Guerra en Ucrania: la izquierda pro-Putin
Gisela Kozak Rovero
¿Permitiría Estados Unidos que los países fronterizos, México o Canadá, se convirtieran en enclaves de influencia rusa, con misiles apuntando hacia las ciudades importantes? Seguramente no, pero: ¿acaso los académicos e intelectuales objeto de esta líneas no han impugnado el comportamiento de Estados Unidos con Cuba?
El lingüista estadounidense Noam Chomsky y el sociólogo y politólogo argentino Atilio Boron se pronunciaron respecto a la invasión de Ucrania: la culpa es de Estados Unidos y sus aliados. Rusia defiende sus fronteras de una amenazante OTAN, capaz de armar hasta a los dientes al país vecino y de apuntar a Rusia con innumerables ojivas nucleares. De nuevo y como siempre, la doble moral de la izquierda iliberal asentada en las democracias, impone su peculiar narrativa que centra toda la responsabilidad de los acontecimientos mundiales en Estados Unidos, en desmedro de los demás actores involucrados. Esta interpretación se presenta como un análisis racional y objetivo, en términos de un combate intelectual contra la ideología y la acción imperialista estadounidense.
El argumento clave es que Estados Unidos no tiene moral para reclamar el respeto a la soberanía de ningún país porque cuenta con una larga historia de intervenciones armadas en el mundo. Tales intervenciones, en el presente siglo, han sido desastrosas, en especial en Afganistán, Irak, Siria y Libia. En consecuencia, si la potencia norteamericana apoya a Ucrania debemos sospechar de lo que ocurre. Conozco perfectamente semejante manera de pensar, sostenida por Chomsky y Boron en su defensa de la tiranía de Nicolás Maduro en Venezuela. Al igual que los venezolanos anti-maduristas, los ucranianos que combaten al ejército ruso son masas alienadas y sin peso político específico, manejadas a su antojo por líderes lacayos de Estados Unidos. Los dos académicos deshumanizan y ningunean a millones de ciudadanos y ciudadanas sin que les tiemble la mano.
Vladimir Putin ha sido muy claro en su pretensión de restaurar el antiguo imperio ruso, cuyas fronteras con sus vecinos y con los vecinos de sus vecinos siguen siendo objeto de litigio. Para este nacionalista ortodoxo, la caída de la Unión Soviética fue una catástrofe, la mayor de la geopolítica mundial contemporánea. Lo ocurrido hace pocos años con Crimea demuestra que Rusia va por lo que considera suyo y sigue la senda de los viejos imperialismos, dados a la anexión de países y regiones. Chomsky y Boron no reconocen el carácter imperial de esta nación ni entienden la profundidad del drama ucraniano; por el contrario, ambos rescatan la orientación de la política exterior de Moscú frente a su par estadounidense. En sus reflexiones sobre la guerra en curso, los dos intelectuales terminan aceptando la descarada propaganda putinista. Poco importa el referendo que hace décadas decidió la independencia después de la caída de la Unión Soviética; poco importa la muy antigua historia de Ucrania. En el caso específico de Atilio Boron, los referendos que importan son los muy dudosos de Donetsk y Lugansk, declaradas repúblicas independientes aliadas de Moscú.
¿Permitiría Estados Unidos que los países fronterizos, México o Canadá, se convirtieran en enclaves de influencia rusa, con misiles apuntando hacia las ciudades importantes? Seguramente no, pero: ¿acaso los académicos e intelectuales objeto de esta líneas no han impugnado el comportamiento de Estados Unidos con Cuba? ¿Acaso no cuestionan la postura de Estados Unidos frente a Venezuela, Nicaragua y Cuba, enclaves de influencia rusa y china en la región? Por qué si censura la política de Estados Unidos con sus vecinos, la izquierda iliberal justifica la de Rusia. Incluso, Rusia se está curando en salud pues Ucrania no pertenece a la OTAN ni ha desplegado armamento nuclear en la frontera. ¿Semejante política preventiva no ha sido cuestionada en el caso de los Estados Unidos?
No se puede culpar a Ucrania de preferir el nivel de vida de la Unión Europea, en lugar de plegarse a una Rusia económicamente irrelevante, además de científica y tecnológicamente muy inferior a China y Estados Unidos. Si se acepta el argumento de que Ucrania debe permanecer neutral, como Austria o Suiza, y declinar definitivamente cualquier intención de ser miembro de la OTAN, surge una pregunta de inmediato: ¿se conformará la dictadura rusa o seguirá actuando al estilo de su intervención en Chechenia y, recientemente, en Kazajistán? El argumento de la seguridad de las fronteras fue lo suficientemente elástico como para que los comunistas del siglo XX justificaran las invasiones soviéticas a Hungría, Afganistán y Checoslovaquia. A diferencia de Estados Unidos, cuya política exterior no se inclina actualmente por la anexión de territorios como lo hizo en el pasado, Rusia, como ya se dijo, pretende restaurar las fronteras de otro tiempo: ¿hasta dónde piensa llegar para preservar su seguridad?
