León es, principalmente, que ilustré la portada de un informe que realizan para la Universidad Iberoamericana, que fue donde estudié. Junto con ellas, con un grupo de madres buscadoras.

A ellas les gustó esa portada que hice. El informe se puede encontrar en internet, y es muy valioso porque, además de cifras, hay testimonios, muchos enfocados en el cambio de vida que implica el ser buscadora y cómo se transforma la manera en la cual tienes que acercarte a este tema, cómo la unión entre las personas que comparten este dolor les ayuda a seguir adelante.

Entonces para mí fue el trabajo de esa recopilación; por un lado fue ese informe, que es lo más importante, y posteriormente una conversación una vez que ya entregué el trabajo y que les gustó, afortunadamente.

Entonces fue una recopilación de diferentes trabajos, ensayos, piezas periodísticas, todo muy documentado, para poder ir armando y entretejiendo los que es la historia.

AR: Un personaje de la novela pregunta sobre la desolación y el miedo en que viven: “¿Cómo llegamos a esto?”. ¿Tú qué le responderías?

SM: Creo que viene de cuando se desata la guerra contra el narcotráfico y a que no entendíamos la manera en que esto iba a cambiar de forma tan radical el paisaje. Cuando yo era chico, el miedo en la Ciudad de México eran los secuestros, que era lo que más sonaba, pero de pronto la gravedad y la violencia con que se cometen actos atroces en todo el país empezó a llenar las páginas y las pantallas.

Yo crecí en un lugar muy privilegiado y no sentí mucho eso a flor de piel, pero sí se entiende cuando ya no viajas a cierto lugar o ya no te mueves de donde estás. Esto también es lo que yo me pregunto: ¿cómo se fue haciendo todo esto? Esa es, para muchos, la cuestión, y también nos preguntamos a dónde va a llevarnos. Esa es la lucha por no perder la esperanza, por ir haciendo pequeños gritos para poder avanzar y para tratar de construir un país un poco mejor. Es un panorama muy fuerte y muy desolador, un tanto desesperanzador.

AR: Hay ciertas presencias muy interesantes en tu novela: los animales, especialmente un perro, pero también otros que son testigos de lo ocurrido. Y también aparece la figura espectral de un joven que fue víctima de desaparición. ¿Qué significado les das?

SM: A mí los animales me fascinan, me interesan mucho y me hacen preguntarme muchas cosas. Algo que he visto en películas, por ejemplo, La delgada línea roja, de Terrence Malick, sobre la Segunda Guerra Mundial, en la que hay animales periféricos que siempre ve la cámara, y ellos no entienden ese conflicto. A veces encontramos cierta soledad en la mirada animal, y también hay una suerte de soledad como especie que refuerza lo único o lo específicos que son esas tragedias que vivimos.

Eso se expresa en la soledad de la protagonista de Mandrágora, con la excepción del perro Pancho y los animales domésticos que, para mí, caminan una línea muy interesante que nos acercan a lo animal y, a la vez, nos dan también un poco de respuestas a las experiencias que compartimos. Para ella es un depósito del cariño que no ha dejado de tener, de la calidez que sigue teniendo y que la acompaña en su búsqueda, por más dura que sea.

Por otro lado, está esta suerte de espectro. Entre los temas que quería abordar hay una cuestión un poco rara en la temporalidad: cuando pensamos en los fantasmas casi todos lo hacemos en términos del pasado, pero en un contexto de desesperanza como el que se vive en México, en el cual tenemos cifras con promedios casi de 3 mil asesinatos al mes, es difícil esperar que el próximo año sea diferente. Entonces para mí los fantasmas son atemporales en este país porque, en tanto que no cambie la situación del país, estarán hacia adelante y hacia atrás. Hay un deber con ellos tanto en el pasado como con la seguridad de quienes están vivos, pero que se suman a una estadística que es inquietante. Era algo que traté de comunicar con esa figura.