No solo académicos e intelectuales mantienen una perspectiva prorrusa. Las dictaduras venezolana, cubana y nicaragüense están acompañadas por el gobierno de izquierda argentina. Otro caso curioso de la pasión de parte de la izquierda por la derecha rusa es el del ultraizquierdista español Pablo Iglesias, cómplice de la Revolución Bolivariana.
No solo académicos e intelectuales mantienen una perspectiva prorrusa. Las dictaduras venezolana, cubana y nicaragüense están acompañadas por el gobierno de izquierda argentina. Otro caso curioso de la pasión de parte de la izquierda por la derecha rusa es el del ultraizquierdista español Pablo Iglesias, cómplice de la Revolución Bolivariana. Iglesias se lamenta en Twitter de la suspensión del bombardeo propagandístico del canal de televisión Rusia Today, parte de las sanciones al gobierno de Putin, pero no menciona que los medios españoles funcionan con una libertad política impensable en Rusia; tampoco ha lamentado, que yo sepa, el arrase de los medios de comunicación perpetrado por la Revolución Bolivariana en Venezuela. Desde una doble moral, una hipocresía y una incoherencia escandalosas, este tipo de izquierda ataca a las democracias liberales, en las que sus integrantes viven cómodamente, sin enfrentar con firmeza a un gobierno como el de Putin, de corte fascista, signado por el antifeminismo, la homofobia y el borramiento de los límites entre la iglesia y el Estado. En el fondo, los autoritarios de todos los signos políticos se parecen pues les encanta un hombre fuerte: también Maduro y Bolsonaro, presidente del Brasil, reverencian a Putin a pesar de su mutua animadversión.
Chomsky se ha quedado en la época en que la llamada Nueva Izquierda de su país era antiestalinista pero aplaudía a la Revolución Cubana y al Vietcong frente a la política estadounidense. Los años demostraron que la prepotencia de Washington no pudo vencer a Cuba y al Vietnam comunista, pero también demostró que estas dos naciones han tenido una historia de autoritarismo y fracaso económico. Claro, la izquierda en Estados Unidos se equivoca, pero siempre con buenas intenciones. Boron, por su parte, nunca ha superado su condición de estalinista post Stalin. Estamos hablando de académicos reconocidos, de los que cabría esperar el suficiente realismo para saber que, en el ordenamiento político mundial del siglo XXI, el ejercicio discrecional del poder económico, estatal y militar sigue en pie, sea en nombre de la seguridad, de la democracia, de la nación o de cualquier otra causa. El problema es que ubicarse en esta perspectiva exige un mínimo de honradez respecto a los intereses de las potencias y una mínima comprensión del sufrimiento de la población que sufre las consecuencias de sus acciones.
Mi mayor deseo, por ende, es que el fascismo putinista sufra un golpe mortal del que no se recupere y que Rusia se desentienda de Venezuela y deje en paz a Ucrania y a sus otros vecinos. Por lo pronto, los gobiernos derechistas de Duda, Orbán y Erdogan se han distanciado de Rusia, lo cual significa una fisura en esa suerte de internacional autoritaria.
Para finalizar, si de lo que se trata no es de ofrecer una visión realista sino de afiliarse a un bando para cuestionar a los enemigos o adversarios políticos, como hacen Chomsky y Boron, creo prudente, en mi caso, escoger el de Ucrania pues mi país, Venezuela, es víctima de una tiranía a la que Rusia respalda. Me interesa sobre todo el sufrimiento actual de la heroica gente de a pie en Ucrania, más allá de las posturas ideológicas enfrentadas dentro y fuera de sus fronteras, pues Ucrania puede transformarse en un Vietnam. Mi mayor deseo, por ende, es que el fascismo putinista sufra un golpe mortal del que no se recupere y que Rusia se desentienda de Venezuela y deje en paz a Ucrania y a sus otros vecinos. Por lo pronto, los gobiernos derechistas de Duda, Orbán y Erdogan se han distanciado de Rusia, lo cual significa una fisura en esa suerte de internacional autoritaria de diverso signo ideológico encabezada precisamente por el fascista de Vladimir Putin. En medio de la desgracia de la guerra, tenemos una buena noticia.
© Imagen: Vladimir Putin with military people (Creative Commons)
Kozak Rovero es una escritora, activista política y profesora universitaria venezolana. Doctora en Literatura y profesora titular de la Universidad Central de Venezuela. Reside actualmente en México. Su último libro es el volumen de cuentos Casa de ciudad (Ilíada Ediciones, Berlín: 2021).
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Posted: February 28, 2022 at 9:20 pm