AR: No es una novela que caiga en cierto romanticismo porque refleja algunos conflictos entre las madres. ¿Qué nos dices de este aspecto?

SM: Definitivamente. El núcleo de esta historia es la dinámica entre las personas, y como no hay una respuesta clara (y eso es lo más terrible de todo), entonces cada quien lo aborda de una manera diferente. Hay quien está esperando que, por milagro, de pronto aparezcan sus desaparecidos; Carmen, la protagonista, dice: “Es que nadie va a salir a buscarlos si no somos nosotras. Entonces tenemos que salir a hacer algo”, mientras que hay otra que no sabe si ya cerrar ese libro y, con todo el dolor del mundo, dejarlo pasar.

Son diferentes versiones que chocan, a pesar de que están padeciendo el mismo dolor, y para mí esa dinámica era muy importante porque no siempre iba a ser dulce, cálida, sino que tendría que irse construyendo hacia una especie de fraternidad o sororidad entre estas protagonistas. También a veces hay momentos de ligereza entre ellas, porque tiene que haber una vitalidad: debe haber una chispa de vida que les permita seguir adelante y que es lo que genera la fuerza entre ellas.

AR: La novela tiene mucho realismo: se trata de una comunidad que había sido arrasada, de un fulgor nocturno que dio origen a las desapariciones de varios jóvenes, y donde hay desplazados, los habitantes tienen miedo de la presencia tanto de bandas criminales como del Ejército.

SM: Hay también una cifra en la que, lamentablemente, nunca se ha puesto énfasis en tratar de entender bien: cuántas personas han tenido que desplazarse de sus lugares por contextos de violencia. Es algo difícil de cuantificar, pero nos daría una noción de cómo está funcionando la vida en este país.

Al final, en la novela una de las mujeres dice: “Me siento como un fantasma aquí, en este pueblo donde ya no queda nada, y nosotras qué estamos haciendo: estamos esperando, estamos buscando”. Eso también lleva la historia a un grado muy enfático en la situación de desolación.

Quería que pudiéramos situar allí a nuestros personajes para que también la luz que puedan encontrar entre ellas brille más fuerte.

AR: En otra parte del libro uno de los personajes dice: “Hay tantas cosas que ocurren mientras no las vemos, a espaldas del mundo, o al menos del mundo que puede hablar”. ¿Por qué este tema no ha ocupado un lugar preponderante en el debate público siendo tan grave?

SM: Ha crecido hablar de ello, pero tal vez no con la importancia que se necesita; se termina volviendo, a lo mejor, un punto en la agenda política, pero realmente la gravedad de esto implicaría que debería estar hablándose más, se tendría que entender en todas sus dimensiones.

Precisamente con lo que batallan las mujeres de la novela es la pregunta de quién está detrás de todo esto, cuál es el engranaje que está atrás. Sobre este, de alguna manera el último informe que hizo el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes sobre el caso Ayotzinapa muestra que hay un engranaje muy complejo del cual no sabemos, lo que lo hace tan difícil tirar luz sobre él para combatirlo. Es una maraña tan oscura, una red tan estrecha, que no sabemos ni por dónde empezar a abordarla y acercarnos a ella; pero si le permitimos mantenerse en la oscuridad, menos posibilidades hay de empezar a atenderla, desenredarla y acercarnos a la verdad y a la justicia.

AR: Hay dos aspectos que se proyectan en el libro: por una parte, la soledad, pero, por otra, se destaca la solidaridad, que pudieran parecer hasta contradictorias. ¿Cómo las vinculas en la novela?

SM: En otro de los documentos en el que trabajé como ilustrador, Paisajes forenses, entrevistan a personas de México, de Guatemala y de Argentina en la búsqueda, tanto a expertos como a familiares (quienes, de alguna manera, terminaron convirtiéndose en forenses), y una de las madres comenta que un tío le decía: “Es que no puedes estar saliendo así al desierto como loca a buscar lo que sea”, y ella comenta: “En efecto, tenía razón, y lo hacía con dolor, con toda la razón del mundo, pero es a través de encontrar estas fuerzas que también padecen de un dolor compartido que se vuelve más fuerte este grito”

En el informe del que hice la portada se menciona que pedirle, exigirle de forma individual a las autoridades que haya más acciones, que haya cumplimiento, es muy difícil. Entonces realmente se puede comenzar a abrir caminos cuando se empiezan a unir estos grupos de personas, lo que es de las partes más admirables que hay dentro de esta tragedia.

AR: Al respecto, ¿qué estamos haciendo? Uno ve tu libro y revisa otros casos y, más allá de los esfuerzos de las víctimas, pareciera uno de los páramos que retratas en tu libro.

SM: Creo que sí ha habido algunos avances: que exista una Comisión de Búsqueda es algo valioso, sin duda, pero no es suficiente. Hace poco hubo una reunión de los padres de los normalistas de Ayotzinapa con López Obrador en esta búsqueda de que se abran completamente los documentos del Ejército, principalmente, y es que, si empezamos por algo, debería ser la transparencia mínimamente.

Debe ser un tema que se aborde más para que tratemos de encontrar otras maneras de poder apoyar en estas búsquedas porque al hacerlo reivindicamos la dignidad humana. Debemos encontrar a los desaparecidos, vivos o muertos, para darle un cierre a sus historias y para no ceder a la impunidad.

AR: Cierras el libro con la siguiente frase sobre la solidaridad: “Con ellas tal vez pueda llegar a ti”, dice la protagonista sobre sus compañeras y su hijo desaparecido. En el mundo tan real y desolador que aparece en tu novela, con desaparecidos, desplazados, con abusos, un lugar de donde “hasta los fantasmas se fueron”, ¿en dónde encuentras esperanza de revertir esa situación?

SM: Algo que era complicado para elaborar esta historia era dónde cerrarla. Evidentemente no es un final feliz ni da una resolución, pero quería dejarla en un lugar que ofreciera un poco más de esperanza, en el que hubiera un cambio en la protagonista, en primero sentir que tal vez sí está sola, que es una búsqueda que tiene que hacer por su cuenta, hasta llegar a la conclusión de que tiene que sumar fuerza y voces en esta causa, y también convencer a otras personas que están en la misma situación para avanzar en la búsqueda.

Creo que eso es lo más esperanzador.

Cuando fue la presentación del informe del que hice la portada, dijo David Fernández Dávalos, entonces rector de la Universidad Iberoamericana: “Yo, como jesuita que soy, en esta oscuridad, en esta devastación tremenda, pienso que, si Dios existe, debe estar en la unión y el encuentro de estas personas que se ayudan”.

Definitivamente concuerdo con eso; cuando lo dijo pensé que era hacia donde debía llevar esta novela y dejarla en un lugar más prometedor de donde empezó.

AR: ¿Por qué, como se ve en la novela y en la realidad, son las mujeres las que más se empeñan en buscar a los desaparecidos?

SM: No por querer excluir a los hombres que buscan, porque por supuesto que son una parte fundamental, pero creo que eso habla de un vínculo muy estrecho, y que también es la cara que ha tenido la búsqueda no sólo en México sino en Argentina, en Chile, en todos los países donde ha sido una práctica lamentable la desaparición.

Eso nos habla de un amor que persevera con mucha fuerza. Espero que nadie se sienta ofendido de que sean puras mujeres, pero era parte también de crear este relato donde hay un desierto enorme con un pueblo desolado. Es un poco un cuento, pero de algo muy real, y para mí ese amor está encarnado por la figura de las madres. En mi caso, también la relación que yo tengo con mi mamá es muy estrecha, y mucho de eso lo plasmo en estos personajes.

 

Ariel Ruiz Mondragón. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en diversas publicaciones políticas y culturales. En 2017 obtuvo el tercer lugar del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter.


Posted: November 1, 2023 at 9:45 pm

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